Murallas.
Existen tantas murallas como lugares donde alguna vez el ser humano deseó comenzar a vivir.
Y el ser humano soñó con arrebatarle al ser humano su suelo.
Unas son ciclópeas, casi erigidas para albergar gigantes.
Otras construyen la infancia (si no sabes nada de Exin Castillos… Lo siento, qué infancia tan desgraciada).
Murallas de piedra, murallas de adobe. Murallas de madera triste y lienzos de muerto coral. Murallas que se yerguen y también se inclinan. Murallas clavadas en la tierra, profundas, rodeando a toda costa su escondido corazón.
Almenas, fosos, bastiones, murallas que desafían olas. Murallas impenetrables, llenas de hosco ingenio… salvo que Odiseo sienta el suyo emerger.
Murallas de torres con sombrero de pico. Murallas antiguas, quinientos, mil o más años, donde escuchamos cada noche el eco de una trompeta espectral.
Murallas envueltas en esa niebla blanca que dicen respiran los dragones.
Murallas que salvan, tras cuya puerta de pesado hierro disfrutamos de alimento y calor.
Murallas que aíslan, desgarran manos, queman del otro lado ojos, garganta y piel.
Murallas de cuento, murallas sin cuento.
Murallas por descubrir y a las que susurrar adiós.
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