sábado, 16 de julio de 2022

El cero y el infinito

Clave de lectura: El partido siempre tiene razón.
Valoración: Imprescindible, diga lo que diga el partido ✮✮✮✮✮
Música: Iván el Terrible, de Sergei Prokofiev ♪♪♪
Portada del libro El cero y el infinito, de Arthur Koestler.

Arthur Koestler, de nacimiento austrohúngaro, llegó a tener influencia mundial gracias a un espíritu inquieto, que le empujó allá donde fuera necesaria la presencia de un testigo que relatase con fidelidad los acontecimientos. Oriente Medio, Europa, una expedición al Círculo Polar…

Su paso por la Guerra Civil Española es novelesco. Cayó prisionero de las tropas rebeldes en Málaga, como corresponsal del News Chronicle, y fue encarcelado. Solo las presiones internacionales consiguieron la liberación y, posiblemente, evitaron que acabara sus días sin haber escrito el título que nos ocupa.

Koestler militó de hecho en el Partido Comunista. Parecía que los desposeídos al fin tendrían su voz en el devenir de la humanidad, o ese era el mensaje que se deseaba hacer creer.

Por ello, la publicación de El cero y el infinito —en circunstancias de nuevo azarosas— le convirtió en una suerte de «traidor» ante muchos ojos. En una línea similar a la de Orwell, por ejemplo. Su desencanto, derivado del compromiso con la verdad, resultaba muy incómodo a los voceadores de eslóganes.

Al principio de sus páginas, Nicolás Rubachof, héroe revolucionario, comisario del pueblo, artífice de grandes conquistas obreras, organizador de la Komintern, escucha cómo la puerta de la celda se cierra violentamente detrás de él.

Ha estado ya en prisión tantas veces, aunque antes fuera golpeado por los enemigos de sus ideas…

Durante las próximas semanas llevará a cabo un ejercicio de autocrítica: ¿qué ha podido hacer tan mal para atraer la desaprobación del Número Uno? Si se encuentra entre barrotes es porque se lo merece. Ha de confesar. Pero, ¿el qué?

A través de los interrogatorios de sus captores, el antiguo camarada Ivanof —a quien quizá esa familiaridad le suponga un peligro propio— y el implacable Gletkin, Rubachof irá desgranando su vida al servicio del partido, incluyendo los efectos que sus decisiones tuvieron sobre las vidas de otros.

Sobre todo, de Arlova. Su querida camarada Arlova.

Podría haber sido él quien se sentara al otro lado de la mesa e hiciese las preguntas.

También, gracias a las conversaciones con el preso de la celda contigua, mediante golpes en alfabeto cuadrático, saldrán a la superficie numerosos rasgos personales del protagonista.

Que en todo momento defiende, hasta cuando firma su culpabilidad del cargo de intentar asesinar al Número Uno, que el partido ha de tener razón. Es el partido…

Un libro que, a quienes tengan un mínimo de amor por el pensamiento independiente, por no prestarse a repetir consignas alumbradas en un departamento de propaganda, les supondrá un gran enriquecimiento. Lo prometo.


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