Volvía caminando a casa aquella madrugada y se me ocurrió atajar por el parque.
Más que las raquíticas farolas dispersas aquí y allá, arrancando sombras chinescas de los árboles, era la luna llena la que me guiaba. Un silencio total.
De repente, noté los síntomas. ¿Por qué sudaba de esa manera, por qué esos temblores, ese vello erizado?
Miré alrededor con alarma: nadie. ¿De verdad no había ojos ocultos observando? Mis pasos se hicieron de plomo. ¿Y si por una vez no luchaba contra ello?
¿Y si dejaba salir a la fiera que vive en mi interior?
No pude contenerme más. Sin otros testigos que pudieran acusarme, las lechuzas, los somormujos, puede incluso que alguna ardilla en duermevela, sufrieron las consecuencias de la transformación.
De mi garganta brotaron los primeros sonidos: la, la...
Laralalera, laralalaaaa, laralalera, laralalaaaa, largo al factotum della città, largoooo, laralalaralalaralalaaaaa...