Theodora no es una ópera. Oratorio dramático, dice el programa de mano.
Entro, subo las escaleras, paseo mientras suenan las conocidas fanfarrias de inicio de la función.
Ya desde la obertura noto «algo», sensaciones como las que describen a Harry Haller en El lobo estepario: «apareció tan dichosamente abstraído y entregado a ensueños tan venturosos…».
El programa advierte de que «esta producción muestra escenas violentas y contiene temas de terrorismo, acoso y explotación sexual».
En una época donde también se advierte de que Bogart y Bacall fuman, Lo que el viento se llevó es racista y prefiero no pensar en los avisos previos para Blancanieves y los siete enanitos, pues sí, los contiene. Supongo.
Cuando escucho a Joyce diDonato cantar As with rosy steps the morn, me olvido de todo.
Cuando Julia Bullock e Iestyn Davies pronuncian To thee, thou glorious son of worth, más que un dúo, lo que mis oídos sienten es… es…
¿Por qué buscar tan tanto ahínco palabras? Las palabras son importantes, pero a veces…
Han pasado más de tres horas y desciendo de nuevo a la calle. Me espera mi pinta dorada ritual.
Según el reloj, va a comenzar un nuevo día.
Porque, en una época y un mundo donde casi todo resulta absurdo, casi invivible…
Haendel da fuerzas para continuar.
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