jueves, 27 de junio de 2024

Gorriones

Guacamayos en Copán.

Le observo agazapado tras los visillos, con ojos y paciencia gatunos, como si tuviera que decidir entre zampármelo o juguetear antes un rato con él.

O desahuciarlo al fin de su nidito. Ya puede piar milongas, ya, soy un arrendador a la vieja usanza, al estilo del que amenaza a la viuda en la segunda parte de El Padrino, ja, ja, ja… (si tuviera bigotes me los atusaría, satisfecho de mi maleficencia).

El gorrión no cesa en sus llamadas desde el alféizar. Imagino lo que andará anunciando desvergonzadamente: «Chicaaaaas, estoy libre y tengo casaaaaa, ¿quién quiere venirse a vivir la vida conmigooooo?».

Solo que «su» casa es en realidad «mi» casa. Mi aparato de aire acondicionado, por más señas. El muy cuco ha metido cuatro ramas en un hueco ya bastante lleno de cables y lanza el reclamo de amor con desprecio por la propiedad y las leyes del inquilinato.

Así como se aparta de cualquier admonición en pro de la castidad franciscana. Un pisito así hay que aprovecharlo, parece difundir su pío pío al viento.

Varios días más tarde, el constante batir de alas junto a la ventana atrae de nuevo mis sospechas. Gorrión y gorriona, gorriona y gorrión, van y vienen del hogar al Ikea más próximo (el jardincillo de abajo). Las cuatro ramas se han convertido en un sofá Eskilstuna y un somier Lingör por lo menos.

De acuerdo, me confieso vencido. Quería ser el casero malvado, pero me falta carácter. El amor prevalece y el hueco del aire acondicionado verá abrir cascarones a una nueva generación. Voy a ponerles alpiste y una piscina para el verano, ya que estamos.

P. D.: Foto de guacamayos, foto de cuervos, de pigargo, de gaviota, de pollo de corral, de pelícano, de colibrí… ¿Dónde habré guardado yo una foto de gorriones? Bueno, no le demos más vueltas: que sea de guacamayos, nadie lo va a notar. ¡Amor, amor!

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