Al día siguiente, silencio.
Silencio. Restos de pavesas. Borrones esparcidos por el viento.
Grises las plantas que riego, gris la calle que barro, cenicienta la silla desde donde saludo a vecinos y extraños mientras humea el café…
Y pajarillos caídos bajo los aleros, inmóviles para siempre. Quizá sabían algo que nosotros preferimos ignorar.
Nosotros, los dueños y señores de este mundo.
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