Van cogidos de la mano. Detrás de ellos, me preparo para abandonar el vagón.
Se abren las puertas y caminan unos pasos.
De improviso, ella se arroja al suelo y se aferra a las piernas de él.
Amagos inmediatos de auxiliarla, pero...
Él hace un gesto de hastío y le recrimina en voz alta: No me montes una escena, ¿eh? ¡No me montes una escena!
Los labios de ella permanecen mudos. Apretados.
Él insiste, intentando zafarse: ¡Que no me montes una escena!
Los demás pasajeros formamos un dique. Ninguno sabemos qué... Ninguno sabemos por qué...
¿Podemos decirle que, sea lo que sea, no merece la pena? ¿Querrá escucharnos?
Quizá un ya no te amo, quizá un no me abandones, quizá un dame otra oportunidad.
Quizá un mira cómo me humillo, tú lo eres todo.
El dique se deshace. Seguimos nuestro camino como la corriente rodea a una isla.
Al final de la escalera, conmocionado, aún me giro para contemplar el vasallaje.
No me montes una escena, ¿eh? No me montes una escena...

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