El rey le dice al emperador: ¡Que soy rey! ¡Que me han nombrado!
Y el emperador, que le había pegado un par de broncas por no sé qué retrasos de cronómetro en alguna de sus batallas, empieza a notar otro no sé qué en los entresijos.
Se mete la mano entre los botones abiertos del chaleco, a ver si así…
Bueno, por lo menos estarás de mi lado cuando vengan duras, responde. Soy francés, eres francés, te gusta el pollo a la Marengo, ¿no?
El rey sacude una charretera, se mira la punta de la bota, amaga un rascado de nariz…
Vamos, que se hace el sueco.
Napoleón piensa: ya lo veo venir. Solo le falta, en vez de Juan Bautista, querer que le llamen Carlos Juan. Y que encima le hagan un monumento.
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