Me llamaba, podía sentir su voz. Un golpe de remo tras otro, un latido tras otro, me fui acercando.
Carcajadas sin rostro llenaban el viento a mi paso, pero yo no les prestaba atención.
Hasta que llegué al borde del mundo.
Un último salto, un breve albor rodeado de oscuridad, un súbito vacío y...
Sería suyo.
Para siempre.
He oído decir a los viejos marinos que no soy el primero, que sólo los huesos de los ahogados son ya inmunes a esa llamada.
La llamada de una sirena.
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