martes, 2 de agosto de 2022

Brevísima y elogiosa nota sobre… (CI)

Existe un tipo de personas al que, por mucho que lo intente, no consigo comprender. De ninguna de las maneras.

¿Cómo? ¿Que piensas que la historia es qué? ¿Aburridaaaaaa?

¿De verdad, de verdad, de verdad?

Vale, ya sé que tiene que haber variedad en el mundo, pero si te cuentas entre esas filas, me da la impresión de que deberías leerte la Historia de Roma de Indro Montanelli. Con urgencia.

Si se ha escrito un libro ameno y con ánimo de despejar de mármoles y senadoconsultos los vaivenes de, quizá, la civilización más influyente de todos los tiempos, ese es el de nuestro autor.

Veterano en términos historiográficos, ya que se editó por vez primera en los años 50 del pasado siglo, el prólogo advierte de que no viene a descubrir nada nuevo. Solo a plasmarlo de manera «más sencilla y cordial».

Cosa que consigue, sin duda, y sin necesidad de infantilizar el relato, adobarlo con sal gruesa o dejar su contenido mondo y lirondo. ¿Cuál es su secreto? El sentido del humor.

Los romanos eran como nosotros (eran nosotros), unos tipos sujetos a todas las pasiones, fortalezas y debilidades humanas que queramos imaginar. Ni más tontos, ni más listos. Ni más trabajadores, ni más inventivos, ni menos ambiciosos que otras tribus. Si acaso, algo más brutos. Y con una resiliencia a prueba de pilum.

Aunque el imaginario popular ha formado una imagen basada en el Imperio y las legiones, en realidad Roma no llegó a su cúspide en dos días. La de vicisitudes, casualidades, golpes de suerte, choques, absorciones y pelotazos para dejar en el camino a otros candidatos, resulta asombrosa.

De hecho, Montanelli se recrea en la época más oscura ab Urbe condita, lo cual es muy de agradecer. César no asoma la calva hasta, más o menos, la mitad del volumen. La expansión al otro lado de las siete colinas, del Lazio, de la península italiana, de Europa y del Mediterráneo nos mantiene con los ojos amorosamente pegados al papel.

Como lo sigue haciendo, sin bajadas de tensión, hasta desembocar en la sociedad corrupta y «blandengue» que simboliza Rómulo Augústulo, mientras le entrega los laureles del mando al godo Odoacro. Finis ludi. Fin del juego.

Ah, ¿que te gusta, dices? ¿Que has cambiado de idea? Si ya lo sabía yo…