Hay veces en que la repetición de los días casi puede con nosotros.
Nos levantamos por la mañana y vemos el mismo paisaje de hormigón, de ladrillo, de cristal.
Y nos decimos: ya está bien.
Tomamos entonces un camino diferente, uno que lleve adonde no exista el color gris.
Cruzamos montañas, cielos, nubes... Tras el horizonte pueden esperarnos profundas aguas y fantásticas criaturas que se asoman curiosas a nuestro paso.
¿O sólo lo soñamos?
Y al llegar la noche, cuando alzamos los ojos hacia el último segundo de luz, quizá vivamos también el último segundo de ese sueño.
Es el retorno.