miércoles, 15 de mayo de 2019

El error

Portada del libro El error, de César Aira

Título y autor/a:El error, de César Aira.
Clave de lectura:Historias concatenadas de un autor famoso.
Valoración:✮✮✩✩✩
Comentario personal:No me interesan, así de triste.
Música:Three Inventions, de George Benjamin ♪♪♪

Tengo un problema. O a lo mejor lo tiene el resto del mundo, quién sabe: ¿por qué a la gente le gusta tanto César Aira y a mí no consigue convencerme?

El error, según mis cuentas, es su cuarto libro que leo, y lo que resulta evidente es que escribe bien. Es decir, su uso del lenguaje y de los recursos estilísticos es irreprochable.

Pero si desciendo a lo básico, al corazón de lo que significa imaginar y contar historias... Las suyas no me interesan, así de triste.

Tenemos a dos parejas en un jardín salvadoreño donde se exhibe la obra de un famoso escultor: ¿quiénes son? ¿Por qué están en ese lugar? ¿Tienen algo que ver con la guerra civil que asola el país?

Y el escultor, ¿cómo ha logrado su renombre?

De repente, el hilo se cierra y surge otro paralelo, donde la protagonista es una mujer presa que se relaciona por carta con el mismo artista. Había matado a su marido con una roca de oro, después de lo cual se adentró en la selva y encontró refugio en una hacienda solitaria.

Me resigno a abandonar la primera trama sin respuestas e introducirme en la segunda, hasta que… ¡Otra vez! Nuevo golpe de efecto avant-garde y se vuelve a interrumpir la narración.

Ahora da paso a un famoso bandolero cuyas aventuras inspiran los folletines que se leen en la cárcel. Por complacer a su esposa, planea sustraer y retocar el busto del padre que, en opinión de ella, no representa sus facciones cabalmente y que se encuentra en un impenetrable Palacio de las Ciencias.

Todo relacionado de alguna manera, puede ser, pero todo desgraciadamente inconcluso. Como si el autor siempre dijera: «Ya no sigo, ahí os quedáis».

Pues vaya gracia.


El desconocido advirtió que la mujer prefería no entrar en detalles sobre su pasado, y con discreción no hizo preguntas. Supuso que huía de algo, como tantos otros. Sin ir más lejos, sus asistentes y criados habían huido también, y lo habían dejado solo.

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