Después de varias horas, todo ha transcurrido como esperaba. Incluso mejor, la verdad. Buena representación wagneriana.
En la cresta de las águilas —o gallinero— me ajusto las gafas. Veo cómo Hans Sachs concede a Walther von Stolzing el título que llevaba ansiando desde el primer acto para obtener la mano de Eva. Los maestros cantores de Núremberg se aproximan a la escena final.
De repente, Walther rechaza la ceremonia y el zapatero le reconviene: «no desprecies a los maestros».
Unas estrofas más tarde, añade un gentilicio: honra a los «maestros alemanes».
Y amplía la idea: «¡Estad prevenidos! ¡El peligro nos amenaza! Si alguna vez el pueblo y el imperio alemán cayeran bajo un falso dominio extranjero…».
Literalmente, deutsches Volk und Reich, eso es lo que canta el protagonista de la jornada. Luego nos aclara que se refiere al Sacro Imperio Romano Germánico, pero vamos, Volk und Reich… No me extraña que esta ópera, una comedia, la programaran con alegría ya nos imaginamos quiénes.
Mientras aplaudo complacido, como el resto de asistentes al Real, me viene a la cabeza la típica memez del día. De la semana, de la vida:
¿Por qué alguien puede creer que haber nacido a un lado u otro de un río, en las laderas de un monte o en el valle, en tal o cual continente, bajo el cielo donde alguna vez surgió un heroico general conquistador o un millón de heroicos conquistados le hace, no ya diferente, sino mejor que otros sin su «suerte»?
¿Por qué hay símbolos del todo accidentales en la historia que se clavan en nuestra cultura como armas arrojadizas?
¿El arte alemán porque fue el hogar de Beethoven, por ejemplo? ¿Ese nieto de inmigrantes? ¿España porque Pelayo salvó a la cristiandad? ¿Era acaso Averroes una amenaza? ¿Cataluña porque el bando borbónico fabricó más pólvora que el austracista? ¿América first? ¿El peligro amarillo? La lista es inacabable.
¿Para cuándo una convicción cosmopolita, que aparte de sí el ombligocentrismo, los dioses que exigen sacrificios exclusivos a sus siervos, las lenguas-muro, el odio a la diversidad como cimiento del orgullo nacional…?
¿Que abrace la comprensión, el respeto, la existencia en armonía, la idea de que lo importante en la vida es cómo la vivimos, las sonrisas en los rostros que dejamos de recuerdo?
Y no si nuestra «sangre» viene de un Volk ni de un Reich. De un fritz, un tommy, un gringo, un gabacho, un sudaca, un negro, un japo, un moro, un charnego…
¿Para cuándo?
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