Clave de lectura: Nueva utopía de una sociedad «perfecta». Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩ Música: Pulstar, de Vangelis ♪♪♪
Corre el año 2381 en la «mónada urbana» número 116, un rascacielos con 881.115 habitantes.
Hace tiempo que los problemas alimentarios terrestres han sido resueltos aprovechando cada centímetro de suelo para el cultivo, de manera que las ciudades se construyen hacia arriba. Y la natalidad se promueve activamente.
El sociólogo Charles Mattern, con la secreta vergüenza de que su mujer Principessa no haya aportado más que cuatro vástagos a ese crecimiento, es el encargado de explicarle las bondades del entorno a Nicanor Gortman, visitante de una colonia de Venus.
Así comienza El mundo interior, de Robert Silverberg.
Las mónadas resultan autosuficientes, ya que toda actividad tras sus muros se basa en el reprocesado de los desechos. Y la gente es feliz porque, como principio básico de convivencia, no existe la intimidad.
En efecto, ¿cuál podía ser la mayor causa de frustraciones en las sociedades del pasado? Envidiar al vecino. Envidiar lo que los otros tuvieran o hicieran, desde los bienes materiales hasta los encuentros tête à tête. Solución: ahora todo es visto y compartido por todos. En el sentido más amplio.
Y aunque también es cierto que algunos inadaptados, los neuros, se niegan a sentirse dichosos bajo las reglas, con tirarlos a las tolvas ya está. Más reciclaje.
Entonces, ¿por qué los acontecimientos parecen abrir fisuras en la perfección del sistema? ¿No habíamos quedado en que los neuros son solo neuros?
Clave de lectura: La realidad de la guerra aniquiladora del ser humano. Valoración: Imprescindible ✮✮✮✮✮ Música: Alte Kameraden, de Carl Teike ♪♪♪
Se trata de una novela más allá de calificaciones. Intentar hacer un comentario extenso sobre ella supondría que tengo algo nuevo que decir.
¿Lo tengo de verdad? ¿Puedo aportar cualquier visión diferente a su diáfano mensaje? No lo creo.
Un grupo de alumnos de bachillerato se alistan voluntarios en el ejército alemán, en el apogeo de la Primera Guerra Mundial. Todos, padres, maestros y gobernantes, esperan que lo hagan.
Y en las trincheras comprueban, a costa de su sangre, que esos padres, maestros y gobernantes, cuando les inculcaron los valores por los que debían regirse en la vida, habían olvidado el más importante de todos: la humanidad.
Una obra que sigue siendo necesaria, de fondo de biblioteca sí o sí. Un monumento literario para acompañarnos siempre, porque siempre se desea volver a leer.
Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque.
Retomemos un poco la senda del buen humor, tan ausente contra su voluntad en algunas de las últimas entradas. Todo empieza hoy en una fiesta de la embajada de Pontevedro en París.
Donde Camille de Rosillon le echa los tejos a Valencienne, ya que al marido de esta, el barón Mirko Zeta, lo único que le importa es que la viuda Hanna Glawari no se vuelva a casar con un extranjero, para que el reino no pierda los cincuenta millones de francos de la herencia.
Así que envía a su secretario Njegus a llamar al conde Danilo Danilowitsch, el amor de juventud de la potentada.
Pero Danilo, aunque la llama sigue ardiendo entre ellos, no quiere casarse con Hanna para que no parezca que persigue sólo su fortuna, y se pone a buscar candidatos alternativos. Por la fiesta pululan Raoul de Saint-Brioche, el vizconde Cascada...
Luego salen las bailarinas del Maxim: Lolo, Dodo, Joujou, Cloclo, Margot y Froufrou. Corre el champán, no queda muy claro si Hanna se va a liar con Danilo, con Camille, con el mismo barón Zeta, Pontevedro está a un paso de la quiebra...
Y así nos divertimos un rato escuchando La viuda alegre, del austrohúngaro Franz Lehár.
Después de cientos y cientos de años de historia, con tanto como se ha destruido y tanto como se ha construido...
Podemos aspirar a la Monarquía constitucional o a la República constitucional como forma de Estado.
Podemos aspirar a cambiarlo todo o a conservar lo ganado.
Podemos aspirar a que esas palabras con las que comienza la Carta Magna sean mucho más que un decorado, que se conviertan en algo verdadero:
La Nación española, deseando establecer la justicia, la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de su soberanía, proclama...
Podemos y debemos aspirar a ser mejores.
Pero de ninguna manera lo conseguiremos divididos, amputándonos la mano, cegándonos los ojos.
Por eso creo que este discurso nos incluye a todos. Nos incumbe a todos.
Hasta a aquellos que, en el ejercicio de su libertad de conciencia, lo critiquen de buena fe como yo lo alabo.
El título que recomiendo hoy es Storytelling, de Christian Salmon.
El subtítulo lo dice todo: La máquina de contar historias y formatear las mentes.
Describe técnicas que se aplican a todos los ámbitos de la vida: económico, político, cultural, religioso...
Explica que, para convencer a alguien de cualquier cosa, no hay que recurrir a la lógica, sino a la emotividad. El corazón, y no la cabeza, es lo que rige más a menudo nuestras reacciones.
Y la manera más eficaz para que los mensajes sean canalizados a favor de un determinado interés consiste en fijarlos en el subconsciente en forma de historia. Como si se tratara de una película.
Una en la que seamos coprotagonistas. La verdad de su contenido no importa.
Repito: la verdad no importa, puede tratarse de cualquier fantasía, más o menos inocua o más o menos insana. Se trata de que la gente «crea» en ella sin necesidad de pruebas.
Por eso, la próxima vez que te preguntes si eres realmente libre o si existen a tu espalda los maestros de marionetas, acuérdate del storytelling y reflexiona sobre las fuentes de tu pensamiento.
Los nazionalistas tienen «argumentos» tan absurdos...
Mentiras tan goebbelsianas...
Podrían ahorrárselas, no las necesitan. Su ideología se resume en que «queremos esto porque sí». El triunfo de la voluntad, como se titulaba aquella película propagandística de los años 30.
Un secuestro tan increíble de la historia, la democracia y el derecho para despojarlos de todo su contenido, convirtiéndolas en palabras vacías de neolengua...
Van gritando su odio, coreando sus consignas dictadas.
Y por eso les concedo un mérito. Uno personal.
Porque, con tantas injusticias rampantes por el mundo, con tantos motivos por los que apretar los dientes y exclamar que hasta aquí hemos llegado...
Que esos aprendices de camisas pardas hayan logrado convertirse en mi principal motivo de indignación tiene efectivamente mérito.
Tengo en estima este libro, de un señor que se llamaba Abraham Lincoln: El Discurso de Gettysburg y otros escritos sobre la Unión.
Donde el más famoso podrá ser el de Gettysburg, sin duda. Hasta sale en el título que los compila. O la misma Proclama de emancipación.
Pero mi favorito es el de inauguración de su primer mandato como presidente, en el que Abe declara que cumplirá y hará cumplir las leyes de la República.
Incluidas aquellas que los diferentes Estados federales proclamen en sus ámbitos de competencia, aunque él pudiera personalmente no estar de acuerdo (como sería el caso de la esclavitud).
Pero en ese mismo discurso les recuerda a los Estados del sur cuáles son las piedras angulares de la democracia sobre las que existe dicha República.
Les recuerda que no, no pueden elegir separarse de la Unión. Su carácter es inquebrantable.
Y se lo argumenta.
Con tanta transparencia que parece haber sido escrito hoy mismo.
Hoy voy a cambiar el tono habitual de la bitácora, más o menos relajado, sobre libros, músicas y demás entretenimientos.
Hoy voy a ponerme serio.
Hay aspectos de la vida pública, de la sociedad en la que vivo, de la que formo parte y, por lo tanto, cuyo bienestar me importa, que sobrepasan los términos del puro debate político.
Hay nacionalistas en Cataluña que, a tenor de sus objetivos y medios con los que pretenden alcanzarlos, merecen cambiar una letra de su denominación genérica. Pasar de la «c» a la «z».
Y no lo digo en caliente, porque esa palabra suele aplicarse de una forma muy burda, distorsionando su significado histórico. Incluso como insulto cuando escasean los argumentos racionales ante un pensamiento contrario.
No, si acuso a alguien de nazionalista lo hago, creo, con conocimiento de causa. Tras un proceso autocrítico. Porque sé cómo una vez alcanzaron el poder sus antepasados en un gran país. Y cómo lo aplicaron.
Cómo lo imposible terminó ocurriendo y delirios aberrantes agarraron a muchos millones por el cuello, mientras se quedaban silenciosos.
Su mensaje vuelve a ser el mismo. Pura demencia.
Así que, ante el intento moderno de subvertir la democracia, ese conjunto de equilibrios que nos hemos dado en España como norma básica, y que nuevos delirios puedan alzarse en su lugar…
Pues eso, que ha llegado el momento de ponerse serios.
Clave de lectura: No todas las criaturas que moran entre nosotros se muestran a los ojos. Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩ Música: El cristal oscuro, de Trevor Jones ♪♪♪
Vale, ya estás junto a la piscina. Te has quitado la camiseta y las chanclas, te has echado la cremita, has extendido la toalla en la tumbona y… y… ¿Ahora qué haces? ¿Aburrirte?
Nooooooo. Que te has traído en la mochila uno de Poul Anderson: La espada rota.
Y sale la Inglaterra dominada por vikingos como Orm el Fuerte.
Y salen su mujer Aelfrida y su hijo recién nacido, Valgard.
Y enseguida Imric, conde de los elfos de Britania, lo cambia por su doble Skafloc, engendrado por él mismo con su prisionera Gora, la descendiente del rey Illrede de los trolls.
Y ahora Valgard es Skafloc y Skafloc es Valgard.
Y cuando crecen y se convierten en guerreros, pasa de todo: batallas, magia, traición, irrefrenables pasiones (ay, la hermosa y prohibida Freda)…
Y salen enanos, brujas, goblins, shen, oni, gigantes… Aparte de los Sídh de Irlanda, claro. Para verlos, los humanos sólo han de tener la vista encantada.
Y entre sombras, aquí y allá, sale alguien con un solo ojo, sombrero de ala ancha y un sospechoso parecido a Odín.
Y los pedazos de una espada maldita, destinada a Skafloc, parecen ser claves en la guerra eterna entre los Ases y los Jötuns, en espera del fin del mundo.
Contemplé la imagen de Mahamuni, oro, zafiros y esmeraldas. Me uní a los peregrinos en Shwedagon. Subí hasta la cima del Monte Meru. Saludé a los gatos de Phaung Daw Oo.
Crucé el puente de U Bein, con sus pilares de teca desapareciendo en la distancia. En Bagan, la de las mil pagodas, el crepúsculo turbó mis sentidos. Me adentré bajo la lluvia en Inpawkhon.
Visité Chaukhatgyi, Bargayar y Kuthodaw la blanca. Deambulé lentamente por Htilominlo. Hollé descalzo la pirámide de Dhammayangyi. El sonido de los cascos del caballo me acompañó hasta las puertas de Menu Okkyaung.
Siento una curiosa afinidad hacia este libro, Acantilados de Howth, el primero en la producción de David Pérez Vega.
A lo mejor es una cuestión generacional. Reconozco tan fácilmente las situaciones, las vivencias, los pensamientos de los personajes...
Esto es igual que aquella vez que... Esto es como lo que le pasó a... Esto me recuerda cuando...
Un protagonista de quien todos esperan el éxito. Las dos carreras de su currículo y su trabajo en una multinacional de prestigio le han puesto en el camino.
Aunque también lleva consigo su fondo oculto de poeta.
Y una vida emocional que se cuartea.
No abandonan su memoria aquellos tiempos en que llegó a Dublín para perfeccionar su inglés y se quedó allí a vivir. ¿Hace apenas cinco años?
Sí, apenas. Pero son ya otros tiempos. Es ya otra vida.
Y no entra por la ventana ni un mísero rayo de sol, ¿qué hago?
A tientas, recupero las velas de adorno del salón.
Pero el fuego, je, el fuego… Va a haber que redescubrirlo.
Y es así como de repente pienso en este interesante libro de Lewis Dartnell: Abrir en caso de apocalipsis. Da solución a (casi) todo.
Explica cómo los supervivientes podrían volver a empezar después de alguna catástrofe realmente gorda, a nivel planetario. Cómo obtener alimento, vestido, jabón, energía, transporte, medicina…
Por ejemplo, ¿a que nadie imaginaba que lo primero debería ser asegurarse de que haya carbonato cálcico a mano?
Un repaso por la historia de la ciencia y la invención muy ameno de leer. Por lo menos, cuando vuelva la luz.
En algún momento un niño adivina que unas figuras negras sobre un papel forman palabras, y las palabras frases, y las frases ideas, y ese es el verdadero corazón del mundo.
La misma sensación se tiene al descubrir a un poeta: como niños, abrimos nuestros ojos emocionados.
Entendemos que las personas no somos fronteras valladas con alambre de espino, sino paisajes. De bosques, de llanos, de cumbres, de profundos desfiladeros excavados por las aguas de la vida, unas veces calmas y otras torrenciales…
Un mundo interior que se quiere, se desea compartir. Y damos un paso hacia él.
Patricia García-Rojo es una de esos poetas.
eres como mirar al fuego
como arrendar mis rizos a la sal y la arena de mayo
como enterrar mi cuerpo entre tus manos
y beber, lento y largo, agua de madrugada.
Y sale Tamino corriendo porque le persigue una serpiente gigante, zu Hilfe, zu Hilfe, y se desmaya, y las tres damas le salvan, y le ven ahí tendido todo largo y piensan que qué buen mozo, y aparece Papageno.
Y cuando Tamino se despierta llega la Reina de la noche explicando que Sarastro se ha llevado a su hija y necesita a un héroe que la salve, y Tamino y Papageno para allá que se van.
Y a Pamina, la hija, la vigila Monostatos, que quiere beneficiársela, pero Papageno le deja grogy con el sonido de una flauta. Y casi se escapan todos, pero solo casi.
Y resulta que Sarastro es el bueno de la historia y la Reina de la noche la mala, y le sale una rabia, así, muy de dentro, zu hölle Rache, que no veas.
Y Tamino acepta pasar la prueba de iniciación en la logia de Sarastro, ya que al fin y al cabo todo esto tiene una simbología masónica.
Y no puede hablar con Pamina como parte de la prueba, y ella se cree que es porque no la quiere, ay, ay, ay.
Y Papageno también tiene que quedarse mudo para que le presenten a su chica. Porque lo que más desea en la vida es conocer a una Papagena.
Y la verdad es que se mosquea cuando parece que Papagena va a ser una pasa arrugada, pero je, que te crees tú eso, es un pichón disfrazado, empeñada en tener Papagenitos y Papagenitas a tutiplén.
Y al final cada oveja con su pareja, cada mochuelo a su olivo y colorín, colorado...
Abducir
Del lat. abducĕre 'arrebatar', 'apartar'.
1. tr. Alejar un miembro o una región del cuerpo del plano medio que divide imaginariamente el organismo en dos partes simétricas.
2. tr. Dicho de una supuesta criatura extraterrestre: Apoderarse de alguien.
3. tr. Dicho de una persona o de una creación humana: Suscitar en alguien una poderosa atracción.
Esta foto que saqué en una calle de Cracovia es de extraterrestres, evidentemente.
Evidentemente, no voy a encontrar música mejor para acompañar los acontecimientos de todos conocidos: la reciente intrusión en nuestros domicilios de tres personajes coronados sin orden judicial.
La Casación en sol mayor de Leopold Mozart. O, lo que es lo mismo...