Con motivo del aniversario del desembarco en Normandía, han proliferado los documentales televisivos que analizan la histórica jornada.
En uno de los que he visto, diversos supervivientes comparten sus recuerdos: las horas previas al «Día D», las impresiones nada más caer el portón de las lanchas —desde su interior y desde la orilla—, si consideran que el objetivo valía de verdad la pena habida cuenta del riesgo personal, si volverían a participar…
Y las palabras de un anciano me llaman tanto la atención como para buscar bolígrafo y dejarlas anotadas:
Si hubiéramos llegado con suficiente rapidez habríamos evitado la invasión […]. No éramos fanáticos, teníamos valor para combatir. Era nuestro deber. Habíamos aprendido a morir por la patria […]. Lo digo sin reservas: sigo estando muy orgulloso de haber pertenecido a las Waffen SS.
Es decir, alguien que a estas alturas debe de conocer plenamente el significado de su Reich, añora los «valores» por los que luchó y se lamenta de que la punta de velocidad de sus Panzer fuera insuficiente para vivir aún bajo ellos.
Podría buscar excusas por un condicionamiento que anuló su capacidad de distinguir lo abyecto, pedir perdón por los millones de víctimas y dedicarse a trabajar para compensarlo.
Pero no. No ha olvidado nada ni ha aprendido nada.
Así siente aún una parte de nuestro mundo en este calendario de 2024.
Qué desalentador.
P. D.: Si alguien tiene curiosidad, saqué la foto en un pequeño museo de la localidad noruega de Svolvær, el Lofoten Krigsminnemuseum, dedicado a la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial.
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