miércoles, 3 de mayo de 2023

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CXVI)

De acuerdo, puede que no sea el Sándor Márai que conocemos. El admirado.

De hecho, el estilo no se asemeja aquí al de sus obras de mayor madurez. Es más... ¿directo? ¿Busca un impacto de violencia primigenia en el ojo lector?

¿Y no es ello necesario para conducirnos al intramundo de Otto Schwarz, el protagonista, El matarife, basado en el triunfo antagónico de la muerte?

Otto nace cuando sus padres ya no lo esperan. Es concebido tras la impresión de una tragedia en un espectáculo con fieras. Y la madre fallece en el parto, marcándole un camino al que, de alguna manera, parece predestinado.

El orden reina en Alemania. Todo tiene un propósito bajo la penetrante mirada del káiser, omnipresente en los retratos a lo largo y ancho del imperio.

Y cuando, a los nueve o diez años, el niño contempla accidentalmente el sacrificio de un buey, el filo del hacha cayendo sobre su cuello, las sierras y cuchillos que terminan el trabajo, la sangre que brota en chorros, los estertores que cesan...

Sabe a qué quiere dedicarse en lo sucesivo. No tiene dudas sobre el tipo de sensaciones que quiere volver a experimentar. En los mataderos que abastecen de carne a Berlín llevará a cabo sus sueños.

Como un ciudadano modelo, honrado, paciente, del que nadie presenta queja.

Hasta que llega la movilización. El avance hacia Serbia. El ataque a las trincheras enemigas. Una bayoneta en sus manos, también con un propósito...

Luego el Marne. La misma bayoneta y la fama por su «tratamiento radical» de las aldeas condenadas.

Los ojos que antes le contemplaban desde un retrato se encuentran con él frente a frente. La Cruz de Hierro cuelga en su solapa y una voz aflautada le asegura que ha cumplido con su deber.

Retorna al antiguo piso, tras varios años de ausencia. Una sociedad sin reglas, donde una joven precisa de un protector contra abusos y ataques, a quien recompensar con amor y dinero en efectivo.

Una mujer a quien describir con todo detalle cómo son las cosas en el frente...

Título temprano que muestra ya a las claras el talento literario de su autor, El matarife se añade de pleno derecho, pese a su brevedad, a las novelas contemporáneas que nos describen la inimaginable miseria desatada por la Primera Guerra Mundial.

Sándor Márai. Poco puedo añadir.



miércoles, 19 de abril de 2023

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CXV)

¿Cómo construimos nuestras opiniones?

¿Sobre qué bases, entre las posibilidades que nos ofrece cualquier tema, desde la decisión del mejor voto en unas elecciones hasta perorar contra el penalti pitado a nuestro equipo de fútbol favorito, concluimos que tal cosa es así o que debería ser así? A menudo, lo que llamamos evidencia es a los ojos de otros una interpretación.

Cuestiones retóricas aparte, hay que valorar el papel que juegan en las creencias, en el cincelado de la personalidad, ciertos referentes morales. Figuras tan próximas como nuestros padres o quizá lejanas, de las que solo conocemos su mensaje y a quienes, sin embargo, escuchamos con respeto.

Figuras con carisma.

Me gustaría hacer mención a uno de estos nombres singulares: Leonardo Boff.

Representado aquí por su título Ética y moral. La búsqueda de los fundamentos.

Me sonrío de haber utilizado el término «carisma» un par de líneas atrás. Si bien quería denotar «especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar», no parece extemporánea la segunda acepción del diccionario: «Don gratuito que Dios concede a algunas personas en beneficio de la comunidad».

Como es sabido, el ámbito de origen de Boff es el religioso, aunque algunas de las reflexiones que ha publicado al respecto no resultan del agrado de la curia romana. Verbigracia, la teología de la liberación.

Y es que sus inquietudes no se enmadejan en el sexo de los ángeles, por así expresarlo, sino que hacen foco en las acciones. En nuestra manera de vivir.

Comienza este pequeño volumen con el opúsculo Ética: la enfermedad y sus remedios, preguntándose sobre el objetivo al que hemos aspirado a lo largo de las revoluciones históricas (agrícola, industrial, de la información), y si merece la pena que las comodidades materiales obtenidas gracias a ellas lo hayan sido a costa del vacío existencial y la devastación de la naturaleza.

En Genealogías de la ética se lamenta de la confusión de valores contemporánea, que no sabe distinguir con claridad qué es correcto y qué no. Nuestro vertiginoso desarrollo técnico no ha tenido parangón en el desarrollo de la conciencia.

Términos acuñados por los antiguos griegos resucitan en este capítulo con largueza. Pathos, la pasión. Logos, la razón. Eros, el amor. Daimon, ethos… Es necesario que la balanza de la vida no se incline hacia una actitud fría, utilitarista, en un extremo, ni de disfrute sin medida en el otro.

Virtudes cardinales de una ética planetaria asoma como la sección más políticamente comprometida del libro. Por eso mismo debemos escrutarla con especial ánimo crítico, antes de decidir si nos convence mucho o poco.

Aclaro un aspecto que considero fundamental en relación con los referentes morales: conviene apartarse siempre de los supuestos mesías, de quienes nos traigan una verdad absoluta de partida en vez de movernos al debate interno. No seamos peleles por oír campanas...

El autor arremete contra el individualismo preconizado por la lógica capitalista (por ejemplo, se confiesa entusiasmado por la victoria del presidente Lula en las elecciones brasileñas de 2002).

La ideología neoliberal del yo primero y los que vengan detrás que se las arreglen deriva sin remisión en la injusticia.

Si el mercado tiene que ganar, entonces la sociedad —entendida en un sentido no antropocéntrico, la Tierra-Gaia, el conjunto de la vida en el planeta— tiene que perder.

Hemos de autolimitarnos, sacrificar el consumismo irresponsable que ejerce de motor de nuestra actividad, por mor de garantizar la propia supervivencia ecológica.

Guerra y paz, a continuación, también resulta susceptible a la controversia.

Denuncia el imperialismo globalizado que ha sustituido apenas en las formas, ya que no en el fondo, a la misión de conquista en que se complace occidente (encarnado en los Estados Unidos). No se trata de la ocupación física del territorio, sino de mantener el mismo dominio de siempre por otros medios.

Y si no funcionan, se recurre a nuestra vieja acompañante: la guerra. Homo sapiens et demens...

La conclusión insiste a pesar de ello en la esperanza, en que saldremos renovados de la crisis. La hermosa Carta de la Tierra en el apéndice cierra apropiadamente la lectura.

Porque «en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común».




miércoles, 29 de marzo de 2023

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CXIV)

Matthew Gabriele y David M. Perry demuestran un entusiasmo desbordante en este estudio. Y además contagioso.

Pretenden combatir la idea, instalada en el imaginario común, de que la Edad Media fuera un pozo de mil años sumergidos en la guerra, la superstición, la peste y las tinieblas.

Para ello, ya desde el título del libro lanzan un golpe de guantelete a las conciencias escolásticas: Las edades brillantes. Una nueva historia de la Europa medieval.

De acuerdo con su tesis, hemos simplificado en exceso un relato donde los siervos de la gleba malvivían bajo el látigo feudal, pontífices y obispos mandaban más que los reyes, los frailes difundían el fanatismo y, en general, bastante suerte se tenía de no acabar en la picota. O en la hoguera.

Antes habíamos disfrutado de épocas esplendorosas (aquellos estupendos griegos, aquellos ordenados romanos) y después volvería a surgir el espíritu del tiempo que las hizo posibles (el Renacimiento, el Siglo de las Luces…). Entre medias, el caos.

Con tres o cuatro mitos caballerescos romantizados de aderezo, así se explica la visión tradicional.

Por el contrario, hacemos injusticia a la complejidad de gentes y civilizaciones que contribuyeron no poco a moldear las sociedades actuales. Junto a aspectos violentos, innegables, existió una riqueza inusitada de extensión e intercambio, tanto de bienes como de pensamiento, entre los rincones más alejados del mapa.

Los primeros capítulos me parecen personalmente los más atrayentes. ¿De verdad se rompió el mundo en mil pedazos tras la debacle de Roma?

Los autores nos dirigen a Rávena con ánimo de respuesta. En concreto, a un mausoleo con bóveda tachonada de estrellas, bajo las cuales su impulsora, la singular Gala Placidia, aferra las riendas del poder. Alarico ya se ha paseado a caballo por el Capitolio y Odoacro se encuentra cerca de terminar el trabajo.

Si no fuera porque el caudillo godo, tras derrocar a Rómulo Augústulo, no ocupa su puesto: se declara cliente de otra corona, la de Constantinopla, que es Roma con un nombre diferente. Continuidad política y cultural en vez de fractura.

En todo caso, el periplo de Placidia, en el eje de cada acontecimiento reseñable, ejemplifica la permeabilidad entre los bárbaros (o federados, o ciudadanos con origen más allá del Rin) y la ciudad eterna.

La siguiente parada la efectuamos en el siglo VI, acompañando a las tropas de Justiniano y su famoso general Belisario. Acaban de hacer efectivo el retorno de la urbe y otros amplios territorios bajo el ala del Imperio de Oriente. Santa Sofía, el magnífico templo a orillas del Bósforo, se erige en faro sensorial de la nueva luz.

Adelantamos hasta el 638, cuando el califa Omar ibn al-Jattab acuerda con el patriarca Sofronio la entrada incruenta en Jerusalén. Cierto que la ola del islam no estuvo exenta de destrucción, pero tampoco excesiva si comparamos. De hecho, este episodio se utiliza para desarrollar la teoría de que las religiones «no existen en un estado constante de cohabitación o conflicto». Se adaptan. La intolerancia mutua entre monoteísmos crecerá por circunstancias ajenas estrictamente a la fe.

Cuarta etapa: los papas. ¿Por qué adquieren una representatividad divina en casi cualquier ámbito? Cismas, concilios y triunfo in extremis de doctrinas que podrían haber sido las perdedoras nos introducen en esta apasionante cuestión. Mientras, visigodos en el solar hispano, francos al norte y lombardos en la bota itálica consolidan posiciones. Gregorio Magno (el del canto gregoriano) acompaña a figuras tristemente olvidadas como las reinas Teodelinda o Radegunda.

Britania a continuación, una isla pagana. La merovingia Bertha, casada con el monarca Aethelbert de Kent, va introduciendo la semilla que allanará el mensaje de los misioneros.

Carlomagno, por supuesto. Sus ascendientes y descendientes. Y el significado del elefante africano que recibe como regalo de Harun al-Rashid en su palacio de Aquisgrán.

Los indómitos vikingos. Los rus, que comercian con Bizancio y Bagdad. Los mongoles. Los cruzados tempranos. Los que adoptan ese nombre para masacrar a los albigenses. El simbolismo de las catedrales. La Inquisición. La muerte negra… El Medievo no se puede comprender sin ellos.

Y tampoco sin la ciencia, el arte, la medicina, sin Aristóteles rescatado en manuscritos arábigos y latinos. Sin Toledo, ciudad crisol a la que Pedro el Venerable, abad de Cluny, viaja para conseguir una traducción del Corán. Sin los judíos. La «complicada y humana» península ibérica…

Agustín de Hipona, Maimónides, Bernardo de Claraval, Leonor de Aquitania, Hildegarda von Bingen, la escritora Marie de Francia, Dante… La lista de nombres ilustres no cesa en la desmentida oscuridad.

Hasta el epílogo de Valladolid, en fecha tan tardía como 1550: Juan Ginés de Sepúlveda, prototipo de letrado «moderno», debate con el «medieval» en todos los sentidos fray Bartolomé de las Casas sobre el derecho a la conquista de las Indias y la imposición forzosa del cristianismo a sus habitantes. Adivínese la postura de cada uno.

En fin, quizá el término «nueva historia» peque algo de suficiencia, quién sabe, pero yo la he disfrutado un montón.




martes, 21 de marzo de 2023

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CXIII)

En qué buena hora se ha reeditado Tristura.

No me vienen demasiadas novelas a la memoria, sin ponerla en jaque, que puedan presumir de la maestría de Elena Quiroga para recrear el universo emocional de seres de ficción con tanta intensidad.

La vida cotidiana de Tadea, una niña de nueve años huérfana de madre, acogida en el caserón familiar de sus tíos, en lo que llamaríamos «Galicia profunda», se desplaza poco a poco desde la ilusión infantil a las sensaciones existenciales condensadas en la palabra del título.

Tristura que se introduce en cada poro y que no vuelve a salir en forma de lágrimas, sino de mirada apagada, de asumir con resignación que hay que comportarse como esperan unos adultos —no corras, no juegues, no hagas ruido, no cantes, no hagas muecas, no te cierres por dentro en el retrete, no, no, no…— enfermos crónicos del mismo mal.

Un entorno en el que cada aliado se convierte en delator para desviar el reproche. Donde las infracciones, los pecados, hasta los incomprensibles, hacen daño al corazón del mismo Dios —Tadea, no se pregunta. Las cosas de la religión no se preguntan—.

Dominado por la tía Concha, que siempre odió el matrimonio de su hermana muerta. Por la abuela, matriarca de las apariencias. Por el tío Andrés y el tío Juan. Por Julia, que trae queso con gusanos cuando viene de visita.

Por Suzanne, la joven institutriz francesa a quien chistan los hombres porque enseña las rodillas. A ratos una chispa de luz, aunque nunca cómplice. Nunca.

Por Clota, Ana y Odón, los primos y compañeros de experiencias, que le recuerdan que ella no tiene el mismo derecho natural a estar allí.

Por la servidumbre y la gente del pueblo, Pura, Venancio, Millán, Francisca, Mariano, Dora, Obdulia, Tomasa, Patrocinio, con sus pasiones a escondidas, su resignación, sus envidias, sus rencores…

Incluso por el lejano padre, que tiene cosas más importantes en que ocuparse que enviar el regalo de Reyes.

Y donde la singular sintaxis del relato, creación absolutamente personal de la autora, se adivina quizás como un punto de fuga de las reglas marcadas, un subterfugio para protestar contra ese mundo desvaído y cercenante.

Asombra de verdad que Quiroga, con un enfoque tan rompedor en la literatura de posguerra —contemporánea de Carmen Laforet y Ana María Matute—, no haya tenido sin embargo un reconocimiento a la misma altura. A tenor de lo leído, sería pura justicia.




miércoles, 15 de marzo de 2023

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CXII)

«Que tu vida esté llena de pasiones y deseo».

Leo la nueva dedicatoria que me firma Marisa López Diz con una sonrisa. Después dejo la mirada perderse hacia un punto insondado, ajeno al tiempo o la distancia. ¿Y si…?

¿Y si fuera así?

¿No es acaso capaz la pasión de convertirse en una fuerza que vibra, que resuena como ninguna otra que conozcamos, inundando cada segundo con su latido de marea?

¿No dejamos de sentirnos vivos de verdad solo cuando el deseo susurra un último adiós desde el borde de nuestros labios, piel sollozante, palabra ahogada?

Bajo el verano de tu boca es un hermoso ejemplo del arte poético de su autora. De la intensidad con que quiere compartir con nosotros, los afortunados, sus versos.

Si en su anterior libro que comenté brevemente, L’alma albentestate, nos abrazaba el lirismo, en esta ocasión nos trae un contacto mucho más íntimo. Con nuestros dedos, con la lengua, las caderas, con nuestros ojos enloquecidamente dilatados…

Digno del Premio Cálamo de poesía erótica que ostenta.

Sol incandescente, sudor que perla el pecho, nubes de tormenta, frutos, abismos, tañer de gemidos… Las figuras se suceden y la sed continúa sin pausa.

De los cuerpos, de las mentes.

Sed humanísima.

Sed inextinguible.




martes, 7 de marzo de 2023

Brevísima y viperina nota sobre… (VIII)

Hay quienes consideran esta novela como obra referencial de la literatura francesa. Hasta se hizo una película de prestigio basada en ella.

Por eso, tras soltar un sonoro resoplido, pienso en broma lo de «no es culpa suya, sino mía». Y sin embargo…

¡¿Pero qué narices escribió Georges Bernanos?! ¡¿De qué va Bajo el sol de Satanás?!

No sé ni por dónde empezar a comentarla.

Mira que el prólogo genera buenas sensaciones: el embarazo de la jovencísima Mouchette, la visita que su padre hace al marqués de Cadignan para que se reconozca como progenitor, la negativa de este, la intensa escena en que la propia «desdichada» le visita de noche en su mansión…

El giro súbito hacia otro admirador, el casado doctor Gallet, que colorea a la pretendida víctima de tonos mucho más manipuladores de lo esperado…

Pero de repente, ¡puf!, aparece un cura, el abate Donissan, que se postula como figura central de la historia, y todo deriva en un sinsentido. ¿Qué se supone que fuma este personaje?

Puedo hacer un análisis gramatical o sintáctico de las frases, ¡pero no lógico! Vuelvo atrás, recorro cada línea con atención, intento apuntalar los andamios ¡y no consigo entender una palabra de lo que estoy leyendo!

Colijo una especie de lucha mística entre el hombre de la sotana y el maligno encarnado, algún tipo de reflexión sobre la santidad en tiempos racionalistas —o, a lo mejor, simplemente un exceso de visiones psicodélicas— y abandono un esfuerzo inútil, que me quita más de lo que me da. Llego al capítulo final con prisas y ofuscado.

A la papelera o al purgatorio. Ahí lo dejo.




martes, 28 de febrero de 2023

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CXI)

No sé qué opinar, la verdad.

La duda no me surge sobre el libro en sí, digno en todo caso de elogio, sino acerca de la interrogación y respuesta que plantea.

Y mis quebraderos de cabeza se deben a que hablamos de algo tan atávico como esquivo de entender. ¿Es posible un mundo sin guerras? Es lo que se pregunta, ni más ni menos, Arno Gruen en este ensayo.

La base de estudio se apoya en las herramientas que nos proporciona el psicoanálisis, y las conclusiones —¿desafiando a la observación empírica?— resultan afirmativas. Sí, es posible.

La experiencia del autor le da desde luego voto de prestigio. Nacido en la Alemania de Weimar y emigrado forzoso junto con sus padres en el 36, entendía perfectamente el concepto de odio. Pero, en desacuerdo con el gigante Freud, que enraizaba el deseo por la violencia en nuestra propia naturaleza, él aboga por que se introduce de forma ajena, se cultiva en el subconsciente desde la infancia y acaba matando al niño original.

Nos supeditamos a un molde subrepticio relleno de pautas culturales y sociales que nos "obligan" a hacer cosas ante las que no acertamos a rebelarnos. Y según nos adentramos en la edad adulta, somos dueños de nuestras vidas cada vez en menor medida.

Entonces, ¿obedecemos a un ciego determinismo? ¿Quedamos reducidos a células que se amoldan a la corriente general o a una "voluntad superior"? ¿Estamos abocados a traicionar a nuestro yo íntimo que grita paz, amistad, concordia, compasión, solidaridad?

Gruen opina que no. No solo podemos ejercer la libertad, renunciando si es preciso a creencias o pretendidos valores inculcados por nuestro entorno, sino que debemos hacerlo. Sobre todo los más jóvenes, ya que, cuando los lustros se acumulan en nuestras sienes, tendemos a adaptarnos: lo desconocido nos da miedo.

«¿Qué lleva a los hombres a ejercer violencia sobre otros hombres? ¿Qué mueve a los soldados a obedecer incluso las órdenes más absurdas? ¿Qué conduce a un político a enviar a miles de hombres a la muerte, aparentando ante sí mismo y ante los demás que actúa correctamente?».

A través de ejemplos extraídos de su trayectoria como profesor y terapeuta, citas de novelas, poemas, personajes históricos o contemporáneos y fuentes de inspiración alternativas, nuestro Quijote de la mente desmenuza la ambición, la falta de escrúpulos, la competitividad extrema, el ansia de dominio, actitudes que triunfan…, para mostrárnoslas desnudas.

Olvidamos cómo en algún momento aprendimos a amar y consideramos débiles los sentimientos. Confundimos fortaleza con poder. Nuestra confianza emocional, pilar en una existencia equilibrada, se tambalea, creando sombras de rechazo a nosotros mismos que convertimos en daño hacia los demás. El dolor engendra dolor.

Hay que retornar a los sueños que valen la pena, es su mensaje. Aquellos procedentes de nuestros primeros pasos, no los anhelos de poseer aparatos de marca o presumir de famosos a los que nos acostumbran.

Hermoso pensamiento. Quisiera creerlo. Quisiera tener su misma visión de la esperanza. Quisiera…

Quizá a estas alturas ya sea tarde.




martes, 21 de febrero de 2023

Brevísima y tibia nota sobre… (XI)

¿Qué haces, loco? ¡Deja de darle a las teclas! ¡Para! ¡Aléjate del enter, mano mala, mala, nnnnnnnnoooooooo!

Antes de que mi conciencia sensata me persuada de lo contrario, lo anoto aquí con todas sus letras: no me gusta Eugenia Grandet.

Tampoco es que me eche para atrás, aclaro, la pluma de Honoré de Balzac tiene un peso importante. Pero en ningún caso añadiré este libro a mi lista de clásicos universales. Enter.

Para convencerme a mí mismo, he de definir primero qué atributos rodean a un clásico universal que se precie.

¿La atemporalidad, quizá? ¿Que los personajes, sus formas de pensar, sus actos, sus diálogos, la historia que nos cuentan, pertenezcan a la complejísima psique humana de cualquier tiempo y edad, más allá de que se vistan con túnicas, gorgueras o sombreros de copa, según quiera ambientarlos el autor?

¿Que se encuentre por encima de las convenciones? ¿Que nos arranque una exhalación de sorpresa? ¿Que se nos meta dentro y nos atrape, haciendo surgir tras nuestra piel un mundo tan real —o más real, o el único real— que lleguemos a dar de lado, insomnes, aquel al que se aferran de diario los sentidos?

Demasiada metáfora, lo sé. Con reglas tan vagas, alejadas de la escuadra y el tiralíneas, la consideración de clásico deviene en algo tan subjetivo que casi cualquier cosa que nos haga pasar un buen rato podría arrogarse el título.

Y si no soy capaz de explicarlo mejor, ¿por qué atreverme entonces a empujar a la Grandet desde unas alturas a las que tantos lectores de dos siglos acá la han aupado?

A mi juicio, esta novela solo cumple a medias con los valores exigibles, aunque sean metafóricos. El resto de su contenido se somete a premisas hoy anticuadas.

Por ejemplo, no presento quejas sobre la descripción que hace monsieur de Balzac de la emergente sociedad burguesa, donde la astucia comercial y la riqueza se convierten en aspiraciones absolutas y la caduca sangre azul del ancien régime intenta emparentar con los recién llegados para no perecer.

También en justicia, Grandet padre brillaría en un podio de avaros ilustres. Y secundarios como la criada Nanon o los pretendientes que conspiran por la mano de la joven se perfilan con trazo firme.

Lo que ocurre es que, ay, ni Eugenia ni su primo Adolphe pasan el corte de personajes polifacéticos. Me aburren. «No me entran».

Esa mujer virginal, pura y suspirante, dispuesta a esperar al príncipe azul igual que un objeto espera expuesto en un escaparate… Ese petimetre llorica que acaba yéndose a capturar unos cuantos esclavos cuya venta le devuelva la dignidad financiera con que reclamarla…

Estereotipos. Retratos tan acartonados que los pilares sobre los que se apoya la trama se agrietan sin remedio.

Cuando los protagonistas y sus problemas causan tal indiferencia… ¡En fin!

Anda que… Estarás contento, ¿no? ¿Y ahora qué? ¿Vas a publicarlo?

Pues sí, efectivamente. Ponemos unas corcheas adecuadas a la época como colofón y… Enter.



martes, 14 de febrero de 2023

Brevísima y tibia nota sobre… (X)

Hoy, un título al que faltan puntos para subirle la nota. Y no es que Emilio Ruiz Barrachina deje de ofrecernos en él noticias de interés.

El hándicap para calificarlo con tibieza es que Brujos, reyes e inquisidores no alcanza los ambiciosos objetivos que declara. Al menos, a mí no me lo parece.

Los cuales consisten en demostrar que la persecución de la brujería por el fanatismo religioso —inherente al cristianismo—, el ejercicio de la violencia por las clases dominantes para mantener su estatus político y el malvado orden capitalista que ahoga el libre pensamiento actual son una y la misma cosa a través de los tiempos.

Religión, política y economía en el mismo lote históricamente opresivo.

Respetable intento y tema jugoso. Siempre que se den a la imprenta argumentos de peso, claro está.

Justo el problema de que adolece el texto: la solidez de arenas movedizas en la lógica que maneja el autor. ¿No será quizá un alegato de sus filias y fobias personales —insisto, respetables—, en lugar de un discurso científico?

Comienza planteando la evolución del Cristo perseguido al perseguidor, ya que la Iglesia católica, existiera realmente o no la figura a la que adora, tuviese carácter divino, humano o un refrito de ideas sacadas del mito de Osiris-Dioniso, lleva en su seno la semilla del oscurantismo. Pablo de Tarso se erige en el sumo sacerdote umbrío, secundado por otros que llaman santos.

Resulta de especial interés en este primer bloque la creencia triunfante en la literalidad de las escrituras sagradas, que avasalló en los siglos de creación de los dogmas a corrientes alternativas más humanísticas, representadas por el gnosticismo.

Pasamos ipso facto a los brujos, no inventados por la Iglesia, ya que sus atributos son reconocibles en culturas previas de varios continentes, pero que entraron en la fama popular a partir del Malleus Malleficarum, compendio de artes nigrománticas editado en la Edad Media europea. Aquelarres diabólicos, pócimas, maldiciones, vuelos nocturnos…

Aunque más que los brujos, las verdaderas protagonistas del relato son sus equivalentes femeninas: las brujas.

En efecto, poco queda para imaginarse una acusación orlada con el moderno adjetivo heteropatriarcal. La histeria sexista de los padres de la fe se registra en numerosos pasajes bíblicos.

El mensaje del capítulo se resume en que, «debido al carácter individual de sus prácticas, se escapaban del control del sistema global-cristiano, y la Iglesia, utilizando la Inquisición como un organismo policial de orden jurídico y represivo, […] los combate y los reprime hasta la exterminación, como se hace y se hará en nuestros días con sistemas económicos diferentes o perjudiciales para el sistema económico global».

Que sigo sin ver la ilación, pero bueno…

Los movimientos milenaristas, las cruzadas, el catarismo, son algunos fenómenos que acompañan a la aparición del Santo Oficio en escena. El poder papal y la corona francesa se alían contra los albigenses del Languedoc, aunque su interés por la salvación de las almas oculta lo primordial del oro y las tierras como factores motivadores para pasarlos por la espada. Ya les llegará el turno, a no demasiado tardar, a los templarios.

El funcionamiento de la Inquisición española, con preocupaciones diferentes al tronco europeo, merece un lugar destacado. En particular sus trabajos en las Indias, ya que las nuevas sociedades americanas constituían un rico caldo de cultivo sincretista para las andanzas del maligno. Salen a relucir actas de juicios a ambos lados del Atlántico y casos extraordinarios como el de Eleno de Céspedes, nacido(a) como esclava, mulata y hermafrodita, que llevó a cabo una erudita defensa de su naturaleza contra los cargos de sodomía y posesión.

«Inquisión hoy» es el título recopilatorio de las páginas finales, donde Ruiz hace balance de sus cuentas con el todopoderoso capital, heredero de La Suprema en métodos y espíritu de exclusión de la diversidad, según se ha referido.

Termino ya: léase con todo el aprovechamiento posible, que alguno tiene, si bien el empeño en la polémica como objeto en sí, no como medio dialéctico para convencer, le impide ganarse el nihil obstat.




martes, 7 de febrero de 2023

Nuestro mundo (XXV)

Paseo en calma por el centro de Berlín, de Jerusalén, de Varsovia. Tanta sangre en la memoria de sus calles…

Asciendo por las laderas del Etna, con risas de niños jugando en la nieve. Contemplo latidos de luz crepuscular sobre los amenazantes volcanes de Guatemala.

Tras los ecos del Coliseo, las piedras gritan. En el Madrid que nunca duerme se alzan los muros, ahora silentes, del viejo tribunal de la Inquisición.

Escaleras del templo de Hatshepsut. Mezquita omeya de Damasco. La hermosa Lisboa, una vez arrasada. Todos esos lugares recuerdo.

Como también, mientras leo palabras como terremoto, desastre, víctimas, recuerdo los milenarios mosaicos y columnas ante los que me detuve en la lejana Gaziantep.

Muerte y vida. Vida y muerte. Y de nuevo la vida.

En cualquier rincón de nuestro mundo. Nuestro ciclo por siempre.