viernes, 21 de marzo de 2025

El espejo

Cigüeña reflejada en la laguna.

El gris se apodera de los ojos.
Golpea a la luz, tiene sed
—sed voraz, prisa avariciosa—
de convertir nuestra mirada en bronce.
Un susurro de repente,
un batir de alas sin anunciar,
y obra el espejo, otra vez azul plata,
su sencillo milagro eterno.

lunes, 17 de marzo de 2025

Los amantes tristes

Clave de lectura: Tres vidas se entrelazan a través del amor y la separación.
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Estupenda novela.
Música: Dérive 1, de Pierre Boulez ♪♪♪
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Portada del libro Los amantes tristes, de Eugenia Rico.

La redacción de Los amantes tristes presenta un rasgo muy característico: sus capítulos son brevísimos, urgentes, como géiseres que expulsan chorros de vapor. Lo contrario de las «novelas río», por ejemplo, con múltiples cursos narrativos desembocando en un ancho cauce.

Eugenia Rico prefiere presentarnos a sus personajes, Antonio, Ofélie y Jean Charles, sin preámbulos. Las experiencias que vivieron los tres en el pasado entroncan con el presente pese a juramentos de no volver a verse jamás.

El destinatario de una beca de violín, nacido en una ciudad con meigas pero sin metro. La mujer sofisticada de piernas infinitas a quien conoce en un fotomatón. El estrafalario amigo —loco, según otras descripciones— que aparta a cualquiera, hombre o mujer, que empiece a sentir por él excesivo interés.

Caminantes por las calles de París, hermosa, sí, pero también falta de piedad hacia los fracasos. Que no suele conceder segundas oportunidades bajo su mortecina lluvia.

En un segundo, el mundo cambia: una llamada nocturna suena desde un teléfono desconocido.

Antonio, Antonio… —No reconocí la voz, pero estaba diciendo mi nombre—. Antonio, tienes que ayudarme.
Clic. La comunicación se interrumpió.

¿Podrá encontrar a quien fue su más cercano apoyo? ¿Acudirá a su antiguo amor, a quien sorprendió entrelazada con otro hombre?

Ella no te quiere, le había advertido Jean Charles. ¿Estaba en lo cierto o…?

¿Y si fuera Ofélie quien adivina dónde lo retienen, en cierto edificio de las afueras, custodiado por funcionarios de bata blanca, correas y pastillas que anulan la voluntad?

Los aspectos formales a los que aludía, esa urgencia torrencial de palabras, actos y sensaciones, no dan respiro. La autora sabe lo que quiere decir y sabe cómo hacerlo.

La brevedad se convierte en una metáfora de la vida. La inmediatez en el resultado, a menudo egoísta, de las relaciones. El vértigo aparece cuando el control escapa a nuestras manos.

Locura y cordura con el mismo significado en una estupenda novela.


sábado, 15 de marzo de 2025

Sofia Gubaidulina

Hago una búsqueda en el blog y su música aparece apenas una vez.

Que sean dos, tras una partida que quizá no vaya a provocar duelos ni reuniones urgentes de poderosos por la reconciliación.

Ni ansia sin excusas por construir un mundo que no responda a los viejos nombres de amargura o de dolor.

Pero el sonido de esos pasos sirve para que los nuestros se sientan un poco más iluminados.

«Los músicos tienen que intentar dar fuerza y luz a las almas de las personas».

Solo por ello, gracias.

(En recuerdo de Sofia Gubaidulina).


jueves, 13 de marzo de 2025

Prosperidad

Monumento con el símbolo del euro.

La noticia dice que se efectuaron intentos de reanimación durante más de media hora, sin éxito.

Había muerto en el contenedor de ropa que utilizaba para refugiarse.

¿Hay un contenedor de ropa? —intento visualizar—. Y no lo consigo.

Veo árboles, el monumento —tan naíf— contra la guerra, cafeterías, el edificio del mercado, la boca de metro… Todo acude dócil a mi memoria.

Pero no consigo situar ese elemento urbano. Un contenedor… donde un hombre «pernoctaba habitualmente».

Alguien que por cincuenta y un años fue uno de nosotros, continúa la noticia.

Alguien de últimos días invisibles (aunque, durante más de media hora, se hizo lo que se pudo).

Alguien en la plaza de «Prosperidad».

lunes, 10 de marzo de 2025

El falsificador de pasaportes

Clave de lectura: La increíble supervivencia de un judío en la Alemania nazi.
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: La vida real supera a cualquier novela.
Música: La gran evasión, de Elmer Bernstein ♪♪♪
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Portada del libro El falsificador de pasaportes, de Cioma Schönhaus.

En el prólogo a sus memorias, Cioma Schönhaus se refiere a la ley de los grandes números.

La ilustra mediante un agujero en una habitación, del tamaño de un puño: si alguien arroja garbanzos sueltos desde la distancia, casi seguro que no acertará. Sin embargo, al esparcir por el suelo el contenido de todo un saco, el agujero podría acabar lleno.

Que algún judío sobreviviera a la persecución nazi cumpliría así con la probabilidad matemática. Pero que se tratase de él, de él en concreto, no de su padre, su madre, su mejor amigo ni ningún otro a su alrededor…

Increíbles golpes de suerte junto a increíbles descuidos. Habilidad compartida con errores de bulto. Audacia muy semejante a la inconsciencia.

El falsificador de pasaportes relata cómo el autor se encuentra al filo de la cámara de gas, en busca y captura por la Gestapo, y de qué manera consigue evadirse.

Es 1941 y aún no ha cumplido los veinte. Vive con sus padres en Berlín. Las deportaciones se llevan a cabo cada día.

En el proceso no se aplican métodos de una brutalidad asesina, no de forma evidente: los judíos acuden, tras recibir el aviso, a la antigua sinagoga, esperan la llamada del funcionario, firman la renuncia a sus bienes, acarrean maletas con mudas hacia el punto de transporte indicado…

Lo que ocurra en los campos, nadie lo sabe de cierto. Pero hasta entonces prevalece el orden.

Cioma prefiere pasar a una clandestinidad «abierta». Tras emplearse en una fábrica de armas, constata sus dotes artísticas y comienza a copiar sellos oficiales con el águila y la esvástica. Un gran trabajo… de acuarela.

Cartillas de racionamiento, documentación postal, certificados de trabajador imprescindible para la industria de guerra, tarjetas militares… Aunque su actividad sea detectada, siempre se adelanta un paso, aunque sean unos segundos, a la visita de la Kriminalpolizei o, sobre todo, los hombres del abrigo de cuero.

Almuerza en restaurantes de prestigio, donde no se les ocurriría que represente una amenaza para el Estado. Adquiere un bote de vela para navegar por el lago Stössensee.

Su bien más precioso es la bicicleta con la que piensa atravesar la frontera suiza, cuando las delaciones y redadas aconsejen no tentar más a la fortuna.

¿La frontera? ¿No se encuentra vigilada por perros, estacas y alambre de espino? ¿No hay patrullas a cada paso? ¿Es de verdad posible?

Al menos dos aspectos llaman la atención en esta obra, aparte de las puras peripecias. El primero ya lo he mencionado: la obediencia a las normas administrativas tan introducida en la psique, según la cual tal día, a tal hora, alguien ha de acudir a tal lugar para proceder al traslado hacia Auschwitz, Majdanek o Treblinka.

El segundo sería la corriente de resistencia que, sin la admiración alcanzada por movimientos semejantes de Francia, Checoslovaquia o Polonia, no dejó de existir en el corazón del Reich.

Para copiar documentos, el falsificador necesitaba los originales. Y para proporcionárselos, personas con nombres y apellidos arriesgaron sus propios cuellos.

Algunos de ellos aparecen en la última página:

Walter Heyman y Det Kassriel fueron deportados.
[…]
El doctor Kaufmann fue fusilado en Sachsenhausen.
El doctor Meier fue deportado.
Gerda fue deportada.
Mi padre y mi madre, Abuelita Vieja, tía Sophie y tío Meier: ninguno de ellos regresó de los campos de exterminio del este.

Un adecuado recuerdo sobre el bien y el mal cuando en el mundo vuelven a resonar botas de clavos.


viernes, 7 de marzo de 2025

Mujer con sombrero

Mujer con sombrero sobre un puente.

Ella aguarda sobre el estrecho puente.

La cobardía es asunto...

Aguarda como un verso de Silvio.

Con sus sandalias y su sombrero de verano.

Con su falda que se va haciendo sueño y su blusa de aire azul.

Yo también lo hago. Aguardo. Aguardo.

... de los hombres, no de los amantes...

Su puente y el que yo cruzo jamás se acercarán.

lunes, 3 de marzo de 2025

Un puñado de flechas

Clave de lectura: Arte, arte, arte… y los misterios que lo rodean.
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Bueno.
Música: Cuadros de una exposición (La Gran Puerta de Kiev), de M.Mussorgski (orq. Ravel) ♪♪♪
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Portada del libro Un puñado de flechas, de María Gainza.

Señala María Gainza que no tenía pensado dedicarse a la literatura de forma profesional. Pero, después de años escribiendo artículos sobre arte en revistas y suplementos culturales, «una serie de textos dispersos» se publicó de forma conjunta (debe de referirse a El nervio óptico) y el éxito llamó a la puerta: traducciones en más de quince idiomas.

En cuanto a la estructura, el título que comentamos hoy también podría definirse como «textos dispersos», con la particularidad de estar cosidos con hilos autobiográficos.

Un puñado de flechas hace referencia a una conversación que la narradora mantuvo con Francis Ford Coppola mientras se encontraba rodando una película en Buenos Aires, allá por 2008.

Era la una y media de la madrugada. Ella se caía de sueño. Su marido fumaba a la puerta del restaurante. La niña de tres meses de ambos dormía en una limusina, al cuidado de un guardaespaldas que parecía salido de El padrino. Según sus palabras, en ese momento Coppola:

—Vos sabés —dijo mirando hacia el escenario que había quedado vacío—, el artista viene al mundo con un carcaj que contiene un número limitado de flechas doradas.
Parecía hablarle a un fantasma que estaba ahí y que yo no veía.
—Puede lanzar todas sus flechas de joven, o lanzarlas de adulto, o incluso ya de viejo.
Hizo una pausa dramática como en el teatro y prendió su porro. Aspiró como si tragara una bocanada de aire fresco.
—También puede ir lanzándolas de a poco, espaciadas a lo largo de los años. Eso sería lo ideal, pero ya sabés que lo ideal es enemigo de lo bueno.

Después añadió, a la pregunta de si el artista no tiene control sobre sus propias flechas, que así es. Solo al final de una vida se puede evaluar la periodicidad de los lanzamientos.

Este libro nos habla del mundillo de los óleos, la acuarela o el cemento (no toda la escultura va a ser mármol), sin olvidar la fotografía. Ah, y desde el otro lado, el de los receptores de la creación, el mundillo del coleccionismo.

Se nota muchísimo la labor de crítica de la autora que, junto a figuras por todos conocidas, nos introduce (al menos a mí) en un novedoso circuito contemporáneo.

Hay robos de cuadros de Vermeer, Rembrandt, Degas... Y un detective con sombrero Derby, parche en el ojo y cara destruida por el cáncer que los busca.

Hay un Kuitka que el mismo pintor desea recuperar. Gainza sigue las pistas hasta Piriápolis.

Hay murales de Bodhi Wind en el desierto. En diez libretas enviadas por mensajero desde una misteriosa clínica, redactadas por una no menos misteriosa mano, se explica su origen y destino (con teleportaciones al estilo Vonnegut por medio).

Alberto Goldenstein no admite que le pregunten por el modelo de cámara con el que hace sus fotos. Apenas se trata de un «electrodoméstico». Lo que importa es bien diferente.

A los setenta y cinco años, Nicolás Rubió comienza a pintar el pueblo francés donde pasó la infancia como refugiado de la guerra civil española. A los ochenta y tres ha terminado más de setecientos lienzos, ninguno igual al anterior.

Juan Tessi aspira a una beca a pesar de tener ya una edad y una reputación. Las imágenes que presenta para examen se encuentran a kilómetros de distancia de las que le han procurado su nombre.

La escultora María Simón dicta unas memorias bohemias, algo no anticipado tras nacer en una familia acomodada, que no entendía de locuras.

Un Tiziano perdido se adora como un dios en un convento igual de perdido en Tzintzuntzan. Dos norteamericanos llegan al lugar, atraídos por la leyenda.

Y, en cuanto a los coleccionistas, aunque mantenga el anonimato de aquellos con quienes se entrevista, nos aclara que «no compran». «Adoptan». Existe cierta casa de paredes cubiertas de piso a techo…

Mencionaba al principio los hilos autobiográficos sobre los que descansa la obra. Desde luego, no dejan indiferente, aunque aclaro que la urdimbre me fue atrapando según avanzaba en la lectura. Sus primeros capítulos no llegaron a conseguirlo.

Por eso recomiendo que, si a alguien se le presentan las mismas dudas de inicio, mantenga sus ilusiones. En un rato podría asomar la recompensa.

Estampo mi exlibris: «bueno».


viernes, 28 de febrero de 2025

Shangri-La

Panorámica de Shangri-La.

Quizá nunca encuentre Shangri-La.

Quizá nunca me he atrevido a buscarlo.

En la película, los protagonistas no acuden de forma voluntaria. Su avión es desviado hacia ese destino ignoto.

Allí cada uno de ellos se enfrenta a sí mismo, a lo que les devuelve el espejo.

El amargado y receloso mira en su fondo y, tras rechazar la imagen varias veces, por fin aprende a reír.

El fugitivo sin escrúpulos, estafador de Wall Street, ambiciona el oro que abunda en las montañas, pero descubre la felicidad planificando trabajos de fontanería.

La enferma se recobra de su mal.

El bienintencionado duda. En su interior desea quedarse, pero le convencen las pruebas racionales que le presentan su inquieto hermano y una «joven» que ansía salir por cualquier medio.

¿Qué argumentos oponer? ¿Las palabras de quien confiesa haber orquestado el aterrizaje forzoso para atraerlos? ¿Las de un hombre con una sola pierna que dice haber cumplido doscientos años y le ofrece su puesto de lama?

No es suficiente.

¿Y las palabras de la mujer que podría amarlo?

¿Es el mundo de fuera, donde el amor que predomina se dirige al poder, a la destrucción, a la fuerza, más real pese a todo?

¿Es una historia absurda? ¿Un lugar que existe y que no existe?

¿Un destino? ¿Un camino sin él?

Tantas preguntas…

P. D.: La ciudad de Zhongdian fue rebautizada hace tiempo como «Shangri-La» para hacerse un nombre más marketiniano. Sus calles, monasterios, la garganta del Salto del tigre, el gran lago Bita que baña los alrededores, representan sin duda hermosos regalos a los ojos del viajero.

Pero… no. No es Shangri-La.

lunes, 24 de febrero de 2025

Los grandes procesos en los sistemas comunistas

Clave de lectura: ¿Qué semillas en los fundamentos del comunismo conducen a la destrucción personal de sus defensores?
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Muy interesante.
Música: Sinfonía nº 5 (IV.Allegro non troppo), de Dimitri Shostakovich ♪♪♪
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Portada del libro Los grandes procesos en los sistemas comunistas, de Annie Kriegel.

Podemos optar por varios enfoques para aproximarnos al fenómeno del comunismo (fenómeno, movimiento, filosofía, maldición…, que cada uno escoja o añada su sustantivo a voluntad).

Personalmente preferiría el jocoso, recurriendo a clásicos del cine como Ninotchka, Uno, dos, tres, ¡Que vienen los rusos! o la más moderna, pero igual de divertida —aparte su trasfondo negrísimo—, La muerte de Stalin.

En literatura, Mijaíl Zóschenko o Serguey Dovlátov han transitado por un camino similar: el de la ironía.

Aunque, ciertamente, no siempre es fácil refugiarse en ellos. La carga de la prueba la cedo a nombres con conocimiento de causa: Yevgueni Zamiatin, George Orwell, Arthur Koestler, Alexandr Solzhenitsyn… O Annie Kriegel.

Durante un tiempo, esta historiadora ejerció responsabilidades de alto nivel en el Partido Comunista Francés.

Después apostató, aunque sin abandonar su estudio desde una óptica independiente.

Con tal bagaje, su libro Los grandes procesos en los sistemas comunistas tiene mucho que enseñarnos.

El punto de partida lo constituyen las purgas llevadas a cabo en el seno apparatchik: el terror que en la década de 1930 finiquitó a la vieja guardia revolucionaria (Zinóviev, Kámenev, Bujarin…).

El alambre de espino continuó extendiéndose durante la posguerra (por si acaso alguien excusara que la amenaza del fascismo generó paranoia en el hermoso jardín comunista, o que tras Stalin las flores volvieron a brotar).

Como piedra de toque, presenta el arresto de dirigentes checos como Rudolf Slánský o Artur London (miembro de las Brigadas Internacionales en España, la Resistencia a los nazis en Francia y preso en el campo de exterminio de Mauthausen, cuyas memorias sobre su juicio fueron llevadas al cine por Costa-Gavras bajo el título La confesión).

También húngaros (Rajk). O búlgaros (Kostov). Todos habían contribuido a edificar el aparato marxista en sus países.

En occidente tampoco faltaron víctimas (como la propia autora), aunque las condenas hubieran de limitarse al ostracismo reputacional promovido por los antiguos camaradas.

Una vez que el propio partido —o sus representantes, en este caso los instructores— ha dispensado al acusado de la solidaridad a la que un comunista está obligado para con los suyos, suben a la superficie los antagonismos, las antipatías, las incompatibilidades de carácter y las rivalidades profesionales o personales, tanto más virulentas cuanto que se han desarrollado en una sociedad más cerrada y han sido reprimidas durante mucho tiempo. Esta pulverización de los lazos de solidaridad con sus compañeros de infortunio es, por lo demás, una etapa del camino que conduce al detenido hacia la soledad absoluta.

¿Qué acusaciones se volcaron sobre el tapete? Una panoplia de deslealtad, desviacionismo, pensamiento antirrevolucionario, colaboración con el enemigo, titismo, trotskismo… Apoyada en pruebas «irrefutables». No querrían que el partido se equivocara, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

Aclaro que el volumen no trata de los procesos en sí, ni siquiera sirve de crónica exhaustiva. Intenta más bien explicar su «lógica».

¿Coacción? ¿Tortura? ¿Lavado de cerebro? ¿Creencia sincera de haber cometido «un error»?

Kriegel concluye que dicha «lógica» existe, aun en un contexto que los ajenos al círculo encontramos difícil de racionalizar. El poder sobrevive devorando al poder.

El comunismo exige anular a la persona, al individuo, a su conciencia impredecible, desde fuera y desde dentro.

Solo existes por y para la ideología. Obedece a la ideología. Difunde la ideología, da ejemplo. Te hacemos esto a ti, uno de nosotros, para demostrar que podemos hacérselo a todos (de ahí la «teatralidad» que rodeó a los casos).

Modelo pedagógico exitoso, a ojos vista. No solo varios de los encausados «se autoinculparon» en una especie de guion melodramático, sino que hubo quienes pudieron contarlo (London fue excarcelado tras unos años) y siguieron manifestando su apoyo al sistema hasta el fin.

Jamás abandonarían su fe.

Una fe que aún persiste.


viernes, 21 de febrero de 2025

Los nuevos dioses

Monje ante un móvil.

Determinado día de determinado año de determinado siglo, determinada corporación reunió a sus más jóvenes y prometedores cachorros.

Habilitaron una sala de actos con estrado y gradas, una sala grande llena de canapés y salas más pequeñas donde, a la manera artúrica, sentados a mesas redondas, las promesas debían demostrar su valor.

¡Vale, de acuerdo! Algunos estaban de prestado, fuera de sitio, ya la vida los iba a llevar por caminos y carreteras de tercera. Pero en aquel momento…

Gente muy lista, gente muy astuta, gente entusiasta, gente curiosa, gente con visión adelantada.

Los reunieron, decía, les dieron de comer y nombraron cónclaves para la magia. Pensad, chiquillos, pensad. Poned ante vuestros mayores el tiempo que ha de venir.

¿Cómo será el mundo de aquí a diez, veinte, treinta rotaciones en torno al sol?

¿Cómo podemos aprovecharlo? ¿Cómo podemos liderarlo? Inventos, disrupciones, nuevas creencias, tecnologías, cisnes negros… ¿Qué?

No voy a aburrir con el calor entrópico de tantos cerebros funcionando al unísono (parte se desvió para hacer la digestión).

Los astutos contemplaron a los listos como el zorro a las uvas: buscando sacar beneficio y que su propio nombre rubricara las ideas del grupo.

Los entusiastas pusieron ojos de emoji, con rutilantes estrellitas (lo de los emojis hubiera sido un buen comienzo).

Los curiosos se contaron unos a otros que un gúgol es diez elevado a la centésima potencia. Gúgol, gúgol… Suena divertido. Ahora, a trabajar en serio: el patinete antigravedad.

Algún friki se acordó de Espacio 1999, la Base Lunar Alfa, las naves águila, las pistolas paralizantes, pero solo era eso, un friki.

Los invitados a la fiesta de chiripa demostraron el porqué de su anunciado fracaso: falta de imaginación. Habrá coches, apartamentos en la playa, fútbol, teléfonos, gafas de rayos x… Carne para el departamento de contabilidad.

¡Ups! El de los rayos x fue otra vez el friki.

Un momento… ¿Teléfonos? ¿Quién dijo teléfonos? ¿Los de descolgar y marcar? ¿O un ladrillo de esos móviles haciendo bulto en el bolsillo?

Ya circulan unos cuantos, pero vaya, también tamagotchis. ¿Es que la gente no podrá esperar en el futuro a llegar a casa? ¿Van a ir por la calle hablando de sus cosas a gritos? ¿O en los vagones, o en los cafés?

¿O mirando las pantallas embobados, ajenos, como monjes orantes ante un altar lisérgico? ¿Qué verdades esperarán encontrar?

En fin, tomamos nota. Seguid, seguid.

Y así, os aseguro que fue así como ocurrió, despertaron los nuevos dioses.

lunes, 17 de febrero de 2025

El naufragio de la Segunda República

Clave de lectura: Entre todos mataron a la República, especialmente quienes ahora la conmemoran.
Valoración: Demasiado simple ✮✮✮✩✩
Música: Suite Ingenua (II.Balada. Lento y apasionado), de Antonio José ♪♪♪
Portada del libro El naufragio de la Segunda República, de Inger Enkvist.

Antes de abordar El naufragio de la Segunda República, conviene tener un detalle en cuenta.

Inger Enkvist no es historiadora. Se especializa en filología y pedagogía (catedrática de lengua española en la Universidad de Lund, según el currículo). Las tesis que defiende no están basadas en un trabajo de investigación propio.

Es decir, se trata de alguien con interés que plasma sus opiniones, pero cuya autoridad no alcanza a la de aquellos profesionales que de verdad se dedican a desentrañar los puntos oscuros del pasado.

Hecha la advertencia, su libro invita obviamente al debate.

Describe el sistema institucional que, entre 1931 y 1939 (o 1936, ya que el golpe de Estado lo habría liquidado tanto en la zona de su triunfo como en la de su fracaso), enmarcó la vida política de nuestra nación.

Incide en las peculiaridades legales que crearon un lastre de inicio. Así, a propuesta del presidente, unas elecciones podían dar como resultado un ejecutivo no sujeto al estricto número de votos (Lerroux).

Muy pocos, de acuerdo con esta hispanista, apreciaban la República de forma pura. Si no servía a los intereses de turno, había que retorcer su sentido o, incluso, acabar con ella desde dentro.

1934 resulta la prueba palmaria. Expone que la intención del PSOE fue atravesar el pecho de la tricolor y convertirla en «otra cosa», ya que los métodos violentos para obtener el poder y ejercerlo sin contrapesos, alternancias ni limitaciones figuraban en sus discursos (Largo Caballero).

La primera medida tomada por el Frente Popular fue la amnistía de los condenados por la intentona revolucionaria y el tratamiento como héroes, enviando así un mensaje inequívoco.

Al cabo, en las trincheras no se verían banderas de franja morada, sino rojas en su totalidad o rojinegras. Éramos, según sus palabras, «una democracia sin demócratas».

Y, si ninguna figura pública de entonces atesora parabienes, especial censura merecen los políticos que de nuevo fomentan la división. Aquellos con responsabilidades que quieren volver a polarizarnos.

La «memoria histórica», en tal sentido, supondría un ejercicio de adoctrinamiento espurio. Si uno osa cuestionarla, le cuelgan el sambenito de enemigo de la democracia, el progreso, el pueblo, defensor del fascio y «lindezas» por el estilo.

Hasta aquí, la descripción del contenido. ¿Me atrevo a comentar mis impresiones?

Claro que sí. Como he señalado, el texto invita al debate; varios aspectos en particular me generan reservas.

Su imagen de un país con crecimiento económico sólido, élites cultas y una burguesía industriosa acosada por la Komintern o los pistoleros de la FAI pasa por alto un grado de miseria y analfabetismo en amplias capas de desposeídos que no podían sino creer en promesas colectivizadoras como remedio. Los parias de la Tierra.

¿Se encontraba España en peligro de muerte? Hablamos de una época a las puertas del infierno global, qué duda cabe, no un fenómeno exclusivo de nuestro rincón. Pero otras sociedades tampoco podían presumir de bonanza y no por ello optaron por autodestruirse.

Sobre la crítica de que el presidente contase entre sus atribuciones la de nombrar gabinetes no respaldados por mayorías parlamentarias… ¿No vemos similitudes en otra República tan prestigiosa como la francesa?

Asimismo, sugiere que el fraude no fue ajeno a los resultados que auparon a las izquierdas (urnas que solo se podían rellenar en el sentido ordenado por sus custodios, amenazas, cárceles clandestinas, asesinatos, recuento sin transparencia…). Echo a faltar más datos que superen la frontera de la mera sospecha.

En los días previos a las elecciones, una milicia socialista llamada la Motorizada apareció en Cuenca, sembrando el miedo a su alrededor. Había sido organizada por Prieto, circulaba en motocicletas y actuaba como una especie de cuerpo de asalto. El grupo se utilizó para tareas como interrumpir las reuniones de los adversarios y quemar instalaciones. Contribuyó a la victoria del Frente Popular en Cuenca, entre otras cosas, reemplazando documentos electorales. Uno de los métodos utilizados para hacerlo era irrumpir en la casa de un funcionario electoral y obligarlo a firmar un protocolo en blanco.

En conjunto, Enkvist compone un alegato de «si yo soy culpable, tú lo eres más». «Si yo no hubiera dado el golpe, lo habrías hecho tú de nuevo».

Argumento que, en aras de la historia como ciencia social, no arma cargada de emociones para la revancha (me da lo mismo quién exija esa revancha), resulta de validez dudosa.

Las noticias positivas, por ir terminando: esta lectura contrapesa a un oficialismo que quiere imponer su propio e igual de criticable sesgo. Se suma a una visión por necesidad poliédrica para entender (y no repetir) aquellos convulsos años.

Las negativas: le hace el juego al otro relato, el de siempre, reduciéndolo todo a unos «malos» que escondieron la mano tras haber arrojado la piedra y unos «menos malos» a quienes no quedó otro remedio que defenderse atacando.

Demasiado simple, creo yo. Demasiado, demasiado, demasiado…


viernes, 14 de febrero de 2025

A propósito de Eugenio Oneguin

Interior del Teatro Real de Madrid.

Asisto a una representación de Eugenio Oneguin.

Es una obra de verdad hermosa. La manera en que se funden orquesta y canto, esas frases de los violonchelos, esa secuencia del oboe, la flauta, la trompa, el arpa… Chaikovski dice: «Aquí estoy yo».

Además, las voces, las dotes actorales, incluso el aspecto físico de los protagonistas sobre el escenario, se ajustan perfectamente a cada carácter salido de la pluma de Pushkin: Oneguin, Lenski, Tatiana, Olga… Gran velada.

Lo que se me ocurre mientras desciendo las escaleras del Real, tarareando la escena del baile, es una pregunta… facilona.

¿Qué es el amor?

O mejor dicho, para no sonar empalagoso: ¿qué cree la gente que es el amor?

Las grandes historias operísticas sobre el tema (que alcanzan el noventa por ciento del repertorio) lo presentan en forma de tragedia.

(Bueno, no el noventa. Bajémoslo al ochenta, para dar cabida a las tragicomedias de Mozart o a los simpáticos enredos rossinianos).

Y, aunque la calidad de los libretos sea dispar, muchos beben de fuentes (el citado Pushkin, Goethe, Shakespeare, Hofmannsthal…) con reconocida excelencia. No hablamos de lágrima gorda.

¿Por qué resulta el amor tan melodramático? ¿Por qué atrae tanto esa faceta? ¿Nos identificamos con ella en la vida personal?

En el acto primero, Tatiana le pregunta al aya si se enamoró de joven y qué sintió, y la respuesta es clara: en aquellos tiempos nadie pensaba en tal cosa. Sus padres la casaron a los trece años con su marido, aún más joven, y amor solucionado.

Por su parte, a nuestra soprano le da un flash nada más conocer al apuesto (y sobrado de sí mismo) barítono, de un calibre que la convence de que los cielos se lo han enviado, envuelto con lazo, para toda la vida. ¡Este, este, me lo quedo!

(Oneguin, con toda su chulería, por lo menos es sincero: le advierte de que ha leído demasiadas novelas).

La atracción de Lenski por Olga parece más «razonable». Son amigos desde niños, compañeros de juegos, y el roce…

Ya tenemos el «amor» conformista del aya, la ilusión de buenas a primeras de Tatiana (tanto en el sentido de alegría como de autoengaño), el pasotismo sentimental de Oneguin (se le ve, en segundo plano, abandonando la mansión con gestos de desapego hacia su compañera nocturna, que por supuesto no ha sido Tatiana), y el tranquilo «nos conocemos de toda la vida» de Lenski y Olga.

Pero esperad: cuando su amigo flirtea con Olga en el acto segundo para hacerle rabiar, el buen Lenski, Lenski el poeta, se convierte en un manojo de celos. ¿Otro hombre bailando con su chica? ¿Aquella a quien su alma dedica cada pensamiento? ¡Faltaría más! ¿Dónde están las pistolas de duelo?

O sea, el amor tóxico. ¡Mía, mía, mía y de nadie más!

Repito, en la historia de la ópera esto no es nada inhabitual. Si alguien «posee» a quien otro desea… pasan cosas: el Conde de Luna, Amneris, Don José, Scarpia…

En el acto tercero, el príncipe Gremin declara que no hay un límite para el amor, que en cualquier momento puede abrazarnos la felicidad. Incluso a él, que lleva unas cuantas batallas en el cuerpo y disfruta a su lado de una maravillosa… ¡Tatiana!

Amor igual a felicidad, entonces. Pero… ¿amor correspondido? ¿Basta con amar o es necesario que nos amen?

Porque la heroína, que se supone ha dejado atrás los desvaríos románticos aunque la presencia de Oneguin la turbe (jamás recuperado él a su vez de la muerte de Lenski ni de la soledad), vuelve a confesarle: «Te amo». Y en el antiguo descreído nace la esperanza de la redención.

«Te amo» y se acabó. Permanece con su feliz marido el príncipe. Abandona a Oneguin en su propio infierno.

Alcanzo el hall sin concluir nada (y eso que los escalones desde el paraíso son unos cuantos). Me ajusto la bufanda, salgo a la calle y me dirijo al lugar habitual de las pintas y las patatas bravas.

¿Qué será el amor, qué será?

Tengo que averiguarlo: una jarra de rubia, por favor…

martes, 11 de febrero de 2025

Effi Briest

Clave de lectura: ¿Es Effi Briest culpable de algo? ¿Merece realmente castigo?
Valoración: Un poco pesado ✮✮✮✩✩
Música: Capriccio (Mondschein-Musik), de Richard Strauss ♪♪♪
Portada del libro Effi Briest, de Theodor Fontane.

No escuches ninguna voz interior. No te preguntes si algo está bien o mal. Actúa como los demás esperan de ti.

Was sein muss, muss sein. Así es como debe ser.

Tal actitud es la que anima a los protagonistas de esta novela de Theodor Fontane.

Gert von Innstetten, alto funcionario provincial en la Alemania del Segundo Imperio, pide la mano de una jovencísima Effi Briest, la cual no puede negarse a la deferencia (anteriormente había pretendido a su propia madre). Actúa como los demás esperan de ella y añade a su apellido el título de baronesa.

Como Emma Bovary en Yonville o Ana Ozores en Vetusta, Effi comienza a sentir ahogo en Kessin, la pequeña localidad a orillas del Báltico donde se instalan tras la luna de miel. Un caserón y un ambiente desangelados, diferentes a la amable vida familiar de Hohen-Cremmen.

Ni siquiera el nacimiento de una niña consigue que desaparezca esa angustia. El círculo de personas en el que se mueve es tan cerrado y previsible como el color del cielo.

Y se presenta Crampas. El apasionado Crampas, compañero de regimiento de su marido. Ella manifiesta que no le ama, que desea ser fiel, pero…

Pasión. Emoción. Una vía de escape.

Tras un tiempo, el matrimonio se muda a Berlín, sede de los ministerios. ¿Una nueva vida en la metrópoli? ¿Una nueva libertad?

En absoluto: Innstetten, ahora bajo la mirada del káiser, encuentra en la mesilla de noche de Effie un paquete de antiguas cartas firmadas por Crampas. La «traición» queda al descubierto. El honor, en riesgo.

El estruendo de los disparos despierta un eco sordo entre las dunas de Kessin. Un cuerpo ha de desangrarse tras el desafío, así es como debe ser. Y la esposa a quien iban dirigidas las indecentes palabras, esa adúltera, ¿cuál será su castigo?

No es esta una cosa que se preste a bromas. Ya le viste anteayer y creo que también te gustó. Está claro que es mayor que tú, lo cual, a fin de cuentas, no deja de ser algo bueno. Se trata además de un hombre de carácter, de buena posición y de buenas costumbres, y si tú no te niegas, cosa que difícilmente podría esperar de alguien tan inteligente como tú, con veinte años te encontrarás en una situación que otras no consiguen hasta los cuarenta. Habrás llegado mucho más lejos que tu mamá.

Apunto lo que me ha parecido: una historia decimonónica, en sentido tanto literal como figurado. Se la considera obra de importancia dentro de la corriente realista, al nivel de Flaubert, Clarín o Tolstoi; sin embargo, me atrevo a calificarla de daguerrotipo. Demasiada inmovilidad narrativa.

Entiendo el lento transcurrir de las jornadas en el seno de la pequeña nobleza guillermina como marco para la tragedia, de acuerdo. Pero preferiría no caer, en mi papel de lector, víctima de esa misma lentitud.

Ni los personajes ni sus problemas me generan empatía. Todo se desarrolla de forma… ajena, remota.

En esto, mi sensibilidad «moderna» difiere de quienes disfrutaron de las primeras ediciones. Fontane recibió numerosas cartas, la mayoría femeninas, «quejándose» del barón. No se había ocupado de Effi y luego se consideraba ofendido.

Nada menos que Thomas Mann, para finalizar, declara que este es uno de sus libros favoritos. Desvelaría que las hipocresías sociales no se imponen de manera tiránica (nadie «obliga» a nada), sino que forman parte de un convencimiento personal: el mencionado «así es como debe ser».

Bien, a cada uno lo suyo en materia de opiniones. Así es como debe ser.


lunes, 10 de febrero de 2025

Nuestro mundo (XXII)

Hoja atrapada por alambre de espino.

El deseo de compartir palabras a veces se ve golpeado por el mundo real, en el que las noticias se dividen en pocas secciones: la de barbaries y la de salvajismos.

(La sección de basura no merece la pena mencionarla. Y si algún penalti ha sido o no injusto, entraría quizá en una cuarta, la de inanidad).

Alguien con un arma decide que once personas en Örebro han tenido una vida demasiado larga.

Alguien con muchas armas decide que cualquier nacido entre las ruinas de Gaza es culpable de ello, de haber nacido, y debe desaparecer.

En cierto lugar llamado Goma, que olvidaremos de aquí a poco, violan y queman a más de ciento sesenta mujeres (¿ciento sesenta y una, ciento sesenta y ocho?).

Y algunos que gritan «Nosotros, nosotros somos los buenos, nosotros, no cualquier otro, coread desde este lado de la línea», lo hacen tras grandes máscaras, sonrisas de comediante o rictus trágicos según venga más a modo para el texto.

Mañana comentaré algún libro. Mejor mañana.

viernes, 7 de febrero de 2025

Murallas

Fortaleza de Bujará.

Murallas.

Existen tantas murallas como lugares donde alguna vez el ser humano deseó comenzar a vivir.

Y el ser humano soñó con arrebatarle al ser humano su suelo.

Unas son ciclópeas, casi erigidas para albergar gigantes.

Otras construyen la infancia (si no sabes nada de Exin Castillos… Lo siento, qué infancia tan desgraciada).

Murallas de piedra, murallas de adobe. Lienzos de madera triste. Murallas que se yerguen y también se inclinan. Murallas clavadas en la tierra, profundas, rodeando a toda costa su escondido corazón.

Almenas, fosos, bastiones, murallas que desafían olas. Murallas impenetrables, llenas de hosco ingenio… salvo que Odiseo sienta el suyo emerger.

Murallas de torres con sombrero de pico. Murallas antiguas, quinientos, mil o más años, donde escuchamos cada noche el eco de una trompeta espectral.

Murallas envueltas en esa niebla blanca que dicen respiran los dragones.

Murallas que salvan, tras cuya puerta de pesado hierro disfrutamos de alimento y calor.

Murallas que aíslan, desgarran manos, queman del otro lado ojos, garganta y piel.

Murallas de cuento, murallas sin cuento.

Murallas por descubrir y a las que susurrar adiós.

lunes, 3 de febrero de 2025

Que el bien os acompañe

Clave de lectura: Experiencias del autor en la Armenia de la época soviética.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: Horzham, de Lusine Zakaryan ♪♪♪
Portada del libro Que el bien os acompañe, de Vasili Grossman.

Que el bien os acompañe: en un contexto de títulos señeros, este libro de Vasili Grossman (de los dos que aún tuvo tiempo de terminar) podría considerarse de importancia relativa. Sin embargo…

¡Qué maravillosa evocación nos regala en él!

Qué vívidos se nos presentan los meses que el autor pasó en Armenia, relacionándose con sus gentes, comiendo de su pan, de su jash, bebiendo de su leche y su coñac.

Encargado de hacer una traducción de una lengua que no habla, con el ánimo alicaído tras arrebatarle la KGB el trabajo de su vida (incluyendo hasta las cintas de la máquina de escribir), Grossman se apea del tren de Moscú el 3 de noviembre de 1961.

Nadie viene a recibirle. Ignora su siguiente paso. Lo desconocido le envuelve.

Pero también le abraza.

La ciudad de Ereván, las isbas, las montañas. La piedra —la piedra omnipresente, que sugiere eternidad—, la nieve, la vid. Los bosques, los lagos, las iglesias.

Habla con el catholicós, ilustrado patriarca de Echmiadzin. Habla con el ilustrado ateo amigo suyo que le facilita la entrevista. Habla con un campesino de Tsajkadzor, el padre de Iván el calderero, sobre la bondad necesaria al ser humano.

No trató de convencerme, hablaba con amargura de que las personas no querían seguir la principal ley de la vida: desearles lo que deseas para ti a todos sin excepción, desearlo al margen de la riqueza y la pobreza, de la nacionalidad, de que se profese una fe o no, de la afiliación política o de la no militancia. Si no deseas el mal para ti ni te lo haces a ti mismo, no desees el mal ni se lo hagas a los demás. Ya que quieres algo bueno para ti, deséaselo también a los otros.

Asiste a bodas en las que la aridez del paisaje, la humildad de las ropas, los antiquísimos utensilios, se convierten en nobleza.

Y el talento literario de Grossman no deja de crear. Crea sobre el papel y sobre la retina del lector. Armenia se convierte en un personaje que «respira».

¿Un título de importancia relativa? Quizá, solo quizá.

Un título cuyo valor, eso seguro, no muchos sabrían igualar.


viernes, 31 de enero de 2025

Carlos Núñez

Carlos Núñez en concierto.

Vosotros mismos os lo habéis buscado, al adorar al becerro.

Porque mancilláis Bernabéus, Metropolitanos y Arenas varias, desgarrando los oídos con músicas blasfemas.

¿Músicas he dicho? ¿Músicas? ¡Qué más quisierais!

Cuando se rompa el séptimo sello y vuestro falso reguetón se confunda con los ayes y el rechinar de dientes, quienes el otro día nos congregamos en el templo de Carlos Núñez seremos arrebatados a lo alto.

Los elegidos.

No hay consenso teológico entre el ovni y el carro de fuego, qué más da. La cuestión es que nos abrazarán eternamente voces, flautas, guitarras, violines, trikitixas, tambores y…

Y un ejército angelical de gaitas. Gallega, asturiana, irlandesa, bretona, escocesa… ¡Gloria!

Más os vale pasaros a la religión verdadera mientras estáis a tiempo: de haber faltado a este, pillad entradas para algún otro concierto. ¡Ya! En cualquiera puede llegar el arrebato.

Advertidos os dejo.

P. D.: Y de paso, haced muchas queimadas de expiación. Pero muchas, muchas. ¡Pecadores!

lunes, 27 de enero de 2025

Melina

Clave de lectura: «Amelia Fernández Agüeros vino al mundo cuando no debía y sufrió para vivir un tiempo que no era suyo».
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: Xicu / Polca les Xanes, de Xuacu Amieva & Dobra ♪♪♪
Portada del libro Melina, de Juan Ramón Lucas.

(Nota: este comentario lo escribí originalmente para publicar en Chicoria, la revista de La Librería de Pimiango. Espero que el redactor principal no lo encuentre aquí de extranjis, o al menos que no encuentre luego los guantes. ¡Menuda dialéctica gasta el tío!).

Nos encontramos en ardoroso debate sobre teoría del Estado. Ocupa una esquina el redactor principal de Chicoria —sapiente, excelentísimo, de preclaro liderazgo moral y verbo como los guantes de Robert de Niro en Toro Salvaje—. La otra yo, aspirante a juntaletras sin trienios.

Apoyado en las cuerdas, intento hilar los argumentos. ¿Tendrá razón el jefe, al fin y al cabo? —hijo de la tinta, Prometeo de la garamond, gran panificador de editoriales—. ¡Me está noqueando!

En el momento de mayor apuro, sucede algo inesperado. Una figura atraviesa la puerta, saluda al redactor principal —cimiento de gloria, rugir de épica, digo yo que con esta coba ya será suficiente para sablearle un par de cañas—, me tiende también la mano y se queda escuchándonos.

A continuación, imagino que movido por caridad budista, pasa a arbitrar el ring. Pregunta, cuestiona, templa, encauza… Se le notan maneras, me da en la nariz que no es la primera vez.

Así trabo conocimiento con el autor cuya novela protagoniza esta entrada: Melina, de Juan Ramón Lucas.

El personaje que da nombre al título se basa en su propia madre y, gracias a ella, escuchamos la voz de miles de mujeres que, tras un punto de no retorno, volvieron a comenzar de la nada. Con la nada en la maleta y la nada frente a sí.

Amelia, Melina, nace en la Asturias de 1934, hoguera de desigualdad tanto entre clases sociales como entre sexos.

Su progenitor, Pepín, carpintero que asila a mineros revolucionarios, no se alegra de que venga al mundo. No ve a un varón que le sostenga en el futuro, cuando las fuerzas le abandonen, sino a una débil niña. Incluso se le pasa por la cabeza «solucionar el problema» de la boca adicional: cogéi una cuerda y afogáila.

La Guerra Civil, continuación de las violentas jornadas de dos años atrás, eleva al paroxismo el olor a cordita y el distanciamiento paterno hacia la pequeña.

Pero también hay personas —la madre, la abuela, la tía Lita, la maestra Lucrecia, Adela, la guisandera—, que le sirven de boya frente a ese represivo entorno.

¿Vencedores? ¿Vencidos? Nadie cuenta con ellas, de todas maneras. En ningún bando.

Aunque agachar la cabeza sería el fin. Por ello, a lo largo de cada capítulo asistimos a un despertar de voluntades que conducen a la protagonista hacia América del sur, tierra prometida de indianos. Y, cuando un giro del destino la empuje al retorno, ya no será lo mismo.

Una fuerza sobrehumana —o humana sin más— camina junto a ella, dentro de ella, en pos de una meta que parece imposible: ¡vivir! ¡Y hacer que valga la pena! ¡Con dignidad!

Has decidido ser fuerte, no someterte; vivir por ti. Y eso asusta, claro que sí. Pero ese temor te va a acompañar siempre. A los diecinueve y a los cuarenta y tres. Incluso cuando estés con un hombre. Sobre todo cuando estés con un hombre: no someterse es un extravagante y carísimo ejercicio.

Incluso con amor...

Si exigiéramos un realismo de tipo galdosiano como medida de valía literaria, ¿no encontraríamos ciertos hechos en estas páginas algo inverosímiles?

Un dictador que discute de tú a tú con el irreductible carpintero; una actriz famosa en el mismo camarote del barco; una novia que corre tras los pasos de un recuerdo justo antes de su boda; Clara Campoamor en aquel café bonaerense…

¿O quizá nos podría parecer el lenguaje demasiado solemne, como si cada frase pronunciada en cada escena reclamase su porción de trascendencia? Los halcones de la crítica podrían afilar sobre características por el estilo sus garras.

Sin embargo, ¿no he intentado demostraros al principio que lo inesperado es parte natural de la vida? ¿Que las puertas se abren por sorpresa y lo que creíamos inverosímil cinco minutos antes deja de serlo?

Resumo: Melina está bien concebida, igual de bien desarrollada y no menos bien escrita. Leed a Juan Ramón Lucas porque de verdad lo merece, no porque lo diga yo y esté dándole vueltas a cómo sacarle también a él un par de cañas…


viernes, 24 de enero de 2025

Nuestro mundo (XXI)


A cada anuncio del orador, el público se pone en pie extasiado (menos el mandatario cuadragésimo sexto y algunos pocos más, que sonríen desde, imagino, su dolor de entrañas).

La mirada, la pose, las reacciones, me trasladan a congresos en los que se escudriñaba quién silenciaría primero las manos.

(Como relata Solzhenitsyn, el sufrimiento causado por los continuos golpes piel contra piel era menos fuerte que el pánico a ser el primero en dejar de aplaudir).

También, la llamada al «destino manifiesto», a la superioridad en todo sobre todos, me traslada a concentraciones presididas por un antiguo símbolo oriental, budista, hinduista…

Rezo colectivo a la hora de la cena. Supongo que la divinidad es aquella de «He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo! ¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división».

¿Solucionar problemas? Por la espada. ¿Naturaleza? Perforar. ¿Justicia? Indultos. ¿Valores humanísticos? A la basura. ¿Que los votos en democracia no signifiquen arrumbar a los demás en un gueto? ¡Vencer, vencer, vencer!

¿Qué más estará pasando últimamente en nuestro mundo?

lunes, 20 de enero de 2025

Grand Hotel

Clave de lectura: Berlín, 1929. El Grand Hotel aloja a huéspedes de la gran comedia de la vida.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música: Moonlight Serenade, de Glenn Miller ♪♪♪
Portada del libro Grand Hotel, de Vicki Baum.

Grand Hotel tuvo un gran éxito cuando se publicó, allá por 1929.

Tanto, que al poco rodaron una adaptación al cine: Greta Garbo, Joan Crawford, John y Lionel Barrymore… Óscar a la mejor película.

Su autora, la austriaca Vicki Baum, aprovechó para mudarse desde Berlín a los Estados Unidos. Premonición acertada, dadas las raíces judías de la familia.

Por supuesto, el nuevo Reich no tardó en prohibir este libro. Según su concepción del mundo representaba una amenaza, desde el momento en que se trata de una obra de calidad, ingenio y personajes tan heterodoxos como la vida misma.

Personajes que coinciden en los elegantes salones (y a veces no tan elegantes habitaciones) del hotel con más glamour en la ciudad del Spree. Marionetas con hilos dentro de una época cercana a desmembrarlos.

La Grusinskaia, Elisabeta Alexandrovna, diva del ballet, se atormenta ante la decadencia de la edad. ¿De verdad han sido solo siete llamadas de aplausos tras la función de esta noche? ¿Solo siete? Ella cree haber contado ocho.

Y varias de esas siete burlonas, antes que rendidas a su arte.

Su camarera Susita, el director de orquesta Witte, Pimenoff, el maestro de baile, insisten en que sigue siendo maravillosa y no hay motivo para creer que las famosas perlas que la distinguen en el escenario atraigan la mala suerte. ¿Cómo piensa renunciar a lucirlas? ¡Inconcebible!

Susita guarda el collar en un maletín, lo que no pasa desapercibido al atractivo barón Gaigern. Tan atractivo como sin blanca. Si saliera bien el golpe que tiene planeado… Colarse en la alcoba de la Grusinskaia por el balcón, al amparo de los reflectores que ciegan los ojos desde la calle. Encontrar las joyas. Escapar por el mismo camino...

¿Y si ella volviera antes del teatro? ¿Y si una avería apagase los focos y desvelase su silueta? ¿Y si se refugiara tras la cortina y fuese testigo de cómo Elisabeta diluye un número mortal de somníferos en la taza de té, tras contemplarse largo rato desnuda en el espejo? ¿Cuál sería su reacción?

Cercano a ellos, el contable Kringelein desea emular al director general de su empresa, Preysing, huésped habitual del establecimiento. El dinero no importa: tras una existencia de privaciones, los médicos le conceden poco saldo a sus días (geniales los capítulos en los que, con Gaigern como cicerone, acude al sastre para hacerse trajes a medida, se enfrenta a la velocidad en la carretera, vuela desde Tempelhof, asiste al boxeo, bebe, apuesta...).

Preysing puede aún salvar la Algodonera de Sajonia. Si la entrevista para la fusión con la fábrica de géneros de punto de Chemnitz saliera bien, contrarrestaría el fracaso de la negociación con Inglaterra, según el cable que acaban de entregarle. Tiene que disimular, mentir si es preciso antes de que todo desaparezca bajo sus pies.

«Llamita» (el papel de Joan Crawford en el filme) le sirve de taquimecanógrafa. Aunque lo que ella desea es abrirse camino en sociedad, y está dispuesta a lo que sea para conseguirlo. Lo que sea, como demuestra la fotografía en cierta revista ilustrada de la que el director general no puede apartar los ojos mientras le afeitan.

Rhona, un conde de verdad, atiende a propios y extraños desde el mostrador de recepción del hotel. Senf, el portero, sufre porque no sabe cuándo dará a luz su mujer y no puede abandonar su puesto. Los botones, camareras de piso, electricistas, pululan al son de la música que se escucha día y noche allá al fondo, para amenizar a la distinguida clientela.

Y un veterano, el doctor Otternschlag, hastiado, la mitad de su rostro desaparecida en el frente de Flandes, deja su jeringuilla tras vaciarla de la morfina que le permite contemplarlo todo desde los sillones del hall, donde se sienta cada día. Quizá el ojo de cristal vea algo que...

Es espantoso —se dice—. Siempre lo mismo, nunca pasa nada; estoy terriblemente solo, el mundo es un astro apagado que ya no calienta; setenta y dos soldados perecieron en Rouge-Croix enterrados bajo un hundimiento. Acaso sea yo uno de ellos; acaso esté allí, entre los muertos, desde el fin de la guerra; muerto sin saberlo. Y si todavía en esta gran jaula aconteciera algo que valiese la pena… Pero no, no ocurre nada. Se ha marchado. ¡Adiós, señor Kringelein! Iba a darle a usted una receta para sus dolores pero, como se ha despedido a la francesa… ¡Bah! El jubileo de siempre: entran, salen, llegan, se van...

No me cabe ninguna duda: Grand Hotel, de Vicki Baum, en la lista de estupendas novelas de cualquier tiempo y lugar.


viernes, 17 de enero de 2025

El rostro

Anciana en un mercado de Xizhou.

No es joven. Viste mal. Camina encorvada, llevando casi a rastras cuatro o cinco bolsas de plástico en cada mano.

Apenas la contemplo un par de segundos, al cruzarme con ella mientras salgo de la estación.

Y, durante ese par de segundos, veo algo en su rostro que…

Desamparo. Soledad. Angustia.

Tristura.

Cuántas veces habré asistido a la misma «letanía» en los vagones del metro: ayuda, por favor, ayuda, soy padre de familia, nadie me auxilia, pido algo para comer…

Cuántas veces habré desviado los ojos, repitiéndome como un mantra protector: ¡no me lo creo, no me lo creo, no me lo creo!

Aquel hombre arrodillado a la puerta del supermercado, a quien invito a entrar para proveerle y que añade a la cesta, entre extraños productos «básicos», tinte de pelo.

E insiste en que necesita más. Quiere papeles con hermosos arcos y puentes.

Aquel otro que pone mala cara y deja de saludarme los días en que el donativo —cosas del cash en la economía moderna— es de cifras más cortas.

Aquella mujer que me maldice tras ignorarla, una ocasión de —he olvidado el motivo— mal humor por mi parte.

Las madres mostrándome a sus hijos en Myanmar, en Camboya, mientras palabras tan desconocidas como comprensibles salen de sus labios.

El orfanato en la India, hijas condenadas, madres ausentes, donde pugno por impedir las lágrimas.

Aquella abuela en un mercado callejero de Xizhou cuyo sencillísimo gesto, en la foto de arriba que saco por instinto, refleja la lucha diaria de la vida…

Una lucha con ganadores y perdedores, un juego de dados donde los puños se aprietan hasta hacer sangre, mientras aguardamos el resultado de la tirada.

Con los años he aprendido a endurecer el corazón. A seguir mi propio sendero estrecho. No sé si son injustas o quizá merezco las maldiciones.

Lo que sé es que, durante dos segundos, me atormenta un rostro.

Tristura…

martes, 14 de enero de 2025

Rastro de un sueño

Clave de lectura: Relatos que, bajo una aparente sencillez, ofrecen una agudísima percepción del mundo.
Valoración: Genial ✮✮✮✮✮
Música: Frühlingsglaube, de Franz Schubert ♪♪♪
Portada del libro Rastro de un sueño, de Herrmann Hesse.

Volver a leer a Hermann Hesse es como encontrarme con un amigo después de largo tiempo y tener la impresión de que la última vez fue ayer.

Efectivamente, puede que llevara mucho sin saludar al padre de Siddhartha o El lobo estepario, pero sigo sintiéndome tan cercano a su obra como siempre.

Rastro de un sueño compila una docena de relatos contemporáneos a estos títulos (años 20 y tempranos 30 del pasado siglo) y, pese a su brevedad, la impronta de lo extraordinario se refleja en cada línea.

El protagonista del cuento que nombra al conjunto es un escritor «de amenidades» con aspiraciones poéticas. Aunque no un lírico intrascendente, sino como aquellos (Homero, Shakespeare, Goethe, Uhland, a quien musicó el mismo Schubert) cuyos nombres despiertan ecos en lo alto.

Dado que no encuentra la voz interior sale a caminar y, en estado de ensoñación paulatina, vislumbra un zapato de niña. ¿Quién es ella? ¿Por qué acude durante el lapso de un latido esa imagen a su cabeza? ¿Magda...?

A continuación, en un periódico de la Alemania de Weimar, el veterano cajista Johannes lamenta que hasta la lengua se haya degradado, simbolizando la caída de la sociedad que alguna vez conoció. Todos, empezando por el redactor jefe, utilizan el adjetivo Trágico de forma inadecuada.

Infancia del mago plasma los recuerdos de alguien que también fue joven:

[…] tracé planes para recuperar tesoros fantásticos, para obtener la raíz de mandrágora y para emprender triunfantes expediciones por el mundo necesitado de ayuda, expediciones en las que ejecutaba bandidos, salvaba desgraciados, liberaba prisioneros, quemaba guaridas, hacía crucificar a los traidores, perdonaba vasallos renegados, conquistaba princesas y comprendía el lenguaje de las fieras.

Pero el ídolo danzante de la India que antes observaba tras la vitrina del abuelo fue convirtiéndose en una simple estatuilla, en vez de cambiar de rostro y postura cada vez que volvía a verlo.

Y un hombrecillo que se aparecía ante él en las ocasiones más inesperadas, mudo e imperioso, pasó a exigirle otras fechorías, como colarse en la habitación de la jovial señora Anna.

Compendio biográfico, La ciudad, El cuento del sillón de mimbre, El europeo (un ejemplar de este continente sobrevive en el arca cuando Dios envía otro diluvio en plena hecatombe bélica y los pasajeros de culturas «menos desarrolladas», el hindú, el chino, el malayo, el esquimal, el negro, se preguntan qué utilidad tendrá salvar su soberbia)… Todos de gran valor.

No querría dejarme en el tintero Sobre el lobo estepario, donde el famoso Harry Haller es contratado por el dueño de una casa de fieras para exhibirse en una jaula. Si el público quiere visitarla, deberá pagar un centavo adicional. Gran negocio… ¿o no?

Abrevio: en este libro se demuestra cómo la sencillez aparente de unas parábolas puede contener profundas lecciones, a poco que nos demos cuenta. Ocurre si leemos no solo con los ojos, sino haciendo participar sentidos que quizá no sepamos describir.

Por eso hay literatura que llaman clásica. Autores y libros más allá del manto de la guadaña.

Y Hesse forma parte de ellos.


viernes, 10 de enero de 2025

Desde la ventana

Ventana azul sobre pared blanca.

Recuerdo aquel verso del poeta: «Mi oficina da al mar».

La mía no.

Los contemplo a través del vidrio. O de lo que quiera que estén hechas las ventanas modernas que no se dejan abrir. Si hubiera sido escritor, serviría de testigo poco omnisciente.

Ella, sentada sobre el muro que protege la civilización de asfalto de la hierba, se balancea igual que una niña en su columpio.

Abrigo de cuadros azules y grises. Zapatos negros, creo desde esta distancia. Vaqueros que se ensanchan a la altura del tobillo. Media melena. Gafas grandes de pasta, otra vez de moda…

Sonríe, eso al menos no tengo que achinar los ojos para adivinarlo.

Él, de pie a su lado, habla sin interrupción. De vez en cuando roza con la mano una pierna de ella, con descuido, como si quisiera ayudarla en su impulso al cielo.

¿Descuido? Ya, ya… Mira que las manos luego van al pan, le advierto, igual que cuando veo fútbol por la tele e insisto al que lleva la pelota que la pase al extremo izquierdo. Y el mismo caso me hace.

¡La ropa, un momento, la ropa! Si hubiera sido escritor, los detalles ya habrían quedado claros: anorak de un tono extraño, cercano al cian (no me gusta, en un libro lo cambiaría a azul tormenta). Vaqueros de corte recto, clásico (eso sí está bien). Pelo corto, ni mucho ni poco. Rostro delgado y anguloso.

Repito, hasta donde me llega la vista en este observatorio improvisado. Que, por mucha operación de rayos láser y la madre de la guerra de las galaxias, los miopes siempre quedaremos miopes.

Me pregunto por qué remolonean a las once y media, mientras el resto de currantes ofrendamos hasta la última gota de sudor a la sacrosanta chorrada a la que quiera que cada uno nos dediquemos.

No fuman. No toman café. No se enseñan gráficos con la estimación de ventas del trimestre.

¿De qué se conocen? ¿Cuál es su relación? ¿Compañeros de trabajo, amigos, amigos-amigos, amigos de los de buenos días, tigre? ¡Aurrrrggg! Ni siquiera calando las gafas les distingo anillos.

A lo mejor acaban de cruzarse en la puerta del edificio y algo les ha empujado afuera. Puertas circulares, ya se sabe. Gira que te gira, que te gira, que te…

¿Y el tema de conversación? ¿Qué milonga le estará intentando colar el tío, que no calla? ¿Una queja, un chiste, ganó ayer el Madrid, algún descubrimiento sobre el álgebra de Boole…?

¿Que qué co… lodrillos es el álgebra de Boole? Bueno, no os preocupéis, yo también tuve que informarme alguna vez. Un objeto booleano es… es… ¡Ay! ¡Se me olvidó!

Ella sigue sonriendo, inclina la cabeza, se impulsa más arriba en el columpio de aire, más.

Ajá, ya lo tengo: agentes secretos. O dos inteligencias artificiales implantadas en cuerpos clonados. O, bajo el abrigo y el anorak, ¿no ocultarán capas templarias?

Si hubiera sido escritor continuaría apuntando ideas, memorizando rasgos, sugiriendo que los plátanos de sombra al otro lado del muro susurran para ellos una canción invernal (platanus hispanica, por supuesto, aunque los ingleses les digan London plane, menudos piratas).

En fin, no he podido ofreceros una historia con sus andamios bien puestos, lo siento. O mejor un poema. Uno sobre el mar…

Tengo que volver a mi sacrosanta chorrada tras la ventana. Cuánto me gustaría haber sido escritor.

martes, 7 de enero de 2025

Movimiento perpetuo

Clave de lectura: Textos inclasificables de un relatista de renombre.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música: Perpetuum mobile, de Johann Strauss hijo ♪♪♪
Portada del libro Movimiento perpetuo, de Augusto Monterroso.

Se ve venir la comparación de esta segunda entrada del año con la última del anterior. En efecto, ¿qué autor de cuentos en lengua española podría disputarle a Cortázar un puesto en lo alto del cajón de medallas?

Augusto Monterroso se pone en pie (o se acuesta para soñar). Presenta, como defensa de su candidatura, Movimiento perpetuo.

Y no, «Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí» no forma parte de este título, si alguien se lo pregunta.

En realidad, dudo si clasificarlo como libro de relatos o si su armazón interna a partir de un concepto surrealista (las moscas), lo convierte en un volumen de memorias, pensamientos, ocurrencias, aforismos más o menos largos o qué sé yo. Tampoco importa.

Aunque eso me lo ponga difícil a la hora de redactar sinopsis individuales.

Quizá el número más amplio de temas lo sumen aquellos que juegan con el mundo metaliterario (De atribuciones, Beneficios y maleficios de Jorge Luis Borges, Fecundidad, Homo scriptor…), describiendo la naturaleza de poetas y demás autores.

Otros hacen alusión al destino maldito de Hispanoamérica (La exportación de cerebros, Dejar de ser mono…).

O las dos cosas al mismo tiempo (El informe Endymion).

[…] en Nicaragua, como es lógico, fueron atendidos ruidosamente por unos amigos del poeta Ernesto Cardenal y más en reserva por el director de uno de los varios cuerpos de policía, general Chamorro Lugo, quien después de cuatro horas y media de diálogo y fatigado ya de barajar ágilmente con ellos diversos temas relacionados con su paraíso metapense y casi podía decir que protegido de su padre, Rubén Darío, a quien según probó se sabía de memoria, los envió con suficiente brutalidad y escolta a la frontera de Honduras, no sin antes confesarles que como compatriota de aquél se consideraría siempre amigo de Platón y de la poesía, pero más de su difícil cargo […].

Y todos comparten un humor inteligente, el mejor medio para desvelar el absurdo que vive en el corazón de tantas situaciones «serias».

Siempre las moscas, siempre, siempre, siempre…

¿Debería conceder entonces al guatemalteco laureles similares a los del argentino? Eso parece.

Sin embargo, cualquier obra debe arrostrar una prueba adicional, no necesariamente justa: la subjetividad del lector. Y, guiado —o maniatado— por ella, confieso que los cuentos, aforismos, etc. de Monterroso no llegan a impresionarme tanto como los de Cortázar.

¿Que la ironía me atrae como la miel a los dípteros? Sí. ¿Que la imaginación agita sus alas desde la primera a la última página? Sí. ¿Que lo he disfrutado? Sí.

Aun con tantas respuestas positivas, no lo encuentro imprescindible. «Solo» bueno.

Así son las cosas.


miércoles, 1 de enero de 2025

2025

Deseo para 2025.

Hoy solo voy a colgar una foto en el blog (y las inevitables corcheas marca de la casa, claro). Sin divagaciones existenciales ni demás zarandajas.

Vamos a lo positivo.

¿Quién sabe si en 2025…?