Hoy solo voy a colgar una foto en el blog (y las inevitables corcheas marca de la casa, claro). Sin divagaciones existenciales ni demás zarandajas.
Vamos a lo positivo.
¿Quién sabe si en 2025…?
Música, libros, fotos, historias, pensamientos, ficciones, viajes y qué sé yo cuántas cosas más...
Hoy solo voy a colgar una foto en el blog (y las inevitables corcheas marca de la casa, claro). Sin divagaciones existenciales ni demás zarandajas.
Vamos a lo positivo.
¿Quién sabe si en 2025…?
Desear «feliz Navidad» sugiere ciertamente connotaciones religiosas. Aunque solo en el fondo, dada la mercantilización de cualquier aspecto espiritual que aún pudiera subsistir entre nosotros.
Espiritual y religioso tampoco significan lo mismo, por cierto, a despecho de quienes consideran que una «verdad» revelada (¡toma ya!) anula el raciocinio.
En esta frase que apunté alguna vez, pronunciada por uno de los protagonistas de El vuelo del Fénix (la segunda versión, no la película original con James Stewart), se aclara mejor el matiz:
La espiritualidad no es religión. La religión divide a la gente. El creer en algo les une.
(Luego construyen todos unidos un avión y salen del desierto por alas).
¿Debemos entonces suprimir el «feliz Navidad» cuando saludamos o nos despedimos de alguien estos días? ¿Resulta ofensivo expresarse así a los oídos de ateos que reniegan de su (falta de) sentido?
¿O hipócrita para unos creyentes que rara vez se comportan de acuerdo con las normas dictadas por su salvador? Ama a tus semejantes, reparte las riquezas, pon la otra mejilla…
¿Se trata de un mero comodín semántico, igual que decir «adiós», otra alusión a la divinidad?
Espero que, al leer esto, me perdonéis si os sentís ofendidos de una o de otra manera.
Apenas se trata de un deseo. Algo que suene a paz, a comprensión, a «vamos a pararnos un momento para darnos cuenta de dónde venimos, dónde estamos y dónde (y cómo) queremos seguir viviendo».
Un futuro que siempre comienza ahora.
A todos, feliz Navidad.
Hace cuatro años, para recordar la fecha puse en el blog una canción «con mensaje»: Imagine (Imagine all the people living life in peace…). Y una simbólica imagen de flores en rojo y gualdo.
Hace tres años se me ocurrió subir una foto de picas, arcabuces y alguna que otra alabarda. Con buenas intenciones, evidentemente, la acompañaba un texto lejos de alharacas militaristas.
Volví a recordar la importancia de la paz como cimiento de la vida.
Este aniversario… Hum…
Este aniversario he leído, en cierta publicación que suele resultarme interesante pese a discordar también a menudo con sus conclusiones, que el 12 de octubre es lo peor de lo peor.
¿Argumentos? Falta de significado compartido, desfile de la anacrónica Legión y su cabra, excusa para que energúmenos insulten a presidentes del gobierno «progresistas» (el entrecomillado es mío)…
Supuesto premio a un genocidio de nativos americanos, incomparable con el día grande de, por ejemplo, Francia y su toma de la Bastilla en pos de la libertad, igualdad y fraternidad universales (también mi lema favorito)…
Bien, la autocrítica en materia de opinión, es decir, encarar las visiones que cada uno tenemos del mundo ante un reflejo especular, las hace más sólidas o justo al revés, corrige su inflexibilidad. ¡Qué desastroso resulta el pensamiento único!
En este caso, el espejo me reafirma en mi aprecio por la celebración.
Que podría haber sido el 12 de octubre, con un almirante y unos marineros faltos de sueño, como cualquier otra fecha del calendario. Seguro que encontramos algo digno en cada una de las trescientas sesenta y cinco jornadas, bisiestos aparte, a lo largo de miles de años de historia.
Igual que hallaremos violencia, sumisión, injusticia, muerte cada minuto de ellas, en cada esquina de los pedazos de tierra que hoy llamamos naciones.
El recorrido de la humanidad es el que es. Quizá carguemos con una vergüenza genérica como especie, dado nuestro ánimo destructivo, pero ese sentimiento no cambia nada. No se me ocurre ningún territorio relevante —quizá un experto en San Marino o en las tribus del Amazonas me deje en mal lugar— que pueda lanzar fuegos artificiales para conmemorar su existencia sin mácula.
Francia… La Bastilla… El terror… Goya dibujando los efectos de esas pretendidas libertad, igualdad y fraternidad que flamean en banderas tricolores…
¿Debemos por tanto alejarnos de la idea de fiesta nacional? ¿Rasgar nuestros vestidos? ¿Cubrir nuestras cabezas de ceniza?
¿Excusarnos ante alguien?
No lo creo así. Conciencia de un pasado, afirmación de un presente, esperanza en un futuro que no repita los incontables errores, individuales y colectivos, que acumulamos en nuestra herencia. Eso es lo que significa para mí el 12 de octubre.
Ojalá no me equivoque.
Paz. De nuevo, paz.
Saqué esta foto en una calle de la ciudad vieja de Jerusalén.
¡Qué absurdo! ¡Qué imposible! ¡Qué contrasentido!
Pero no, he dicho imposible y no. No lo es. Solo hacemos que a veces lo parezca.
Alguien dibujó este simple trazo sobre un muro blanco. Una mano y un deseo anónimos, un ansia con millones de nombres detrás.
De ojos que desean ver, oídos que desean oír, manos que desean tocar, consolar, abrazar…
De seres humanos tan agotados que su ruego parece ya pequeño, sin fuerza.
Por eso, con la alegría de un dibujo, antes de que llegue el mundo donde nada importe y las voces de esos millones hayan enmudecido tras los muros blancos…
Feliz 2024. Paz.
Contemplo con estupor nuestro mundo. Ese que aún es —y lo será por siempre— un remedo de manicomio, donde cordura e insania dibujan sueños y pesadillas sobre el mismo lienzo.
Contemplo con estupor dos ojos condenados a las fronteras de un marco. Que miran con estupor a dos ojos. Que miran a dos ojos. Que miran a dos ojos. Que miran a…
Y no saben a qué lado del espejo se encuentran.
Contemplo con estupor las palabras que acabo de escribir. No sé qué sentido tienen. ¿No es hoy 1 de enero? ¿No debería expresar algo como «Buen año»? ¿O como «Os deseo una vida plena»?
Mejor así, sin duda. Os deseo una vida plena. Donde cada paso tropezado sea el preludio a otro más grande. Donde el amanecer y la puesta de sol sean las únicas barreras capaces de alzarse frente a vuestro horizonte.
Siempre.
Tempus fugit. El tiempo vuela.
Un tiempo peleado a mano desnuda, a rostro descubierto, vivido con nuestro mejor saber.
Un año más, caminamos sobre la Tierra. Sin guía. Frágiles y fuertes. Sin pausa.
En la única dirección posible.
Paz.
¿Qué mensaje me gustaría escribir hoy, en la primera entrada del año?
Algo que simbolizara la idea de un nuevo comienzo.
Quizá baste con una imagen. Una sencilla: la puerta de cierta cafetería frente a la que pasé una vez.
2021 ante nosotros…
Mañana abriremos los ojos y nuestro increíble mundo azul seguirá ahí.
Alrededor de nosotros. Dentro de nosotros.
Así que dejemos de lado los problemas que ayer no conseguimos solucionar, los sinsabores de hoy.
Tendámosle la mano a ese mañana.
Y, ¿quién sabe?
Feliz 2018.
Anda, ¿esto es 2013? ¿Y el mundo sigue girando?
Debe de ser que sí, aunque también podría tratarse de los efectos secundarios de tantos derivados de la uva, la cebada, el trigo y demás plantitas que acostumbramos a libar a finales de diciembre.
Porque supongo que, en caso de que nos hubiera caído encima un meteorito como se vaticinaba, el dolor de cabeza sería aún más acusado.
Una vez alcanzada la convención sobre la fecha en que nos encontramos, ¿con qué podría continuar? Quizá la lista de deseos para este año sea una manera de romper el hielo.
Allá va: para alcanzar la felicidad en cuerpo y en espíritu me gustaría, me gustaría...
Pues sólo se me ocurren dos cosas, me conformo con poco.
Que el Real Madrid quede campeón de liga. O de copa, o de Europa, o… En fin, de algo, lo que sea.
Hala, ya me he retratado.
Y lo otro...
Que siga saliendo el sol cada día.
2011. Os deseo...
Que encontréis lo que buscáis.
Y si no sabéis lo que buscáis, que ese algo os encuentre a vosotros.
Que nadéis en el aire, caminéis por los mares, respiréis de la tierra.
Porque la libertad, a menudo, significa atreverse a soñar.
Que no queráis ser perfectos, sólo humanos, incluso si cometéis errores.
Y a pesar de ellos, que vuestra mirada en el espejo os devuelva una imagen limpia.
Que al encajar un golpe, tengáis presente que no será el primero ni el último.
Y aunque duela, no os rindáis, porque sólo el último es el que podrá derrotaros.
Que améis y seáis amados.
Y si no hay suerte, que por intentarlo no quede.
Que consigáis ser felices. Un poco al menos.
Vivir. Nada más. Buen año.
Escribimos nuestra carta con ilusión infantil. ¿Qué pediremos?
Hay corsarios y filibusteros, ávidos de botín. Hay mohicanos, los últimos de su estirpe. Hay robots de corazón casi humano y más de un humano sin corazón. Hay gigantes de un día y liliputienses al siguiente. ¡Tierra, tierra! ¡Paso al correo del zar!
Como el vilano, nos posee un espíritu alado. Dos gacelas gemelas respiran, palpitantes, y con los labios trémulos de deseo seguimos a la apasionada andaluza hacia la perdición.
Nos deslizamos por lianas. Cabalgamos por la Tierra Media. Nos hacemos invisibles. Descendemos al infierno, volamos hasta la Luna, cruzamos el espejo, rompemos nuestras cadenas de esclavos.
Desde un estante nos recuerdan que la vida es sólo un sueño, desde otro nos observa el ojo de cierto hermano. Más allá nos llama un rumor de quimeras, un eco, un susurro de adiós. Volvemos a casa por mares de leyenda, con el nombre de la princesa de Troya escrito indeleble en la piel.
Desafiamos a todos los guardias del cardenal, reímos, lloramos en silencio, conocemos a cronopios y famas, a los rudos habitantes de Cimmeria, nos inclinamos ante el Gran Khan. Asistimos a la gloria y a la ruina de Ávalon.
Hay que decidirse. Ya vienen los Reyes.
Con Rudyard Kipling, me gustaría desear un buen año a quienes estéis leyendo estas líneas. A todos, por anticipado, feliz 2010.
Si...Si puedes mantenerte firme, cuando todos a tu alrededor
se derrumban y te echan a ti la culpa;
si puedes confiar en ti mismo cuando los demás dudan
y, al tiempo, no echar esas dudas en saco roto;
si puedes esperar y no cansarte de la espera,
o que te engañen y no devolver a cambio engaños,
o que te odien y no dar cabida al odio,
y aun así, ni parecer demasiado bueno, ni hablar con excesiva sabiduría…
Si puedes soñar y no dejar que los sueños te dominen,
si puedes pensar y no hacer de los pensamientos tu meta;
si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso
y tratar a ambos impostores por igual;
si puedes escuchar, y además soportarlo, a personas sin escrúpulos
tergiversando la verdad que has dicho, para atraer a los necios,
o puedes ver destrozadas las cosas a las que habías dedicado tu vida
y agacharte y reconstruirlas con herramientas inservibles...
Si puedes poner todas tus ganancias en un montón
y arriesgarlas a una sola tirada,
y perder, y volver a comenzar desde el principio
sin una palabra de queja sobre tu pérdida;
si puedes obligar a tu corazón, a tus nervios y a tus músculos
a servirte en tu camino mucho después de que hayan perdido su fuerza,
y a resistir cuanto ya no te queda nada más,
excepto la voluntad que les dice: «¡Resistid!»…
Si puedes hablar con las multitudes y conservar tu virtud,
o caminar entre reyes, manteniendo los pies en el suelo;
si ni enemigos ni tampoco los buenos amigos pueden herirte,
si todo el mundo cuenta contigo, pero nadie demasiado;
si puedes ocupar cada minuto inexorable,
haciendo que los sesenta segundos valgan la pena,
tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella
y, lo que es más, serás un hombre, hijo mío.