lunes, 24 de octubre de 2022

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CIII)

Todo empezó con ondas sonoras expandiéndose en el plasma primordial del big bang.

En El jazz de la física, Stephon Alexander defiende que la música hunde sus raíces en la esencia misma del universo: en su creación, su desarrollo y las leyes por las que se rige.

Porque el universo vibra.

Para explicarlo, aplica la tesis en dos niveles: metafórica y literalmente.

La mitad metafórica de la urdimbre se refiere a su propia trayectoria vital, ya que el autor compagina la labor investigadora y docente con el saxofón. Una convivencia de intereses que parece estimular el intelecto.

De hecho, las notas autobiográficas se constituyen en el vórtice alrededor del cual gira el relato: su niñez en el Bronx, su juventud, el momento en el que tuvo que decidir entre ciencia y arte para ganarse el pan, su paso por la facultad, la relación con personas inspiradoras en el doctorado…

Y en ese viaje, cada bombilla que se le enciende alrededor de sus temas de investigación, desde las supercuerdas hasta los agujeros negros, deriva de situaciones musicales.

Muchas de ellas inspiradas por John Coltrane, el genio de álbumes como Interstellar Space o Stellar Regions, que llega a erigirse en su espíritu guía. ¿No podría representar cierto enigmático dibujo que regaló a Yusef Lateef una imagen de la gravedad cuántica a través de ciclos de cuartas y quintas?

¿O no se asemejan los experimentos mentales de Einstein, si se estudian con atención, a ciertas pautas que siguen los improvisadores de jazz cuando ejecutan sus solos?

En cuanto a la parte que denomino literal, o más reconociblemente científica, Alexander nos ofrece un ameno recorrido por la historia del saber. Con nombres como Pitágoras, Kepler, Newton, Fourier, Hubble, Geller, Dirac, Feynman, Cooper, Brandenberger…

Y conceptos como superconductividad, el espín de los átomos, la materia oscura, el fondo cósmico de microondas o la teoría cuántica de campos, entre otros.

¿Mi veredicto? En la humildad de mi comprensión, diría que bastante positivo.

En cuanto a los temas cosmológicos, si bien este no es quizá el título de referencia que elegiría para aprender, presenta un enfoque de repaso muy didáctico.

Por otro lado, las continuas referencias jazzísticas consiguen abrir y estimular el apetito auditivo hacia un género fascinante.

(Aunque a veces no termine de pillar las analogías entre música y física propuestas, no tengo más remedio que confesar. Mea culpa).

Qué libro tan peculiar…




miércoles, 12 de octubre de 2022

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CII)

En estos tiempos aciagos que nos ha tocado vivir...

Un momento.

No estaba empezando la entrada con buen pie, me parece. Eso de tiempos aciagos… Llama a ponerse a la defensiva ante lo que se adivina como Weltschmerz, pesimismo existencial, que viene a continuación.

Y lo que quisiera es todo lo contrario: reivindicar la esperanza a través de un libro.

Un gran libro, que contribuye a crear un manto de cordura a nuestro alrededor: Ética cosmopolita, de Adela Cortina.

Elogiar a estas alturas la figura de la autora resulta casi innecesario, ya que brilla por derecho propio en el orbe del pensamiento contemporáneo. Su firma y el sustantivo ética van cogidos de la mano.

En esta ocasión, continúa su obra escrita contra las ideas absolutistas, el fanatismo, la ignorancia, el canibalismo social hacia el débil, el enfrentamiento irreflexivo como medio para resolver las diferencias…

En defensa de la democracia, no como bolsa hinchada de vocinglería o de intereses partidistas que venderían a su madre por un voto, sino como fortaleza que, para no perder su integridad, necesita de cuidados continuos en numerosos ámbitos.

No solo los que afectan a la calidad de la vida en común, como la educación, la economía o la justicia, sino intangibles que, por extensión, nos definen como entes individuales, ciudadanos…, personas.

De los once capítulos en que se estructura el volumen, la aspiración al cosmopolitismo se desarrolla explícitamente en los dos últimos, aunque en realidad sea una paráfrasis para solidificar los mensajes que nos transmite a lo largo de todo el texto.

Ya la introducción nos sitúa en un espectro muy concreto: el del coronavirus, ese factor que nos ha puesto a prueba al despertar y alimentar miedos atávicos. Y el miedo es un instinto peligroso en ambas vías: para quien lo sufre y para quien lo causa.

Desafíos
, dilemas, fragilidad, interdependencia, son algunas expresiones que comenzamos a encontrar aquí.

Al igual que cordura en las líneas siguientes, tras recordarnos que las crisis han sido y son consustanciales a la historia de la humanidad. ¿Qué hemos aprendido de ellas? ¿De qué manera evitar errores que podrían derivar ahora en una catástrofe planetaria?

¿Es preferible la seguridad a la libertad? ¿Están contrapuestas? ¿Y la razón versus los sentimientos en la toma de decisiones colectivas?

¿La evolución técnica nos salvará? ¿O podría conducirnos a la esclavitud encubierta? ¿Cuál es el papel de las humanidades en un mundo de bits?

¿Y el de las palabras? ¿Se construye la realidad en términos ideológicos? ¿Preferimos la posverdad, «un marco de valores simple, esquemático, desde el que los oyentes puedan interpretar los acontecimientos y en el que solo juegan dos equipos, nosotros y ellos»? Donde «la ancestral contraposición amigo-enemigo sigue siendo rentable para dotar a la ciudadanía de una identidad, sea desde la presunta izquierda o desde la presunta derecha».

Ética, cómo no. Un concepto alrededor del cual pivotan muchas respuestas. Donde Kant, por ejemplo, tiene aún un par de cosas que enseñarnos.

Si es que queremos aprender. Porque, visto lo visto, quizá seamos portadores de una semilla muy diferente: la de la autodestrucción.

Leed a Adela Cortina. Escuchadla. Aplicad sus palabras.

Por favor.