A pesar de todo
o gracias a todo,
podemos alzar la mirada
y la voz.
Día. Noche.
Siempre una luz
dentro y fuera
de nuestras venas.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
A pesar de todo
o gracias a todo,
podemos alzar la mirada
y la voz.
Día. Noche.
Siempre una luz
dentro y fuera
de nuestras venas.
Una canción de Lars Demian: Man Får Vara Glad Att Man Inte Är Död.
A ver si la sé traducir...Vivir la vida es divertido, hay mucho por lo que alegrarse,
no te cobran por respirar y los trenes llegan puntuales.
Y piensa que la publicidad es guay, no sale una sola pena,
en fin, un mundo de colorines aunque no lo sea tanto de verdad.
Porque aquí tenemos mal tiempo y mal gusto,
chicas malas en un viejo garito cutre,
malos hábitos y mal humor,
ya podemos dar gracias de no caer redondos y palmarla.
Pero qué va, no hay motivos de queja, ninguna razón para refunfuñar,
echamos una mano a los desfavorecidos y el rey es muy majete.
Además tenemos un buen gobierno, derecho al voto y democracia,
aunque con tanto donde elegir, esté claro lo que va a pasar.
Pues eso, mal tiempo y mal gusto,
chicas malas en un viejo garito cutre,
malos hábitos y mal humor,
ya podemos dar gracias de no caer redondos y palmarla.
Mala fama, sin estilo, una mala excusa para la mala vida,
mal juicio, un asco de sueldo, los nervios de punta en este mal ambiente,
malas perspectivas y una ayuda del paro de chiste,
podemos dar gracias de no haberla palmado ya.
Nuestro mundo adora la justicia.
El honor, la nobleza, la hermandad, los poderosos villanos finalmente derrotados…
Todo desde un cómodo sillón, por supuesto.
Nuestro mundo se humilla, obedece las órdenes de muchos dioses.
Los hay de oro.
Los hay de piedra.
Algunos de papel.
De carne y hueso…
No le importamos a ninguno de ellos.
Velamos la mirada, nos aislamos de nuestro mundo, protegiéndonos de otras miradas que se acercan interrogantes.
En una opaca y falsa burbuja interior.
Este es tu sueño,
desesperanza,
tu sueño invernal
sin caminos,
yermo,
helado albor.
Párpados cerrados,
negras aves agolpándose.
Silenciosas alas batiendo
un aire irrespirable.
Esta es tu mano,
desesperanza,
el roce áspero de tu piel,
promesa de un mundo
sórdido,
amargo sol.
El Ararat es donde Noé varó su yate de recreo. Debían de tener montada una buena juerga para ir a embarrancar en una montaña, pero tampoco es para culpar al timonel. Con tantas parejitas de todas las especies a bordo…
De acuerdo con la tradición, fue el mismo Noé quien bajó a tierra, plantó unas vides, estrujó sus frutos, los dejó macerar et voilà, ¡inventó el vino!
Por eso los armenios creen a pies juntillas que el néctar de la vida tiene origen en sus pagos y todos los demás son unos copiotas. Pero la inquina la reservan para la falacia esa de que el coñac se inventó en Cognac.
Según su punto de vista, agentes secretos franceses les robaron a ellos la fórmula, le pusieron el nombre de Napoleón y con un poco de marketing...
Si alguna vez os acercáis a visitar una bodega por allí, esta es la historia que os van a intentar colar. Y para demostrároslo (y que luego paséis por la tienda con espíritu jovial en el manejo de la billetera), os abrirán unas cuantas botellas de degustación.
Para qué discutir. Con el frío que hace en aquellas cuevas.
Creo que hace un par de años me quedé a medias contando lo del Anillo de Wagner.
O a un cuarto de la historia, que esto es una tetralogía, así que vamos a remediarlo. Prosigamos con La Valquiria.
Estábamos en que Alberich le quita el oro a las hijas del Rhin, Loge le tanga para dárselo a Wotan y este paga con él a Fafner y Fasolt, los cuales tienen a su vez una discusión sobre los derechos de propiedad. Fafner gana y se amodorra sobre el tesoro, convertido en un gran bicho escupefuego.
De un día para otro, a Wotan le da tiempo de echar algunas canas al aire. Por un lado visita a la diosa de la Tierra, Erda, y resulta tan cumplidor que tienen nueve hijas: Brünnhilde, Helmwige, Gerhilde, Ortlinde, Waltraute, Siegrune, Rossweisse, Grimgerde y Schwertleite.
Que alguien intente repetirlo todo seguido.
Y otro rato que se aburría en casa, se cambia el nombre por el de Wälse, se arrima a una humana y ¡zas!, toma gemelos: Siegmund y Sieglinde, fundadores de la estirpe de los welsungos.
Ya mayorcito, Siegmund llega huyendo de sus enemigos a casa de Hunding, un tipo más basto que un arado que ha desposado por la fuerza a Sieglinde, y esta le da cobijo. No se reconocen, ya que habían sido separados de niños, pero empiezan a hablar, jiji, jaja, y descubren que se caen simpáticos.
A Hunding no le pasa lo mismo, ya que resulta ser uno de los perseguidores, pero debido a las leyes de la hospitalidad no puede atentar —de momento— contra el huésped. Se les hace la hora de dormir.
El welsungo, pensando en su anfitriona, no concilia el sueño y se pregunta lo típico en tales situaciones: quién soy, de dónde vengo y adónde voy.
Momento de impactante brillantez cuando canta Wäääääääälse, Wääääääääääääälse, wo ist dein Schwert? Das starke Schwert, das im Sturm ich schwänge, bricht mir hervor aus der Brust, was wütend das Herz noch hegt?
Vamos, que dónde narices estará la espada que su padre le había prometido en herencia.
Sieglinde, que ha dejado KO al marido con un narcótico, reaparece y le pide que le cuente más cosas de su vida. Cuando llega a la conclusión de que su común progenitor es el tal Wälse, revela que un misterioso anciano tuerto clavó una espada en un roble y nadie hasta entonces ha sido capaz de extraerla.
Atemos hilos: ¿quién era el dios que pagó literalmente un ojo de la cara por beber de la fuente de la sabiduría, eh, quién?
Y va Siegmund y la desclava —más temblores de gustirrinín wagneriano—.
A continuación deciden huir juntos y comer perdices, pero no va a salirles la jugada así de fácil. Fin del primer acto.
Tras la preceptiva visita al cuarto de baño y un trago de hidromiel, que todo seguido estaríamos hablando de cuatro horas, entramos en el acto segundo.
Wotan ordena a Brünnhilde que ayude a Siegmund en el combate que se avecina contra Hunding, tan pronto como este despierte con dolor de cornamenta.
Pero Fricka no se muestra muy de acuerdo, por lo del matrimonio y la fidelidad. Las «aventurillas» de su consorte ya le sientan como una patada, así que pide un buen castigo para los adúlteros.
Wotan intenta explicarle que todo se debe a un plan serio, no a diversión. Qué labia. Las nueve valquirias sirven para llevar al Valhalla las almas de los mejores guerreros y formar con ellos un ejército que contenga la maldición de Alberich.
Y a Siegmund le reserva un papel maquiavélico: como él mismo no puede reclamar el oro por la fuerza, en virtud del contrato firmado con Fafner, quiere que le sustituya alguien de la familia. Para ello forjó precisamente la espada Notung.
Nada, Fricka no se deja convencer. Exige la muerte del héroe.
Vuelve Brünnhilde, que encuentra a papuchi con el ánimo muy chafado. Le da contraorden sobre el trato de favor a Siegmund, aunque ella sabe leer en el fondo de su corazón.
Los amantes corren, perseguidos por la jauría de Hunding, hasta que no pueden más y Sieglinde desfallece. Brünnhilde se hace visible y anuncia a Siegmund que son habas contadas y que se prepare para las delicias del Valhalla.
Si allí no va estar su chica, a él no le interesa el tema. Hunding les alcanza y, ante tanto amor, Brünnhilde se pone sentimental. Desobedeciendo su misión, extiende el escudo para proteger al welsungo.
Además, como Siegmund le pega un mandoble a su adversario con Notung, parece que va a prevalecer.
Clinc, clonc. Dos trozos de acero caen al suelo. Wotan ha interpuesto de repente su lanza y la espada se parte. Hunding aprovecha para atravesar al duelista desarmado, mientras la valquiria sale pitando con Sieglinde.
Wotan va detrás, no sin cargarse a su vez al vencedor de la refriega, para que le comunique «personalmente» a Fricka que su honor ha sido vengado.
Otra vez al baño, mientras tomamos un respiro hasta el acto tercero.
Sí, prometo que ya se otea el desenlace. Pero antes escuchemos...
¡Uaaaaaaaaah! ¡La cabalgata de las valquirias! Tan tan tarantaan tan, tan tarantaan tan, tan tarantaaaan tan, tan tarantaaaaaaaan.
Las animosas guerreras se reúnen sobre una gran roca, con su cosecha de almas del día. Nada de helicópteros, no nos liemos. Caballos voladores —o lo que tenga a bien disponer el director de escena de turno—.
Pasmo general al detener las bridas Brünnhilde. Pero si en vez de un brutus germanicus lo que lleva a la grupa es una damisela…
Temiendo la cólera divina, ninguna se ofrece a ayudar a las fugitivas.
Sieglinde tampoco quiere vivir, hasta que su salvadora le revela que va a tener un hijo. Entonces parte a esconderse en un bosque umbrío que nadie se atreve a frecuentar, porque en sus inmediaciones se encuentra la cueva donde sestea Fafner.
Y se lleva la herencia para el futuro bebé Siegfried: los pedazos de Notung.
Total, que Wotan, Wälse o como le queramos llamar, alcanza a su favorita, desbanda al resto del grupo y pronuncia sentencia: Brünnhilde se convertirá en una mujer mortal, sumida en letargo hasta que un hombre pase por allí, quede subyugado por su hermosura, le ponga el despertador junto a la oreja y se la lleve.
Ella protesta. Hasta ahora no había conocido varón, de forma que no le gusta la idea de enrollarse con cualquier pelagatos despistado. Wotan, conmovido, añade una condición: reposará rodeada de un círculo de llamas, para que el príncipe azul que la espabile sea un tipo de verdad valiente.
Llamas de las que queman, no de las andinas.
La orquesta toca el encantamiento del fuego, otro temazo, y…
Final. Se acabó. Ende. Telón.
Nos vemos en la próxima.
Pregunta casi teleológica sobre la sensación de vacío existencial que aqueja ahora mismo a la humanidad:
¿Y qué vamos a hacer tanto tiempo sin fútbol?
Harry Haller ha desaparecido sin dejar rastro.
El sobrino de la patrona a quien alquilaba la habitación rememora su figura: una persona seria, cabal, socialmente respetable. Apenas queda un manuscrito con sus memorias.
En la portada se advierte: Solo para locos.
Harry ha viajado mucho, ha leído mucho, ha asistido a innumerables conciertos. Todo ello ha proporcionado un sentido a su existencia.
Sin embargo, de manera inesperada, al poco de llegar a la ciudad empieza a experimentar aficiones diferentes. Como si hubiera perdido el sentido del ridículo.
Sale por las noches, frecuenta extraños espectáculos, restaurantes, salas de fiestas…
Hasta que llega el momento de asistir al gran baile de máscaras. Y al Teatro Mágico, donde la entrada cuesta la razón.
¿Es por seguir la moda de los desatados años 20, justo después de la catástrofe, justo antes de la barbarie?
¿O es que ha conocido a Armanda?
Y aquí paro de contar, por si acaso queda alguien en el mundo que aún no haya disfrutado de este título de Hermann Hesse.
Sólo me gustaría dejar constancia de que, si tuviera que elegir, si entre millones de libros me dieran a escoger uno, El lobo estepario podría ser el que me llevara a una isla desierta.
O a la estepa.
Aprovechando las últimas noticias del reino, vamos a colar de rondón una foto palaciega.
Ya llevaba yo unos días sin sentirme inspirado...
Nada, ropa chula, gafas de marca, coche caro con chófer humano y aun así no había manera.
Ya no sabía qué hacer para que se fijara en él cuando se cruzaban por la calle.
La hermosa cocker spaniel le traía completamente loco.
Tras probar todos los canales de la televisión digital terrestre, decidí reorientar la antena.
La Guerra Civil. La maldita Guerra Civil.
De las novelas que haya podido leer al respecto, La encrucijada de Carabanchel, de Salvador García de Pruneda, es una de las que mejor retrata los años que acabaron conduciendo a aquella tragedia.
Su historia abarca desde las boqueadas de la dictadura de Primo de Rivera hasta 1936. Dos de los protagonistas, Enrique y Paco, son estudiantes recién llegados a Madrid; se habían conocido de niños y por casualidad vuelven a encontrarse durante una protesta universitaria.
Llevados a la comisaría, comienzan a forjar de nuevo esos lazos perdidos. Amistad a la que se unen otros condiscípulos y profesores, inflamados por los cambios que se avecinan en el destino del país.
Y también reaparece Ana María, aquella niña con quien jugaban y que ya no es una niña.
Los acontecimientos siguen su curso. Por un lado, los que quedarán recogidos en los anales: cae el Gobierno, pasa sin pena ni gloria la «dictablanda» del general Berenguer, elecciones municipales, el rey abdica, se proclama la República…
Por otro, los pequeños detalles, las experiencias cotidianas que van moldeándoles: expectativas, incertidumbres, tertulias en el mítico café Granja el Henar, mentores como Don Mariano, figura valleinclanesca…
También, en el caso de Enrique, la difícil elección entre el amor platónico por la aristocrática Ana María o el mucho más carnal y sincero que le ofrece Fina, artista de variedades.
Y, poco a poco, todos van tomando posiciones. Aquellos compañeros que antes formaban una piña comienzan a desconfiar unos de otros, a mirarse de manera diferente según su adscripción política: falangistas, comunistas, anarquistas, monárquicos, republicanos...
Cada bando cree tener la razón de su parte, cada uno sueña con un ideal. Y Enrique ha de nadar entre aguas, sin querer renunciar a nada ni a nadie.
Hasta que llega el 18 de julio. Los sublevados en la capital se concentran en el Cuartel de la Montaña, los milicianos pretenden tomarlo al asalto. Imposible quedarse al margen.
¿Cómo reaccionarán Enrique y Paco? ¿Cómo lo harán los demás personajes que les han acompañado página a página? ¿Dentro o fuera de los muros? ¿Dispararán sin importarles quien se encuentre bajo la mira de sus fusiles?
El relato es absorbente. Los caracteres, incluso los secundarios, dibujan un gran caleidoscopio humano. La sociedad de la época se describe con maestría.
El resultado es un libro redondo. Se editó hace ya mucho y no queda otro remedio que buscarlo de segunda mano, pero quien busque hallará. Vale la pena.
Un título rotundo de Muriel Spark, con efecto de llamada al ávido lector: Los solteros.
Quizá el rasgo más destacado de esta novela sea su estilo cien por cien «británico». Es decir, que la manera de contar, de dar vida a los personajes y las situaciones, el ambientillo, es marca registrada de autores de la isla.
Como una serie de la BBC en la tele, a ver si me explico mejor.
En concreto, me gusta el fino humor que impregna cada página como la niebla en Piccadilly y que, sin mover a abierta carcajada, sí nos empuja con buen cuerpo tras las andanzas de un grupo de solteros londinenses.
Algunos ciertamente empedernidos y otros que se debaten entre continuar en ese estado civil o catar las mieles del matrimonio.
Las vidas de todos ellos irán convergiendo en espiral hasta acabar reuniéndose en la sala donde se ha de juzgar a Patrick Senton por fraude y falsificación.
Ay, aquel «desafortunado incidente» ocurrido con la señora Flora…
Para aprender algo más sobre el devenir del «pueblo elegido» que, desde sus albores como tribu del desierto, tan extraño e insospechado protagonismo ha tenido a lo largo de la historia, os propongo el libro Los judíos, de Luis Suárez.
Nos encontramos ante una obra que podría calificarse de enciclopédica, erudita más que divulgativa. Es decir, que su contenido es denso.
En lugar de narrar hechos secuenciales a vista de pájaro (tal engendró a tal, que engendró a tal, que engendró a tal, que engendró…), el autor analiza de forma minuciosa todos los aspectos sociales, culturales y religiosos entrelazados.
Y, teniendo en cuenta la amplia distribución geográfica de la diáspora y tantos siglos que ha de cubrir en su propósito, tales aspectos resultan de lo más prolijo.
Por lo tanto, recomiendo no querer absorber todo el texto de una sentada, como si se tratase de una novela. Mejor una lectura tranquila, con suficiente tiempo por delante y unos cuantos pretzel a mano para ir picando.
Bueno, y ya que nos ponemos, un vinito galileo.
Nada más por hoy. Shalom.
Vietnam, escenario de memorables historias cinematográficas, es también donde se desarrolla El dolor de la guerra, novela de Bao Ninh.
Bao Ninh fue soldado: según su nota biográfica, uno de los diez supervivientes de su brigada. Diez de quinientos.
Por ello, cuando presenta a unos «vencedores» rotos por los recuerdos, a personas con nombre, cuyos padres, amigos, esperanzas y sueños han quedado desmembrados, su credibilidad es indiscutible.
¿Qué nos ofrecen estas páginas? ¿Momentos bélicos? Los hay, por supuesto, y se materializan con una nitidez que sólo los escritores de altura pueden lograr.
Cuando el silbido de los proyectiles queda atrás, cuando las llamas del napalm se han extinguido, aún permanecen en el lugar de la batalla las invisibles «almas que aúllan».
Sin embargo, no es eso de lo que trata. El centro de la historia es realmente… el amor.
Un amor sin futuro entre dos jóvenes que han crecido juntos y juntos descubren el mundo: la decidida Phuong, de «belleza ardiente, sensual y llamativa», y Kien, «el espíritu triste», como le apodan sus compañeros nada más ser reclutado.
Si la descripción de la lucha en la jungla, como decía, es escalofriantemente realista, los momentos en que ambos adolescentes se buscan, se aferran «el uno al otro como si no existiese el mañana, como si no hubiera tiempo que perder y necesitaran pasar cada instante juntos», nos traen oleadas de intenso lirismo.
Obra de gran importancia. De necesaria lectura. Vamos, en mi muy modesta opinión.
Los personajes y hechos descritos en esta película son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con circunstancias reales, es, ejem, pura coincidenciaaaaa ♪♪♪...
La escena comienza con un tipo metido en su rinconcillo de la oficina, la tez macilenta y los ojos miopes, en forzado amartelamiento con la pantalla del ordenador.
Adicto al mal café y a las galletas con aroma artificial de manzana y sesenta y nueve kilocalorías por unidad.
—Ven para acá un momentito.
—¿Sí, bwana?
—Como vemos que te esfuerzas mucho, se nos había ocurrido nominarte para un reconocimiento.
¡Guau!, algo así como empleado del mes, parece de cine, —piensa el tipo—. Creía que sólo pasaba en las películas. ¿Y ahora qué viene? ¿Entrevistas? ¿Flashes? ¿Focos?
¿Alfombra roja? ¿Limusina en la puerta? ¿Aplausos enfervorecidos? Tendrá que ensayar el discurso.
—Pero luego hemos pensado que a partir de mañana te bajamos el sueldo. Ah, y además te vamos a mandar hacer otras cosas más feas, algún trabajo que realmente no te guste. ¿Tienes alguna queja? No, ¿verdad? Pues hala…
En fin, esto también es de cine. Y además del bueno…
En mi discurso de hoy seré breve y directo. Conciso.
Diré las palabras justas, exactamente lo que pienso.
Sin circunloquios ni rodeos. Lacónico.
Contenido. Circunspecto.
De verbo austero.
Iré al grano.
Ante todo, las cosas claras.
En resumidas cuentas…
Que no pienso enrollarme.
¿Aplausos?
La pared era tan blanca, tan nueva, que no pudo resistirse.
Al terminar dejó las pinturas en el suelo y miró alrededor con suspicacia.
Ni un alma, apenas la sombra de la farola. Si lo hacía ahora, nadie podría encontrarlo.
No se lo pensó dos veces. Se ató un pañuelo en la cabeza.
Soltó las escotas, aparejó el trinquete, izó las gavias, se dirigió al castillo de popa.
Y levó el ancla.
No puedo imaginar, va más allá de cualquier entendimiento metafísico, que pueda existir otro placer en la vida mayor que escuchar la Liebestod del Tristán e Isolda de Wagner.
En una palabra: catarsis.
¡Vaya, menuda siesta! ¡Me he quedado frito y ya es 2014!
Con los párpados aún rebeldes a abrirse tras su larga hibernación, releo lo último que quedó registrado en esta bitácora, aquellas grandes esperanzas que depositaba en 2013.
¿Se habrán cumplido?
¡Uaaaaaaaaah! ¡El Real Madrid, campeón de liga! ¡Uaaaaaaaaah!