Música, libros, fotos, cosas que me pasan, que recuerdo, que se me ocurren, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
lunes, 30 de enero de 2023
Brevísima y tibia nota sobre… (IX)
O hallarte cruzado a sotavento mientras un man of war adversario se aproxima erizado de bocas de fuego.
Que no acabas de sentirte a gusto, vaya. Hay algo que te reconcome.
Es el problema de este libro, si lo comparo con el de la reseña anterior por su tema náutico. Y eso que Víctor San Juan tiene una reputación: me vienen a la memoria, por ejemplo, sus trabajos sobre Las Dunas o Trafalgar. Pero en Extraños sucesos navales tira con más pólvora que bala.
Su objetivo, según figura en la portada, ha sido escribir una «crónica de los más sorprendentes misterios marítimos de los siglos XIX, XX y XXI». Así dicho, desde luego llama corriendo al disfrute.
Lo que ocurre es que varios de los sucesos elegidos zozobran entre lo pasablemente interesante, lo anecdótico, lo regularcillo y hasta lo prescindible sin más. Para que el resto de sus quince capítulos nos produzca un cosquilleo de interés en la nuca, hay que navegar entre sargazos.
Comienza el texto con el Mary Celeste, avistado intacto y sin tripulantes a la altura de las Azores, y del que volver a hablar resulta cansino por sobreexplotación de teorías.
El abordaje entre los acorazados Victoria y Camperdown, en un ejercicio frente a las costas sirias, tampoco creo que merezca mayor mención. ¿Error de maniobra? ¿Cabezonería del vicealmirante que mandaba la escuadra?
Por el contrario, irrita un pecado que nuestro autor comete en este y otros episodios: el tono. Ay, el tono. Oscilante entre la chanza y el chovinismo.
«Sultanes, jedives, señores de la guerra […] contemplarían ahora a los buques ingleses con la disimulada sorna de ver qué nuevo numerito de circo estarían preparando».
A la flotilla de destructores norteamericana que en 1923 varó en masa en California no le encuentro el anzuelo.
Ni al apartado de monstruos abisales que, representados por el clásico kraken, siguen lanzando los tentáculos aquí y allá.
El gato Oskar, que sobrevivió sucesivamente a los hundimientos del Bismarck, el Cossack y el Ark Royal, resulta… ¿gracioso?
¿La mala educación del Admiral Scheer en la dársena de Ferrol? Bah, a expurgar.
¿Y eso de que quizá la Fuerza Aérea Argentina alcanzó al portaaviones Invincible en las Malvinas, pero el mérito quedó oculto para la posteridad por evitar el desprestigio de la OTAN? No lo veo muy verosímil, con todos mis respetos.
Etc., etc.
Más atrayentes se presentan los avatares del diseño naval en la segunda mitad decimonónica, época de experimentos como los de la flota austriaca acometiendo a las fragatas italianas al espolón en la batalla de Lissa, o el intercambio de cañonazos sin resultado de los blindados Virginia y Monitor.
También se salvan las historias del arma submarina, a veces tan peligrosa para sus tripulantes como para los enemigos, según demuestran el fantasmagórico U31 del káiser en la I Guerra Mundial, el USS Wahoo y el nipón I-52 en el siguiente conflicto, o el misterio del sumergible israelí Dakar.
Y el combate y voladura a traición de la Mercedes con su tesoro en 1804, por supuesto, y la aventura contemporánea para recuperarlo tras el expolio de la empresa Odyssey (recuérdese el excelente cómic de Paco Roca al respecto).
En suma, que lo menos bueno lastra demasiado a lo bueno y el conjunto se queda por tanto con nota tibia. Hala, soltemos amarras.
martes, 24 de enero de 2023
Brevísima y elogiosa nota sobre… (CX)
Lo entienden muy bien en la Navy británica, por ejemplo, donde el pronombre para referirse a un navío es she, "ella", no el neutro e impersonal it de los objetos inanimados.
Cada cuaderna, cada remache, cada estay, portilla, mástil, desde el momento en que se arrancan del árbol, la fragua, la tierra misma, se ensamblan y ofrecen como presente a las olas —a veces, como sacrificio— palpitan en busca de su destino.
Por eso, Historia de un triunfo es una obra que enamora.
Rafael Torres Sánchez describe La Armada española en el siglo XVIII de forma magistral.
¿Un libro para frikis? Pues sí, es posible, y a mucha honra.
Porque ofrece la semblanza de una época dorada para la construcción naval, con un nivel de detalle tan exhaustivo, que sus lectores más conspicuos se alejen probablemente de lo estándar.
Erudición divulgativa o divulgación erudita, tanto monta.
Qué materiales eran necesarios para botar aquellos alcázares de los mares, en términos galdosianos. Cómo se procuraban, transportaban y gestionaban.
Los pasos adoptados para evolucionar desde la heterogeneidad artesanal de los maestros de ribera a los planos de ingeniería milimétrica.
La organización, la comida, los marinos, las flotas, la sangre, el sudor y la sal invertidos para volver a señorear las rutas transatlánticas y mediterráneas, después de la Guerra de Sucesión y hasta los desastres napoleónicos.
Los tipos de buques y sus misiones, doctrinas, maniobras, tácticas, la suerte, buena o mala, el día a día olvidado de todo un siglo, oculto tras el estruendo de grandes batallas como Trafalgar.
Ah, y lo que casi más me gusta: la infografía. Cientos de imágenes que enriquecen visualmente los textos enciclopédicos. Los dibujos y esquemas del Montañés, un hermoso dos puentes de 74 cañones, acompañan como vela al cabo las explicaciones del autor.
Complejo y completo volumen, en fin. A quienes sientan la llamada, bienvenidos al rol de a bordo.
martes, 17 de enero de 2023
Brevísima y elogiosa nota sobre… (CIX)
A un lado del cuadrilátero, el filósofo de moda. Al otro, un descreído.
Me cito de nuevo con Byung-Chul Han, cara a cara.
En la nota sobre Psicopolítica manifesté un conato de duda sobre los fundamentos del discurso, más allá de su fachada retórica. Le dediqué un elogio incompleto.
La expulsión de lo distinto, por su parte, me dejó perplejo. Su tesis acerca de una sociedad de la información paradójicamente "monologuista", donde las ideas se lanzan para conseguir un "me gusta" en vez de promover el diálogo y la reflexión conjunta, resultaba de gran atractivo…
Si no fuera por las divagaciones y circunloquios con que la desarrollaba. Demasiado embrollo. Pero había que insistir, caramba.
Así que he vuelto a hacerlo con No-cosas. Quiebras del mundo de hoy. Y por fin creo que le cazo mejor la onda.
Por lo pronto, expone sus preocupaciones de una forma más centrada y transparente. La interpretación que le doy es la del vértigo vital.
Sujetos a un entorno de pura incertidumbre, donde todo queda desfasado a una velocidad extraordinaria, donde nuestra experiencia parece valer poco a la hora de interpretar, no ya el futuro, sino el mismo presente, hay generaciones que se sienten —nos sentimos— desnortadas.
Somos aquellos que necesitamos aferrarnos a ciertas seguridades, tocar "cosas" que nos transmitan un significado personal cuando, por el contrario, lo que ha tomado el poder son las "no cosas".
¿Un libro? ¿Un disco? ¿Una actividad manual? No.
Bibliotecas descargables en datos. Playlists musicales en "la nube". Realidad virtual.
Smartphones que, en lugar de servirnos para escuchar la voz del otro, nos aíslan. Nos vigilan, de hecho.
(¿Os habéis fijado en la cantidad de gente que va mirando como zombis el móvil, sin levantar los ojos a lo que tienen delante?).
La fotografía, desnaturalizada. De contar una historia, de dar testimonio sobre algo que ha ocurrido tal y como se refleja en el negativo, al imperio de los selfis: el momento fugaz e insustancial.
(Acabo de descubrir que selfi ya figura en el diccionario de la RAE. Fuera la cursiva. Vale…).
El ser humano, obediente a fórmulas algorítmicas que no puede comprender. Cajas negras que deciden por nosotros.
Inteligencia artificial...
De esta manera, a través de la desazón, nuestro pensador consigue llevarnos a su esquina. Exclamamos: ¡Exacto! ¡Yo siento lo mismo!
Tras la eterna pregunta del "adónde vamos" nos queda entonces actuar y dar el siguiente paso. Pero no está escrito.
Y nadie sabemos cuál es.
sábado, 7 de enero de 2023
Brevísima y elogiosa nota sobre… (CVIII)
Sus palabras son un susurro de la memoria. De personas, lugares y mapas.
La memoria de Gettysburg, Nueva York, Lisboa, Coimbra, Madrid, la frontera franco-suiza.
De Terracina, junto a la cueva donde Ulises se encontró con los ojos verdes de Circe.
De Tánger, donde Abraham —¿o era Jacob?— Astorga, cuya familia había salido hace tanto de las rondas de León, le enseñó la diferencia entre una menorá y una hanuká.
De Cadavedo, donde el conquistador Saladino se entretuvo jugando al ajedrez, sin seguir navegando con su flota hasta la misma Torre de Londres.
De los noctámbulos que se reunen en cierta librería de Kairuán, desde el tres de mayo de 1578, para contar un relato tras otro, como en Las mil y una noches.
De Baltimore, que en la pronunciación local se llama Bálamor.
De las costas de Japón, adonde llegó Diego Valdés de Lubarca, el primer asturiano en aquellas latitudes, tras naufragar la nao que capitaneaba.
De Buenos Aires, La Habana, Oviedo… Y de Paniceiros, cómo no.
En compañía de Baudelaire, Poe, Machado, Cicerón, Sábato, Petrarca, Andrade, Celan…
La cosas que le gustan a Xuan Bello son las cosas que me gustan a mí también.
domingo, 1 de enero de 2023
2023
Contemplo con estupor nuestro mundo. Ese que aún es —y lo será por siempre— un remedo de manicomio, donde cordura e insania dibujan sueños y pesadillas sobre el mismo lienzo.
Contemplo con estupor dos ojos condenados a las fronteras de un marco. Que miran con estupor a dos ojos. Que miran a dos ojos. Que miran a dos ojos. Que miran a…
Y no saben a qué lado del espejo se encuentran.
Contemplo con estupor las palabras que acabo de escribir. No sé qué sentido tienen. ¿No es hoy 1 de enero? ¿No debería expresar algo como «Buen año»? ¿O como «Os deseo una vida plena»?
Mejor así, sin duda. Os deseo una vida plena. Donde cada paso tropezado sea el preludio a otro más grande. Donde el amanecer y la puesta de sol sean las únicas barreras capaces de alzarse frente a vuestro horizonte.
Siempre.