Para la mayor parte de los problemas hay una solución. Incluso para aquellos que solo pueden llamarse problemas si distorsionamos a conciencia su contenido.
Las entradas bajo el epígrafe de Manifiesto cívico nacen como ideario personal ante algunas de esas distorsiones. Ya que nuestras vidas se desarrollan en comunidad, siempre habrá a quien le guste un color, un rasgo político, una religión, un equipo deportivo… y al de al lado otro distinto.
En determinado momento de la historia contemporánea de España, personas ambiciosas —el altruismo suele quedar enterrado bajo el ansia de poder—, tras envenenar mentes con delirios supremacistas, intentaron pasar a la agresión. Intentaron que el concepto de Democracia, con mayúsculas, se desmoronara bajo la falacia de «tengo un voto más o menos que tú y te voy a destruir».
Y la legítima defensa, la razón, cualquier atisbo de cordura que se negara a bajar la cabeza, resultaba, en su estrategia, «el enemigo» al que había que tratar con las voces más insultantes —toda una «neolengua»— posibles.
Ideario personal, decía antes. Toma de posición. Quizá en múltiples aspectos jueguen mis dudas cruelmente con mis certezas; pues bien, cuando escriba un manifiesto cívico no será ese el caso: injusticia, barbarie, desprecio al inocente, guerra…
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