Valoración: Se deja leer, pero va de más a menos interés. ✮✮✮✩✩
Música recomendada: La Bohème (Che gelida manina), de Giacomo Puccini ♪♪♪
A lo largo de su Filosofía felina, subtitulada en la edición española Los gatos y el sentido de la vida, John Gray propone un tema para juguetear con la zarpa. ¡Miau!
Parte de una pregunta genérica: ¿por qué los humanos le damos tantas vueltas a cosas abstractas, sin respuesta clara, en busca de o huyendo de… (escríbase aquí la cuita metafísica favorita de cada uno)? ¿Por qué nos calentamos las neuronas?
Si de esa manera intentamos dar alcance a la felicidad, es obvio que jamás la disfrutaremos. Porque la autoconciencia deriva en la comprensión de una única cosa cierta: vamos a morir. Un punto que nos obsesiona más allá del instinto evolutivo de supervivencia.
Tal nube nos cubre los ojos e impide dar su verdadero valor a lo que mientras tanto tenemos: el aquí y el ahora. Desperdiciamos nuestros años obedeciendo a excesivos afectos y defectos.
Los gatos, por el contrario, no parecen sufrir. No se preocupan. Como mucho, están satisfechos en nuestra compañía de proveedores de alimento. Pero cuando faltamos se las arreglan con igual fortuna, como si nunca hubiéramos existido.
Exploran, se aparean, van a su bola cada segundo, haciendo caso omiso de tiempos venideros. «Siguen su naturaleza». ¿Y si los copiáramos?
¿Algo así como una apología de la bohemia?
Para cualquier criatura viva, una vida buena estará en función de aquello que necesite para hacer efectiva su naturaleza. La vida buena guarda relación, pues, con esa naturaleza suya, y no con ninguna opinión ni convención. Como ya señaló Pascal, los seres humanos son una excepción, pues poseen una segunda naturaleza formada por la costumbre, añadida a la naturaleza que ya tienen al nacer. Para ellos es natural también confundir la segunda por la primera, y muchos que han vivido conforme a las costumbres de sus sociedades han tenido una mala vida por ello. La de equivocar su propia naturaleza, sin embargo, no es una costumbre gatuna.
Me entran dudas, síntoma de que la complejidad humana relega a mi filia por el ronroneo y el miagar.
El texto va deslizándose de más a menos. Cierto que menciona a Aristóteles, Montaigne, Pascal, Spinoza y otros pensadores de alto fuste, además de conceptos como la moral. También describe la relación entre ambas especies durante siglos, y todo eso está bien. Pero pierde fuelle.
La tesis queda expuesta repetidas veces y Gray insiste sin profundizar, a base de historias de mininos que no pasan de lo anecdótico, con lo que la capacidad de convicción de su ovillo se deshilacha. Lo malo es que la deriva se hace patente ya a mitad del volumen.
En fin, John, aprobado. Aprobado como una raspa de sardina. Se deja leer, pero seguro que puedes conseguir más.
Ahora ráscame un poco el lomo. ¡Miau!
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