Hoy voy a cambiar el tono habitual de la bitácora, más o menos relajado, sobre libros, músicas y demás entretenimientos.
Hoy voy a ponerme serio.
Hay aspectos de la vida pública, de la sociedad en la que vivo, de la que formo parte y, por lo tanto, cuyo bienestar me importa, que sobrepasan los términos del puro debate político.
Hay nacionalistas en Cataluña que, a tenor de sus objetivos y medios con los que pretenden alcanzarlos, merecen cambiar una letra de su denominación genérica. Pasar de la «c» a la «z».
Y no lo digo en caliente, porque esa palabra suele aplicarse de una forma muy burda, distorsionando su significado histórico. Incluso como insulto cuando escasean los argumentos racionales ante un pensamiento contrario.
No, si acuso a alguien de nazionalista lo hago, creo, con conocimiento de causa. Tras un proceso autocrítico. Porque sé cómo una vez alcanzaron el poder sus antepasados en un gran país. Y cómo lo aplicaron.
Cómo lo imposible terminó ocurriendo y delirios aberrantes agarraron a muchos millones por el cuello, mientras se quedaban silenciosos.
Su mensaje vuelve a ser el mismo. Pura demencia.
Así que, ante el intento moderno de subvertir la democracia, ese conjunto de equilibrios que nos hemos dado en España como norma básica, y que nuevos delirios puedan alzarse en su lugar…
Pues eso, que ha llegado el momento de ponerse serios.
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