Nuestro mundo ha dejado de ser un lugar amable.
¿Qué ilusión es esa? Jamás lo fue. Tan maravilloso y tan hostil…
Gaia, de vez en cuando, se encarga de devolvernos las pesadillas que arrojamos sobre ella. Cicatriz por cicatriz.
Terremotos, volcanes, inundaciones, miasmas…
Entre nosotros mismos solemos morder, sajar, blasfemar contra vecinos, contra semejantes, contra la razón.
Ese hombre junto a mí en el metro, jactándose casi a gritos por el teléfono de que ha dado una paliza a su hermana, le ha destrozado la cara, a ver si aprende, y le acaban de soltar de un calabozo donde le permitían fumar y todo…
Mejor amigos que adversarios, mejor juntos que divididos, mejor el respeto que el odio, mejor una taza de barro en la mano que un arma de tecnología punta… Todo eso despreciamos.
Ah, antes de morir dame tu voto, me sirve para no sé qué cosa que alguien inventó. Después puedes ahogarte o, si lo prefieres, arrojarte a tu propio fuego mesiánico.
Triunfos. Derrotas. Voces que se alzan y se hunden, voces. Todo inútil.
Nuestro mundo. Vanidad de vanidades.
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