¿Antisemitismo? ¡Jamás!
No le deseo ningún daño a Israel, a la nación, a las gentes que la habitan, a su derecho a existir en paz. Recién conmemorado el Día del recuerdo, shalom.
Pero lo que está mal está mal. El mismo derecho lo tiene cada uno de los inocentes en la diáspora de Palestina.
No se trata del dominio del «relato», la expresión tan en boga. No se trata de presentar unos hechos con los subtítulos o los tiros de cámara adecuados para interpretarlos según convenga.
Israel se encuentra, como otros países democráticos del mundo, preso de grupos de fanáticos que se han aliado para formar gobierno.
Un fanatismo, salvo en la kipá con que se disfraza, indistinguible del islamista, el hindú, el del votante trumpista, el de la sagrada madre Rusia, el de quienes aborrecen un color de piel más oscuro, el que querrían los secesionistas en nuestra propia casa…
«Somos diferentes y mejores que el resto del mundo», piensan. «Dios mismo prometió darnos esto y aquello».
Gott mit uns: Dios está con nosotros. ¿No rezaba así el lema de las tropas nazis cuando arrasaron el gueto de Varsovia, por ejemplo?
Y esos grupos han encontrado su instrumento en un primer ministro cuya memoria para futuras generaciones consistirá en haber ordenado crímenes, se le condene o no ante un tribunal.
Crímenes, sin necesidad de adjetivos. No pensemos en la «guerra justa», ius ad bellum, según la definen los juristas.
Ni en la manera de comportarse una vez dado el primer paso: ius in bellum, que exige determinadas normas para limitar el sufrimiento. La guerra sigue su propia «lógica» por naturaleza, ajena a la consensuada en un entorno civil.
Desde el amanecer de las civilizaciones hasta la era atómica. Acciones protagonizadas por personas que seguramente no se reprocharon a sí mismas apilar manos cortadas, apretar el gatillo de un lanzallamas o abrir la portilla de un bombardero.
O la espita de una cámara de gas. «Solo hacían su trabajo».
Por ello, quienes en esa tierra bendecida y maldita saben que una victoria no será una victoria, que la ansiada liberación de los secuestrados no justifica la hecatombe de un pueblo y ningún ser supremo ni nadie con galones puede ordenarles participar en ella…
Continuad manifestándoos. Oponeos. No es de «Israel» la mano ensangrentada, sino de aquellos de sus hijos, nacidos de mujer y de hombre, que alguna vez también estuvieron indefensos y lo han olvidado.
Ayudad a detener lo que ya resulta irreparable, por lo que sea que consideréis sagrado.
Aquel que salva una vida, es como si salvara un universo entero.
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