Gente de la calle de los sueños se podría describir como novela costumbrista. Más o menos.
Y las costumbres que narra Teru Miyamoto se ambientan en Osaka. Incluso, según una nota del traductor, escribe en un dialecto de la zona.
¿Qué ocurre por aquellos pagos? ¿Quiénes se relacionan día a día en el barrio? ¿Cuáles son sus preocupaciones?
Tenemos a Haruta, poeta no publicado, hilo conductor del relato. Ama en silencio a la estudiante de peluquería Mitsuko.
Mitsuko anda muy preocupada por el joyero que encontró en la calle y no ha entregado a la policía. Piensa que Ryuichi podría ayudarla.
Ryuichi intenta ocultar los tatuajes que delatan su pasado. Junto a su hermano Ryuji, antiguos miembros de la yakuza, han vuelto para ayudar en la carnicería del padre.
Hay quien sospecha de ellos porque dos motoristas han destrozado el minúsculo local de la viuda Tomi.
Aunque las malas lenguas tampoco dejan de señalar a Gonyi, presidente de la asociación de comerciantes. Si consiguiera desahuciar a la anciana inquilina, ¿no obtendría los votos que controla el casero Furukawa en las elecciones a la asamblea de distrito?
Tetsutaro, el adolescente que roba en la relojería familiar, quizá haya dejado embarazada a su novia Rie, hija del dueño del pachinko.
Y muchos otros personajes pueblan estas páginas, un microcosmos donde todos los vecinos tejen sus vidas.
Un buen ejemplo de que, si existe un rasgo que defina a las personas de cualquier lugar, no importa lo remoto que se dibuje en el mapa, es la universalidad de los sentimientos.
Música, libros, fotos, cosas que me pasan, que recuerdo, que se me ocurren, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
miércoles, 29 de mayo de 2019
jueves, 23 de mayo de 2019
Brevísima y elogiosa nota sobre… (XXXII)
Voy a confesar una cosa: este libro hoy "no tocaba".
Otros con méritos propios y acabados días antes debían ocupar su lugar en el orden cronológico del blog.
Y aún lo sostengo en la mano, literalmente recién leído, mientras pienso en qué podré anotar sobre él. Qué palabras, qué elogios, le harán justicia.
No necesito madurar mi opinión. Pese a su brevedad –o dentro de su brevedad−, hablamos de un texto que nos hace más conscientes de dónde pisamos en el camino de la vida.
Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo.
Ese es su título. Y Rob Riemen el nombre de su autor.
Se estructura en dos ensayos con fuertes vínculos de fondo: El eterno retorno del fascismo y El regreso de Europa. Sus lágrimas, sueños y hazañas.
En el primero de ellos encontramos una combativa reflexión sobre lo que es el fascismo. Atención al matiz: lo que es por naturaleza, aparte de las mutables caretas bajo las que se presenta.
Un término tan degradado como insulto, que todos negarán la más mínima influencia. Populismo, nacionalismo, cualquier expresión suavizada despierta menos rechazo.
«¡No somos fascistas, somos un partido a favor de la libertad! ¡Somos defensores de valores humanistas y judeocristianos! ¡Muchos intelectuales nos apoyan! ¡Más y más jóvenes están votando por nosotros! ¡No somos violentos! ¡Somos antifascistas!». Así sonarán sus gritos.
¿Podemos de verdad entonces festejar su desaparición de nuestras sociedades? ¿No vemos las evidencias de lo contrario?
En cuanto a la segunda parte, Riemen quiere recordarnos el significado de conceptos que parece estuvieran ahí de decorado: democracia, libertad y civilización.
Lo hace de forma biográfica, narrando un viaje a paisajes alpinos como huésped de hoteles donde alguna vez se alojaron Mann, Hesse, Rilke, Einstein, Chagall, Klemperer, Menuhin…
Invitado a seminarios de reflexión sobre la idea de Europa, conoce a interlocutores que le dan motivos para irritarse y a otros cuya humilde profundidad le maravilla.
Y comparte lo que escucha con nosotros.
Más luz para una era de penumbra.
Otros con méritos propios y acabados días antes debían ocupar su lugar en el orden cronológico del blog.
Y aún lo sostengo en la mano, literalmente recién leído, mientras pienso en qué podré anotar sobre él. Qué palabras, qué elogios, le harán justicia.
No necesito madurar mi opinión. Pese a su brevedad –o dentro de su brevedad−, hablamos de un texto que nos hace más conscientes de dónde pisamos en el camino de la vida.
Para combatir esta era. Consideraciones urgentes sobre fascismo y humanismo.
Ese es su título. Y Rob Riemen el nombre de su autor.
Se estructura en dos ensayos con fuertes vínculos de fondo: El eterno retorno del fascismo y El regreso de Europa. Sus lágrimas, sueños y hazañas.
En el primero de ellos encontramos una combativa reflexión sobre lo que es el fascismo. Atención al matiz: lo que es por naturaleza, aparte de las mutables caretas bajo las que se presenta.
Un término tan degradado como insulto, que todos negarán la más mínima influencia. Populismo, nacionalismo, cualquier expresión suavizada despierta menos rechazo.
«¡No somos fascistas, somos un partido a favor de la libertad! ¡Somos defensores de valores humanistas y judeocristianos! ¡Muchos intelectuales nos apoyan! ¡Más y más jóvenes están votando por nosotros! ¡No somos violentos! ¡Somos antifascistas!». Así sonarán sus gritos.
¿Podemos de verdad entonces festejar su desaparición de nuestras sociedades? ¿No vemos las evidencias de lo contrario?
En cuanto a la segunda parte, Riemen quiere recordarnos el significado de conceptos que parece estuvieran ahí de decorado: democracia, libertad y civilización.
Lo hace de forma biográfica, narrando un viaje a paisajes alpinos como huésped de hoteles donde alguna vez se alojaron Mann, Hesse, Rilke, Einstein, Chagall, Klemperer, Menuhin…
Invitado a seminarios de reflexión sobre la idea de Europa, conoce a interlocutores que le dan motivos para irritarse y a otros cuya humilde profundidad le maravilla.
Y comparte lo que escucha con nosotros.
Más luz para una era de penumbra.
miércoles, 15 de mayo de 2019
Brevísima y perpleja nota sobre… (VI)
Tengo un problema.
O a lo mejor lo tiene el resto del mundo, quién sabe.
¿Por qué a la gente le gusta tanto César Aira y yo no consigo pasar de la perplejidad?
No será por ganas de ir contra corriente, ya que El error es su cuarto libro que leo. Así que oportunidades ha tenido.
Tampoco por anteojeras ante lo indiscutible: escribe bien. Es decir, su uso del lenguaje y de los recursos estilísticos es irreprochable.
Pero si desciendo a lo básico, al corazón de lo que significa imaginar y contar historias... No consigo que las suyas me interesen, tan triste como eso.
En el título concreto que nos ocupa, esto ha supuesto un verdadero fastidio, ya que me he quedado cerca. Gracias sobre todo al comienzo, de personajes y escenario ambiguos, que abre una puerta sugerente.
Dos parejas en un jardín salvadoreño donde se exhibe la obra de un famoso escultor: ¿quiénes son? ¿Por qué están en ese lugar? ¿Tienen algo que ver con la guerra civil que asola el país? ¿Y el escultor? ¿Cómo ha logrado su renombre?
Y de repente el hilo se cierra y surge otro paralelo, donde la protagonista es una mujer presa que se relaciona por carta con el mismo artista. Había matado a su marido con una roca de oro, después de lo cual huyó a la selva y encontró refugio en la hacienda de un solitario científico.
En fin, uno se resigna a abandonar la primera trama sin respuestas y se introduce con la mejor voluntad en la segunda. Hasta que… ¡otra vez! Nuevo golpe de efecto avant-garde y a mitad de camino se vuelve a interrumpir la narración.
Ahora da paso a un famoso bandolero cuyas aventuras inspiran los folletines que se leen en la cárcel. Por complacer a su esposa, planea sustraer y retocar el busto del padre, que en opinión de ella no representa sus facciones cabalmente, y que se encuentra en un impenetrable Palacio de las Ciencias.
Todo relacionado de alguna manera, de acuerdo, pero todo desgraciadamente sin coherencia e inconcluso. Como si el autor dijera: «Ahí os quedáis».
Pues vaya gracia.
O a lo mejor lo tiene el resto del mundo, quién sabe.
¿Por qué a la gente le gusta tanto César Aira y yo no consigo pasar de la perplejidad?
No será por ganas de ir contra corriente, ya que El error es su cuarto libro que leo. Así que oportunidades ha tenido.
Tampoco por anteojeras ante lo indiscutible: escribe bien. Es decir, su uso del lenguaje y de los recursos estilísticos es irreprochable.
Pero si desciendo a lo básico, al corazón de lo que significa imaginar y contar historias... No consigo que las suyas me interesen, tan triste como eso.
En el título concreto que nos ocupa, esto ha supuesto un verdadero fastidio, ya que me he quedado cerca. Gracias sobre todo al comienzo, de personajes y escenario ambiguos, que abre una puerta sugerente.
Dos parejas en un jardín salvadoreño donde se exhibe la obra de un famoso escultor: ¿quiénes son? ¿Por qué están en ese lugar? ¿Tienen algo que ver con la guerra civil que asola el país? ¿Y el escultor? ¿Cómo ha logrado su renombre?
Y de repente el hilo se cierra y surge otro paralelo, donde la protagonista es una mujer presa que se relaciona por carta con el mismo artista. Había matado a su marido con una roca de oro, después de lo cual huyó a la selva y encontró refugio en la hacienda de un solitario científico.
En fin, uno se resigna a abandonar la primera trama sin respuestas y se introduce con la mejor voluntad en la segunda. Hasta que… ¡otra vez! Nuevo golpe de efecto avant-garde y a mitad de camino se vuelve a interrumpir la narración.
Ahora da paso a un famoso bandolero cuyas aventuras inspiran los folletines que se leen en la cárcel. Por complacer a su esposa, planea sustraer y retocar el busto del padre, que en opinión de ella no representa sus facciones cabalmente, y que se encuentra en un impenetrable Palacio de las Ciencias.
Todo relacionado de alguna manera, de acuerdo, pero todo desgraciadamente sin coherencia e inconcluso. Como si el autor dijera: «Ahí os quedáis».
Pues vaya gracia.
miércoles, 8 de mayo de 2019
Brevísima y elogiosa nota sobre… (XXXI)
«Tira ese libro a la basura».
¡¿Qué?! ¡O sea, ahora que llevo el temario estudiado, que por fin puedo meter baza en cualquier conversación con los sabios, va uno de ellos y me suelta así lo que opina de mi libro! Solo porque le digo que la página 98 lo deja bien claro: «Los Whitesnake se pueden ir a la m...».
Protoheavy, black metal, thrash metal, death metal, brutal death metal, death metal técnico, death metal melódico, death metal sueco, blackened death metal, dead-thrash, doom, crossover, power metal, grindcore… Un momento, que me acuerde: ¿el grindcore era…?
El título sirve para aclararlo: La historia del heavy metal, de Andrew O’Neill. Y mi recomendación es positiva. Leedlo, os vais a entretener.
Sobre todo paracaidistas como yo, con ideas algo generales sobre el género, que conocemos a unos cuantos grupos famosos pero ardemos en deseos de ampliar nuestra cultura mientras practicamos el headbanging –pese a las secuelas físicas que el autor advierte llegarán−.
Quizá presente una salvedad: la traducción más adecuada sería una historia, y no la historia. O'Neill se guía por gustos personales, y su olimpo –o su hades tenebroso, según se mire– lo ocupan ciertas formaciones mientras pone a otras a caer de un burro.
Metallica son los amos. Y Sepultura. Y Pantera. Y Black Sabbath, Judas Priest o Motörhead, evidentemente. Pero cualquier cosa que huela a, pues… Mötley Crue o Guns N’Roses, por ejemplo, ¡uf!, no son dignos de arrastrarse por el mundo.
La discusión está servida.
P.S. No consigo que a mí me guste Sepultura.
P.S. En la página 25 se promete que aficionarte al heavy te hace más sexi. Ya veremos, ya.
¡¿Qué?! ¡O sea, ahora que llevo el temario estudiado, que por fin puedo meter baza en cualquier conversación con los sabios, va uno de ellos y me suelta así lo que opina de mi libro! Solo porque le digo que la página 98 lo deja bien claro: «Los Whitesnake se pueden ir a la m...».
Protoheavy, black metal, thrash metal, death metal, brutal death metal, death metal técnico, death metal melódico, death metal sueco, blackened death metal, dead-thrash, doom, crossover, power metal, grindcore… Un momento, que me acuerde: ¿el grindcore era…?
El título sirve para aclararlo: La historia del heavy metal, de Andrew O’Neill. Y mi recomendación es positiva. Leedlo, os vais a entretener.
Sobre todo paracaidistas como yo, con ideas algo generales sobre el género, que conocemos a unos cuantos grupos famosos pero ardemos en deseos de ampliar nuestra cultura mientras practicamos el headbanging –pese a las secuelas físicas que el autor advierte llegarán−.
Quizá presente una salvedad: la traducción más adecuada sería una historia, y no la historia. O'Neill se guía por gustos personales, y su olimpo –o su hades tenebroso, según se mire– lo ocupan ciertas formaciones mientras pone a otras a caer de un burro.
Metallica son los amos. Y Sepultura. Y Pantera. Y Black Sabbath, Judas Priest o Motörhead, evidentemente. Pero cualquier cosa que huela a, pues… Mötley Crue o Guns N’Roses, por ejemplo, ¡uf!, no son dignos de arrastrarse por el mundo.
La discusión está servida.
P.S. No consigo que a mí me guste Sepultura.
P.S. En la página 25 se promete que aficionarte al heavy te hace más sexi. Ya veremos, ya.
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