lunes, 24 de febrero de 2025

Los grandes procesos en los sistemas comunistas

Clave de lectura: ¿Qué semillas en los fundamentos del comunismo conducen a la destrucción personal de sus defensores?
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Muy interesante.
Música: Sinfonía nº 5 (IV.Allegro non troppo), de Dimitri Shostakovich ♪♪♪
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Portada del libro Los grandes procesos en los sistemas comunistas, de Annie Kriegel.

Podemos optar por varios enfoques para aproximarnos al fenómeno del comunismo (fenómeno, movimiento, filosofía, maldición…, que cada uno escoja o añada su sustantivo a voluntad).

Personalmente preferiría el jocoso, recurriendo a clásicos del cine como Ninotchka, Uno, dos, tres, ¡Que vienen los rusos! o la más moderna, pero igual de divertida —aparte su trasfondo negrísimo—, La muerte de Stalin.

En literatura, Mijaíl Zóschenko o Serguey Dovlátov han transitado por un camino similar: el de la ironía.

Aunque, ciertamente, no siempre es fácil refugiarse en ellos. La carga de la prueba la cedo a nombres con conocimiento de causa: Yevgueni Zamiatin, George Orwell, Arthur Koestler, Alexandr Solzhenitsyn… O Annie Kriegel.

Durante un tiempo, esta historiadora ejerció responsabilidades de alto nivel en el Partido Comunista Francés.

Después apostató, aunque sin abandonar su estudio desde una óptica independiente.

Con tal bagaje, su libro Los grandes procesos en los sistemas comunistas tiene mucho que enseñarnos.

El punto de partida lo constituyen las purgas llevadas a cabo en el seno apparatchik: el terror que en la década de 1930 finiquitó a la vieja guardia revolucionaria (Zinóviev, Kámenev, Bujarin…).

El alambre de espino continuó extendiéndose durante la posguerra (por si acaso alguien excusara que la amenaza del fascismo generó paranoia en el hermoso jardín comunista, o que tras Stalin las flores volvieron a brotar).

Como piedra de toque, presenta el arresto de dirigentes checos como Rudolf Slánský o Artur London (miembro de las Brigadas Internacionales en España, la Resistencia a los nazis en Francia y preso en el campo de exterminio de Mauthausen, cuyas memorias sobre su juicio fueron llevadas al cine por Costa-Gavras bajo el título La confesión).

También húngaros (Rajk). O búlgaros (Kostov). Todos habían contribuido a edificar el aparato marxista en sus países.

En occidente tampoco faltaron víctimas (como la propia autora), aunque las condenas hubieran de limitarse al ostracismo reputacional promovido por los antiguos camaradas.

Una vez que el propio partido —o sus representantes, en este caso los instructores— ha dispensado al acusado de la solidaridad a la que un comunista está obligado para con los suyos, suben a la superficie los antagonismos, las antipatías, las incompatibilidades de carácter y las rivalidades profesionales o personales, tanto más virulentas cuanto que se han desarrollado en una sociedad más cerrada y han sido reprimidas durante mucho tiempo. Esta pulverización de los lazos de solidaridad con sus compañeros de infortunio es, por lo demás, una etapa del camino que conduce al detenido hacia la soledad absoluta.

¿Qué acusaciones se volcaron sobre el tapete? Una panoplia de deslealtad, desviacionismo, pensamiento antirrevolucionario, colaboración con el enemigo, titismo, trotskismo… Apoyada en pruebas «irrefutables». No querrían que el partido se equivocara, ¿verdad? ¡¿Verdad?!

Aclaro que el volumen no trata de los procesos en sí, ni siquiera sirve de crónica exhaustiva. Intenta más bien explicar su «lógica».

¿Coacción? ¿Tortura? ¿Lavado de cerebro? ¿Creencia sincera de haber cometido «un error»?

Kriegel concluye que dicha «lógica» existe, aun en un contexto que los ajenos al círculo encontramos difícil de racionalizar. El poder sobrevive devorando al poder.

El comunismo exige anular a la persona, al individuo, a su conciencia impredecible, desde fuera y desde dentro.

Solo existes por y para la ideología. Obedece a la ideología. Difunde la ideología, da ejemplo. Te hacemos esto a ti, uno de nosotros, para demostrar que podemos hacérselo a todos (de ahí la «teatralidad» que rodeó a los casos).

Modelo pedagógico exitoso, a ojos vista. No solo varios de los encausados «se autoinculparon» en una especie de guion melodramático, sino que hubo quienes pudieron contarlo (London fue excarcelado tras unos años) y siguieron manifestando su apoyo al sistema hasta el fin.

Jamás abandonarían su fe.

Una fe que aún persiste.


viernes, 21 de febrero de 2025

Los nuevos dioses

Monje ante un móvil.

Determinado día de determinado año de determinado siglo, determinada corporación reunió a sus más jóvenes y prometedores cachorros.

Habilitaron una sala de actos con estrado y gradas, una sala grande llena de canapés y salas más pequeñas donde, a la manera artúrica, sentados a mesas redondas, las promesas debían demostrar su valor.

¡Vale, de acuerdo! Algunos estaban de prestado, fuera de sitio, ya la vida los iba a llevar por caminos y carreteras de tercera. Pero en aquel momento…

Gente muy lista, gente muy astuta, gente entusiasta, gente curiosa, gente con visión adelantada.

Los reunieron, decía, les dieron de comer y nombraron cónclaves para la magia. Pensad, chiquillos, pensad. Poned ante vuestros mayores el tiempo que ha de venir.

¿Cómo será el mundo de aquí a diez, veinte, treinta rotaciones en torno al sol?

¿Cómo podemos aprovecharlo? ¿Cómo podemos liderarlo? Inventos, disrupciones, nuevas creencias, tecnologías, cisnes negros… ¿Qué?

No voy a aburrir con el calor entrópico de tantos cerebros funcionando al unísono (parte se desvió para hacer la digestión).

Los astutos contemplaron a los listos como el zorro a las uvas: buscando sacar beneficio y que su propio nombre rubricara las ideas del grupo.

Los entusiastas pusieron ojos de emoji, con rutilantes estrellitas (lo de los emojis hubiera sido un buen comienzo).

Los curiosos se contaron unos a otros que un gúgol es diez elevado a la centésima potencia. Gúgol, gúgol… Suena divertido. Ahora, a trabajar en serio: el patinete antigravedad.

Algún friki se acordó de Espacio 1999, la Base Lunar Alfa, las naves águila, las pistolas paralizantes, pero solo era eso, un friki.

Los invitados a la fiesta de chiripa demostraron el porqué de su anunciado fracaso: falta de imaginación. Habrá coches, apartamentos en la playa, fútbol, teléfonos, gafas de rayos x… Carne para el departamento de contabilidad.

¡Ups! El de los rayos x fue otra vez el friki.

Un momento… ¿Teléfonos? ¿Quién dijo teléfonos? ¿Los de descolgar y marcar? ¿O un ladrillo de esos móviles haciendo bulto en el bolsillo?

Ya circulan unos cuantos, pero vaya, también tamagotchis. ¿Es que la gente no podrá esperar en el futuro a llegar a casa? ¿Van a ir por la calle hablando de sus cosas a gritos? ¿O en los vagones, o en los cafés?

¿O mirando las pantallas embobados, ajenos, como monjes orantes ante un altar lisérgico? ¿Qué verdades esperarán encontrar?

En fin, tomamos nota. Seguid, seguid.

Y así, os aseguro que fue así como ocurrió, despertaron los nuevos dioses.

lunes, 17 de febrero de 2025

El naufragio de la Segunda República

Clave de lectura: Entre todos mataron a la República, especialmente quienes ahora la conmemoran.
Valoración: ✮✮✮✩✩
Comentario personal: Demasiado simple.
Música: Suite Ingenua (II.Balada. Lento y apasionado), de Antonio José ♪♪♪
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Portada del libro El naufragio de la Segunda República, de Inger Enkvist.

Antes de abordar El naufragio de la Segunda República, conviene tener un detalle en cuenta.

Inger Enkvist no es historiadora. Se especializa en filología y pedagogía (catedrática de lengua española en la Universidad de Lund, según el currículo). Las tesis que defiende no están basadas en un trabajo de investigación propio.

Es decir, se trata de alguien con interés que plasma sus opiniones, pero cuya autoridad no alcanza a la de aquellos profesionales que de verdad se dedican a desentrañar los puntos oscuros del pasado.

Hecha la advertencia, su libro invita obviamente al debate.

Describe el sistema institucional que, entre 1931 y 1939 (o 1936, ya que el golpe de Estado lo habría liquidado tanto en la zona de su triunfo como en la de su fracaso), enmarcó la vida política de nuestra nación.

Incide en las peculiaridades legales que crearon un lastre de inicio. Así, a propuesta del presidente, unas elecciones podían dar como resultado un ejecutivo no sujeto al estricto número de votos (Lerroux).

Muy pocos, de acuerdo con esta hispanista, apreciaban la República de forma pura. Si no servía a los intereses de turno, había que retorcer su sentido o, incluso, acabar con ella desde dentro.

1934 resulta la prueba palmaria. Expone que la intención del PSOE fue atravesar el pecho de la tricolor y convertirla en «otra cosa», ya que los métodos violentos para obtener el poder y ejercerlo sin contrapesos, alternancias ni limitaciones figuraban en sus discursos (Largo Caballero).

La primera medida tomada por el Frente Popular fue la amnistía de los condenados por la intentona revolucionaria y el tratamiento como héroes, enviando así un mensaje inequívoco.

Al cabo, en las trincheras no se verían banderas de franja morada, sino rojas en su totalidad o rojinegras. Éramos, según sus palabras, «una democracia sin demócratas».

Y, si ninguna figura pública de entonces atesora parabienes, especial censura merecen los políticos que de nuevo fomentan la división. Aquellos con responsabilidades que quieren volver a polarizarnos.

La «memoria histórica», en tal sentido, supondría un ejercicio de adoctrinamiento espurio. Si uno osa cuestionarla, le cuelgan el sambenito de enemigo de la democracia, el progreso, el pueblo, defensor del fascio y «lindezas» por el estilo.

Hasta aquí, la descripción del contenido. ¿Me atrevo a comentar mis impresiones?

Claro que sí. Como he señalado, el texto invita al debate; varios aspectos en particular me generan reservas.

Su imagen de un país con crecimiento económico sólido, élites cultas y una burguesía industriosa acosada por la Komintern o los pistoleros de la FAI pasa por alto un grado de miseria y analfabetismo en amplias capas de desposeídos que no podían sino creer en promesas colectivizadoras como remedio. Los parias de la Tierra.

¿Se encontraba España en peligro de muerte? Hablamos de una época a las puertas del infierno global, qué duda cabe, no un fenómeno exclusivo de nuestro rincón. Pero otras sociedades tampoco podían presumir de bonanza y no por ello optaron por autodestruirse.

Sobre la crítica de que el presidente contase entre sus atribuciones la de nombrar gabinetes no respaldados por mayorías parlamentarias… ¿No vemos similitudes en otra República tan prestigiosa como la francesa?

Asimismo, sugiere que el fraude no fue ajeno a los resultados que auparon a las izquierdas (urnas que solo se podían rellenar en el sentido ordenado por sus custodios, amenazas, cárceles clandestinas, asesinatos, recuento sin transparencia…). Echo a faltar más datos que superen la frontera de la mera sospecha.

En los días previos a las elecciones, una milicia socialista llamada la Motorizada apareció en Cuenca, sembrando el miedo a su alrededor. Había sido organizada por Prieto, circulaba en motocicletas y actuaba como una especie de cuerpo de asalto. El grupo se utilizó para tareas como interrumpir las reuniones de los adversarios y quemar instalaciones. Contribuyó a la victoria del Frente Popular en Cuenca, entre otras cosas, reemplazando documentos electorales. Uno de los métodos utilizados para hacerlo era irrumpir en la casa de un funcionario electoral y obligarlo a firmar un protocolo en blanco.

En conjunto, Enkvist compone un alegato de «si yo soy culpable, tú lo eres más». «Si yo no hubiera dado el golpe, lo habrías hecho tú de nuevo».

Argumento que, en aras de la historia como ciencia social, no arma cargada de emociones para la revancha (me da lo mismo quién exija esa revancha), resulta de validez dudosa.

Las noticias positivas, por ir terminando: esta lectura contrapesa a un oficialismo que quiere imponer su propio e igual de criticable sesgo. Se suma a una visión por necesidad poliédrica para entender (y no repetir) aquellos convulsos años.

Las negativas: le hace el juego al otro relato, el de siempre, reduciéndolo todo a unos «malos» que escondieron la mano tras haber arrojado la piedra y unos «menos malos» a quienes no quedó otro remedio que defenderse atacando.

Demasiado simple, creo yo. Demasiado, demasiado, demasiado…


viernes, 14 de febrero de 2025

A propósito de Eugenio Oneguin

Interior del Teatro Real de Madrid.

Asisto a una representación de Eugenio Oneguin.

Es una obra de verdad hermosa. La manera en que se funden orquesta y canto, esas frases de los violonchelos, esa secuencia del oboe, la flauta, la trompa, el arpa… Chaikovski dice: «Aquí estoy yo».

Además, las voces, las dotes actorales, incluso el aspecto físico de los protagonistas sobre el escenario, se ajustan perfectamente a cada carácter salido de la pluma de Pushkin: Oneguin, Lenski, Tatiana, Olga… Gran velada.

Lo que se me ocurre mientras desciendo las escaleras del Real, tarareando la escena del baile, es una pregunta… facilona.

¿Qué es el amor?

O mejor dicho, para no sonar empalagoso: ¿qué cree la gente que es el amor?

Las grandes historias operísticas sobre el tema (que alcanzan el noventa por ciento del repertorio) lo presentan en forma de tragedia.

(Bueno, no el noventa. Bajémoslo al ochenta, para dar cabida a las tragicomedias de Mozart o a los simpáticos enredos rossinianos).

Y, aunque la calidad de los libretos sea dispar, muchos beben de fuentes (el citado Pushkin, Goethe, Shakespeare, Hofmannsthal…) con reconocida excelencia. No hablamos de lágrima gorda.

¿Por qué resulta el amor tan melodramático? ¿Por qué atrae tanto esa faceta? ¿Nos identificamos con ella en la vida personal?

En el acto primero, Tatiana le pregunta al aya si se enamoró de joven y qué sintió, y la respuesta es clara: en aquellos tiempos nadie pensaba en tal cosa. Sus padres la casaron a los trece años con su marido, aún más joven, y amor solucionado.

Por su parte, a nuestra soprano le da un flash nada más conocer al apuesto (y sobrado de sí mismo) barítono, de un calibre que la convence de que los cielos se lo han enviado, envuelto con lazo, para toda la vida. ¡Este, este, me lo quedo!

(Oneguin, con toda su chulería, por lo menos es sincero: le advierte de que ha leído demasiadas novelas).

La atracción de Lenski por Olga parece más «razonable». Son amigos desde niños, compañeros de juegos, y el roce…

Ya tenemos el «amor» conformista del aya, la ilusión de buenas a primeras de Tatiana (tanto en el sentido de alegría como de autoengaño), el pasotismo sentimental de Oneguin (se le ve, en segundo plano, abandonando la mansión con gestos de desapego hacia su compañera nocturna, que por supuesto no ha sido Tatiana), y el tranquilo «nos conocemos de toda la vida» de Lenski y Olga.

Pero esperad: cuando su amigo flirtea con Olga en el acto segundo para hacerle rabiar, el buen Lenski, Lenski el poeta, se convierte en un manojo de celos. ¿Otro hombre bailando con su chica? ¿Aquella a quien su alma dedica cada pensamiento? ¡Faltaría más! ¿Dónde están las pistolas de duelo?

O sea, el amor tóxico. ¡Mía, mía, mía y de nadie más!

Repito, en la historia de la ópera esto no es nada inhabitual. Si alguien «posee» a quien otro desea… pasan cosas: el Conde de Luna, Amneris, Don José, Scarpia…

En el acto tercero, el príncipe Gremin declara que no hay un límite para el amor, que en cualquier momento puede abrazarnos la felicidad. Incluso a él, que lleva unas cuantas batallas en el cuerpo y disfruta a su lado de una maravillosa… ¡Tatiana!

Amor igual a felicidad, entonces. Pero… ¿amor correspondido? ¿Basta con amar o es necesario que nos amen?

Porque la heroína, que se supone ha dejado atrás los desvaríos románticos aunque la presencia de Oneguin la turbe (jamás recuperado él a su vez de la muerte de Lenski ni de la soledad), vuelve a confesarle: «Te amo». Y en el antiguo descreído nace la esperanza de la redención.

«Te amo» y se acabó. Permanece con su feliz marido el príncipe. Abandona a Oneguin en su propio infierno.

Alcanzo el hall sin concluir nada (y eso que los escalones desde el paraíso son unos cuantos). Me ajusto la bufanda, salgo a la calle y me dirijo al lugar habitual de las pintas y las patatas bravas.

¿Qué será el amor, qué será?

Tengo que averiguarlo: una jarra de rubia, por favor…

martes, 11 de febrero de 2025

Effi Briest

Clave de lectura: ¿Es Effi Briest culpable de algo? ¿Merece realmente castigo?
Valoración: ✮✮✮✩✩
Comentario personal: Un poco pesado.
Música: Capriccio (Mondschein-Musik), de Richard Strauss ♪♪♪
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Portada del libro Effi Briest, de Theodor Fontane.

No escuches ninguna voz interior. No te preguntes si algo está bien o mal. Actúa como los demás esperan de ti.

Was sein muss, muss sein. Así es como debe ser.

Tal actitud es la que anima a los protagonistas de esta novela de Theodor Fontane.

Gert von Innstetten, alto funcionario provincial en la Alemania del Segundo Imperio, pide la mano de una jovencísima Effi Briest, la cual no puede negarse a la deferencia (anteriormente había pretendido a su propia madre). Actúa como los demás esperan de ella y añade a su apellido el título de baronesa.

Como Emma Bovary en Yonville o Ana Ozores en Vetusta, Effi comienza a sentir ahogo en Kessin, la pequeña localidad a orillas del Báltico donde se instalan tras la luna de miel. Un caserón y un ambiente desangelados, diferentes a la amable vida familiar de Hohen-Cremmen.

Ni siquiera el nacimiento de una niña consigue que desaparezca esa angustia. El círculo de personas en el que se mueve es tan cerrado y previsible como el color del cielo.

Y se presenta Crampas. El apasionado Crampas, compañero de regimiento de su marido. Ella manifiesta que no le ama, que desea ser fiel, pero…

Pasión. Emoción. Una vía de escape.

Tras un tiempo, el matrimonio se muda a Berlín, sede de los ministerios. ¿Una nueva vida en la metrópoli? ¿Una nueva libertad?

En absoluto: Innstetten, ahora bajo la mirada del káiser, encuentra en la mesilla de noche de Effie un paquete de antiguas cartas firmadas por Crampas. La «traición» queda al descubierto. El honor, en riesgo.

El estruendo de los disparos despierta un eco sordo entre las dunas de Kessin. Un cuerpo ha de desangrarse tras el desafío, así es como debe ser. Y la esposa a quien iban dirigidas las indecentes palabras, esa adúltera, ¿cuál será su castigo?

No es esta una cosa que se preste a bromas. Ya le viste anteayer y creo que también te gustó. Está claro que es mayor que tú, lo cual, a fin de cuentas, no deja de ser algo bueno. Se trata además de un hombre de carácter, de buena posición y de buenas costumbres, y si tú no te niegas, cosa que difícilmente podría esperar de alguien tan inteligente como tú, con veinte años te encontrarás en una situación que otras no consiguen hasta los cuarenta. Habrás llegado mucho más lejos que tu mamá.

Apunto lo que me ha parecido: una historia decimonónica, en sentido tanto literal como figurado. Se la considera obra de importancia dentro de la corriente realista, al nivel de Flaubert, Clarín o Tolstoi; sin embargo, me atrevo a calificarla de daguerrotipo. Demasiada inmovilidad narrativa.

Entiendo el lento transcurrir de las jornadas en el seno de la pequeña nobleza guillermina como marco para la tragedia, de acuerdo. Pero preferiría no caer, en mi papel de lector, víctima de esa misma lentitud.

Ni los personajes ni sus problemas me generan empatía. Todo se desarrolla de forma… ajena, remota.

En esto, mi sensibilidad «moderna» difiere de quienes disfrutaron de las primeras ediciones. Fontane recibió numerosas cartas, la mayoría femeninas, «quejándose» del barón. No se había ocupado de Effi y luego se consideraba ofendido.

Nada menos que Thomas Mann, para finalizar, declara que este es uno de sus libros favoritos. Desvelaría que las hipocresías sociales no se imponen de manera tiránica (nadie «obliga» a nada), sino que forman parte de un convencimiento personal: el mencionado «así es como debe ser».

Bien, a cada uno lo suyo en materia de opiniones. Así es como debe ser.


lunes, 10 de febrero de 2025

Nuestro mundo (XXII)

Hoja atrapada por alambre de espino.

El deseo de compartir palabras a veces se ve golpeado por el mundo real, en el que las noticias se dividen en pocas secciones: la de barbaries y la de salvajismos.

(La sección de basura no merece la pena mencionarla. Y si algún penalti ha sido o no injusto, entraría quizá en una cuarta, la de inanidad).

Alguien con un arma decide que once personas en Örebro han tenido una vida demasiado larga.

Alguien con muchas armas decide que cualquier nacido entre las ruinas de Gaza es culpable de ello, de haber nacido, y debe desaparecer.

En cierto lugar llamado Goma, que olvidaremos de aquí a poco, violan y queman a más de ciento sesenta mujeres (¿ciento sesenta y una, ciento sesenta y ocho?).

Y algunos que gritan «Nosotros, nosotros somos los buenos, nosotros, no cualquier otro, coread desde este lado de la línea», lo hacen tras grandes máscaras, sonrisas de comediante o rictus trágicos según venga más a modo para el texto.

Mañana comentaré algún libro. Mejor mañana.

viernes, 7 de febrero de 2025

Murallas

Fortaleza de Bujará.

Murallas.

Existen tantas murallas como lugares donde alguna vez el ser humano deseó comenzar a vivir.

Y el ser humano soñó con arrebatarle al ser humano su suelo.

Unas son ciclópeas, casi erigidas para albergar gigantes.

Otras construyen la infancia (si no sabes nada de Exin Castillos… Lo siento, qué infancia tan desgraciada).

Murallas de piedra, murallas de adobe. Lienzos de madera triste. Murallas que se yerguen y también se inclinan. Murallas clavadas en la tierra, profundas, rodeando a toda costa su escondido corazón.

Almenas, fosos, bastiones, murallas que desafían olas. Murallas impenetrables, llenas de hosco ingenio… salvo que Odiseo sienta el suyo emerger.

Murallas de torres con sombrero de pico. Murallas antiguas, quinientos, mil o más años, donde escuchamos cada noche el eco de una trompeta espectral.

Murallas envueltas en esa niebla blanca que dicen respiran los dragones.

Murallas que salvan, tras cuya puerta de pesado hierro disfrutamos de alimento y calor.

Murallas que aíslan, desgarran manos, queman del otro lado ojos, garganta y piel.

Murallas de cuento, murallas sin cuento.

Murallas por descubrir y a las que susurrar adiós.

lunes, 3 de febrero de 2025

Que el bien os acompañe

Clave de lectura: Experiencias del autor en la Armenia de la época soviética.
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Un título cuyo valor no muchos sabrían igualar.
Música: Horzham, de Lusine Zakaryan ♪♪♪
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Portada del libro Que el bien os acompañe, de Vasili Grossman.

Que el bien os acompañe: en un contexto de títulos señeros, este libro de Vasili Grossman (de los dos que aún tuvo tiempo de terminar) podría considerarse de importancia relativa. Sin embargo…

¡Qué maravillosa evocación nos regala en él!

Qué vívidos se nos presentan los meses que el autor pasó en Armenia, relacionándose con sus gentes, comiendo de su pan, de su jash, bebiendo de su leche y su coñac.

Encargado de hacer una traducción de una lengua que no habla, con el ánimo alicaído tras arrebatarle la KGB el trabajo de su vida (incluyendo las cintas de la máquina de escribir), Grossman se apea del tren el 3 de noviembre de 1961.

Nadie viene a recibirle. Ignora su siguiente paso. Lo desconocido le envuelve.

Pero también le abraza.

La ciudad de Ereván, las isbas, las montañas. La piedra —la piedra omnipresente, que sugiere eternidad—, la nieve, la vid. Los bosques, los lagos, las iglesias.

Habla con el catholicós, ilustrado patriarca de Echmiadzin. Habla con el ilustrado ateo amigo suyo que le facilita la entrevista. Habla con un campesino de Tsajkadzor, el padre de Iván el calderero, sobre la bondad necesaria al ser humano.

No trató de convencerme, hablaba con amargura de que las personas no querían seguir la principal ley de la vida: desearles lo que deseas para ti a todos sin excepción, desearlo al margen de la riqueza y la pobreza, de la nacionalidad, de que se profese una fe o no, de la afiliación política o de la no militancia.

Asiste a bodas en las que la aridez del paisaje, la humildad de las ropas, los antiquísimos utensilios, se convierten en nobleza.

Y el talento literario de Grossman no deja de crear. Crea sobre el papel y sobre la retina del lector. Armenia se convierte en un personaje que «respira».

¿Un título de importancia relativa? Quizá, solo quizá.

Un título cuyo valor, eso seguro, no muchos sabrían igualar.


viernes, 31 de enero de 2025

Carlos Núñez

Carlos Núñez en concierto.

Vosotros mismos os lo habéis buscado, al adorar al becerro.

Porque mancilláis Bernabéus, Metropolitanos y Arenas varias, desgarrando los oídos con músicas blasfemas.

¿Músicas he dicho? ¿Músicas? ¡Qué más quisierais!

Cuando se rompa el séptimo sello y vuestro falso reguetón se confunda con los ayes y el rechinar de dientes, quienes el otro día nos congregamos en el templo de Carlos Núñez seremos arrebatados a lo alto.

Los elegidos.

No hay consenso teológico entre el ovni y el carro de fuego, qué más da. La cuestión es que nos abrazarán eternamente voces, flautas, guitarras, violines, trikitixas, tambores y…

Y un ejército angelical de gaitas. Gallega, asturiana, irlandesa, bretona, escocesa… ¡Gloria!

Más os vale pasaros a la religión verdadera mientras estáis a tiempo: de haber faltado a este, pillad entradas para algún otro concierto. ¡Ya! En cualquiera puede llegar el arrebato.

Advertidos os dejo.

P. D.: Y de paso, haced muchas queimadas de expiación. Pero muchas, muchas. ¡Pecadores!

lunes, 27 de enero de 2025

Melina

Clave de lectura: «Amelia Fernández Agüeros vino al mundo cuando no debía y sufrió para vivir un tiempo que no era suyo».
Valoración: ✮✮✮✮✩
Comentario personal: Bien concebida, igual de bien desarrollada y no menos bien escrita.
Música: Xicu / Polca les Xanes, de Xuacu Amieva y Dobra ♪♪♪
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Portada del libro Melina, de Juan Ramón Lucas.

(Nota: este comentario lo escribí originalmente para publicar en Chicoria, la revista de La Librería de Pimiango. Espero que el redactor principal no lo encuentre aquí de extranjis, o al menos que no encuentre luego los guantes. ¡Menuda dialéctica gasta el tío!).

Nos encontramos en ardoroso debate sobre teoría del Estado. Ocupa una esquina el redactor principal de Chicoria —sapiente, excelentísimo, de preclaro liderazgo moral y verbo como los guantes de Robert de Niro en Toro Salvaje—. La otra yo, aspirante a juntaletras sin trienios.

Apoyado en las cuerdas, intento hilar los argumentos. ¿Tendrá razón el jefe, al fin y al cabo? —hijo de la tinta, Prometeo de la garamond, gran panificador de editoriales—. ¡Me está noqueando!

En el momento de mayor apuro, sucede algo inesperado. Una figura atraviesa la puerta, saluda al redactor principal —cimiento de gloria, rugir de épica, digo yo que con esta coba ya será suficiente para sablearle un par de cañas—, me tiende también la mano y se queda escuchándonos.

A continuación, imagino que movido por caridad budista, pasa a arbitrar el ring. Pregunta, cuestiona, templa, encauza… Se le notan maneras, me da en la nariz que no es la primera vez.

Así trabo conocimiento con el autor cuya novela protagoniza esta entrada: Melina, de Juan Ramón Lucas.

El personaje que da nombre al título se basa en su propia madre y, gracias a ella, escuchamos la voz de miles de mujeres que, tras un punto de no retorno, volvieron a comenzar de la nada. Con la nada en la maleta y la nada frente a sí.

Amelia, Melina, nace en la Asturias de 1934, hoguera de desigualdad tanto entre clases sociales como entre sexos.

Su progenitor, Pepín, carpintero que asila a mineros revolucionarios, no se alegra de que venga al mundo. No ve a un varón que le sostenga en el futuro, cuando las fuerzas le abandonen, sino a una débil niña. Incluso se le pasa por la cabeza «solucionar el problema» de la boca adicional: cogéi una cuerda y afogáila.

La Guerra Civil, continuación de las violentas jornadas de dos años atrás, eleva al paroxismo el olor a cordita y el distanciamiento paterno hacia la pequeña.

Pero también hay personas —la madre, la abuela, la tía Lita, la maestra Lucrecia, Adela, la guisandera—, que le sirven de boya frente a ese represivo entorno.

¿Vencedores? ¿Vencidos? Nadie cuenta con ellas, de todas maneras. En ningún bando.

Aunque agachar la cabeza sería el fin. Por ello, a lo largo de cada capítulo asistimos a un despertar de voluntades que conducen a la protagonista hacia América del sur, tierra prometida de indianos. Y, cuando un giro del destino la empuje al retorno, ya no será lo mismo.

Una fuerza sobrehumana —o humana sin más— camina junto a ella, dentro de ella, en pos de una meta que parece imposible: ¡vivir! ¡Y hacer que valga la pena! ¡Con dignidad!

Has decidido ser fuerte, no someterte; vivir por ti. Y eso asusta, claro que sí. Pero ese temor te va a acompañar siempre. A los diecinueve y a los cuarenta y tres. Incluso cuando estés con un hombre. Sobre todo cuando estés con un hombre: no someterse es un extravagante y carísimo ejercicio.

Incluso con amor...

Si exigiéramos un realismo de tipo galdosiano como medida de valía literaria, ¿no encontraríamos ciertos hechos en estas páginas algo inverosímiles?

Un dictador que discute de tú a tú con el irreductible carpintero; una actriz famosa en el mismo camarote del barco; una novia que corre tras los pasos de un recuerdo justo antes de su boda; Clara Campoamor en aquel café bonaerense…

¿O quizá nos podría parecer el lenguaje demasiado solemne, como si cada frase pronunciada en cada escena reclamase su porción de trascendencia? Los halcones de la crítica podrían afilar sobre características por el estilo sus garras.

Sin embargo, ¿no he intentado demostraros al principio que lo inesperado es parte natural de la vida? ¿Que las puertas se abren por sorpresa y lo que creíamos inverosímil cinco minutos antes deja de serlo?

Resumo: Melina está bien concebida, igual de bien desarrollada y no menos bien escrita. Leed a Juan Ramón Lucas porque de verdad lo merece, no porque lo diga yo y esté dándole vueltas a cómo sacarle también a él un par de cañas…