jueves, 12 de noviembre de 2009

En el metro

Estación de metro de Madrid.

El convoy parado en la vía hizo sonar un pitido. Iba a partir.

Los pasajeros que transbordaban desde la otra línea echaron a correr, desesperados por salvar el tramo de escaleras y alcanzarlo.

Trajes, vaqueros, tacones, zapatillas, bolsas con ordenadores portátiles, con monos de faena, carpetas llenas de apuntes...

En cada cara se veía la misma ansia: Tengo que llegar, tengo que extender el brazo y cruzar la meta. Allí hay asientos libres. Fuera de mi camino vosotros, yo lo conseguiré, yo...

La carrera, esquivándose a duras penas unos a otros, fue en vano. Todos vieron cómo se perdía su oportunidad cuando las puertas se cerraron.

Fue un momento de frustración, de imprecaciones silenciosas. Derrotados, tuvieron que humillarse ante ese tiempo arrebatado a sus vidas y esperar al próximo metro.

Tres minutos. Cada tres minutos llegaba uno.

8 comentarios:

Soledad Arrieta dijo...

Muy bien narrado. Transmite esa ansiedad esperable.
Creo que estamos tan apurados por alcanzar nuestra propia vida que corremos derribando a cualquiera que se interponga. Lo que no sabemos es que ella siempre va a estar tres minutos más lejos.
Muy interesante lo tuyo.
Cariños!

Anabel Botella dijo...

Cuántas veces hemos sentido esta sensación al intentar coger un tren.

La Dame Masquée dijo...

Mire, la verdad monsieur, que no comprendo por que nos estresamos tanto por tres cochinos minutos que no van a cambiar nuestra vida en nada, y que se recuperan después con una carrerita. Y qué si se pierde un tren? Total no hay que esperar una hora al siguiente.
Claro que a lo mejor pienso asi porque jamas he perdido uno en toda mi vida. Soy extremadamente puntual. A lo mejor si lo perdiera yo tambien me estresaría. A menos que tuviera cosas mas importantes por las que preocuparme.

Buenas noches, monsieur

Bisous

Anónimo dijo...

Dependiendo de lo que deseemos alcanzar, podemos convertirnos en unos auténticos asesinos. Te imaginas el juicio, oiga, y usted ¿porqué pisoteo la cabeza al pobre anciano que corría delante de usted hasta dejarlo tendido sobre el asfalto? Y el otro que va y responde, por tres minutos.
je, je.

Estela dijo...

Muy conseguido y bien narrado, no suelo ir en tren o metro pero las épocas en que he sido usuaria eran terrible, una jungla, no importa que seas, anciana, embarazada,es la ley del más fuerte. me ha encantado.

Anónimo dijo...

Dios mío, qué agobio me ha entrado de repente, por Dios.............

MONDO FRANKO dijo...

Agrego, a los comentarios con los que coincido, un tema más. Cuántas de esas vidas han cambiado para siempre por esos tres minutos. Que puede ocurrir en nuestras vidas por llegar tres minutos antes o tres minutos después. Que serie de nuevos acontecimientos podría acarrear ese breve golpe de timón al destino. Obviamente... yo no correría jamás ese tren, siempre se puede conocer a alguien en el andén y entablar una bonita charla mirando como se va el convoy por las vías...

Netomancia dijo...

El pan nuestro de la sociedad de hoy día, un frenesí por llegar a ninguna parte y ser el primero en absolutamente nada. Nos hacen creer que el mundo vive acelerado, pero que sepamos, las horas siguen siendo 24 y la rotación la misma de siempre.
Fantástico el texto, una imagen en movimiento.