Si...
Si puedes mantenerte firme, cuando todos a tu alrededor
se derrumban y te echan a ti la culpa;
si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan,
y al tiempo, no echar esas dudas en saco roto;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o que te engañen y no devolver a cambio engaños,
o que te odien y no dar cabida al odio,
y aun así, ni parecer demasiado bueno, ni hablar con excesiva sabiduría…
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen,
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu meta;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso
y tratar a ambos impostores por igual;
si puedes escuchar, y soportarlo, que personas sin escrúpulos
tergiversen la verdad que has dicho, para atraer a los necios,
o puedes ver destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas inservibles...
Si puedes poner todas tus ganancias en un montón
y arriesgarlas a una sola tirada,
y perder, y volver a comenzar desde el principio
sin una palabra de queja sobre tu pérdida;
si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
y a resistir cuanto ya no te queda nada más,
excepto la voluntad que les dice: "¡Resistid!"…
Si puedes hablar con las multitudes y conservar tu virtud,
o caminar entre reyes, manteniendo los pies en el suelo;
si ni los enemigos ni tampoco los buenos amigos pueden herirte,
si todo el mundo cuenta contigo, pero nadie demasiado;
si puedes ocupar cada minuto inexorable,
haciendo que los sesenta segundos valgan la pena,
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y lo que es más, serás un hombre, hijo mío.
Rudyard Kipling
(Traducción propia de la versión original inglesa).
Música, libros, fotos, cosas que me pasan, que recuerdo, que se me ocurren, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
miércoles, 30 de diciembre de 2009
2010 (Si...)
Con Rudyard Kipling, me gustaría desear un buen año a quienes estéis leyendo estas líneas. A todos, por anticipado, feliz 2010.
domingo, 27 de diciembre de 2009
Mektub
Mektub.
Está escrito, como dicen los hijos del desierto.
Construimos nuestras propias cárceles, nuestras fortalezas, levantadas piedra a piedra a lo largo de los años. Desde fuera se ven poderosas.
Y en su interior... Bueno, ¿a quién le importa lo que ocurre en el interior?
Mektub.
Está escrito, como dicen los hijos del desierto.
Construimos nuestras propias cárceles, nuestras fortalezas, levantadas piedra a piedra a lo largo de los años. Desde fuera se ven poderosas.
Y en su interior... Bueno, ¿a quién le importa lo que ocurre en el interior?
Mektub.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
Bella figlia dell’amore...
Voy caminando por la calle, bajo un airecillo serrano que presagia todos los males de garganta habidos y por haber. De improviso, una señorita de agradables rasgos surge a mano izquierda y, con una cadencia de paso que denota más prisa que la mía, se sitúa unos metros por delante.
Me han explicado los entendidos en ciclismo que en un pelotón es bueno que otro corredor vaya cortando el viento, para evitar su impacto directo en carnes propias. De manera que me aplico el cuento y me pongo a chupar rueda.
Agradables rasgos y aparato locomotor de larga zancada, decía. Añadidos a una ondulante cabellera digna de un anuncio de champú, silueta de perfectas proporciones euclidianas, gusto y elegancia en el vestir... Lo que viene a ser un buen porte general. Algunos conciudadanos que se cruzan en nuestro camino giran la cabeza para sacar sus propias conclusiones científicas.
Si fuera el verdiano duque de Mantua, le dedicaría eso de Bella figlia dell’amore, schiavo son de’ vezzi tuoi. Como no lo soy, pienso en dedicarle una entrada del blog, cuyo contenido me pongo a cavilar. Una oda quedaría apropiada: Oh tú, delicada ninfa, náyade de belleza inaudita, nereida que ante simples mortales te presentas... Algo por el estilo. ¿Qué rima con inaudita? ¿Afrodita?
Ya estoy nuevamente a su vera, tenemos el semáforo cerrado y hay que esperar. Hum, qué sonido tan peculiar está haciendo con la epiglotis, parece tal que, tal que... No, qué va, imposible, debo de tener los oídos atrofiados. Aunque... ¿por qué inclina ahora la cabeza hacia el suelo? ¿Se le habrá caído algo?
Tras sonora preparación, cierto material orgánico desechable, que algunos llaman gargajo y otros esputo, sale expulsado de su linda garganta, atreviéndose a rozar sus exquisitamente perfilados labios, para acabar descansando sobre la vía pública, en flagrante atentado contra toda ordenanza municipal. Pero entonces... ¿no se trata de un ser etéreo, feérico, divino? ¡Oooooh!
Traumatizado testigo de una acción carente de la más mínima gracia, poco higiénica y absolutamente nada cívica, siento descender el nivel de mi termómetro platónico. No es que llegue hasta la suela del zapato, pero queda bastante bajo. Moraleja: debe de ser cierto eso de que no hay que juzgar las cosas por su envoltorio. Ni a las personas. Qué pena.
Me han explicado los entendidos en ciclismo que en un pelotón es bueno que otro corredor vaya cortando el viento, para evitar su impacto directo en carnes propias. De manera que me aplico el cuento y me pongo a chupar rueda.
Agradables rasgos y aparato locomotor de larga zancada, decía. Añadidos a una ondulante cabellera digna de un anuncio de champú, silueta de perfectas proporciones euclidianas, gusto y elegancia en el vestir... Lo que viene a ser un buen porte general. Algunos conciudadanos que se cruzan en nuestro camino giran la cabeza para sacar sus propias conclusiones científicas.
Si fuera el verdiano duque de Mantua, le dedicaría eso de Bella figlia dell’amore, schiavo son de’ vezzi tuoi. Como no lo soy, pienso en dedicarle una entrada del blog, cuyo contenido me pongo a cavilar. Una oda quedaría apropiada: Oh tú, delicada ninfa, náyade de belleza inaudita, nereida que ante simples mortales te presentas... Algo por el estilo. ¿Qué rima con inaudita? ¿Afrodita?
Ya estoy nuevamente a su vera, tenemos el semáforo cerrado y hay que esperar. Hum, qué sonido tan peculiar está haciendo con la epiglotis, parece tal que, tal que... No, qué va, imposible, debo de tener los oídos atrofiados. Aunque... ¿por qué inclina ahora la cabeza hacia el suelo? ¿Se le habrá caído algo?
Tras sonora preparación, cierto material orgánico desechable, que algunos llaman gargajo y otros esputo, sale expulsado de su linda garganta, atreviéndose a rozar sus exquisitamente perfilados labios, para acabar descansando sobre la vía pública, en flagrante atentado contra toda ordenanza municipal. Pero entonces... ¿no se trata de un ser etéreo, feérico, divino? ¡Oooooh!
Traumatizado testigo de una acción carente de la más mínima gracia, poco higiénica y absolutamente nada cívica, siento descender el nivel de mi termómetro platónico. No es que llegue hasta la suela del zapato, pero queda bastante bajo. Moraleja: debe de ser cierto eso de que no hay que juzgar las cosas por su envoltorio. Ni a las personas. Qué pena.
viernes, 18 de diciembre de 2009
El muro
Imaginad que estáis invitados a la casa de campo de unos amigos. Vuestros anfitriones tienen que acercarse una tarde al pueblo y vosotros os quedáis disfrutando de la cabaña. Es un poco raro que a la mañana siguiente aún no hayan regresado, de manera que salís al camino por si acaso hubieran sufrido algún percance. Y de repente, ¡paf!, choque en toda la frente.
La vía está expedita, ¿con qué habéis topado? Alargáis la mano y la posáis sobre una superficie invisible, una fuerza que os impide seguir adelante. Al tacto, vais siguiendo el contorno de la barrera hasta llegar a las proximidades de un caserío, desde donde distinguís a sus habitantes. Están paralizados, convertidos en piedra. Algo ha acabado con todo vestigio de vida al otro lado.
Así comienza El muro, de Marlen Haushofer. A lo largo de sus páginas, la protagonista, cuyo nombre nunca sabemos, habrá de aprender a sobrevivir en el valle donde es la única representante de la especie humana. O quizá no...
Ordeñar, sembrar las patatas, segar la hierba para el invierno, aprovisionarse de leña, cazar a los animales cuya muerte no ponga en riesgo el equilibrio ecológico... Todo es nuevo para una persona de ciudad, con cuarenta años cumplidos y dos hijas ya adolescentes.
Y, sobre todo, algo de lo que nunca había sido consciente hasta entonces: una gran insatisfacción vital.
¿Mi opinión?
Una verdadera obra maestra.
La vía está expedita, ¿con qué habéis topado? Alargáis la mano y la posáis sobre una superficie invisible, una fuerza que os impide seguir adelante. Al tacto, vais siguiendo el contorno de la barrera hasta llegar a las proximidades de un caserío, desde donde distinguís a sus habitantes. Están paralizados, convertidos en piedra. Algo ha acabado con todo vestigio de vida al otro lado.
Así comienza El muro, de Marlen Haushofer. A lo largo de sus páginas, la protagonista, cuyo nombre nunca sabemos, habrá de aprender a sobrevivir en el valle donde es la única representante de la especie humana. O quizá no...
Ordeñar, sembrar las patatas, segar la hierba para el invierno, aprovisionarse de leña, cazar a los animales cuya muerte no ponga en riesgo el equilibrio ecológico... Todo es nuevo para una persona de ciudad, con cuarenta años cumplidos y dos hijas ya adolescentes.
Y, sobre todo, algo de lo que nunca había sido consciente hasta entonces: una gran insatisfacción vital.
¿Mi opinión?
Una verdadera obra maestra.
viernes, 11 de diciembre de 2009
Pizzería Kamikaze
Es posible que el otro lado no sea la alegría de la huerta. Al menos, para los espíritus que hayan acelerado por su propia mano el momento de cruzar el umbral. Por ejemplo, en el relato más largo incluido en Pizzería Kamikaze, del escritor israelí Etgar Keret, al protagonista su nueva barriada de ultratumba le recuerda a una calle de Tel Aviv. Lo cual resulta escasamente estimulante.
Enseguida encuentra empleo como pizzero, un apartamento de alquiler y amiguetes de bares, para tener algo en que entretenerse en sus horas libres. Sin embargo, las cosas no acaban de salirle bien: sigue sin ligar demasiado, por no decir muy poco, igual que antes del suicidio.
Y eso que tampoco es exigente con el aspecto físico: todos en el inframundo tienen el mismo cuerpo del que habían disfrutado hasta entonces, pero añadiendo los efectos del método elegido para cambiar de plano existencial. Los más demandados son los "impecables", gracias a las pastillas o al veneno.
Así que, cuando tiene noticia de que su ex-novia también anda por allí, nuestro personaje emprende un viaje por este Hades tan diferente al que esperaba, decidido a recuperar a su verdadero amor. ¿Lo conseguirá? ¿Estará ella interesada en retomar la historia? ¿Qué aventuras "vivirá" entre tanto, con qué otros curiosos vecinos del lugar se habrá de tropezar?
Enseguida encuentra empleo como pizzero, un apartamento de alquiler y amiguetes de bares, para tener algo en que entretenerse en sus horas libres. Sin embargo, las cosas no acaban de salirle bien: sigue sin ligar demasiado, por no decir muy poco, igual que antes del suicidio.
Y eso que tampoco es exigente con el aspecto físico: todos en el inframundo tienen el mismo cuerpo del que habían disfrutado hasta entonces, pero añadiendo los efectos del método elegido para cambiar de plano existencial. Los más demandados son los "impecables", gracias a las pastillas o al veneno.
Así que, cuando tiene noticia de que su ex-novia también anda por allí, nuestro personaje emprende un viaje por este Hades tan diferente al que esperaba, decidido a recuperar a su verdadero amor. ¿Lo conseguirá? ¿Estará ella interesada en retomar la historia? ¿Qué aventuras "vivirá" entre tanto, con qué otros curiosos vecinos del lugar se habrá de tropezar?
miércoles, 9 de diciembre de 2009
Yo estuve allí
Nynäshamn, territorio histórico de Södermanland, reino de Suecia. El sol casi se ha puesto. Ellos son cuatro veces más numerosos que nosotros y no conocen el miedo. Traen en su estandarte, en campo de oro, un grifo rampante de sable armado de gules. Estamos rodeados. Sin embargo, contra toda lógica, contra toda esperanza, aún resistimos.
Terrible y desigual batalla es la que se libra en esta Kräftskiva, "fiesta del cangrejo". Celebración típica que consiste en... comer cangrejos. De río, concretamente. Allí me encuentro, llevado por mi destino, en una mesa ocupada por una veintena larga de suecos de ambos sexos y apenas media docena de compatriotas. Las bandejas de crustáceos van circulando, a la par que disminuye el contenido de las botellas de aquavit. Ninguno de los dos bandos quiere ser el primero en doblar la rodilla y pedir clemencia. Los caparazones ya vacíos tiñen poco a poco de rojo el campo del honor.
Se dan ánimos entre sí para aumentar aún más su fuerza. Uno detrás de otro, los normandos se levantan, proponen un brindis y su hueste aplaude y grita estentóreamente ¡hurra, hurra, hurra! tres veces, a la manera escandinava. A continuación inician un feroz y multitudinario canto coral como respuesta. Junto a cada vaso, en hojas impresas, figuran las letras de las canciones, que surgen de entre sus filas como nubes de saetas.
Por fin, entre mordisco y chupito, su alférez proclama desafiante: ¡Que canten los españoles, que canten, que salgan a la palestra si se atreven! ¡El vencedor quedará dueño del día! Idea que es ovacionada por los demás. Mis compañeros cruzan miradas, confusos, agotados, la sombra de la derrota planea con sus fatales alas sobre nosotros. Framåt, framåt! ¡Adelante!, nos exhortan los seguidores de Odín.
Y es en ese mismo instante cuando siento que unas palabras pugnan por salir de mi pecho. Es en ese preciso momento cuando me pongo en pie y me subo a la silla. Es en esa hora memorable cuando desvelo la cota de armas de mis ancestros, la misma que ya ondeara bajo el rey Ramiro, cuando los barbados vikingos arribaron en sus drakkar de cabeza de dragón...
Lleva nuestro emblema, sobre campo de azur, la Cruz de la Victoria de oro, guarnecida de piedras preciosas, con las letras alfa y omega pendientes de sus brazos. Y la leyenda, también de oro, Hoc signo tvetvr pivs. Hoc signo vincitvr inimicvs. Vencerás al enemigo… Vencerás...
Los ojos de todos brillan. Nacidos en cada esquina del hispánico mapa, nos convertimos sin necesidad de juramentos en hijos adoptivos de la misma tierra astur. Extiendo entonces los brazos desde la cumbre: No flaqueéis, muchachos, al unísono, con un solo corazón, y nos lanzamos.
Y la flor he de coger... Sostenemos tenorilmente la última nota. Al principio, asombrado silencio. De súbito, como una galerna incontenible, apoteosis. Los suecos braman de entusiasmo, las suecas insisten en tener descendencia nuestra, de forma inmediata. Queda sellada por tanto la alianza eterna, imperecedera, entre ambos pueblos. Cuando vuelvo la vista atrás, con la piel erizada, aún puedo vivir aquella jornada gloriosa. Yo estuve allí...
Terrible y desigual batalla es la que se libra en esta Kräftskiva, "fiesta del cangrejo". Celebración típica que consiste en... comer cangrejos. De río, concretamente. Allí me encuentro, llevado por mi destino, en una mesa ocupada por una veintena larga de suecos de ambos sexos y apenas media docena de compatriotas. Las bandejas de crustáceos van circulando, a la par que disminuye el contenido de las botellas de aquavit. Ninguno de los dos bandos quiere ser el primero en doblar la rodilla y pedir clemencia. Los caparazones ya vacíos tiñen poco a poco de rojo el campo del honor.
Se dan ánimos entre sí para aumentar aún más su fuerza. Uno detrás de otro, los normandos se levantan, proponen un brindis y su hueste aplaude y grita estentóreamente ¡hurra, hurra, hurra! tres veces, a la manera escandinava. A continuación inician un feroz y multitudinario canto coral como respuesta. Junto a cada vaso, en hojas impresas, figuran las letras de las canciones, que surgen de entre sus filas como nubes de saetas.
Por fin, entre mordisco y chupito, su alférez proclama desafiante: ¡Que canten los españoles, que canten, que salgan a la palestra si se atreven! ¡El vencedor quedará dueño del día! Idea que es ovacionada por los demás. Mis compañeros cruzan miradas, confusos, agotados, la sombra de la derrota planea con sus fatales alas sobre nosotros. Framåt, framåt! ¡Adelante!, nos exhortan los seguidores de Odín.
Y es en ese mismo instante cuando siento que unas palabras pugnan por salir de mi pecho. Es en ese preciso momento cuando me pongo en pie y me subo a la silla. Es en esa hora memorable cuando desvelo la cota de armas de mis ancestros, la misma que ya ondeara bajo el rey Ramiro, cuando los barbados vikingos arribaron en sus drakkar de cabeza de dragón...
Lleva nuestro emblema, sobre campo de azur, la Cruz de la Victoria de oro, guarnecida de piedras preciosas, con las letras alfa y omega pendientes de sus brazos. Y la leyenda, también de oro, Hoc signo tvetvr pivs. Hoc signo vincitvr inimicvs. Vencerás al enemigo… Vencerás...
Los ojos de todos brillan. Nacidos en cada esquina del hispánico mapa, nos convertimos sin necesidad de juramentos en hijos adoptivos de la misma tierra astur. Extiendo entonces los brazos desde la cumbre: No flaqueéis, muchachos, al unísono, con un solo corazón, y nos lanzamos.
Y la flor he de coger... Sostenemos tenorilmente la última nota. Al principio, asombrado silencio. De súbito, como una galerna incontenible, apoteosis. Los suecos braman de entusiasmo, las suecas insisten en tener descendencia nuestra, de forma inmediata. Queda sellada por tanto la alianza eterna, imperecedera, entre ambos pueblos. Cuando vuelvo la vista atrás, con la piel erizada, aún puedo vivir aquella jornada gloriosa. Yo estuve allí...
viernes, 4 de diciembre de 2009
Sangre a borbotones
Madrid, Federación Ibérica de los Estados Unidos, fecha indeterminada de este siglo.
La hija de alguien ha desaparecido, alguien sospecha que su mujer le engaña, el personaje femenino del libro que alguien está escribiendo ha adquirido vida propia y su autor no sabe cómo continuar...
Son casos que llegan a la agencia de investigaciones compartida por Clot y su socio Dickens. Horas bajas para el negocio, de esas en las que un profesional ha de aceptar cualquier encargo.
Aunque alguno puede resultar mucho más peligroso de lo esperado. ¿Qué relación oculta hay entre ellos? Manex Chopeitia, el todopoderoso presidente de Chopeitia Genomics, la empresa cuya sede social es el edificio más alto y mejor protegido del continente, está interesado en que el sabueso no continúe metiendo las narices donde no le llaman.
Atascos de bicicletas en las horas punta, conducidas por los habitantes de una metrópolis hispano-angloparlante. Viviendas adosadas en el subsuelo de Argüelles, con luz artificial y jardines plegables. Muelles de carga en Puerto Atocha. Botes de vela maniobrando en los canales de la Gran Vía... Como tantas otras leyendas urbanas, ¿existe en realidad el Protocolo 47, cierto experimento genético secreto financiado por Telefónica?
Sangre a borbotones, de Rafael Reig. Novela negra con solera, de la que se adquiere en barricas de buen roble americano.
La hija de alguien ha desaparecido, alguien sospecha que su mujer le engaña, el personaje femenino del libro que alguien está escribiendo ha adquirido vida propia y su autor no sabe cómo continuar...
Son casos que llegan a la agencia de investigaciones compartida por Clot y su socio Dickens. Horas bajas para el negocio, de esas en las que un profesional ha de aceptar cualquier encargo.
Aunque alguno puede resultar mucho más peligroso de lo esperado. ¿Qué relación oculta hay entre ellos? Manex Chopeitia, el todopoderoso presidente de Chopeitia Genomics, la empresa cuya sede social es el edificio más alto y mejor protegido del continente, está interesado en que el sabueso no continúe metiendo las narices donde no le llaman.
Atascos de bicicletas en las horas punta, conducidas por los habitantes de una metrópolis hispano-angloparlante. Viviendas adosadas en el subsuelo de Argüelles, con luz artificial y jardines plegables. Muelles de carga en Puerto Atocha. Botes de vela maniobrando en los canales de la Gran Vía... Como tantas otras leyendas urbanas, ¿existe en realidad el Protocolo 47, cierto experimento genético secreto financiado por Telefónica?
Sangre a borbotones, de Rafael Reig. Novela negra con solera, de la que se adquiere en barricas de buen roble americano.
martes, 1 de diciembre de 2009
Por ella
Aguzadas lanzas y broncíneos escudos se alineaban hollando las arenas, hasta donde las naves habían sido varadas. Los caudillos aqueos, procedentes de Beocia, la Fócide, el Ática, Arcadia, Lacedemonia, al frente de sus huestes, contemplaban cómo el sol se reflejaba en las titánicas murallas.
Cada hombre era consciente de su propia respiración, de cada gota de sudor que corría por su piel. A lo lejos, sobre la torre principal, podían distinguir a una figura que describía a sus acompañantes quiénes eran, cuáles sus méritos y hazañas. Aunque ninguna comparable a lo que estaba sucediendo desde hacía ya nueve años, frente a la inexpugnable ciudad.
Ella. Solo podía ser ella, la hija de Zeus, la deseada por los mortales. Ella, por quien habían atravesado las profundas aguas, por quien lo habían dejado todo atrás. Ella, la princesa cuyo nombre significa hermosa como el sol.
Ninguno se movía, ninguno era capaz de pronunciar una palabra o de apartar los ojos. Cuando su brazo parecía apuntarles directamente, los héroes se humedecían los labios, presas de un ligero temblor, como si el gran dios les hubiera enviado uno de sus rayos.
Su presencia tras los muros les galvanizaba, les empujaba a intentarlo una y otra vez, sin pensar en volver a su tierra, sin temer por su suerte, tan frágil ahora que el Pélida Aquiles les había abandonado, henchido de ira por las afrentas de Agamenón. Sólo Calcas, el augur, murmuraba para sí algo ininteligible.
Las puertas de Troya se abrieron. En la llanura se desplegaron los penachos de los hijos de Ilión. Por el honor, por la gloria... Por ella...
Cada hombre era consciente de su propia respiración, de cada gota de sudor que corría por su piel. A lo lejos, sobre la torre principal, podían distinguir a una figura que describía a sus acompañantes quiénes eran, cuáles sus méritos y hazañas. Aunque ninguna comparable a lo que estaba sucediendo desde hacía ya nueve años, frente a la inexpugnable ciudad.
Ella. Solo podía ser ella, la hija de Zeus, la deseada por los mortales. Ella, por quien habían atravesado las profundas aguas, por quien lo habían dejado todo atrás. Ella, la princesa cuyo nombre significa hermosa como el sol.
Ninguno se movía, ninguno era capaz de pronunciar una palabra o de apartar los ojos. Cuando su brazo parecía apuntarles directamente, los héroes se humedecían los labios, presas de un ligero temblor, como si el gran dios les hubiera enviado uno de sus rayos.
Su presencia tras los muros les galvanizaba, les empujaba a intentarlo una y otra vez, sin pensar en volver a su tierra, sin temer por su suerte, tan frágil ahora que el Pélida Aquiles les había abandonado, henchido de ira por las afrentas de Agamenón. Sólo Calcas, el augur, murmuraba para sí algo ininteligible.
Las puertas de Troya se abrieron. En la llanura se desplegaron los penachos de los hijos de Ilión. Por el honor, por la gloria... Por ella...
viernes, 27 de noviembre de 2009
Extrañas rocas del desierto
Lo encontré semienterrado en la arena.
Más bien clavado a ella, como una roca que hubiera surgido ahí, en ese mismo sitio, hace millones de años, y ahí fuese a pervivir hasta el fin de los tiempos.
Pero había sido hecho por el hombre.
Sus bordes redondeados, la pátina de su superficie, su tacto cuando toqué las letras grabadas, así lo demostraban.
Probablemente se utilizaba como asiento, al abrigo del muro levantado a su espalda. ¿Qué estrellas se verían desde él por la noche, en el desierto?
Quienes extrajeron el metal de la tierra, quienes lo fundieron, lo laminaron, le dieron forma cilíndrica y escribieron palabras de aviso, no tuvieron ese pensamiento en la cabeza.
Innumerables hermanos suyos se habían alineado en la cadena de montaje, y los tiempos no estaban, de todas maneras, para ese tipo de tonterías.
Doscientos litros de carburante. Inflamable. Wehrmacht, 1942.
Ecos de cadenas deslizándose, movidas por sedientos y rugientes motores diésel, humo, gritos, explosiones.
Ahora, en algún lugar del norte de África, junto al viejo bidón para alimentar las ansias de los carros de combate, calma.
Silencio...
Más bien clavado a ella, como una roca que hubiera surgido ahí, en ese mismo sitio, hace millones de años, y ahí fuese a pervivir hasta el fin de los tiempos.
Pero había sido hecho por el hombre.
Sus bordes redondeados, la pátina de su superficie, su tacto cuando toqué las letras grabadas, así lo demostraban.
Probablemente se utilizaba como asiento, al abrigo del muro levantado a su espalda. ¿Qué estrellas se verían desde él por la noche, en el desierto?
Quienes extrajeron el metal de la tierra, quienes lo fundieron, lo laminaron, le dieron forma cilíndrica y escribieron palabras de aviso, no tuvieron ese pensamiento en la cabeza.
Innumerables hermanos suyos se habían alineado en la cadena de montaje, y los tiempos no estaban, de todas maneras, para ese tipo de tonterías.
Doscientos litros de carburante. Inflamable. Wehrmacht, 1942.
Ecos de cadenas deslizándose, movidas por sedientos y rugientes motores diésel, humo, gritos, explosiones.
Ahora, en algún lugar del norte de África, junto al viejo bidón para alimentar las ansias de los carros de combate, calma.
Silencio...
lunes, 23 de noviembre de 2009
Sirenas
Me llamaba, podía sentir su voz.
Un paso tras otro, un latido tras otro, me fui acercando.
Carcajadas sin rostro caminaban tras de mí, pero yo no les prestaba atención.
Llegué hasta el borde del mundo.
Un último salto, un breve albor rodeado de oscuridad, un súbito vacío y...
Sería suyo.
Para siempre.
He oído decir a los viejos marinos que no soy el primero, que sólo los huesos de los ahogados son ya inmunes a esa llamada.
A la llamada de una sirena.
Un paso tras otro, un latido tras otro, me fui acercando.
Carcajadas sin rostro caminaban tras de mí, pero yo no les prestaba atención.
Llegué hasta el borde del mundo.
Un último salto, un breve albor rodeado de oscuridad, un súbito vacío y...
Sería suyo.
Para siempre.
He oído decir a los viejos marinos que no soy el primero, que sólo los huesos de los ahogados son ya inmunes a esa llamada.
A la llamada de una sirena.
sábado, 21 de noviembre de 2009
Cuentos de un minuto
Venga, rapidito. Hoy tenemos por aquí a István Örkény y sus Cuentos de un minuto.
Los relatos cortos son un subgénero filoso, que lo mismo puede mostrar las miserias que la habilidad de sus cultivadores. En el espacio de unas pocas páginas, o incluso párrafos, hay que condensar un mundo.
El autor no se puede entretener con preliminares, explicaciones y complejas tramas. Tiene que ir directo al corazón del lector, ¡paf, paf!, y pegarle un par de amistosos sopapos para que abra los ojos, sorprendido.
Pues bien, Örkény sale más que airoso del reto. Esta recopilación es una buena muestra de su sentido del humor, expresado a través de un lenguaje que juega con lo absurdo, con la ironía, los dobles sentidos, seguramente influido por la prohibición de publicar que sufrió por parte de las autoridades tras la revolución del 56.
Una obra a disfrutar.
Movimiento revolucionario en Paraguay.
En Asunción, la capital del país, la división blindada número 3, considerando insuficiente su paga, se presentó frente al palacio presidencial. Después de un breve tiroteo echaron a López Burillo, el presidente de derechas, amigo de los Estados Unidos, de tendencias reaccionarias, y colocaron en su lugar a Aurelio Lapaz, de tendencias progresistas. Al cierre de nuestra edición, la población de la ciudad celebra con un desfile de antorchas la nueva derrota de la reacción en América del Sur.
Nuevo movimiento revolucionario en Paraguay.
Las fuerzas aéreas paraguayas que reclaman su paga, lanzaron un batallón de paracaidistas en el jardín del palacio presidencial. Después de un breve tiroteo lograron echar a Aurelio Lapaz, el presidente amigo de Estados Unidos, de tendencias derechistas, el cual apenas ocupó el cargo por tres cuartos de hora. El nuevo presidente es López Burillo, de pensamiento progresista, cuyo triunfo los habitantes de Asunción celebran con un desfile de antorchas, el cual continúa en el momento de cierre de esta edición.
Los relatos cortos son un subgénero filoso, que lo mismo puede mostrar las miserias que la habilidad de sus cultivadores. En el espacio de unas pocas páginas, o incluso párrafos, hay que condensar un mundo.
El autor no se puede entretener con preliminares, explicaciones y complejas tramas. Tiene que ir directo al corazón del lector, ¡paf, paf!, y pegarle un par de amistosos sopapos para que abra los ojos, sorprendido.
Pues bien, Örkény sale más que airoso del reto. Esta recopilación es una buena muestra de su sentido del humor, expresado a través de un lenguaje que juega con lo absurdo, con la ironía, los dobles sentidos, seguramente influido por la prohibición de publicar que sufrió por parte de las autoridades tras la revolución del 56.
Una obra a disfrutar.
jueves, 12 de noviembre de 2009
En el metro
El convoy situado en la vía hizo sonar un pitido. Iba a partir.
Los pasajeros que transbordaban desde la otra línea echaron a correr, desesperados por salvar el tramo de escaleras y alcanzarlo.
Trajes, vaqueros, tacones, zapatillas, bolsas con ordenadores portátiles, con monos de faena, carpetas llenas de apuntes...
En cada cara se veía la misma ansia: Tengo que llegar, tengo que extender el brazo y cruzar la meta. Allí hay asientos libres. Fuera de mi camino vosotros, yo lo conseguiré, yo...
La carrera, esquivándose a duras penas unos a otros, fue en vano. Todos vieron cómo se perdía su oportunidad cuando las puertas se cerraron.
Fue un momento de frustración, de imprecaciones silenciosas. Derrotados, tuvieron que humillarse ante ese tiempo arrebatado a sus vidas y esperar al próximo metro.
Tres minutos. Cada tres minutos llegaba uno.
Los pasajeros que transbordaban desde la otra línea echaron a correr, desesperados por salvar el tramo de escaleras y alcanzarlo.
Trajes, vaqueros, tacones, zapatillas, bolsas con ordenadores portátiles, con monos de faena, carpetas llenas de apuntes...
En cada cara se veía la misma ansia: Tengo que llegar, tengo que extender el brazo y cruzar la meta. Allí hay asientos libres. Fuera de mi camino vosotros, yo lo conseguiré, yo...
La carrera, esquivándose a duras penas unos a otros, fue en vano. Todos vieron cómo se perdía su oportunidad cuando las puertas se cerraron.
Fue un momento de frustración, de imprecaciones silenciosas. Derrotados, tuvieron que humillarse ante ese tiempo arrebatado a sus vidas y esperar al próximo metro.
Tres minutos. Cada tres minutos llegaba uno.
sábado, 7 de noviembre de 2009
La mecánica del corazón
Jack acaba de nacer en Edimburgo, la noche más fría de la historia, en una cabaña sobre la cima del Arthur's Seat. La doctora Madeleine consigue que sobreviva uniendo un reloj de cuco a su aparentemente dañado corazón. Allí le abandona su madre y ese será el hogar en el que crezca, entre redomas y objetos llenos de magia, bajo la tutela de su salvadora y en compañía de Anna y Luna, dos prostitutas, y Arthur, un viejo borrachín.
No es nada fácil ser diferente, con esas agujas que sobresalen de su pecho, ese sonido que surge de dentro, esos engranajes a los que hay que dar cuerda cada día. No, hay pocas cosas que jueguen a su favor. Sin embargo, el pequeño Jack quiere ser como los demás, no desea quedarse encerrado sin ver el mundo, y convence a la doctora para que le lleve un día a visitar la ciudad.
Ay, ¿quién es esa criatura que baila en la calle? ¿De quién es esa voz que canta, acelerando de forma tan evidente la maquinaria de su reloj? Lleva un vestido de plumas de ave, su cabello es largo y ondulado, su nariz chiquitilla y sus ojos inmensos, aunque los guiñe por no ponerse las gafas, que le serían muy útiles para no tropezar. Miss Acacia...
Que sí, vale, de acuerdo, que después de La mecánica del corazón de Mathias Malzieu, ese cuento para niños grandes, como lo llaman, me comprometo a leer inmediatamente algo que lo compense. Yo qué sé, sobre dinosaurios, rayos láser, combates de boxeo, me da igual. Hasta compraré la prensa económica cada mañana, si es necesario para redimirme. Y sin embargo, aquí entre nosotros, ¡qué bonito!
No es nada fácil ser diferente, con esas agujas que sobresalen de su pecho, ese sonido que surge de dentro, esos engranajes a los que hay que dar cuerda cada día. No, hay pocas cosas que jueguen a su favor. Sin embargo, el pequeño Jack quiere ser como los demás, no desea quedarse encerrado sin ver el mundo, y convence a la doctora para que le lleve un día a visitar la ciudad.
Ay, ¿quién es esa criatura que baila en la calle? ¿De quién es esa voz que canta, acelerando de forma tan evidente la maquinaria de su reloj? Lleva un vestido de plumas de ave, su cabello es largo y ondulado, su nariz chiquitilla y sus ojos inmensos, aunque los guiñe por no ponerse las gafas, que le serían muy útiles para no tropezar. Miss Acacia...
Que sí, vale, de acuerdo, que después de La mecánica del corazón de Mathias Malzieu, ese cuento para niños grandes, como lo llaman, me comprometo a leer inmediatamente algo que lo compense. Yo qué sé, sobre dinosaurios, rayos láser, combates de boxeo, me da igual. Hasta compraré la prensa económica cada mañana, si es necesario para redimirme. Y sin embargo, aquí entre nosotros, ¡qué bonito!
jueves, 29 de octubre de 2009
Trenes rigurosamente vigilados
Hoy nos visita Bohumil Hrabal, con su novela Trenes rigurosamente vigilados.
El protagonista, Milos, se reincorpora al servicio ferroviario después de una temporada bajo observación psiquiátrica. Tiene novia, la revisora Mása, pero su primera experiencia íntima fue un desastre debido a que "se quedó mustio como un lirio", lo cual le condujo a un frustrado intento de suicidio.
No sufre el mismo problema su compañero de trabajo, el factor Hubicka, como demuestra en colaboración con la radiotelegrafista Zdenka, a quien estampa en el trasero los entintados sellos de la estación. El asunto trasciende, llega a altas instancias y, dado que se trata de sellos oficiales, el mismísimo director de los ferrocarriles del Estado crea una comisión para examinar el "cuerpo del delito", tomando las pertinentes fotografías.
Por su parte, el jefe del lugar, colombófilo empedernido que anda de aquí para allá cubierto de palomas, teme que los escándalos de su subordinado perjudiquen sus posibilidades de ascenso a inspector. También debe atender a cualquier maniobra en falso con las agujas que retrase en lo más mínimo la marcha de los trenes militares alemanes hacia el frente, ya que podría ser considerado como acto de sabotaje por los poco simpáticos SS que los escoltan.
Y finalmente entra en juego la Resistencia checa.
Tragicómica, con el ominoso escenario de las desgracias de la guerra planeando en todo momento sobre sus inolvidables personajes, pero con un humor no menos omnipresente, mi impresión es entusiasta: se trata de una obra extraordinaria. ¿Para qué decir más? Así que no olvidéis meter a Hrabal en vuestro equipaje.
Hasta pronto, ¡viajeros al tren!
El protagonista, Milos, se reincorpora al servicio ferroviario después de una temporada bajo observación psiquiátrica. Tiene novia, la revisora Mása, pero su primera experiencia íntima fue un desastre debido a que "se quedó mustio como un lirio", lo cual le condujo a un frustrado intento de suicidio.
No sufre el mismo problema su compañero de trabajo, el factor Hubicka, como demuestra en colaboración con la radiotelegrafista Zdenka, a quien estampa en el trasero los entintados sellos de la estación. El asunto trasciende, llega a altas instancias y, dado que se trata de sellos oficiales, el mismísimo director de los ferrocarriles del Estado crea una comisión para examinar el "cuerpo del delito", tomando las pertinentes fotografías.
Por su parte, el jefe del lugar, colombófilo empedernido que anda de aquí para allá cubierto de palomas, teme que los escándalos de su subordinado perjudiquen sus posibilidades de ascenso a inspector. También debe atender a cualquier maniobra en falso con las agujas que retrase en lo más mínimo la marcha de los trenes militares alemanes hacia el frente, ya que podría ser considerado como acto de sabotaje por los poco simpáticos SS que los escoltan.
Y finalmente entra en juego la Resistencia checa.
Tragicómica, con el ominoso escenario de las desgracias de la guerra planeando en todo momento sobre sus inolvidables personajes, pero con un humor no menos omnipresente, mi impresión es entusiasta: se trata de una obra extraordinaria. ¿Para qué decir más? Así que no olvidéis meter a Hrabal en vuestro equipaje.
Hasta pronto, ¡viajeros al tren!
sábado, 17 de octubre de 2009
El beso
Extrañamente, me crucé con pocas personas en la escalera. Y apenas con dos o tres en esa habitación.
En determinado momento, me quedé solo. Incluso el vigilante había desaparecido de su esquina, dirigiéndose hacia la sala contigua.
Solo con ellos, frente a frente.
Él sostenía su cabeza, rodeándola con ternura, en contraste con el cuerpo poderoso que se adivinaba bajo la túnica de oro.
Ella, arrodillada sobre la hierba y las flores, correspondía al abrazo, ofreciéndole además su mejilla.
Él posaba allí sus ocultos labios.
Ella cerraba los ojos y, en ese instante, el tiempo se detenía.
Una voz desde la puerta avisó de que el museo cerraría en diez minutos. Miré el reloj.
Diez minutos junto al Beso de Klimt... Una eternidad...
En determinado momento, me quedé solo. Incluso el vigilante había desaparecido de su esquina, dirigiéndose hacia la sala contigua.
Solo con ellos, frente a frente.
Él sostenía su cabeza, rodeándola con ternura, en contraste con el cuerpo poderoso que se adivinaba bajo la túnica de oro.
Ella, arrodillada sobre la hierba y las flores, correspondía al abrazo, ofreciéndole además su mejilla.
Él posaba allí sus ocultos labios.
Ella cerraba los ojos y, en ese instante, el tiempo se detenía.
Una voz desde la puerta avisó de que el museo cerraría en diez minutos. Miré el reloj.
Diez minutos junto al Beso de Klimt... Una eternidad...
miércoles, 14 de octubre de 2009
En tierras bajas
Herta Müller, Premio Nobel. Ah, pues he leído un par de cosas suyas. Por ejemplo, En tierras bajas.
¿Una sola palabra para clasificarlo? Hum, una no es suficiente, elijamos tres: raro, raro, raro.
Se trata de una quincena de relatos en los que en vano buscamos una línea, un inicio de la trama, un desarrollo, un desenlace. No, son como un inmenso lienzo con multitud de escenas, que la autora va describiendo centímetro a centímetro.
Los personajes, muchas veces sin nombre propio (mamá, papá, el abuelo...), son descendientes de colonos medievales suabos que se establecieron en la actual Rumanía, en poblaciones endogámicas, sin capacidad para sustraerse a la grisura existencial.
Ahora bien, en ausencia de un argumento concreto, de un "contar algo", lo que no se le puede reprochar a nuestra autora es falta de recursos lingüísticos, ya que despliega una apabullante capacidad para llenar páginas y más páginas hasta que considera que el cuadro está completo.
De hecho, consigue que esas mil escenas no se repitan por mucho que todas hablen de lo mismo, que todas compartan el contenido de angustia e inevitabilidad del destino. Y, con la fuerza moral que le da el galardón, si habiendo alcanzado la mitad del libro empieza a notarse cierto deseo de terminar... habrá que achacarlo a la poca paciencia del lector.
A ver quién gana el año que viene.
¿Una sola palabra para clasificarlo? Hum, una no es suficiente, elijamos tres: raro, raro, raro.
Se trata de una quincena de relatos en los que en vano buscamos una línea, un inicio de la trama, un desarrollo, un desenlace. No, son como un inmenso lienzo con multitud de escenas, que la autora va describiendo centímetro a centímetro.
Los personajes, muchas veces sin nombre propio (mamá, papá, el abuelo...), son descendientes de colonos medievales suabos que se establecieron en la actual Rumanía, en poblaciones endogámicas, sin capacidad para sustraerse a la grisura existencial.
Ahora bien, en ausencia de un argumento concreto, de un "contar algo", lo que no se le puede reprochar a nuestra autora es falta de recursos lingüísticos, ya que despliega una apabullante capacidad para llenar páginas y más páginas hasta que considera que el cuadro está completo.
De hecho, consigue que esas mil escenas no se repitan por mucho que todas hablen de lo mismo, que todas compartan el contenido de angustia e inevitabilidad del destino. Y, con la fuerza moral que le da el galardón, si habiendo alcanzado la mitad del libro empieza a notarse cierto deseo de terminar... habrá que achacarlo a la poca paciencia del lector.
A ver quién gana el año que viene.
lunes, 12 de octubre de 2009
Khajuraho
Hilera tras hilera, paseé la vista por los altorrelieves que cubren los templos de Khajuraho.
El complejo es especialmente famoso por las escenas eróticas, talladas alrededor del año 1000 de nuestra era. Aunque algunas me parecieron un tanto complejas de llevar a la práctica, la verdad. Por lo de la flexibilidad y eso.
Me fijé asimismo en otras figuras: dromedarios, caballos, elefantes, innumerables guerreros de a pie que mostraban la potencia del ejército de aquel reino.
Avanzaban con apariencia imparable, si bien un detalle me llamó la atención: en lugar de expresiones marciales, las caras de felicidad eran la tónica general. ¿Realmente habían estado todos tan contentos de ser llamados a filas?
Lo entendí algo mejor al observar que uno de los pétreos soldados se aferraba a la grupa de un caballo y… Pues debía de ser yegua alazana, al fin y al cabo.
Con la curiosidad a flor de piel ante tanta liberalidad artística, empecé a cavilar: claro, durante las campañas los pobres mílites se sentían muy solos. Lejos de sus casas, cada día marcha que te marcha, de alguna manera tenían que dar salida a sus viriles impulsos.
Parece que los de caballería tenían soluciones para ello. Puede que los de infantería también, ya que caminaban muy pegaditos a sus compañeros, en apretadas cohortes. Pero, ¿y las tropas de elefantería? ¿Cómo...?
Atendiendo a las sonrisas que mostraban incluso los grandes paquidermos, algún modo habían hallado.
El complejo es especialmente famoso por las escenas eróticas, talladas alrededor del año 1000 de nuestra era. Aunque algunas me parecieron un tanto complejas de llevar a la práctica, la verdad. Por lo de la flexibilidad y eso.
Me fijé asimismo en otras figuras: dromedarios, caballos, elefantes, innumerables guerreros de a pie que mostraban la potencia del ejército de aquel reino.
Avanzaban con apariencia imparable, si bien un detalle me llamó la atención: en lugar de expresiones marciales, las caras de felicidad eran la tónica general. ¿Realmente habían estado todos tan contentos de ser llamados a filas?
Lo entendí algo mejor al observar que uno de los pétreos soldados se aferraba a la grupa de un caballo y… Pues debía de ser yegua alazana, al fin y al cabo.
Con la curiosidad a flor de piel ante tanta liberalidad artística, empecé a cavilar: claro, durante las campañas los pobres mílites se sentían muy solos. Lejos de sus casas, cada día marcha que te marcha, de alguna manera tenían que dar salida a sus viriles impulsos.
Parece que los de caballería tenían soluciones para ello. Puede que los de infantería también, ya que caminaban muy pegaditos a sus compañeros, en apretadas cohortes. Pero, ¿y las tropas de elefantería? ¿Cómo...?
Atendiendo a las sonrisas que mostraban incluso los grandes paquidermos, algún modo habían hallado.
viernes, 9 de octubre de 2009
El último libro
El avión estaba ya a pocos metros del suelo.
Cerré el libro.
De repente, el piloto metió gas a fondo. La aceleración nos empujó fuertemente hacia el respaldo.
Una voz por el interfono nos comunicó que, debido a la tormenta, daríamos unas cuantas vueltas más.
Abrí el libro.
Flaps otra vez en posición, superficie alar extendida, segundo intento.
Cerré el libro.
Me disponía a buscar en el bolsillo un caramelo cuando el libro, que se encontraba sobre mis rodillas, pareció cobrar vida y apareció a la altura de mis ojos. De hecho, la fuerza de la gravedad experimentó una súbita inversión.
Durante un par de segundos, el tomo (tapa dura, trescientas y pico páginas) estuvo flotando frente a mí, cual ágil pajarillo.
¿Y por qué esa sensación de que mi cuerpo también peleaba por escapar del cinturón de seguridad, en dirección al techo de la cabina? ¿Y ese sabor a higadillos que apareció en el paladar?
El coro de chillidos alrededor, un si bemol agudo al unísono, le puso más guindilla al asunto.
Nuevamente una voz surgió de los altavoces: mejor nos íbamos a otro aeropuerto a esperar a que la naturaleza atemperase su malhumor.
Abrí el libro...
Cerré el libro.
De repente, el piloto metió gas a fondo. La aceleración nos empujó fuertemente hacia el respaldo.
Una voz por el interfono nos comunicó que, debido a la tormenta, daríamos unas cuantas vueltas más.
Abrí el libro.
Flaps otra vez en posición, superficie alar extendida, segundo intento.
Cerré el libro.
Me disponía a buscar en el bolsillo un caramelo cuando el libro, que se encontraba sobre mis rodillas, pareció cobrar vida y apareció a la altura de mis ojos. De hecho, la fuerza de la gravedad experimentó una súbita inversión.
Durante un par de segundos, el tomo (tapa dura, trescientas y pico páginas) estuvo flotando frente a mí, cual ágil pajarillo.
¿Y por qué esa sensación de que mi cuerpo también peleaba por escapar del cinturón de seguridad, en dirección al techo de la cabina? ¿Y ese sabor a higadillos que apareció en el paladar?
El coro de chillidos alrededor, un si bemol agudo al unísono, le puso más guindilla al asunto.
Nuevamente una voz surgió de los altavoces: mejor nos íbamos a otro aeropuerto a esperar a que la naturaleza atemperase su malhumor.
Abrí el libro...
sábado, 3 de octubre de 2009
El fuego
¿Por qué una niña africana no habría de correr y saltar junto al camino que lleva a su poblado, pese a las advertencias de los mayores sobre el peligro? ¿No haría lo mismo cualquier niño del mundo?
Cuando crezca, ¿tendrá acaso algo de raro que se fije en ese chico que pasa regularmente cerca de su cabaña, a la luz de la luna? ¿Sería su mezcla de temor y esperanza hacia él diferente si viviera en un barrio elegante?
Y cuando, recién nacida su tercera hija, empiece a notar cosas raras en el comportamiento de su marido, como si hubiera perdido el interés en ella, ¿no se angustiará de que quizá haya encontrado a otra más atractiva, alguien con un hermoso cabello trenzado, alguien... con piernas?
La trilogía del fuego —El secreto del fuego, Jugar con fuego y La ira del fuego—, de Henning Mankell, es mucho menos conocida que su serie sobre el inspector Wallander.
El mismo autor aclara que está basada en una persona real, que Sofía, la protagonista, es de carne y hueso, y que un día, cuando era pequeña, pisó una mina.
Tuvo suerte, sin duda, porque la hermana que jugaba junto a ella no sobrevivió. A cambio, dejó en ofrenda parte de su cuerpo. Y tuvo que aprender que el miedo es un compañero inseparable del ser humano.
Al igual que lo es el espíritu de desafío, y en las escaramuzas diarias entre ambos lo que se dirine es tan sencillo, y tan complicado a la vez, como una búsqueda: la búsqueda de la felicidad.
Cuando crezca, ¿tendrá acaso algo de raro que se fije en ese chico que pasa regularmente cerca de su cabaña, a la luz de la luna? ¿Sería su mezcla de temor y esperanza hacia él diferente si viviera en un barrio elegante?
Y cuando, recién nacida su tercera hija, empiece a notar cosas raras en el comportamiento de su marido, como si hubiera perdido el interés en ella, ¿no se angustiará de que quizá haya encontrado a otra más atractiva, alguien con un hermoso cabello trenzado, alguien... con piernas?
–¿Qué haces? –dijo María, que estaba en el camino, justo a su lado.
–Nada –dijo Sofía–. Juego.
Saltó con el pie izquierdo.
Luego bajó el pie derecho para dar un paso hasta el camino otra vez.
Entonces el suelo explotó en pedazos.
La trilogía del fuego —El secreto del fuego, Jugar con fuego y La ira del fuego—, de Henning Mankell, es mucho menos conocida que su serie sobre el inspector Wallander.
El mismo autor aclara que está basada en una persona real, que Sofía, la protagonista, es de carne y hueso, y que un día, cuando era pequeña, pisó una mina.
Tuvo suerte, sin duda, porque la hermana que jugaba junto a ella no sobrevivió. A cambio, dejó en ofrenda parte de su cuerpo. Y tuvo que aprender que el miedo es un compañero inseparable del ser humano.
Al igual que lo es el espíritu de desafío, y en las escaramuzas diarias entre ambos lo que se dirine es tan sencillo, y tan complicado a la vez, como una búsqueda: la búsqueda de la felicidad.
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