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viernes, 28 de febrero de 2025

Shangri-La

Panorámica de Shangri-La.

Quizá nunca encuentre Shangri-La.

Quizá nunca me he atrevido a buscarlo.

En la película, los protagonistas no acuden de forma voluntaria. Su avión es desviado hacia ese destino ignoto.

Allí cada uno de ellos se enfrenta a sí mismo, a lo que les devuelve el espejo.

El amargado y receloso mira en su fondo y, tras rechazar la imagen varias veces, por fin aprende a reír.

El fugitivo sin escrúpulos, estafador de Wall Street, ambiciona el oro que abunda en las montañas, pero descubre la felicidad planificando trabajos de fontanería.

La enferma se recobra de su mal.

El bienintencionado duda. En su interior desea quedarse, pero le convencen las pruebas racionales que le presentan su inquieto hermano y una «joven» que ansía salir por cualquier medio.

¿Qué argumentos oponer? ¿Las palabras de quien confiesa haber orquestado el aterrizaje forzoso para atraerlos? ¿Las de un hombre con una sola pierna que dice haber cumplido doscientos años y le ofrece su puesto de lama?

No es suficiente.

¿Y las palabras de la mujer que podría amarlo?

¿Es el mundo de fuera, donde el amor que predomina se dirige al poder, a la destrucción, a la fuerza, más real pese a todo?

¿Es una historia absurda? ¿Un lugar que existe y que no existe?

¿Un destino? ¿Un camino sin él?

Tantas preguntas…

P. D.: La ciudad de Zhongdian fue rebautizada hace tiempo como «Shangri-La» para hacerse un nombre más marketiniano. Sus calles, monasterios, la garganta del Salto del tigre, el gran lago Bita que baña los alrededores, representan sin duda hermosos regalos a los ojos del viajero.

Pero… no. No es Shangri-La.

viernes, 14 de febrero de 2025

A propósito de Eugenio Oneguin

Interior del Teatro Real de Madrid.

Asisto a una representación de Eugenio Oneguin.

Es una obra de verdad hermosa. La manera en que se funden orquesta y canto, esas frases de los violonchelos, esa secuencia del oboe, la flauta, la trompa, el arpa… Chaikovski dice: «Aquí estoy yo».

Además, las voces, las dotes actorales, incluso el aspecto físico de los protagonistas sobre el escenario, se ajustan perfectamente a cada carácter salido de la pluma de Pushkin: Oneguin, Lenski, Tatiana, Olga… Gran velada.

Lo que se me ocurre mientras desciendo las escaleras del Real, tarareando la escena del baile, es una pregunta… facilona.

¿Qué es el amor?

O mejor dicho, para no sonar empalagoso: ¿qué cree la gente que es el amor?

Las grandes historias operísticas sobre el tema (que alcanzan el noventa por ciento del repertorio) lo presentan en forma de tragedia.

(Bueno, no el noventa. Bajémoslo al ochenta, para dar cabida a las tragicomedias de Mozart o a los simpáticos enredos rossinianos).

Y, aunque la calidad de los libretos sea dispar, muchos beben de fuentes (el citado Pushkin, Goethe, Shakespeare, Hofmannsthal…) con reconocida excelencia. No hablamos de lágrima gorda.

¿Por qué resulta el amor tan melodramático? ¿Por qué atrae tanto esa faceta? ¿Nos identificamos con ella en la vida personal?

En el acto primero, Tatiana le pregunta al aya si se enamoró de joven y qué sintió, y la respuesta es clara: en aquellos tiempos nadie pensaba en tal cosa. Sus padres la casaron a los trece años con su marido, aún más joven, y amor solucionado.

Por su parte, a nuestra soprano le da un flash nada más conocer al apuesto (y sobrado de sí mismo) barítono, de un calibre que la convence de que los cielos se lo han enviado, envuelto con lazo, para toda la vida. ¡Este, este, me lo quedo!

(Oneguin, con toda su chulería, por lo menos es sincero: le advierte de que ha leído demasiadas novelas).

La atracción de Lenski por Olga parece más «razonable». Son amigos desde niños, compañeros de juegos, y el roce…

Ya tenemos el «amor» conformista del aya, la ilusión de buenas a primeras de Tatiana (tanto en el sentido de alegría como de autoengaño), el pasotismo sentimental de Oneguin (se le ve, en segundo plano, abandonando la mansión con gestos de desapego hacia su compañera nocturna, que por supuesto no ha sido Tatiana), y el tranquilo «nos conocemos de toda la vida» de Lenski y Olga.

Pero esperad: cuando su amigo flirtea con Olga en el acto segundo para hacerle rabiar, el buen Lenski, Lenski el poeta, se convierte en un manojo de celos. ¿Otro hombre bailando con su chica? ¿Aquella a quien su alma dedica cada pensamiento? ¡Faltaría más! ¿Dónde están las pistolas de duelo?

O sea, el amor tóxico. ¡Mía, mía, mía y de nadie más!

Repito, en la historia de la ópera esto no es nada inhabitual. Si alguien «posee» a quien otro desea… pasan cosas: el Conde de Luna, Amneris, Don José, Scarpia…

En el acto tercero, el príncipe Gremin declara que no hay un límite para el amor, que en cualquier momento puede abrazarnos la felicidad. Incluso a él, que lleva unas cuantas batallas en el cuerpo y disfruta a su lado de una maravillosa… ¡Tatiana!

Amor igual a felicidad, entonces. Pero… ¿amor correspondido? ¿Basta con amar o es necesario que nos amen?

Porque la heroína, que se supone ha dejado atrás los desvaríos románticos aunque la presencia de Oneguin la turbe (jamás recuperado él a su vez de la muerte de Lenski ni de la soledad), vuelve a confesarle: «Te amo». Y en el antiguo descreído nace la esperanza de la redención.

«Te amo» y se acabó. Permanece con su feliz marido el príncipe. Abandona a Oneguin en su propio infierno.

Alcanzo el hall sin concluir nada (y eso que los escalones desde el paraíso son unos cuantos). Me ajusto la bufanda, salgo a la calle y me dirijo al lugar habitual de las pintas y las patatas bravas.

¿Qué será el amor, qué será?

Tengo que averiguarlo: una jarra de rubia, por favor…

lunes, 10 de febrero de 2025

Nuestro mundo (XXII)

Hoja atrapada por alambre de espino.

El deseo de compartir palabras a veces se ve golpeado por el mundo real, en el que las noticias se dividen en pocas secciones: la de barbaries y la de salvajismos.

(La sección de basura no merece la pena mencionarla. Y si algún penalti ha sido o no injusto, entraría quizá en una cuarta, la de inanidad).

Alguien con un arma decide que once personas en Örebro han tenido una vida demasiado larga.

Alguien con muchas armas decide que cualquier nacido entre las ruinas de Gaza es culpable de ello, de haber nacido, y debe desaparecer.

En cierto lugar llamado Goma, que olvidaremos de aquí a poco, violan y queman a más de ciento sesenta mujeres (¿ciento sesenta y una, ciento sesenta y ocho?).

Y algunos que gritan «Nosotros, nosotros somos los buenos, nosotros, no cualquier otro, coread desde este lado de la línea», lo hacen tras grandes máscaras, sonrisas de comediante o rictus trágicos según venga más a modo para el texto.

Mañana comentaré algún libro. Mejor mañana.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Alétheia

Estación de metro de Sol en Madrid.

¿La verdad? ¿Qué es la verdad? Alétheia

No es que me haya despertado hoy resacoso (in vino veritas), en trance filosófico o que escuchar el interrogatorio cantado por Pilatos en Jesucristo Superstar («¿es mi verdad la misma que la tuya?») me aboque al misticismo musical.

A lo mejor hay una verdad intrínseca distinta a la percibida por los sentidos. En física, ¿no afecta la mera observación de un fenómeno a los resultados que de ella se extraen?

También una verdad inducida, por supuesto. ¿No defendemos los mayores absurdos como verdades, por presión social o cultural? Hasta morimos por ellas.

¿Aumenta la verdad ante un espejo? ¿Se divide su valor por la mitad?

Seudoverdad, posverdad… A la mejor caben muchas verdades, opuestas y complementarias, en el multiverso. El yin y el yang… O ninguna, como opinaba Nietzsche. ¿Quién nos dará luz?

Si planteo una pregunta tan abstracta es debido a ese señor que se cuela en el metro delante de mis mal rasuradas barbas, una vigilante viene a llamarle la atención de palabra y él se arroja al suelo mientras pide socorro porque «le están agrediendo».

Acuden buenas personas en su defensa y, tras disolverse el follón, aún persisten en el aire indignadas denuncias a la brutalidad del uniforme. «¡Qué vergüenza, esto hay que denunciarlo!», etc.

Un viaje suburbano gratis, una «segurata» en retirada por si las moscas y una verdad triunfante a los ojos de varios testigos, convencidos de saber quién es la mala y quién el bueno.

Y este que suscribe mudo de pasmo, por expresarlo de forma autoindulgente. Ponte tú a discursear: ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención!

En fin, respuestas a la duda bienvenidas. No es necesario, pero puntuará un trasfondo socrático, tomista o kantiano.

Tengo verdadera curiosidad.

viernes, 8 de noviembre de 2024

Nuestro mundo (XX)

Casa inundada

Nuestro mundo jamás ha sido un lugar amable. Tan maravilloso y tan hostil…

Gaia, de vez en cuando, se encarga de devolvernos las pesadillas que arrojamos sobre ella. Cicatriz por cicatriz.

Terremotos, volcanes, inundaciones, miasmas…

Entre nosotros mismos solemos morder, sajar, blasfemar contra vecinos, contra semejantes, contra la razón.

Ese hombre junto a mí en el metro, jactándose casi a gritos por el teléfono de que ha dado una paliza a su hermana, le ha destrozado la cara, a ver si aprende, y le acaban de soltar de un calabozo donde le permitían fumar y todo…

Mejor amigos que adversarios, mejor juntos que divididos, mejor el respeto que el odio, mejor una taza de barro en la mano que un arma de tecnología punta… Todo eso despreciamos.

Ah, antes de morir dame tu voto, me sirve para no sé qué cosa que alguien inventó. Después puedes ahogarte o, si lo prefieres, arrojarte a tu propio fuego mesiánico.

Triunfos. Derrotas. Voces que se alzan y se hunden, voces. Todo inútil.

Nuestro mundo. Vanidad de vanidades.

jueves, 13 de junio de 2024

Nuestro mundo (XIX)

Museo Memorial de la Guerra en Lofoten.

En cierta ocasión comenté un libro titulado ¿Quién soy yo… y cuántos?, del filósofo alemán Richard David Precht.

Al comienzo de aquella entrada me preguntaba si la persona que hoy lleva mi nombre es la misma de hace veinte o veinticinco años, ya que el transcurso del tiempo nos modela no solo en un evidente sentido físico, sino creando, matizando o haciendo desaparecer múltiples capas de pensamiento.

¿Podría alguien que volviese a encontrarme tras un intermedio de lustros creer que no he cambiado? O al contrario, manifestar que yo ya no soy yo, sino «otro»… ¿Para mejor? ¿Para peor?

¿Quizá debería aplicar el aforismo de Goethe según el cual si me conociera a mí mismo saldría corriendo?

Con motivo del aniversario del desembarco en Normandía celebrado hace una semana, han proliferado los documentales televisivos que analizan la histórica jornada.

En uno de los que he visto, diversos supervivientes comparten sus recuerdos: las horas previas al «Día D», las impresiones nada más caer el portón de las lanchas —desde su interior y desde la orilla—, si consideran que el objetivo valía de verdad la pena habida cuenta del riesgo personal, si volverían a participar…

Y las palabras de un entrevistado, el tercer señor tudesco que aparece en estas líneas, me llaman tanto la atención como para buscar bolígrafo y dejarlas anotadas:

Si hubiéramos llegado con suficiente rapidez habríamos evitado la invasión […]. No éramos fanáticos, teníamos valor para combatir. Era nuestro deber. Habíamos aprendido a morir por la patria […]. Lo digo sin reservas: sigo estando muy orgulloso de haber pertenecido a las Waffen SS.

Es decir, a alguien que vive en un continente con reglas democráticas de las que imagino se habrá beneficiado desde 1945, le pones delante todo el conocimiento acumulado sobre los «valores» por los que luchó, se los sacude de la conciencia igual que una mota de polvo en la guerrera y responde que fuera arrepentimientos, que sus camaradas y él eran la élite de la humanidad y solo por la insuficiente punta de velocidad de sus Panzer no vivimos aún bajo el felicísimo Reich.

Podría buscar excusas por haber estado sometido a un condicionamiento psicológico que anuló su capacidad de distinguir entre lo moralmente justo y lo abyecto, pedir perdón por el error de juventud, por los millones de víctimas, y dedicarse a trabajar para compensarlo.

Y no. Sus múltiples capas de pensamiento, amalgamadas en una sola, no han olvidado nada ni han aprendido nada.

Esa democracia plural que le ampara, al compararla con los infames «honor» y «fidelidad» grabados en letra gótica sobre la hoja de su antigua daga, no le merece el mismo aprecio.

Tiene albedrío pero no lo quiere. Añora estar bajo las órdenes de un solo hombre, un solo caudillo, y su «visión».

Así siente aún una parte de nuestro mundo en este calendario de 2024.

Qué curioso…

Qué triste…

Qué desalentador.

P. D.: Si alguien tiene curiosidad, saqué la foto en un pequeño museo de la localidad noruega de Svolvær, el Lofoten Krigsminnemuseum, dedicado a la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial.

jueves, 6 de junio de 2024

«Día D»

El crucero Belfast anclado frente a la Torre de Londres.

He hablado en varias ocasiones sobre el mayor reto de la humanidad si queremos tener no ya futuro, sino un presente en el que la palabra «vida» nos ofrezca algún pequeño significado:

La guerra. Abolir la guerra. Desterrarla de nuestras mentes, de nuestros corazones, de lo más profundo de nuestro ser, donde siempre acaba renaciendo.

También he hablado sobre muchos libros que la retratan fielmente, lejos de compases musicales para alegrar desfiles.

Pero quizá no he dicho tanto sobre los hombres y mujeres que la han sufrido. Sobre todo aquellos que, tras acudir a su llamada, pensaron que sería la última si conseguían atravesar una playa, un campo de alambre, una muralla de ametralladoras con rojas bocas hambrientas.

Aquellos que pagaron por su anhelo un precio.

El 6 de junio de 1944, la esvástica ondeaba en Europa. Uno de los mayores símbolos de devastación de cualquier tiempo.

Esa madrugada, el crucero Belfast, encabezando la flota aliada, abrió fuego sobre el «Muro del Atlántico».

Las lanchas de desembarco, el resto del «Día D», son historia.

La historia de aquellos hombres.

Nuestra historia.

jueves, 30 de mayo de 2024

Honra a los «maestros alemanes»…

Estatua del emperador Guillermo I en Lübeck.

Después de varias horas, todo ha transcurrido como esperaba. Incluso mejor, la verdad. Buena representación wagneriana.

En la cresta de las águilas —o gallinero— me ajusto las gafas. Veo cómo Hans Sachs concede a Walther von Stolzing el título que llevaba ansiando desde el primer acto para obtener la mano de Eva. Los maestros cantores de Núremberg se aproximan a la escena final.

De repente, Walther rechaza la ceremonia y el zapatero le reconviene: «no desprecies a los maestros».

Unas estrofas más tarde, añade un gentilicio: honra a los «maestros alemanes».

Y amplía la idea: «¡Estad prevenidos! ¡El peligro nos amenaza! Si alguna vez el pueblo y el imperio alemán cayeran bajo un falso dominio extranjero…».

Literalmente, deutsches Volk und Reich, eso es lo que canta el protagonista de la jornada. Luego nos aclara que se refiere al Sacro Imperio Romano Germánico, pero vamos, Volk und Reich… No me extraña que esta ópera, una comedia, la programaran con alegría ya nos imaginamos quiénes.

Mientras aplaudo complacido, como el resto de asistentes al Real, me viene a la cabeza la típica memez del día. De la semana, de la vida:

¿Por qué alguien puede creer que haber nacido a un lado u otro de un río, en las laderas de un monte o en el valle, en tal o cual continente, bajo el cielo donde alguna vez surgió un heroico general conquistador o un millón de heroicos conquistados le hace, no ya diferente, sino mejor que otros sin su «suerte»?

¿Por qué hay símbolos del todo accidentales en la historia que se clavan en nuestra cultura como armas arrojadizas?

¿El arte alemán porque fue el hogar de Beethoven, por ejemplo? ¿Ese nieto de inmigrantes? ¿España porque Pelayo salvó a la cristiandad? ¿Era acaso Averroes una amenaza? ¿Cataluña porque el bando borbónico fabricó más pólvora que el austracista? ¿América first? ¿El peligro amarillo? La lista es inacabable.

¿Para cuándo una convicción cosmopolita, que aparte de sí el ombligocentrismo, los dioses que exigen sacrificios exclusivos a sus siervos, las lenguas-muro, el odio a la diversidad como cimiento del orgullo nacional…?

¿Que abrace la comprensión, el respeto, la existencia en armonía, la idea de que lo importante en la vida es cómo la vivimos, las sonrisas en los rostros que dejamos de recuerdo?

Y no si nuestra «sangre» viene de un Volk ni de un Reich. De un fritz, un tommy, un gringo, un gabacho, un sudaca, un negro, un japo, un moro, un charnego…

¿Para cuándo?

lunes, 4 de abril de 2022

Nuestro mundo (XVIII)

Cartel en Auschwitz.

Srebrenica. Babi Yar. Buchenwald.

Varían los números, claro. Quizá no sean lo mismo seis millones, que cien mil, que trescientos cincuenta. Quizá.

Katyn. Wounded Knee. Masacre de Manila.

Dicen que la guerra saca a la superficie lo mejor y lo peor que cada uno lleve dentro.

Holocausto. Holodomor. Genocidio armenio.

Y que, salvo contados casos, todos somos capaces del mayor sacrificio o la mayor degradación si nos ponen a prueba.

La Jerusalén de la Primera Cruzada.

Solo hace falta encontrar la «tecla exacta» para que cualquier criterio moral sea sustituido por el predatorio. Eso dicen.

Tapias escondidas. Cunetas al amanecer. Paracuellos.

Los predadores alfa y omega de nuestro mundo. Los que dan órdenes y los que las cumplen.

Bucha, Mariúpol…

martes, 12 de octubre de 2021

Reflexiones de octubre

Desfile de los Tercios.

Los países suelen celebrar su día nacional con un desfile.

No tiene nada de raro. La historia del mundo es la historia de las guerras, la historia de los hombres y mujeres que las han luchado, que las han ganado, que las han perdido.

Erasmo dice que la naturaleza dio al ser humano «ojos amistosos, en los que se muestra el ánimo. Brazos en círculo, para abrazar. El sentido del beso, para que los ánimos se tocaran y se unieran. La risa, símbolo de alegría…».

Y el uso del lenguaje y de la razón, «que es sin duda la cosa más útil a la hora de ganarse y conservar la amistad, de manera que absolutamente nada se hiciera entre los hombres por medio de la fuerza».

Dice que hay una antítesis profunda entre humanitas y guerra.

Sin embargo, mantenemos una pugna inmemorial, que nunca termina: entre naciones, reinos, príncipes, ciudades, pueblos, familiares, entre hermanos, todos luchamos contra otros iguales a nosotros.

Habrá que concluir entonces que los seres humanos… no somos humanos.

O que Erasmo se equivocaba, claro.

miércoles, 17 de febrero de 2021

Nuestro mundo (XIII)

Carteles publicitarios antiguos.

Nuestro mundo busca la felicidad por vías de lo más insospechadas.

Los automóbiles, los pasteles, la cerveza…

El amor, la playa, los refrescos de cola…

El rock, los cigarrillos, las rubias de falda corta encima de poderosas máquinas…

viernes, 8 de enero de 2021

Democracia

Bandera de los Estados Unidos de América.

Charlando en cierta ocasión con alguien de planteamientos políticos muy alejados de los míos, me hizo una curiosa pregunta.

«¿Qué entiendes por democracia?».

Me quedé chocado. ¿Acaso podía ser democracia una palabra polisémica, como cubo, hoja o pico?

En aquel momento contesté con una retahíla de características: reglas de participación, derechos, instituciones, responsabilidades… Todo lo que tendría cabida en un manual de teoría del Estado.

Pero creo que no di en el clavo.

Porque una cosa son las cualidades y otra la esencia.

La democracia es, ante todo, una convicción espiritual. Una fe, si se quiere.

Un «algo» casi tan inclasificable como la amistad o el amor.

Un deseo por el bien común, con sacrificio voluntario de parte del bien personal.

Y diferente a la dictadura de los votos, dicho sea de paso.

Cuando el bien común se convierte en una frase de boquilla, un eslogan, cuando nos aprovechamos del sistema para favorecer intereses espurios, cuando hacemos aspavientos en nombre del progreso, la libertad, la patria o cualquier otro seudovalor para camuflar un simple y llano «ahora mando yo, os vais a enterar»…

Se acaba asaltando el Capitolio y lo que haga falta.

lunes, 12 de octubre de 2020

Un día de octubre

Flores rojas y amarillas.

Un día de octubre. Una fiesta. Hoy.

Escucho a la estupenda Emeli Sandé.

Y el último tema hace que todo se pare alrededor, que me levante, que vaya hasta el piano, que improvise acordes para acompañar su voz.

Para acompañar esas palabras...

Imagine all the people living life in peace.

lunes, 28 de septiembre de 2020

Nuestro mundo (XII)

Misil en Ereván.

Armenia culpa a Azerbayán.

Azerbayán culpa a Armenia.

Guerra.

Recuerdo «monumentos» como el de la foto, que vi expuestos en un parque prominente de Ereván: un MIG 21, un misil, cañones, blindados…

«Me llena de fe en el ser humano» que nada haya cambiado. Lanzas de pedernal, flechas, catapultas, mosquetes…

«Me llena de fe en el ser humano» que nada vaya jamás a cambiar.

lunes, 27 de julio de 2020

Hagia Sophia

Hagia Sophia en Estambul.

Lo triste no es que la quieran hacer museo o mezquita.

O catedral o sinagoga, o templo de Buda o de Atenea.

O de la divina razón, como dice su nombre.

Porque el ser humano busca algo. Desde los albores.

Y en su camino ha construido edificios hermosos.

No, lo triste de verdad es que no sepa lo que busca.

Ni cuál es la pregunta ni cuál la respuesta.

Y de su confusión haga nacer dogmas, aspavientos…

Reglas por la espada…

Soberbia, sectarismo, desprecio…

En lugar de compartir esos edificios.

En lugar de compartir la paz que cada uno lleve dentro.

lunes, 22 de junio de 2020

Ilusión

Armadillo.

Correteo detrás con alegría, como un niño.

Nunca había visto uno antes. Sus orejas, su hocico, su armadura

Y sí, puede que suene demasiado infantil. Ingenuo en cualquier caso.

Pero si hay algo que precisamente desee es no perder esa ilusión.

La de maravillarme tras los pasos de un armadillo.

jueves, 30 de abril de 2020

El asedio (XXXIX)

Mujer preocupada en el mercado.

Me pregunto: cuando el asedio nos deje respirar un poco, ¿qué será lo que habremos aprendido?

¿A vivir en una sociedad más amable, más equilibrada, más justa?

¿O seguiremos creyendo que las personas somos islas, como dice la canción?

Y sálvese quién pueda…

martes, 13 de noviembre de 2018

Pregunta sin respuesta

Silla desvencijada junto al lago.

Cuando no sabes qué decir. Ni siquiera qué decirte a ti mismo.

Cuando todo parece un círculo, sin un lejos, sin un cerca, sin un quizá liberador jamás.

Cuando no puedes distinguir, un día y otro día, cuál es la pregunta y cuál es la respuesta.

Aún te queda el silencio. Calla. Escucha. Solo escucha…

lunes, 9 de abril de 2018

Nuestro mundo (XI)

Prüfung, memorial en la Iglesia de San Nicolás en Hamburgo.

Tiempos curiosos, estos.

Tiempos en que los nazionalistas, para insultar a quienes defendemos la Constitución y el Estado de Derecho, nos llaman «fascistas».

Qué poso de negrura en su corazón.

jueves, 8 de marzo de 2018

Nuestro mundo (IX)

Mujer anciana.

¿Cómo no sentir ahogo cada vez que se anuncia un nuevo caso de abuso, de violencia o de asesinato machista?

Pocos criminales tan cobardes como aquellos que se creen dueños de otra persona, arrancando todo el significado de la palabra «amor».

Y nos fijamos solo cuando es tarde, pasando a menudo por alto lo que está ahí, ahí mismo, no tan larvado.

No hace falta esperar a un día de marzo para ponerse en pie.

Porque en cualquier momento, en cualquier lugar del mundo, la vida de cualquier mujer no disfruta del mismo valor que la de cualquier hombre.

Como si la humanidad tuviera que pagar un tributo doliente a nuestra propia idiotez.