Castaños… ¡Castaños!
¿Eh?, sí, sí, a la carga… ¿Dónde se han metido los franceses?
Castaños ha ganado en Bailén y ha perdido en Tudela. Cuando tenía diez años le nombraron capitán a secas, porque en el ancien régime los galones se cosían así. Ahora es capitán general, mariscal de campo, presidente del Estamento de Próceres, del Consejo de Estado, del Consejo de Regencia y duque.
Tiene una bonita casaca blanca y un sombrero bicornio con adorno de espumillón.
Al rey de antes, el séptimo, le gustaba porque alguna vez dijo que los reyes tienen que mandar y sanseacabó. ¿Constituciones?
Por ahí vas bien, muchacho, tienes futuro.
A la de ahora, la segunda, la lleva en sillita de la reina. Menos para posar en el cuadro, que le han puesto una de montar a mujeriegas.
¡Pero no bajéis la cabeza!
Aguanta heroicamente Castaños, detrás de la soberana y su nuevo hombre de hierro, Prim.
Se acuerda de jornadas entre riscos, con el sol andaluz pegando en el chacó a los gabachos y sin media gota de agua que llevarse a los labios. ¿Os rendís, monsieur Dupont? ¿Por qué tarda tanto el pintor?
A la carga, a la carga, murmura. Y vuelve a su merecida siesta.
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