El sol sangra, el aire ahoga, el cielo se colorea de algo desconocido. Ha de ser la muerte.
Las alarmas gritan sin descanso: ¡grave peligro, abandone toda actividad en el medio natural, evite el tránsito, siga las instrucciones!
Cenizas que arrasan ojos, arruinan ventanas transparentes, tiñen orgullosos automóviles con su lenguaje de hiel…
¿No es día de fiesta? ¿No hay que sacar mesas, platos, manteles? La plaza enmudece. Músicos, niños, paseantes, todos han desaparecido.
Fotografío las flores más altas junto a la puerta. Entro en casa. La línea del mar desde mi claraboya es apenas un confuso recuerdo.
Escribo estas líneas. Me tiendo sobre la cama a esperar a la noche.
A esperar…
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