Nuestro héroe de hoy, Jan Kiliński, es zapatero de oficio. En 1794, a las órdenes de Kościuszko, lidera las milicias ciudadanas de Varsovia frente a las tropas de la zarina.
Pero ni eslavos del este ni prusianos se lo toman bien. Escudándose en un acuerdo de reparto anterior, el intento polaco termina aplastado y Jan recluido en prisión.
Cuando se inaugura, colocan el monumento sobre un pedestal de granito. ¿Qué mejor que reciclarlo de la catedral de Alexander Nevski, héroe nacional de los ocupantes y demolida tras recobrar el país la independencia? Damnatio memoriae.
Durante la última guerra teutona consigue librarse de quedar reducido a escombros. Apenas pierde los brazos.
Y aquí sigue a la fecha, con bigote, sable y pistolón de pedernal. Plano contrapicado, silueta sobre cielo gris, que anda la tarde un poco ramplona, sus y a ellos.
(Por supuesto, Chopin en la caja de las corcheas).
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