El sol sangra, el aire ahoga, el cielo se colorea de algo desconocido. Ha de ser la muerte.
Las alarmas gritan sin descanso: ¡grave peligro, abandone toda actividad en el medio natural, evite el tránsito, siga las instrucciones!
Cenizas que arrasan ojos, arruinan ventanas transparentes, tiñen orgullosos automóviles con su lenguaje de hiel…
¿No es día de fiesta? ¿No hay que sacar mesas, platos, manteles? La plaza enmudece. Músicos, niños, paseantes, todos han desaparecido.
Fotografío las flores más altas junto a la puerta. Entro en casa. La línea del mar desde mi claraboya es apenas un confuso recuerdo.
Escribo estas líneas. Me tiendo sobre la cama a esperar a la noche.
A esperar…
2 comentarios:
Aunque mis cámaras lloren, cuando abro el armario donde las guardo, al modo como hacen las mascotas cuando quieren salir a su paseo, sigo conectado a la cultura que antes llamábamos "de los haluros de plata" y ahora llamamos "de pixels enloquecidos".
Es por eso que vengo a ver la casa de Herr Mannelig a saludar y a ver como le van las cosas
Gracias por la deferencia. Hubiera preferido que las cámaras fueran estos días detrás de banderas, colgaduras, gaiteros acompañando el paseo anual de san Roque... Pero las nubes se pusieron muy rojas.
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