Carlos V acude a su cita anual con Pimiango, aunque, a falta de caballería de gualdrapa, en esta ocasión acompañe a los alabarderos que gastan suela en su entrada triunfal.
Desfile engalanado, danzas típicas, presentación de oficios, culines de sidra, discurso del corregidor… Hasta demostraciones de tiro con arco.
También, por supuesto, cena renacentista. Y lecturas de rapsodas en la plaza.
Ahí es donde entro yo con modestia. En la primera, aposentando y sirviendo a quien demande yantar. En las segundas, recitando a Lope sin prestarle ciencia al detalle de que en realidad aún no haya nacido.
¿Qué puede eso importar? ¡Débil muro son los siglos para detener al fénix de los ingenios!
Ir y quedarse, y con quedar partirse…
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