lunes, 11 de noviembre de 2024

La última batalla de Fernando de Abertura

Clave de lectura: Destino de unos personajes ajenos a su propia voluntad, entre 1931 y 1939.
Valoración: El fondo bien, la forma menos ✮✮✮✩✩
Música recomendada: Por quién doblan las campanas, de Victor Young ♪♪♪
Portada del libro La última batalla de Fernando de Abertura, de Emilio Durán.

¿Es La última batalla de Fernando de Abertura una obra destacable? ¿De esas que frunces los labios, elevas las cejas y sacudes de arriba abajo la cabeza en gesto de aprobación?

Premio Provincia de Guadalajara «Camilo José Cela», ostenta bajo el título. ¿Se merece una medalla literaria?

A lo primero respondería que no, aunque conviene matizar. A lo segundo, que ignoro el nivel de los demás trabajos presentados en 1994. Quizá fuera el mejor, al fin y al cabo.

Emilio Durán sabe escribir, si por tal arte entendemos colocar cada palabra en su sitio y dar al conjunto un sentido orgánico. Hasta ahí, de acuerdo. ¡Pero su expresión llega a resultar tan barroca!

Adjetivos sin medida, ornamentaciones gongorinas, manierismos tan recargados como una columna de Churriguera…

Fue de allí de donde salió el acre olor, la negra humareda que, prolongando sus ramificaciones por encaladas pilastras, anchísimas escaleras, altas ventanas, se escapó en aquella distante y fría noche de noviembre del 49 por los cristales rotos del balcón de la Plana Mayor hasta cruzar la calle solitaria, apenas iluminada por el farol agonizante de la esquina, fanal de popa del navío náufrago de la tienda de ultramarinos de Benigno Liébana. Resonaron, entonces, recios los golpes en la puerta claveteada del cuartel, repetidos y nerviosos.

Quien se aventure más allá de la portada corre el riesgo de dudar ante frases por el estilo. Debe convencerse de que, a despecho de la falta de naturalidad (para mi gusto), el argumento presenta interés.

El día en que se proclama la República, el capitán Mario de Abertura, veterano de la guerra de Marruecos, cumple servicio de guardia. Una multitud se aproxima al cuartel en demanda de armas para hacer la revolución y él, en cumplimiento del deber y a riesgo de linchamiento cuando traspasa el portón para hablarles, se las niega.

El deber: valor inculcado por su padre, don Fernando, que ha alcanzado las estrellas de coronel a pesar del origen humilde. Un militar ha de apartarse de patrioterías y actuar con patriotismo, sirviendo al orden civil y legal.

Al frente de los ansiosos por que el nuevo sistema no tenga rasgos burgueses se encuentra Benito, mozo de hotel y líder de una célula comunista, con quien Fernando suele conversar. Las profundas diferencias que los separan no impiden el respeto e incluso el mutuo aprecio.

Regla, la esposa del militar, abomina de que los vean juntos. Podrían creer que está de acuerdo con sus ideas. Los demás oficiales, apartados de la carrera si no prometen fidelidad, tampoco saben a qué carta quedarse con él. ¿Se uniría o no a una rebelión?

Desde el momento en que se cruzan, Soledad podría convertirse en su amante. Soledad, a quien Benito ama.

En un diario escrito por don Fernando se describe el pasado y el presente del mundo en que se mueve la familia. El narrador se dirige a alguien desconocido (¿un soliloquio?) que va recorriendo sus páginas.

En otra crónica escrita por alguien del pueblo, temerosamente escondida durante años, se rellenan huecos: Los noventa días. La guerra civil en las Navas de Ebora. Todos se encuentran allí aquel julio de 1936.

Porque la República está herida de muerte por todos y todos han de participar en la fiesta del horror. El bando… El bando no necesariamente se elige. ¿Amor? ¿Amistad? Odios acechantes, pelotones de fusilamiento al amanecer, toman por sí mismos la decisión.

No, el interés no es algo de que carezca esta novela. Existe detrás una historia. Ay, si a Durán le hubieran gustado más las líneas rectas que las curvas al componerla…


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