martes, 5 de noviembre de 2024

El amor en Suecia (II)

Clave de lectura: Todo lo que usted siempre quiso saber sobre los de (y las de) allá arriba.
Valoración: Entretenido ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Kom till mig kvinna, de Rolf Wikström ♪♪♪
Portada del libro El amor en Suecia, de Sandro Sciara.

Tras aguantar con estoicismo la entrada del otro día (daneses, noruegos, lapones…), espero que no abandonéis el empeño sin conocer antes a los suecos, según la mirada de Sandro Sciara.

Había dicho que el autor reserva el meollo de su obra El amor en Suecia a estos muchachos y muchachas de apabullante fulgor. Están más buenos que el arenque en salsa de mostaza.

(Dejo caer que yo tengo el título de sueco en la Escuela Oficial de Idiomas, por si alguien… mmmmm… se interesa al respecto).

Bromas aparte, el humor espontáneo no es algo que los distinga. Y la mayoría luce pelo castaño o negro en vez de rubio.

Las travesuras de la era vikinga son bien conocidas, de manera que podemos dar un salto adelante.

Como resultado de la Unión de Kalmar en 1397, el territorio se hizo uno y trino con el de los vecinos, aunque la torpeza de sucesivos monarcas (Erico el Pomeranio y Cristóbal el Bárbaro) lo echó a perder. Gustavo Vasa lideró una victoriosa rebelión contra Cristian II de Dinamarca, el Nerón del Norte de acuerdo con la propaganda.

Su nieto Gustavo Adolfo fue el terror de los ejércitos católicos en la Guerra de los Treinta Años, llegando a ocupar Munich o Praga, donde rapiñó unos cuadros de Adán y Eva pintados por Durero. Su bisnieta, la famosa reina Cristina (ponedle el rostro de Greta Garbo), se los regaló de vuelta a Felipe IV de España, y así los apreciamos hoy en el Museo del Prado.

Además, entre su regia persona y el embajador de Felipe, el conde Antonio Pimentel (con los rasgos fílmicos a su vez de John Gilbert)… Bueno, ¿quién sabe? Ahí queda sugerido el tema.

Fair-play en el deporte, honradez, civismo, funcionariado eficiente, Estocolmo, la ciudad más hermosa… Nadie cruza sus calzadas con el semáforo en rojo.

Las mujeres: sin prejuicios, enigmáticas, independientes, en vez de parlotear de modas o cosas del hogar, «discuten temas serios y nada pueriles» (recordemos: España, 1974, lugar y año de redacción; Sciara tenía que flipar). ¡Hay mujeres curas!

Son iguales a los hombres en derechos y actividades. Hasta llevan trajes de baño sin sujetador (sí tenía que flipar, sí).

Suecia queda descrita como un paraiso: «la vida es fácil, libre de zozobras, porque su gobierno ha estructurado un Estado magnífico, amorosamente planeado y perfectamente previsor». Sin embargo…

La luz proyecta sombras.

Suicidios, embriaguez, gamberrismo generacional (bandas de raggare a quienes los sensibles policías no saben cómo frenar, drogas psicodélicas, pornografía, estadísticas de robos y hurtos en crecimiento…

¿Es el Estado excesivamente paternalista un adocenador de mentes, que no aprenden a enfrentar las dificultades de la vida cuando estas surgen sin remedio y encuentran la espita de desahogo en la violencia contestataria?

¿Se adivinan la introversión, la frialdad, la flema de este pueblo, inquietantes preludios a la neurosis depresiva? ¿A la extrema soledad?

«No son como los españoles o los latinos que buscamos el contacto humano, la amistad, la tertulia. En Suecia es muy difícil, por no decir imposible, tener amistades».

(Jo, Sandro, si lo llego a saber antes, en vez de sueco estudio lapón).

En cuanto al tema amoroso, que se recorre en cada una de sus vertientes sentimentales y físicas (a partir de la educación sexual en el colegio), la libertad que les da fama ha de relativizarse: según una encuesta, el 87% de los hombres y el 91% de las mujeres responden que ser fieles dentro del matrimonio resulta indispensable.

En realidad, la decisión de contraerlo no difiere de un cálculo utilitarista. ¿Me convienes? ¿Te convengo? ¿Juntos ganamos tanto? ¿Te gustan también las albóndigas de Ikea (nadie aprende a cocinar)? No le demos más vueltas: firmamos. Al menos, hasta que la tinta se seque.

Porque los divorcios son tan rápidos y omnipresentes como los emparejamientos. Ay, el futuro de la familia… Como diría un personaje de los Simpson: «¡Los niños! ¿Es que nadie piensa en los niños?».

Dudas acerca de la excesiva «feminización» del elemento masculino. ¿Cuál será el resultado en nuestra época del experimento?

Dejo por comentar otros capítulos de interés (las carreras sobre esquíes, los trenes, las orquídeas, la azarosa biografía de Nobel, ¡el problema de la vivienda!...). En todo caso, como colofón, si el desfase de quinquenios desde que fue editado impide experimentar el mismo choque cultural que un lector ibérico de entonces, no por ello declaro impresiones menos gratas.

Como guía anecdótica, El amor en Suecia me ha entretenido un montón.


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