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viernes, 21 de febrero de 2025

Los nuevos dioses

Monje ante un móvil.

Determinado día de determinado año de determinado siglo, determinada corporación reunió a sus más jóvenes y prometedores cachorros.

Habilitaron una sala de actos con estrado y gradas, una sala grande llena de canapés y salas más pequeñas donde, a la manera artúrica, sentados a mesas redondas, las promesas debían demostrar su valor.

¡Vale, de acuerdo! Algunos estaban de prestado, fuera de sitio, ya la vida los iba a llevar por caminos y carreteras de tercera. Pero en aquel momento…

Gente muy lista, gente muy astuta, gente entusiasta, gente curiosa, gente con visión adelantada.

Los reunieron, decía, les dieron de comer y nombraron cónclaves para la magia. Pensad, chiquillos, pensad. Poned ante vuestros mayores el tiempo que ha de venir.

¿Cómo será el mundo de aquí a diez, veinte, treinta rotaciones en torno al sol?

¿Cómo podemos aprovecharlo? ¿Cómo podemos liderarlo? Inventos, disrupciones, nuevas creencias, tecnologías, cisnes negros… ¿Qué?

No voy a aburrir con el calor entrópico de tantos cerebros funcionando al unísono (parte se desvió para hacer la digestión).

Los astutos contemplaron a los listos como el zorro a las uvas: buscando sacar beneficio y que su propio nombre rubricara las ideas del grupo.

Los entusiastas pusieron ojos de emoji, con rutilantes estrellitas (lo de los emojis hubiera sido un buen comienzo).

Los curiosos se contaron unos a otros que un gúgol es diez elevado a la centésima potencia. Gúgol, gúgol… Suena divertido. Ahora, a trabajar en serio: el patinete antigravedad.

Algún friki se acordó de Espacio 1999, la Base Lunar Alfa, las naves águila, las pistolas paralizantes, pero solo era eso, un friki.

Los invitados a la fiesta de chiripa demostraron el porqué de su anunciado fracaso: falta de imaginación. Habrá coches, apartamentos en la playa, fútbol, teléfonos, gafas de rayos x… Carne para el departamento de contabilidad.

¡Ups! El de los rayos x fue otra vez el friki.

Un momento… ¿Teléfonos? ¿Quién dijo teléfonos? ¿Los de descolgar y marcar? ¿O un ladrillo de esos móviles haciendo bulto en el bolsillo?

Ya circulan unos cuantos, pero vaya, también tamagotchis. ¿Es que la gente no podrá esperar en el futuro a llegar a casa? ¿Van a ir por la calle hablando de sus cosas a gritos? ¿O en los vagones, o en los cafés?

¿O mirando las pantallas embobados, ajenos, como monjes orantes ante un altar lisérgico? ¿Qué verdades esperarán encontrar?

En fin, tomamos nota. Seguid, seguid.

Y así, os aseguro que fue así como ocurrió, despertaron los nuevos dioses.

martes, 7 de febrero de 2023

Gaziantep

Mosaico en Gaziantep.

Paseo en calma por el centro de Berlín, de Jerusalén, de Varsovia. Tanta sangre en la memoria de sus calles…

Asciendo por las laderas del Etna, con risas de niños jugando en la nieve. Contemplo latidos de luz crepuscular sobre los amenazantes volcanes de Guatemala.

Tras los ecos del Coliseo, las piedras gritan. En el Madrid que nunca duerme se alzan los muros, ahora silentes, del viejo tribunal de la Inquisición.

Escaleras del templo de Hatshepsut. Mezquita omeya de Damasco. La hermosa Lisboa, una vez arrasada. Todos esos lugares recuerdo.

Como también, mientras leo palabras como terremoto, desastre, víctimas, recuerdo los milenarios mosaicos y columnas ante los que me detuve en la lejana Gaziantep.

Muerte y vida. Vida y muerte. Y de nuevo la vida.

Nuestro ciclo por siempre.

domingo, 10 de junio de 2018

Éfeso

Gato durmiendo al sol sobre un muro.

¿Qué puedo decir sobre esta foto?

Está tirada en Éfeso, frente a la portada de la Biblioteca de Celso, con una cámara analógica, por la mañana…

Aunque también podría describirla con un simple ronroneo: «Qué buena es la vida bajo el sol de primavera».

lunes, 12 de febrero de 2018

Un breve instante

Globos de luz nocturnos.

Tengo frío. Me tiemblan las manos.

Mientras tanto, otras manos sostienen un anhelo de papel.

Breve llama.

El anhelo prende el aire.

domingo, 28 de enero de 2018

Auschwitz (II)

Entrada ferroviaria a Auschwitz-Birkenau.

Cruzo el portón.

Camino junto a las vías.

Me doy la vuelta.

Y algo que no sé nombrar, que ni siquiera creo que tenga una palabra en ninguna lengua de la humanidad...

Algo condensado en una sola imagen frente a mis ojos...

Me rasga por dentro.

martes, 18 de julio de 2017

Auschwitz

Alambradas de Auschwitz-Birkenau.

Esperé a que no hubiera nadie cerca y entonces caí de rodillas.

Recuerdo Auschwitz como un no lugar.

lunes, 29 de junio de 2015

Susa

Panorámica de Susa.

Recuerdo haber caminado por las calles de Susa.

Recuerdo su playa, sus barcas de pescadores y un velero que recorría lentamente el horizonte.

Recuerdo sus azoteas y sus muros blancos.

Recuerdo la mezquita y el ribat, a cuya torre más alta subí con mi vieja cámara de carrete.

Recuerdo que, en el patio, unos gatitos se alimentaban de su madre.

Recuerdo su ronroneo y sus ojos semicerrados.

Recuerdo gente cordial, gente trabajando, gente viviendo.

Recuerdo...

(En recuerdo de las víctimas de los atentados de Susa).

jueves, 9 de junio de 2011

En la arena

El Coliseo de Roma.

Lo que más recuerdo es la luz, aquella luz brillante. El calor me hacía sudar.

Y recuerdo también a la plebe, agolpándose a ambos lados. Recuerdo sus facciones deformadas por el ansia. Ansia por ocupar un buen sitio, por acercarse a nosotros hasta casi tocarnos. Ansia por que saliéramos al fin a la arena.

Se hizo un breve silencio, teatral. El orador se adelantó y anunció al público lo que iban a presenciar. Para eso habían venido, ¿no es verdad? ¿Querían divertirse? Pues no se irían defraudados.

A continuación, con un gesto de cabeza, nos dio la señal. De dos en dos, tal como nos habían enseñado, comenzamos el desfile.

En este conjunto, la chaqueta azul de corte cruzado se realza con cordones en hilo de plata. El pantalón gris marengo y el jersey blanco de cuello vuelto aportan una nota marinera de gran frescura.

Qué vergüenza, por favor. Ah, pero las fotos que pueden comprometerme están bien guardadas. Nadie vendrá a acusarme, nadie será capaz de airear esos trapos sucios de mi pasado.

Aquella ominosa ocasión cuando me dijeron: mira al frente, cuida el paso y sobre todo, sonríe, sonríe, no dejes de sonreír. Y encendieron los focos.

Aún me pregunto por qué me eligieron a mí para desfilar por la pasarela. Puestos a buscar niños a quienes embutir en la última moda de trajes de primera comunión y exponerlos a los pulgares aprobatorios, supongo yo que debía de haberlos con aspecto mucho más mono, pero bueno...

lunes, 11 de abril de 2011

Ging heut Morgen übers Feld

Es cierto, puede achacárseme que yo estaba de más en la escena. Eso de que tres son multitud...

En el sofá de la residencia de estudiantes, en Viena, la otra española contemplaba al sueco con ganas de darse un festín. Objetivamente, tampoco es que el muchacho pareciera nada del otro mundo, pero con las cosas de comer es lo que ocurre, que cada cual tiene su plato favorito.

Centímetro a centímetro fue acercándose a él. El brillo de su mirada, su sonrisa relamiéndose con anticipación, sus gestos de huy, tienes una arruguita en la camisa, déjame que te la alise, resultaban signos evidentes. Incluso podía notar su comunicación telepática conmigo: piérdete, cretino.

Y lo hubiera hecho. En circunstancias normales, el espíritu solidario habría prevalecido. Ah, pero es que justo en ese momento el sueco y yo estábamos hablando de música, y cuando empezó a cantar un lied de Mahler, me sentí incapaz de retirarme a mis aposentos.

Ging heut Morgen übers Feld... Reconocí la melodía enseguida. No me sabía de memoria la letra, pero eso carecía de importancia. De forma inevitable, tarareando, comencé a seguir su canto. Mi voz de tenor se unió a la suya de barítono igual que se encuentran dos amigos bajo la luz de una farola, en una noche de niebla.

Él era feliz. Yo era feliz. Ella me odiaba.

Algún tiempo después, ya de regreso en Madrid, coincidimos de nuevo: cruzaba la plaza de Felipe II y nuestros pasos nos llevaron frente a frente. Alcé la mano, quise saludarla, pero sus ojos atravesaron mi cuerpo como si fuese de cristal, sin detener un segundo su camino.

Hay cosas que una mujer no perdona nunca en la vida. Ni siquiera por Mahler.


jueves, 24 de marzo de 2011

Un recuerdo de la casa pública

Páginas de un libro abierto.

Frisaba yo los dieciséis y claro, esa es una edad complicada. Quería saberlo todo de las cosas de la vida. Por eso frecuentaba ese lugar. En sus discretos salones, a salvo de escándalos, de mohines reprobatorios, cualquiera podía dar rienda suelta a sus fantasías adolescentes.

Sólo había que dirigirse a la amable encargada y escribirle una nota. Tras breve espera, en apenas unos minutos, ella volvía con sonrisa cómplice y el instrumento de placer solicitado. Y todo pagado por el ayuntamiento, aquello era jauja.

Definitivamente, tengo muy buenos recuerdos de la biblioteca pública.

Pues bien, hallábame un día refocilándome cuando un tipo vino a pararse a mi lado. Parecía uno más de nosotros, los habituales: gafas con el grosor reglamentario, hombros caídos, cierto desapego a las tendencias de la moda en el vestir...

Sin embargo, lo que hizo a continuación fue tan sorprendente que nos dejó petrificados.

Hubo cabezas que se irguieron, hubo mandíbulas desencajadas, lecturae interruptae, en el culmen puede que incluso alguien ahogase un grito. Él, él... ¡habló en voz alta!

Sí, creedlo. Nadie se había atrevido a tanto desde que se levantaron los muros de aquella casa. ¿Alguien sabe quién fue Solón?, fueron sus insólitas palabras.

Parecía que el tiempo hubiese quedado en suspenso, ninguno de los presentes daba razón de vida. Hasta que, sobreponiéndome al shock, me enfrenté tímidamente al hereje: ¿Un legislador ateniense?

Un legislador ateniense... repitieron sus labios. De todas maneras —me apresuré a añadir—, mejor lo buscas en la enciclopedia. Y tracé un arco con la mano, mostrándole los tomos de la Británica que combaban los anaqueles a mi espalda. Edición de 1912, un tesoro.

Los tropecientos volúmenes, tan incitantes, tan seductores, estaban allí esperándole. ¿Qué ser humano con sangre en las venas habría podido resistirse a acariciar la suave piel de sus cubiertas? Y sin embargo...

Aún guardo memoria de sus lentes empañadas y su tez enrojecida. Consumido por la vergüenza, dio media vuelta y desapareció tras la puerta. No volvimos a saber de él.

Pobre muchacho, no se atrevió a dar el paso definitivo. Debía de ser su primera vez.

domingo, 23 de enero de 2011

Schubertiada II

Vidrios rotos en puerta antigua.

Recuerdo el salón de actos. Recuerdo al pianista, el leve movimiento de cabeza que hizo hacia mí.

Recuerdo que empecé a cantar: Das Wandern ist des Müllers Lust...

Recuerdo. Pero miro las imágenes de aquel día y no lo entiendo.

Soy yo… y no lo soy. Un extraño ha usurpado mi rostro, mi sonrisa torcida, mi voz.

Como si muchas vidas hubieran dejado sus pátinas sobre un cristal antes transparente.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Moras

Moras madurando en su rama.

Sube al vagón y se sienta a mi lado. Abre la tartera y empieza a comerlas, al principio deprisa, casi con ansia. Luego más lentamente, como si su sabor le susurrase algo al oído.

Moras. Negras, maduras, dulces. Ecos de mis veranos infantiles en Pimiango. La misma avidez al cogerlas de los zarzales, la misma calma después.

Veo el camino que abandona las últimas casas, bordeando las cercas de piedra, los campos de maíz, los prados de manzanilla. Veo las moras que brotan silvestres en las lindes.

Ya estoy cerca del acantilado. Enfrente de mis ojos, el mar. Más allá, la torre del faro. A mi espalda, en el horizonte, se dan la mano las cimas de las montañas.

Si continúo caminando llegaré hasta la vieja ermita, junto a la cueva con dibujos en las paredes: peces, ciervos, búfalos, caballos, un mamut con su nítido corazón...

Y cruzando el bosque, junto a los regatos, las ruinas de arcos medievales se alzan como si fueran sillares de un castillo donde poner a prueba mi espada de madera, la que me ha tallado el abuelo.

He llegado ya a mi estación, me levanto para salir. Miro a la desconocida. Las moras descansan aún en su regazo y sonríe levemente, con los ojos entrecerrados. ¿En qué piensa?

Me gustaría llevar en este momento una cámara mágica. Una que pudiera sacar una imagen de nuestro interior.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Un dólar

Niña mirando a la cámara.

—One dollar, sir, one dollar, you get one, two, three, four, five, five for one dollar...

Y tú continúas tu camino, no has venido hasta el otro lado del mundo para comprar pulseras con cuentas de madera, quieres ver piedras, templos, palacios, construcciones de leyenda en medio de la selva.

—Monsieur, monsieur, très beaux, très beaux, un, deux, trois, quatre, cinq... Très beaux.

Vaya, también habla francés, es una cría muy espabilada. Consigue sacarte una sonrisa mientras trota a tu lado con su pequeña cesta de abalorios.

—Señor, un dólar, muy bonitas, señor, una, dos, tres, cuatro, cinco, sólo un dólar, señor.

Y te detienes, y parece contenta de haber dado por fin con el idioma adecuado, y se pone en la muñeca los adornos para mostrarte qué bien quedan. Y sigue contando: una, dos, tres, cuatro, cinco... por un dólar.

Y el sagrado papel con la efigie de Washington sale de tu cartera y a ella se le ilumina la mirada cuando lo depositas en su mano, y te hace una reverencia, muchas gracias, señor, y se va para entregárselo a alguien a quien no ves.

Y eres tú quien de los dos se siente más pobre por dentro.

martes, 23 de marzo de 2010

In memoriam

Flores para el recuerdo.

Recuerdos.

Hay ciertos momentos en que cerramos los párpados del presente, abrimos a cambio los ojos del alma y respiramos y vivimos...

De recuerdos.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Yo estuve allí

[…] y los caballeros que permanecen ahora acostados en Inglaterra se considerarán malditos por no haber estado con nosotros, y tendrán en poco su rango cuando oigan hablar a alguno de los que combatieron con los nuestros el día de San Crispín.

Shakespeare, Enrique V

Nynäshamn, territorio de Södermanland, reino de Suecia. El sol casi se ha puesto. Ellos son cuatro veces más numerosos que nosotros y no conocen el miedo. Traen en su estandarte, en campo de oro, un grifo rampante de sable armado de gules. Estamos rodeados. Sin embargo, contra toda lógica, contra toda esperanza, aún resistimos.

Escudo de Södermanland.

Terrible y desigual batalla es la que se libra en esta kräftskiva o fiesta del cangrejo. Celebración típica escandinava que consiste en... comer cangrejos. De río, concretamente.

Allí me encuentro, llevado por los hilos de las nornas, en una mesa ocupada por una veintena de suecos de ambos sexos y un exiguo puñado de compatriotas.

Las bandejas de crustáceos van circulando a la par que disminuye el contenido de las botellas de aquavit. Ninguno de los dos bandos quiere ser el primero en doblar la rodilla y confesar que no puede más. ¿Clemencia? ¡Ja! Los caparazones vacíos tiñen de rojo el campo del honor.

Uno tras otro, los normandos se levantan, proponen un brindis y su hueste grita estentóreamente: ¡hurra, hurra, hurra! A continuación inician un feroz y multitudinario coro. Las canciones surgen de entre sus filas como nubes de saetas.

Por fin, entre mordisco y mordisco, su alférez proclama desafiante: ¡Que canten los españoles, que canten! ¡El vencedor quedará dueño del día! Idea que es ovacionada por los demás. Mis compañeros cruzan miradas, confusos, agotados, la sombra de la derrota planea con sus fatales alas sobre nosotros.

Es en ese mismo instante cuando siento que unas palabras pugnan por salir de mi pecho.

Es en ese preciso momento cuando me pongo en pie y me subo sin espuelas a la silla.

Es en esa hora memorable cuando desvelo nuestra cota de armas, la misma que ya ondeara bajo el rey Ramiro, cuando los barbados vikingos arribaron en sus drakkar de cabeza de dragón.

Escudo de Asturias.

Lleva el emblema, sobre campo de azur, la Cruz de la Victoria de oro, guarnecida de piedras preciosas, con las letras alfa y omega pendientes de sus brazos. Y la leyenda, también de oro, Hoc signo tvetvr pivs. Hoc signo vincitvr inimicvs.

Vencerás al enemigo… ¡Vencerás!

Los ojos de todos brillan. Extiendo los brazos desde la cumbre: no flaqueéis, muchachos, al unísono. Y nos arrojamos en brazos del destino: Asturiaaaaas, patria queridaaaaaa…

Y la flor he de cogeeeeeer... Al principio, asombrado silencio. De súbito, como una tormenta incontenible, apoteosis. Suecos y suecas braman de entusiasmo, hermanados bajo estas palabras con nosotros. Las runas aprobatorias de Odín signan entre ambos pueblos la paz.

La bandera se recorta orgullosa en el cielo. ¿La sentís? ¿La sentís? Vuelvo la vista atrás, con la piel erizada, y aún puedo vivir aquella jornada de gloria. Yo estuve allí…

sábado, 17 de octubre de 2009

El beso

Extrañamente, me cruzo con pocas personas en las anchas escaleras. Y apenas con dos o tres en esa habitación.

En determinado momento, me quedo solo. Incluso el vigilante ha desaparecido de su esquina, dirigiéndose hacia la sala contigua.

Solo con ellos, frente a frente.

Él sostiene su cabeza, rodeándola con ternura, en contraste con el cuerpo poderoso que se adivina bajo la túnica de oro.

Ella, arrodillada sobre un manto de hierba y flores, corresponde al abrazo, ofreciéndole además la mejilla.

Él posa allí sus ocultos labios.

Ella cierra los ojos y, en ese instante...

Una voz desde la puerta avisa de que el museo cierra en diez minutos.

Diez minutos más junto al Beso de Klimt.

El tiempo se detiene...