El rey manda excavar un mar de riqueza. Un océano de prosperidad. Toda una cornucopia.
Una mina para sus súbditos agradecidos.
En los libros le llaman el Grande: Casimiro el Grande.
Aunque en los túneles de Wieliczka, cuando se van los últimos turistas, se apagan las luces y las estatuas empiezan a vivir su vida (conciliación, lo dice bien claro el convenio del sector escultórico), le motejen más bien de el Salao.
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