Hubo una ciudad bajo tierra. Muy antigua.
Túneles laberínticos, piedra horadada centímetro a centímetro.
Alguien había vivido ahí, buscando protegerse.
Yo alcé la vista desde esos mismos túneles.
Por aquel pozo vi que iluminaba el sol.
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Hubo una ciudad bajo tierra. Muy antigua.
Túneles laberínticos, piedra horadada centímetro a centímetro.
Alguien había vivido ahí, buscando protegerse.
Yo alcé la vista desde esos mismos túneles.
Por aquel pozo vi que iluminaba el sol.
El ejército de la sombra es una notable novela gráfica de Olivier Speltens. Autor total, ya que se ocupa tanto del texto como de las imágenes.
Al comienzo del primer tomo, el soldado Kessler y sus amigos dejan un campo de entrenamiento de la Wehrmacht, al mando del Feldwebel Hartmann. Son jóvenes y están deseosos de entrar en combate.
La fecha, noviembre de 1942. Su destino, una ciudad llamada Stalingrado.
Al final del segundo tomo, en 1945, los Popov llegan a las puertas de Berlín.
Entre medias asistimos a grandes batallas, como Kursk, y a pequeños golpes de mano que hacen de Kessler una persona totalmente distinta.
Los protagonistas no pensaban que estuvieran al servicio del mal. Les habían enseñado que eran los buenos, los heroicos, los nobles guerreros del Reich.
Y su viaje interior se desarrolla en paralelo a su retirada a través de las estepas. Pierden cualquier atisbo idealista, más allá de la lealtad entre ellos mismos. Llegan a la comprensión de lo que significa la guerra, la gran mentira de la guerra.
El dibujo, por decirlo en palabras llanas, resulta una pasada. ¡Qué elección de colores! ¡Qué detalle en el trazo! ¡Qué realismo! Cuidado hasta lo más mínimo, tanto en máquinas como en rostros. Maestría en su género.
Un último comentario: la traducción opta por conservar numerosas expresiones en alemán y unas cuantas en ruso (con glosario). Lo que podría resultar chocante al principio (¿por qué llamar Feldwebel a un sargento?), a la postre contribuye a la inmersión lectora. Así que decisión discutible pero efectiva.
En estos tiempos en los que todo empuja al «exilio interior», a aislarse de la vida política.
Porque provoca tal reacción de incredulidad, que no se atisba otro remedio para mantener intacta la cordura.
En estos tiempos en que destruir, separar, humillar, deberían ser elegidas palabras del año
En los que la amoralidad compite con la falsedad, la corrupción y la ineptitud en el reparto del pastel.
En estos tiempos, en fin, en que la sociedad justa parece un imposible y los culpables, quienes hemos martilleado los sillares, somos nosotros mismos…
Solo nos queda un último pilar que las piquetas no han conseguido hundir, a despecho de su ferocidad.
La Constitución.
Tan imperfecta como cualquier obra humana.
Tan necesaria como cualquier sueño humano.
Como escribo cada año, cada 6 de diciembre…
¡Viva la Constitución Española!
¿Cómo funciona el mundo?
El mismo que se nos va rápidamente por el desagüe. El único que tenemos.
No es una pregunta que se pueda responder en pocas frases.
No obstante, ese parece ser el propósito de Pedro Baños en El dominio mundial: mostrarnos ciertos Elementos del poder y claves geopolíticas.
Comienza con la situación del poder militar, el más obvio para lanzar el mensaje de que tienes un garrote grande y, si quisieras, podrías zurrar a cualquiera.
Después pasa a la capacidad económica, el verdadero poder. Baños recuerda que, a lo largo de la historia, gran parte de los conflictos se han originado para obtener ventajas de este tipo.
La diplomacia obtiene la calificación de poder no tan blando. ¿No tenemos sentimientos de simpatía o antipatía por otros países, construidos a menudo más por intuiciones que por hechos concretos?
La labor de la diplomacia consiste en eso, en influir para que los demás favorezcan de buena gana nuestros intereses.
Y no muy lejos andan los servicios de inteligencia, que proporcionan el poder de la información.
El análisis también cubre los recursos naturales, el territorio y la población, las potencialidades intangibles —como la cultura o la identidad colectiva, en las que el uso del cine tanto tiene que ver—, la tecnología, la comunicación estratégica…
El aspecto más destacado del libro es que relaciona en una malla numerosas noticias, datos y tendencias de las que probablemente el lector tenía conocimiento por separado. Como si dijese: «Mira esto, esto y esto, ahora ten en cuenta esto otro, acuérdate de aquello, ata cabos…».
No obstante, la sensación es que pretende allanar demasiado el camino, para que las conclusiones de cada uno coincidan inevitablemente, qué casualidad, con la exposición.
Un poco… manipulador.
La vida surge a mi alrededor, transcurre frente a mis ojos, se refleja...
Y a veces la veo pasar de largo.
Broooooooooom…
Levanto la mirada y veo un caza pasar bajo.
Broooooooooom…
Y a los pocos segundos, el compañero.
Dos F-18 vuelan hacia el mar a baja cota, sobre los campos de Pimiango. Esto no me lo esperaba, la verdad.
¿Van a la batalla? ¿Nos invaden?
¿Quiénes? ¿Quiénes pueden llegar desde el norte?
No serán... ¡No! ¿Otra vez ellos?
¿Los vikingos noruegos? ¿Los de los cascos raros?
¡A mí las mesnadas!
Un errante.
Vaga sin descanso, recorriendo siempre la tierra.
Indómito, lejano, sin ataduras ni gatera.
Ah, Perveval, Perceval, yo sé bien lo que buscas. Conozco el secreto.
Camina hacia aquí y será tuyo.
Grial, Grial, Grial…
Galleta, galleta, biss, biss, bisssss…
Una nívea sombra entre rendijas, prisionero en su cueva.
Añorante de otros tiempos.
Tiempos de carreras en busca de la leyenda.
Y quizás también de algún ratón de campo.
Pero ahora…
Si un caballero gato se acerca, él huye a ocultarse.
Arrebatado, quebrado por hechizos su antiguo poder.
Merlín…
Un día de octubre. Una fiesta. Hoy.
Escucho a la estupenda Emeli Sandé.
Y el último tema hace que todo se pare alrededor, que me levante, que vaya hasta el piano, que improvise acordes para acompañar su voz.
Para acompañar esas palabras...
Imagine all the people living life in peace.
Cuando abro la puerta de casa me lo encuentro, perfilado contra el sol del amanecer.
Lanzarote cierra los ojos. Lleva una mancha roja en el pecho.
Porque en la noche moran espectros, pesadillas dispuestas a atravesar cualquier muro de piedra.
Los gatos de la Tabla Redonda las conocen bien.
Ellos protegen mi sueño.
El rey Arturo es noble y valeroso.
Cuando otea a un invasor corre hacia él, listo para la batalla.
Pero también muestra clemencia si rinden pleitesía a su reino.
De norte a sur, de este a oeste.
Desde la plaza hasta la cuadra al otro extremo de la calle.
Desde el portón donde monta guardia hasta la antigua escuela.
Sentado en el trono, orejas enhiestas.
Bigotes, estandartes al viento.
El rey Arturo es marrón y blanco.
Armenia culpa a Azerbayán.
Azerbayán culpa a Armenia.
Guerra.
Recuerdo «monumentos» como el de la foto, que vi expuestos en un parque prominente de Ereván: un MIG 21, un misil, cañones, blindados…
«Me llena de fe en el ser humano» que nada haya cambiado. Lanzas de pedernal, flechas, catapultas, mosquetes…
«Me llena de fe en el ser humano» que nada vaya jamás a cambiar.
Recuerdo con gusto la primera novela que leí sobre el teniente Andrade. En orden cronológico, sería la segunda de la serie: El tiempo de los emperadores extraños.
Su continuación, Los demonios de Berlín, me pareció más inconsistente. Aun así, mantuvo el tipo.
El título que nos ocupa hoy es Soles negros. Y el listón baja de nuevo.
Ignacio del Valle sigue profundizando en la complejidad moral del protagonista, ascendido a finales de los años cuarenta a capitán de la Guardia Civil. Y le hace acompañarse de Manolete, antiguo compañero de batallas, como fiel mastín.
El asesinato a resolver en esta ocasión es el de una niña cuyo cuerpo ha sido descubierto en una finca de Extremadura. Tierra calificada de seca y cruel en las primeras páginas, que se convierte en un personaje más.
En ella, los vencedores de la guerra intentan que su reciente poder no se ponga en duda. Porque algunos vencidos no han firmado aún la rendición.
Los habitantes de Pueblo Adentro, ocultos tras las ventanas, sienten sobre todo hambre y miedo.
También Andrade teme que alguien le reconozca. Aquello que ocurrió en Badajoz en 1936…
En busca de respuestas que le acerquen a lo que se va convirtiendo en una trama criminal con ramificaciones tan lejanas como Madrid y Asturias, los claroscuros de su conciencia no dejan de torturarle.
Quizá la niña hallada no es la única víctima. Ni será la última...
La descripción de la época es convincente. El odio, el resentimiento, la miseria imponiéndose en todos los órdenes de la vida, no solo el material, constituyen un potente trasfondo para el género negro.
No obstante, avanzamos a empellones a través de una trama tan confusa, deslavazada, con tantos personajes pululando no se sabe bien con qué objeto, que el trasfondo se ve eclipsado.
Y cuando el caso debería alcanzar su clímax ocurre… justo lo contrario.
Que alguien me explique el final, por favor.
O todo el episodio asturiano, me atrevo a decir que inverosímil.
Nada, sabor agridulce.
Piano, bajo, batería.
I Fall in Love Too Easily, susurran.
Susurros que llenan un teatro.
Un tiempo con un significado.
Y podemos hacer que se repita, una y otra vez, a lo largo de la noche.
Aunque un viejo corazón descanse ya en el silencio.
(En recuerdo de Gary Peacock).
Todo comienza en la escena de un crimen: año 1942, Varsovia está ocupada por los nazis y una mujer es asesinada en su apartamento. El comisario local Liesowski debería ocuparse del caso, pero es el comandante Grau, del servicio de contraespionaje de la Wehrmacht, quien toma el mando de las pesquisas.
Porque un testigo ha atisbado algo a través de una rendija: unos pantalones bajando la escalera del edificio al poco de cometerse el crimen.
Una tela con las bandas típicas del uniforme de un general alemán.
Solo tres personas con tal graduación carecen de coartada en la ciudad: el petulante von Seydlitz-Gabler, el manipulador Kahlenberg y Tanz, símbolo del perfecto héroe germánico.
Aunque Grau no lo tendrá fácil en su labor detectivesca. Ascendido a teniente coronel cuando quizá ya se acerca demasiado, su traslado a París hace imposible la resolución.
Es en Francia, ya en 1944, donde un nuevo asesinato, con las mismas características, reúne a los antiguos actores. Y a varios más: Prévert, de la Sureté, el cabo Hartmann, Guillermina von Seydlitz-Gabler, su hija Ulrica, Raymonde…
Las tropas aliadas avanzan con rapidez. Y hay en marcha un complot de oficiales para acabar con Hitler. ¿Saldrá a la luz por fin, en tiempos tan convulsos, el nombre del culpable?
A pesar de lo que pueda sugerir la sinopsis, me parece la trama de Hans Hellmut Kirst ha envejecido regular. La noche de los generales no termina de engancharme.
La caracterización de los personajes constituye su baza más destacada: cada pieza del puzle que encarnan cumple un papel. Kirst traza las personalidades de forma interesante.
Pero el desarrollo global me resulta demasiado «aséptico», sin verdadero suspense. ¿No se desvela el asesino demasiado pronto? ¿Y resulta la conclusión realista?
No sé, no sé…
Parece haber consenso erudito en que El jardín de los Finzi-Contini es una obra maestra. Esta novela de Giorgio Bassani incluso inspiró una película ganadora del Óscar.
En la Italia de los años treinta, la comunidad judía pasa a convertirse en especial objetivo de persecución. El déspota de la mandíbula cuadrada quiere emular a su amigo del bigote cuadrado.
El protagonista rememora su vida desde el momento en que se cruzó con los hermanos Alberto y Micòl Finzi-Contini: la niñez, la adolescencia, la juventud...
Las veladas en el gran jardín familiar, jugando al tenis, en la biblioteca, bajo el crescendo ominoso de las «leyes raciales»...
Y, sobre todo, rememora lo que nació dentro de él hacia Micòl. La cercana e inaccesible Micòl.
No obstante ese consenso que señalaba al principio, en vez de alabarla yo me quedo a medio camino en la apreciación. En términos estrictamente narrativos, no encuentro mucho de interés.
La atmósfera burguesa e indolente, el mundo fuera del mundo en que los personajes se ven obligados a aislarse, se convierte en un conjunto de imágenes a cámara lenta donde cada página resulta similar a las anteriores. Ni siquiera la historia de desamor consigue levantar el drama.
Demasiado estática para mi gusto, lo siento.
Lo triste no es que la quieran hacer museo o mezquita.
O catedral o sinagoga, o templo de Buda o de Atenea.
O de la divina razón, como dice su nombre.
Porque el ser humano busca algo. Desde los albores.
Y en su camino ha construido edificios hermosos.
No, lo triste de verdad es que no sepa lo que busca.
Ni cuál es la pregunta ni cuál la respuesta.
Y de su confusión haga nacer dogmas, aspavientos…
Reglas por la espada…
Soberbia, sectarismo, desprecio…
En lugar de compartir esos edificios.
En lugar de compartir la paz que cada uno lleve dentro.
Al principio, muchos se las prometían felices. En una estación berlinesa, a punto de coger un tren para incorporarse a su regimiento en Praga, Egon Erwin Kisch escuchó a miles de personas cantar jubilosas.
Era el 29 de julio de 1914, en medio de la movilización general. Dos días más tarde, el viernes 31, hizo la primera anotación en su diario.
¡Escríbelo, Kisch! Con este título lo publicó años más tarde.
Nos cuenta que fue enviado a conquistar Serbia, tras el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo.
Igual que él, los reservistas austríacos, checos, húngaros, croatas…
Empujados por políticos grandilocuentes y liderados por oficiales de incompetencia criminal, todos entraron en el infierno.
Avances, retiradas, desastres, sinsentidos, miserias y, sobre todo, muerte, quedaron reflejadas en cada página, sin poder escapar de la espiral creada.
Hasta que no volvió a haber cantos jubilosos.
Hasta que solo se trató de subsistir.
La música lo dice todo.
Todo en una sola palabra: gracias.
Grazie, maestro, grazie per la sua vita.
(En recuerdo de Ennio Morricone).
Los gigantes agitan amenazadores sus brazos.
Las voces del viento llaman a un hombre derrotado, a un capitán de la nada.
A la luz del amanecer, una sombra cabalga por las llanuras de La Mancha. Junto a él, Sancho Panza. Dentro de él, Dulcinea.
Canta Don Quijote: si ella pronunciara su nombre, aunque fuera solamente una vez…
Desde lo profundo de un espejo donde el caballero vio por primera vez su imagen, Dulcinea aparece. El sueño se ha hecho realidad.
Pero la realidad no existe, dice Sancho, y también las otras voces, las del viento: nada en el mundo es real.
Dulcinea, de Lorenzo Palomo. Cantata-fantasía.
A ver si llega el día de ir a escuchar a los Rock Overs como siempre, como tiene que ser, en primera fila.
De momento, tenemos su versión a distancia de Are You Gonna Be My Girl?
Correteo detrás con alegría, como un niño.
Nunca había visto uno antes. Sus orejas, su hocico, su armadura…
Y sí, puede que suene demasiado infantil. Ingenuo en cualquier caso.
Pero si hay algo que precisamente desee es no perder esa ilusión.
La de maravillarme tras los pasos de un armadillo.
Más de once mil años de antigüedad.
Pilares, muros megalíticos, habitaciones, pictogramas, animales cincelados sobre la piedra…
Y yo doy vueltas por las excavaciones arqueológicas, fascinado, absorto, con la cabeza llena de preguntas.
¿Cómo, por qué, quiénes?
No existen los recuerdos, solo la piedra. ¡Once mil años!
Göbekli Tepe…
Camino alrededor de las columnas jónicas de Garni. Los veo acercarse.
Los veo subir los escalones. Los veo entrar en el antiguo templo. Alguien hace sonar un diapasón.
Comienzan a cantar.
Pensaba fotografiar un edificio en Antigua, pero lo que capturo con la cámara es una mirada.
Solo eso, una mirada.
Más valiosa que todas las piedras y la argamasa del mundo.
Frank y Esther tenían razón cuando dejaron su mensaje en aquel puente de Colonia.
Siempre hay una nueva oportunidad
La ventana entreabierta. Los pájaros llenan los silencios de la música.
Gorriones junto a Marin Marais y su Tombeau pour Monsieur de Sainte Colombe.
En los últimos momentos del domingo, antes de que el asedio comience a levantarse, una schubertiada.
Quinteto en do mayor: adagio.
The day starts like the rest I've seen,
another carbon copy of where I've already been.
Days keep coming, one out, one in, they keep coming.
Opening Up, de Sara Bareilles.
¿Quién viene hoy de visita, con la guitarra al hombro? Ha hecho un largo viaje, nada menos que desde Japón.
Demos la bienvenida a Hotei y su Battle Without Honor or Humanity.
Han crecido desde que me fijé por primera vez: los tallos brotan en la linde de la acera, a través de las más mínimas rendijas.
Sus raíces rompen ya intrépidas el asfalto y la piedra.
Lunes 11 de mayo de 2020, nueva semana de asedio.
¿Lunes, dije?
Entonces la música tiene que ser esta, por supuesto.
Monday, de The Mama's & The Papa's.
Si quiero escuchar música para piano, quizá no sea su nombre el primero que acuda al pensamiento.
Sin embargo, las sonatas de Haydn me dejan ensimismado.
Intento moverme un poco para desentumecer los músculos. Abdominales, sentadillas, flexiones…
Resulta un poco rollo, la verdad. Hop, hop, hop, arriba, abajo, arriba. Mejor cambiar de movimientos, dar vía libre a la imaginación. Quisiera ser…
Como el pez que nada entre las aguas, como el ave planeando sobre impredecibles corrientes.
Que mi cuerpo se exprese libre, ágil, ingrávido. Quisiera bailar el paso a dos del Cascanueces de Tchaikovsky. Quisiera…
Bueno, tampoco tenía esta foto en la cabeza al empezar, pero, vistos los resultados del intento… La realidad es la que es.
La vecina de enfrente, la que tiene la silueta de un unicornio pegada sobre el cristal de la ventana, va danzando por su salón.
Me imagino la música que siguen sus pies. Ha de ser una folía de la primavera.
Y lo entiendo. Solo hay que escuchar a Ana Alcaide...
Brindo con mis amigos asediados a muchos kilómetros de distancia. Veo sus rostros traídos y llevados por el viento.
Magia, magia...
Me pregunto: cuando el asedio nos deje respirar un poco, ¿qué será lo que habremos aprendido?
¿A vivir en una sociedad más amable, más equilibrada, más justa?
¿O seguiremos creyendo que las personas somos islas, como dice la canción?
Y sálvese quién pueda…
La Segunda Guerra Mundial en el mar, de Craig L. Symonds, es un estudio de impecable factura en el sentido de la documentación y de aprovechar el conocimiento historiográfico acumulado desde el final del conflicto.
Tras una introducción sobre las políticas navales de entreguerras, cuya visión estratégica venía heredada en gran medida de la Primera, Symonds entra en harina con los hundimientos del Courageous y del Royal Oak por parte de submarinos alemanes, hasta llegar a la firma de la rendición japonesa a bordo del Missouri.
Entre medias, todos los escenarios del globo y todas las fuerzas involucradas: cargueros, corbetas de escolta, destructores, sumergibles, buques de desembarco, acorazados, portaaviones, los nuevos reyes del océano…
Como señalaba, los avances historiográficos aportan luz a múltiples episodios que, interrelacionados, permiten entender la definitiva victoria aliada. Aunque también resulta casi increíble cuán a menudo un enfrentamiento se decidió por detalles que podrían resumirse en la palabra «suerte».
Otra característica de la obra es la preponderancia que otorga al Pacífico, donde se desgranan las operaciones anfibias con minucioso detalle. ¿Quizá el Mediterráneo no disfruta de un nivel de atención similar? Si buscamos una crítica, podría ser esta, efectivamente.
Y, por supuesto, en un proyecto de tal calado, no deja atrás aspectos fundamentales como el esfuerzo tecnológico e industrial, las personalidades de sus protagonistas o el trabajo de inteligencia para intentar adelantarse a los movimientos enemigos —verbigracia, el descifrado del sistema Enigma—.
En suma, una lectura agradecida, que no defraudará a ningún aficionado a la historia.
Over the hills and far away,
for ten long years he'll count the days,
over the mountains and the seas,
a prisoner's life for him there'll be.
Yo solo digo una cosa:
El sábado 25 de abril de 2020, la Ópera de Nueva York retransmite en abierto La Traviata.
Si, sí, La Traviata.
Canta Natalie Dessay.
¿Que luego hay gente que va a su bola, sempre libera, y no hace caso y no se conecta? Bueno, cada uno es cada uno.
¿Que no quieren pasar un di felice? Pues vale.
Pero es que es Verdi, caramba. Es que es Dessay. ¡Follie!
La manos sosteniendo la cabeza...
Aunque no tendría sentido un gesto de tristeza prolongado. Lo que merece su memoria es una sonrisa amplia y franca.
Y, si tuvimos incluso la fortuna de verlo en persona sobre un escenario, junto al resto de Les Luthiers, revivir las miles de carcajadas que resonaron.
Ese es su legado
(En recuerdo de Marcos Mundstock).
Nuestro «buscador amigo» nos avisa de que hoy es el Día de la Tierra. ¿Ah, sí? ¿Hay un Día de la Tierra? ¿Solo uno?
Si pinchamos en su logo, nos informa de que las abejas son aún más amigas nuestras que nuestro buscador amigo, porque polinizan casi todo lo que crece en el planeta. Incluyendo lo que luego nos comemos.
Pues me gustaría subir una foto de abejas para sumarme al homenaje, pero resulta que no tengo ninguna. Me lo apunto cuando pueda salir al campo.
Tendréis que conformaros de momento con una foto de mariposa, que también cumplen su rol de polinizar.
Cuando traje a casa la orquídea, el día antes de comenzar el asedio, su belleza era…
Era como la de Isabeau.
Ya sabéis, Isabeau: el hechizo al despuntar el alba, el capitán Navarre, el obispo, Lady Halcón…
Hermosísima. Y con doce flores.
Hasta que… Doce, once, diez, nueve, ocho…
Le quedan cuatro.
Y no puedo cruzar aceros con la guardia del obispo para solucionarlo.
Isabeau, mi Isabeau…
Otra recomendación que trasciende eso que llamamos «géneros» de la música.
Soleá de Miles Davis.
Hoy me he sentido romántico todo el día.
Eh, quiero decir que… No es lo que… En fin, que…
Romántico de Romanticismo.
Si así tampoco se entiende…
En brazos de las sinfonías de Schumann, caramba.
Acciono el interruptor y comienza a fluir la electricidad en el castillo.
Las instalaciones modernas son una ventaja. Antes tendría que haber enviado a Igor con pararrayos a lo alto de una almena.
Que si espera a que venga la tormenta, que si plus de nocturnidad, que si Walpurgis es fiesta…
Ahora le doy al botoncito y enseguida suena la música de Franz Waxman para La novia de Frankenstein…
Oh tú, gran ciudad, cornucopia de dones, trono del alto y del bajo mundo, quien haya probado tus birras no será ya capaz de saciar la sed en ninguna otra fuente.
Yo entono por ello tus alabanzas en modo dórico, frigio y mixolidio.
Dicen que el estrés ha huido de tus calles, que el betún reluce, que hasta los jabalíes vienen a hozar un poco.
Dicen que tus torres de acero y vidrio se yerguen poderosas, mostrando el cenit de tu gloria.
Y dicen, dicen… que si también nosotros alzamos los ojos… Dicen… ¡que se ve el cielo! ¡Que no hay porquería en el aire! ¡Y hasta menos dióxido de nitrógeno!
Bueno, gran ciudad, esto último tengo que verlo para creerlo.
Es que va a ser tan raro…
Noche avanzada, la luz de una sencilla vela temblando.
Las notas empiezan a sonar en la pequeña habitación: A Single Man, de Abel Korzeniowski.
Hay una música para cada momento.
Propongo este temazo musical para hoy: You’ll Never Walk Alone.
Nunca caminarás solo.
Martes, día tutelado por un dios iracundo.
Tiwaz o Tyr hacia el septentrión, el de Tuesday, Dienstag o Tisdag.
Vamos, que por etimología es normal que los martes suenen a retumbos y goterones.
Martes de asedio. Una colérica tormenta de primavera.
Es difícil replicar el punch del grupo original, de acuerdo. El sonido que transmitía aquel Fokker DR1 en la época dorada de sus acrobacias…
Ah, pero en esta reconstrucción tenemos el motor y las alas del triplano, y los musicazos que forman el timón y el resto del fuselaje son de los buenos.
Con todos vosotros, en vivo y en videoconferencia, ¡Los Barones!
Si tenemos la suerte de una vida larga y llena de libros con que acompañarla, al final la «aristocracia» de lo leído, la crème de la crème, con sus títulos, nombres, patronímicos (si acaso hay personajes rusos) y oropeles en la memoria, será con seguridad más escasa que la «clase media».
Sin embargo, tenemos que apreciar esta última en su justo valor.
Representada, en el género novelístico, por obras que sin llegar a lo excelso están bien escritas, proponen una trama sólida, una ambientación conseguida y que, en resumidas cuentas, nos mantienen horas pegados a sus páginas.
Como Ciudad de ladrones, de David Benioff.
Aquí aparecen muchos rusos, y algunos alemanes también. No en vano, los protagonistas se encuentran en medio del asedio de Leningrado, a principios de 1942.
El autor relata que su abuelo mató a dos hombres antes de cumplir los dieciocho años, pero desconoce los detalles de la historia. De manera que va a visitarle, a él y a su abuela, a su retiro de Florida, y les pregunta sobre sus experiencias en la guerra.
Y así comienza una aventura con el adolescente Lev viendo descencer el paracaídas de un «Fritz» derribado, desde la azotea del edificio de apartamentos Kirov. El NKVD le captura tras saquear las pertenencias del aviador enemigo, por lo que solo le cabe esperar el fusilamiento.
Aunque no ocurre así, para su sorpresa. Al menos, no inmediatamente. Ni tampoco ejecutan al soldado con quien comparte su celda, el singularísimo Kolya, a pesar de que es la pena sumaria para los acusados de desertar.
El trato es este: si encuentran una docena de huevos en la ciudad sitiada, destinados a preparar un pastel para la boda de la hija de un coronel, olvidarán sus actos de «traición».
El coronel cree que ambos, como buenos ladrones, serán capaces de llevarle lo que sus propios hombres no han podido hallar.
La búsqueda los conduce al Mercado del Heno, lleno de peligros. A una casa tras las líneas, frecuentada por oficiales nazis. A sufrir la desconfianza de un grupo de partisanos, incluída la joven francotiradora Vika (la abuela). A enfrentarse al implacable y cruel Abendroth, de los Einsatzgruppen que peinan el bosque…
Como sugería al principio, no sé hasta cuándo me acordaré de ella pero, nada más terminarla, a mí esta novela me ha gustado.
Color ceniza: no me gusta.
Mi herencia romana tiene en esto más peso que la celta, con sus robles ocultos bajo perennes brumas.
Yo prefiero que, al abrir los ojos, lo primero del día sea un cielo azul. Con un punto más de magenta que de cian, ya que estamos.
Puede haber nubes, por supuesto. E incluso esas aeropistas por donde pasan los reactores y sus estelas de condensación a veces tienen cierta gracia.
Ahora, si ya empezamos la jornada directamente con grises, hum… Lleva a plantearse lo de salir de debajo de las sábanas.
Otro sábado de asedio.
Musicalmente hablando, en mi barrio se practican dos instrumentos: palmas y cacerolas.
A las horas marcadas, cada terraza recibe la visita de vecinos deseosos de mostrar sus progresos en el arte de la percusión. De aquí a nada, están tocando el Concierto de Ney Rosauro.
El asedio despierta al timbalero que todos llevamos dentro.
Hay sensaciones en la vida que no se dejan poner nombre con facilidad. Es como si de repente comprendiésemos «algo».
Algunos lo llamarán conciencia. Otros, espíritu o alma. O una tormenta electroquímica en el cerebro, qué más da.
Hay sensaciones, al escuchar las palabras Kommt, ihr Töchter, que significan el principio de un nuevo ser.
Efímero y sin embargo eterno.
Hasta que el último aliento de Wir setzen uns mit Tränen nieder nos devuelve a nosotros mismos.
Hay sensaciones en la vida que solo tenemos al escuchar la Pasión según san Mateo de Bach.
Oigo como si rascaran detrás de la puerta, qué raro.
Y aunque docenas de películas advierten a mi sentido común de que no vaya a ver, que mejor me quede sentadito donde estoy…
Porque puede ser un tipo con una motosierra, un alien, una asesina oriental, un vampiro, cuarenta zombis queriendo merendarse mis sesos, yo qué sé…
Me puede la curiosidad. Echo un vistazo por la mirilla.
Un señor enmascarado, con traje de guerra biológica de pies a cabeza, está fumigando el descansillo.
Tengo que autoconvencerme de que es bueno, de que está de mi lado en el asedio, de que ha venido para liquidar bichos.
Pero, por si acaso, le doy otra vuelta a la llave por dentro.
Es que eso de la máscara, uf…
A pesar de lo que decía ayer sobre la calma, reconozco que el asedio lleva un paso...
Como si a veces no quedara muy claro cuándo empiezan o acaban las jornadas.
Al señor del segundo, en el edificio de enfrente, parece que le vaya a dar un yuyu.
Ventana abierta, móvil en mano y cigarrillo en ristre, lo agita como si fuera el arco de un violín a punto de desencordarse. ¡Agitato, feroce, presto con fuoco!
Calma hombre, calma, contempla el jardín. Imagínate la caricia del atardecer, el susurro de los brezos…
Anda que no nos queda todavía asedio.
Una copa de vino, un disco de Mahler, una foto de las de antes del asedio para subir al blog…
Ich bin der Welt abhanden gekommen.
Sí, a veces hay que dejar el mundo atrás.
Lo más revelador que he leído en mi vida acerca de este tema es, por supuesto, La lengua del Tercer Reich, de Victor Klemperer.
De qué manera las palabras se retuercen para adaptarlas a idearios y mensajes capciosos, de qué manera la gente, incluso la bienintencionada, empieza a usarlas en ese sentido, validando su contenido espurio…
En una aproximación menos monumental, pero desde luego digna, Nicolás Sartorius escribe ahora La manipulación del lenguaje (por subtítulo: Breve diccionario de los engaños).
Y desgrana expresiones que se han introducido en nuestra vida, algunas ya con solera: armas inteligentes, clases medias, como no puede ser de otra manera, crecimiento negativo, derecho a decidir, dinero B…
Estado de bienestar, fascista, izquierda abertzale, judicializar la política, los mercados, neoliberalismo, populismo, por imperativo legal, reformas estructurales, régimen del 78, república catalana, socialismo y comunismo, voto útil…
Se podrá estar de acuerdo con él en todo, en nada o en parte. Pero contiene advertencias que resultan demasiado valiosas como para dejarlas caer en saco roto.
Porque, si no queremos que se convierta en un escenario de cartón piedra, la libertad política debe cimentarse sobre la interpretación crítica de lo que nos cuentan —o no nos cuentan—, no sobre eslóganes mil veces repetidos.
En resumen, recomiendo honestamente su lectura.