Título y autor/a: | Extraños sucesos navales, de Víctor San Juan. |
Clave de lectura: | Misterios a lo largo y ancho de los mares. |
Valoración: | ✮✮✩✩✩ |
Comentario personal: | Tira con más pólvora que bala. |
Música: | 20.000 leguas de viaje submarino, de Paul J. Smith ♪♪♪ |
Víctor San Juan tiene una reputación en temas náuticos (me vienen a la memoria, por ejemplo, sus excelentes trabajos sobre Las Dunas o Trafalgar). Pero en Extraños sucesos navales tira con más pólvora que bala.
Su objetivo es escribir una «crónica de los más sorprendentes misterios marítimos de los siglos XIX, XX y XXI». Lo que ocurre es que varios de ellos zozobran entre lo pasablemente interesante, lo anecdótico, lo regularcillo y hasta lo prescindible sin más.
Comienza con el Mary Celeste, avistado intacto y sin tripulantes a la altura de las Azores, y del que volver a hablar resulta cansino por sobreexplotación de teorías.
El abordaje entre los acorazados Victoria y Camperdown, en un ejercicio frente a las costas sirias, tampoco creo que merezca mención. ¿Error de maniobra? ¿Cabezonería del vicealmirante que mandaba la escuadra?
A la flotilla de destructores norteamericana que en 1923 varó en masa en California no le encuentro el anzuelo. Ni al apartado de monstruos abisales que, representados por el clásico kraken, siguen lanzando los tentáculos aquí y allá.
El gato Oskar, que sobrevivió a los hundimientos del Bismarck, el Cossack y el Ark Royal, me parece… ¿gracioso?
¿La mala educación del Admiral Scheer en la dársena de Ferrol? Bah, a expurgar.
¿Y eso de que quizá la Fuerza Aérea Argentina alcanzó al portaaviones Invincible en las Malvinas, pero el mérito quedó oculto para la posteridad por evitar el desprestigio de la OTAN? Inverosímil es decir poco.
Etcétera.
Más atrayentes se presentan los avatares del diseño naval en la segunda mitad decimonónica, época de experimentos como los de la flota austriaca acometiendo a las fragatas italianas al espolón en la batalla de Lissa, o el intercambio de cañonazos sin resultado de los blindados Virginia y Monitor.
También se salvan las historias del arma submarina, a veces tan peligrosa para sus tripulantes como para los enemigos, según demuestran el fantasmagórico U31 del káiser en la I Guerra Mundial, el USS Wahoo y el nipón I-52 en el siguiente conflicto, o el sumergible israelí Dakar.
Y el combate y voladura a traición de la Mercedes con su tesoro en 1804, por supuesto, y la aventura contemporánea para recuperarlo tras el expolio (recuérdese el excelente cómic de Paco Roca al respecto).
En suma, que lo menos bueno lastra a lo mejor y el conjunto se queda con nota entre dos aguas.
Navegando en superficie a gran velocidad, el I-52 escuchó los motores de los aviones demasiado tarde; ya estaba enganchado en el radar de Taylor y, a pesar de emprender la inmersión precipitadamente, el ruido de sus hélices quedó preso del campo de sonoboyas arrojado por este primer Avenger.
No hay comentarios:
Publicar un comentario