jueves, 28 de noviembre de 2024

Theodora

Theodora no es una ópera. Oratorio dramático, dice el programa de mano.

Entro, subo las escaleras, paseo mientras suenan las conocidas fanfarrias de inicio de la función.

Ya desde la obertura noto «algo», sensaciones como las que describen a Harry Haller en El lobo estepario: «apareció tan dichosamente abstraído y entregado a ensueños tan venturosos…».

El programa advierte de que «esta producción muestra escenas violentas y contiene temas de terrorismo, acoso y explotación sexual».

En una época donde también se advierte de que Bogart y Bacall fuman, Lo que el viento se llevó es racista y prefiero no pensar en los avisos previos para Blancanieves y los siete enanitos, pues sí, los contiene. Supongo.

Cuando escucho a Joyce diDonato cantar As with rosy steps the morn, me olvido de todo.

Cuando Julia Bullock e Iestyn Davies pronuncian To thee, thou glorious son of worth, más que un dúo, lo que mis oídos sienten es… es…

¿Por qué buscar tan tanto ahínco palabras? Las palabras son importantes, pero a veces…

Han pasado más de tres horas y desciendo de nuevo a la calle. Me espera mi pinta dorada ritual.

Según el reloj, va a comenzar un nuevo día.

Porque, en una época y un mundo donde casi todo resulta absurdo, casi invivible…

Haendel da fuerzas para continuar.


domingo, 24 de noviembre de 2024

Para amantes y ladrones

Clave de lectura: La escritura como cristal, transparente y oscuro, de la vida.
Valoración: Me gusta mucho ✮✮✮✮✩
Música recomendada: La Creación (Von deiner Güt', o Herr und Gott), de Joseph Haydn ♪♪♪
Portada del libro Para amantes y ladrones, de Pedro Zarraluki.

Me preguntaba, hace un par de entradas, si cierto título merecía la calificación de destacable. Algo mohíno, hacía alusión al predominio del interesante fondo sobre la recargada forma.

Pues bien, el de hoy, Para amantes y ladrones, sirve de contraste para ilustrar lo que a mí me gusta como «forma».

Y es que Pedro Zarraluki acaricia el lenguaje, le da fuerza, hace que el significante se eleve gozoso a los ojos. Evita, sobre todo, distractores fuegos de artificio. En cuatro palabras: escribe que da gusto.

El protagonista homónimo, Pedro, está inmerso en la mayor confusión que se puede tener a los diecisiete años: las chicas.

¿Cómo son? ¿De qué manera granjearse su favor? Ojalá, al igual que han conseguido otros del pueblo, bastante más cazurros, se echara novia.

Pero ni siquiera tiene moto, apenas una triste bicicleta. Con ella hace los repartos del colmado de su madre, al tiempo que aprende con su padre los secretos de la cocina.

Paco, editor envejecido y epicúreo, propietario de una masía, requiere su ayuda. Van a acudir invitados a pasar el fin de semana y la señora que le lleva la casa ha sufrido un accidente. No se va a ocupar el jardinero marroquí de preparar comida, cena y desayuno, ¿verdad? O de servir las bebidas.

Además, Pedro se codeará con personas de cuya creatividad puede esperar grandes descubrimientos: los invitados son escritores.

Una tempestad de época arrasa los caminos. Todos llegan empapados al refugio.

Antón Arriaga se especializa en relatos policiacos; las andanzas del detective Palomares venden mucho y bien.

Su mujer, Dolores Malnom, acaba de ganar un importante premio con una obra «nihilista y bella».

Humberto Ardenio Rosales, el más antiguo de los representados por Paco, se hace acompañar de la joven secretaria Polín.

Llevaba puesto un albornoz de color rosa. Cruzó el salón caminando muy lentamente, abrazada a sí misma, complaciéndose en los últimos goces del sueño con el impudor con que lo hacen los niños. Al verla fui víctima de un renovado ataque de veneración que me llevaría de inmediato a una situación grotesca. Polín se sentó a la mesa y y bostezó ostentosamente. Obnubilado, pensando sólo en servirla, en que me viera, en verla más de cerca, me apresuré a llevarle una taza. Cuando la puse frente a ella descubrí que llevaba en la otra mano un langostino. Solté un hipido de horror, como si lo que estuviera mostrando fuera en realidad una carta de amor a la secretaria. Todos en la mesa se inclinaron un poco hacia delante para observarlo.

Isabel Togores y Fabio Comalada aparecen discutiendo sobre la inmerecida fama de Nabokov, capaz de aburrir describiendo el revoloteo de una mosca. ¡Ah, pero Balzac es diferente!

Paco les propone entonces que cada uno imagine una historia y él imprimirá el conjunto como regalo a sus amistades. El tema será «el malentendido».

Folios vacíos. La nada. El supuesto poder de la creación y ellos en ese lugar, en ese preciso momento, entrelazados, enfrentados, abrazados por cielos e infiernos que aúllan tanto por dentro como por fuera.

Secretos. Flaquezas. Poses ensayadas para atraer al público ahora inservibles.

Y Pedro, relator y participante al tiempo, testigo y cómplice, aprende que la vida consiste en eso: una página en blanco. Donde escribimos, bien para nosotros mismos, bien para satisfacer lo que esperan de nosotros los demás.

O apenas aventuramos esbozos. O permanecemos sentados ante ella sin ser capaces de hacerlo.

¿En qué me baso para recomendar estas páginas con cierto fervor, parecido al de Antón hacia la botella de whisky? Aparte de la arquitectura formal que alababa al principio, el estilo tan fluido de Zarraluki.

Es una novela que atrae. La construcción —«o deconstrucción»— del entorno, las circunstancias y las figuras reunidas para celebrar el misterio del cordón umbilical entre los autores y sus obras no deja indiferente. Sus conclusiones, totalmente integradas en la trama, ahondan en la complejidad de personas, actos y pensamientos.

Ojalá la próxima alcance niveles parecidos. Ya os contaré.


viernes, 15 de noviembre de 2024

El camino

Perro sobre la carretera al atardecer.

Los días se hacen cada vez más cortos.

Los caminos son cada vez más largos.

Caminos veteados de penumbras.

Y de cansancio.

lunes, 11 de noviembre de 2024

La última batalla de Fernando de Abertura

Clave de lectura: Destino de unos personajes ajenos a su propia voluntad, entre 1931 y 1939.
Valoración: El fondo bien, la forma menos ✮✮✮✩✩
Música recomendada: Por quién doblan las campanas, de Victor Young ♪♪♪
Portada del libro La última batalla de Fernando de Abertura, de Emilio Durán.

¿Es La última batalla de Fernando de Abertura una obra destacable? ¿De esas que frunces los labios, elevas las cejas y sacudes de arriba abajo la cabeza en gesto de aprobación?

Premio Provincia de Guadalajara «Camilo José Cela», ostenta bajo el título. ¿Se merece una medalla literaria?

A lo primero respondería que no, aunque conviene matizar. A lo segundo, que ignoro el nivel de los demás trabajos presentados en 1994. Quizá fuera el mejor, al fin y al cabo.

Emilio Durán sabe escribir, si por tal arte entendemos colocar cada palabra en su sitio y dar al conjunto un sentido orgánico. Hasta ahí, de acuerdo. ¡Pero su expresión llega a resultar tan barroca!

Adjetivos sin medida, ornamentaciones gongorinas, manierismos tan recargados como una columna de Churriguera…

Fue de allí de donde salió el acre olor, la negra humareda que, prolongando sus ramificaciones por encaladas pilastras, anchísimas escaleras, altas ventanas, se escapó en aquella distante y fría noche de noviembre del 49 por los cristales rotos del balcón de la Plana Mayor hasta cruzar la calle solitaria, apenas iluminada por el farol agonizante de la esquina, fanal de popa del navío náufrago de la tienda de ultramarinos de Benigno Liébana. Resonaron, entonces, recios los golpes en la puerta claveteada del cuartel, repetidos y nerviosos.

Quien se aventure más allá de la portada corre el riesgo de dudar ante frases por el estilo. Debe convencerse de que, a despecho de la falta de naturalidad (para mi gusto), el argumento presenta interés.

El día en que se proclama la República, el capitán Mario de Abertura, veterano de la guerra de Marruecos, cumple servicio de guardia. Una multitud se aproxima al cuartel en demanda de armas para hacer la revolución y él, en cumplimiento del deber y a riesgo de linchamiento cuando traspasa el portón para hablarles, se las niega.

El deber: valor inculcado por su padre, don Fernando, que ha alcanzado las estrellas de coronel a pesar del origen humilde. Un militar ha de apartarse de patrioterías y actuar con patriotismo, sirviendo al orden civil y legal.

Al frente de los ansiosos por que el nuevo sistema no tenga rasgos burgueses se encuentra Benito, mozo de hotel y líder de una célula comunista, con quien Fernando suele conversar. Las profundas diferencias que los separan no impiden el respeto e incluso el mutuo aprecio.

Regla, la esposa del militar, abomina de que los vean juntos. Podrían creer que está de acuerdo con sus ideas. Los demás oficiales, apartados de la carrera si no prometen fidelidad, tampoco saben a qué carta quedarse con él. ¿Se uniría o no a una rebelión?

Desde el momento en que se cruzan, Soledad podría convertirse en su amante. Soledad, a quien Benito ama.

En un diario escrito por don Fernando se describe el pasado y el presente del mundo en que se mueve la familia. El narrador se dirige a alguien desconocido (¿un soliloquio?) que va recorriendo sus páginas.

En otra crónica escrita por alguien del pueblo, temerosamente escondida durante años, se rellenan huecos: Los noventa días. La guerra civil en las Navas de Ebora. Todos se encuentran allí aquel julio de 1936.

Porque la República está herida de muerte por todos y todos han de participar en la fiesta del horror. El bando… El bando no necesariamente se elige. ¿Amor? ¿Amistad? Odios acechantes, pelotones de fusilamiento al amanecer, toman por sí mismos la decisión.

No, el interés no es algo de que carezca esta novela. Existe detrás una historia. Ay, si a Durán le hubieran gustado más las líneas rectas que las curvas al componerla…


viernes, 8 de noviembre de 2024

Nuestro mundo (XX)

Casa inundada

Nuestro mundo jamás ha sido un lugar amable. Tan maravilloso y tan hostil…

Gaia, de vez en cuando, se encarga de devolvernos las pesadillas que arrojamos sobre ella. Cicatriz por cicatriz.

Terremotos, volcanes, inundaciones, miasmas…

Entre nosotros mismos solemos morder, sajar, blasfemar contra vecinos, contra semejantes, contra la razón.

Ese hombre junto a mí en el metro, jactándose casi a gritos por el teléfono de que ha dado una paliza a su hermana, le ha destrozado la cara, a ver si aprende, y le acaban de soltar de un calabozo donde le permitían fumar y todo…

Mejor amigos que adversarios, mejor juntos que divididos, mejor el respeto que el odio, mejor una taza de barro en la mano que un arma de tecnología punta… Todo eso despreciamos.

Ah, antes de morir dame tu voto, me sirve para no sé qué cosa que alguien inventó. Después puedes ahogarte o, si lo prefieres, arrojarte a tu propio fuego mesiánico.

Triunfos. Derrotas. Voces que se alzan y se hunden, voces. Todo inútil.

Nuestro mundo. Vanidad de vanidades.

martes, 5 de noviembre de 2024

El amor en Suecia (II)

Clave de lectura: Todo lo que usted siempre quiso saber sobre los de (y las de) allá arriba.
Valoración: Entretenido ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Kom till mig kvinna, de Rolf Wikström ♪♪♪
Portada del libro El amor en Suecia, de Sandro Sciara.

Tras aguantar con estoicismo la entrada del otro día (daneses, noruegos, lapones…), espero que no abandonéis el empeño sin conocer antes a los suecos, según la mirada de Sandro Sciara.

Había dicho que el autor reserva el meollo de su obra El amor en Suecia a estos muchachos y muchachas de apabullante fulgor. Están más buenos que el arenque en salsa de mostaza.

(Dejo caer que yo tengo el título de sueco en la Escuela Oficial de Idiomas, por si alguien… mmmmm… se interesa al respecto).

Bromas aparte, el humor espontáneo no es algo que los distinga. Y la mayoría luce pelo castaño o negro en vez de rubio.

Las travesuras de la era vikinga son bien conocidas, de manera que podemos dar un salto adelante.

Como resultado de la Unión de Kalmar en 1397, el territorio se hizo uno y trino con el de los vecinos, aunque la torpeza de sucesivos monarcas (Erico el Pomeranio y Cristóbal el Bárbaro) lo echó a perder. Gustavo Vasa lideró una victoriosa rebelión contra Cristian II de Dinamarca, el Nerón del Norte de acuerdo con la propaganda.

Su nieto Gustavo Adolfo fue el terror de los ejércitos católicos en la Guerra de los Treinta Años, llegando a ocupar Munich o Praga, donde rapiñó unos cuadros de Adán y Eva pintados por Durero. Su bisnieta, la famosa reina Cristina (ponedle el rostro de Greta Garbo), se los regaló de vuelta a Felipe IV de España, y así los apreciamos hoy en el Museo del Prado.

Además, entre su regia persona y el embajador de Felipe, el conde Antonio Pimentel (con los rasgos fílmicos a su vez de John Gilbert)… Bueno, ¿quién sabe? Ahí queda sugerido el tema.

Fair-play en el deporte, honradez, civismo, funcionariado eficiente, Estocolmo, la ciudad más hermosa… Nadie cruza sus calzadas con el semáforo en rojo.

Las mujeres: sin prejuicios, enigmáticas, independientes, en vez de parlotear de modas o cosas del hogar, «discuten temas serios y nada pueriles» (recordemos: España, 1974, lugar y año de redacción; Sciara tenía que flipar). ¡Hay mujeres curas!

Son iguales a los hombres en derechos y actividades. Hasta llevan trajes de baño sin sujetador (sí tenía que flipar, sí).

Suecia queda descrita como un paraiso: «la vida es fácil, libre de zozobras, porque su gobierno ha estructurado un Estado magnífico, amorosamente planeado y perfectamente previsor». Sin embargo…

La luz proyecta sombras.

Suicidios, embriaguez, gamberrismo generacional (bandas de raggare a quienes los sensibles policías no saben cómo frenar), drogas psicodélicas, pornografía, estadísticas de robos y hurtos en crecimiento…

¿Es el Estado excesivamente paternalista un adocenador de mentes, que no aprenden a enfrentar las dificultades de la vida cuando estas surgen sin remedio y encuentran la espita de desahogo en la violencia contestataria?

¿Se adivinan la introversión, la frialdad, la flema de este pueblo, inquietantes preludios a la neurosis depresiva? ¿A la extrema soledad?

«No son como los españoles o los latinos que buscamos el contacto humano, la amistad, la tertulia. En Suecia es muy difícil, por no decir imposible, tener amistades».

(Jo, Sandro, si lo llego a saber antes, en vez de sueco estudio lapón).

En cuanto al tema amoroso, que se recorre en cada una de sus vertientes sentimentales y físicas (a partir de la educación sexual en el colegio), la libertad que les da fama ha de relativizarse: según una encuesta, el 87% de los hombres y el 91% de las mujeres responden que ser fieles dentro del matrimonio resulta indispensable.

En realidad, la decisión de contraerlo no difiere de un cálculo utilitarista. ¿Me convienes? ¿Te convengo? ¿Juntos ganamos tanto? ¿Te gustan también las albóndigas de Ikea (nadie aprende a cocinar)? No le demos más vueltas: firmamos. Al menos, hasta que la tinta se seque.

Porque los divorcios son tan rápidos y omnipresentes como los emparejamientos. Ay, el futuro de la familia… Como diría un personaje de los Simpson: «¡Los niños! ¿Es que nadie piensa en los niños?».

Dudas acerca de la excesiva «feminización» del elemento masculino. ¿Cuál será el resultado en nuestra época?

Dejo por comentar otros capítulos de interés (las carreras sobre esquíes, los trenes, las orquídeas, la azarosa biografía de Nobel, ¡el problema de la vivienda!...). En todo caso, como colofón, si el desfase de quinquenios desde que fue editado impide experimentar el mismo choque cultural que un lector ibérico de entonces, no por ello declaro impresiones menos positivas.

Como guía anecdótica, El amor en Suecia me ha entretenido un montón.


jueves, 31 de octubre de 2024

El amor en Suecia (I)

Clave de lectura: Todo lo que usted siempre quiso saber sobre los de (y las de) allá arriba.
Valoración: Entretenido ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Suite de los tiempos de Holberg (I.Preludio), de Edvard Grieg ♪♪♪
Portada del libro El amor en Suecia, de Sandro Sciara.

Resulta poco habitual, pero al dar forma a esta entrada me he dado cuenta de que sale larguísima para los estándares del blog. Como no deseo aburrir —el título de hoy me parece hasta gracioso—, quizá sea mejor dividirla en dos partes. Comencemos, pues:

Allá por el XIX, diligencias en los caminos y vapores de palas en los mares, a un editor alemán se le ocurrió publicar guías de viaje con el reclamo de su apellido. Y tan exitosa idea sigue figurando como entrada en el diccionario de la Real Academia: baedeker.

Las guías baedeker aconsejaban a los curiosos qué visitar, el tiempo a detenerse ante tal o cual monumento, cantinas y hoteles para comer y dormir, e incluían además una descripción de los aborígenes con los que iban a cruzarse al descender del estribo: usos, carácter, historia…

Bajo lentes estereotipadas, claro. El exotismo se imponía con largueza, y hacer hincapié en lo «rarita» que es la peña de rincones diferentes al propio cautivaba los ojos y la imaginación de los turistas pioneros.

Lo menciono porque la obra a comentar me recuerda en bastantes rasgos a una de aquellas estampas costumbristas, adaptada a «raritos» un siglo posteriores, de los años 70 concretamente: los escandinavos.

Se trata de El amor en Suecia, de Sandro Sciara.

A los lectores surpirenaicos de 1974, más que imaginación cautiva, se les debía de hacer la boca agua. ¿Suecia no es ese lugar lleno de rubias potentes (o guaperas con melenita a lo Björn Borg, dependiendo de los gustos) donde se liga tanto? ¿Donde todo el mundo se enrolla con todo el mundo? Uuuuuuuuh, Perpiñán a lo grande…

La verdad es que Sciara (seudónimo de José Repollés) hace algo de trampa. Si bien dedica al reino de los svear la mitad del volumen, escribe también sobre Dinamarca, Noruega y Finlandia (incluso Laponia), y el análisis de cómo anda el tema de la liberación sexual en su meca y centro comparte espacio con detalles de provecho para jugar al Trivial: geografía, instituciones políticas, nivel de electrificación, balanza comercial, personajes célebres… Un baedeker hasta la médula.

Los cuentos de Andersen ilustran la llegada al puerto de Copenhague igual que la tragedia hamletiana el castillo de Kronborg. Aunque lo trágico no sea el denominador común de «un país encantador». Publican quince veces más libros por habitante que los Estados Unidos y en las escuelas se dan de lado esos generadores de estrés llamados exámenes.

¿Cómo se divierten los daneses? Aparte de acudir al Tívoli, está de moda el barrio de «Sing-Sing», que toma su nombre de un local decorado con estilo carcelario. En él se juntan «burgueses, obreros, estudiantes, bohemios, jovenzuelos con rostro de ascetas y panzudos caballeros, quinceañeras con minifaldas de colorines y damas bien metidas en carnes». Y cuentan lo que ellos llaman chistes hasta la madrugada.

Luego disfrutan de la playa, donde las jóvenes se cambian el bikini mojado como si tal cosa, a cielo abierto, sin miradas libidinosas alrededor. Estas chicas «tienen cabellos de oro pálido y piel fresca, bronceada a veces, son graciosas y femeninas como no saben serlo las atléticas noruegas y poseen un charme espontáneo y alegre que no tienen las suecas a pesar de ser en general más bellas».

Las bicicletas circulan por doquier y por quince coronas sirven caldo, filete de lenguado a la Walewska, pollo asado en olla con compota de ruibarbo y ensalada de pepino, medallón de queso con apio blanco y rabanitos y, de postre, helado mantecoso con fresones.

La idiosincrasia noruega hunde sus raíces en eddas y sagas. Odín y las valquirias contemplan su montañoso relieve y profundos fiordos desde las quinientas cuarenta puertas del valhalla (como curiosidad, la palabra española fiordo deriva en línea recta de fjord).

El historiador romano Tácito señala que la tribu de los sitones estaba gobernada por una mujer. Luego se desarrolla la cultura normanda, se funda Oslo, se destila snaps, se asiste a las obras teatrales de Ibsen y Holberg, se desayuna con las aventuras de Amundsen…

No olvidemos, por supuesto, el vínculo entre las familias de Håkon IV y Alfonso X el Sabio: la princesa Kristina, hija del primero, casó con el infante Felipe de Castilla en 1258, aunque la palmó pronto, en 1262, agobiada por el solecito de Sevilla.

«A partir de 1960, las personas casadas tienen el derecho de poder pagar los impuestos conjuntamente o por separado, lo que simplifica algunas situaciones embarazosas». Que lo sepáis.

En Finlandia, al gusto por los sones musicales de Sibelius se le une el sisu, un concepto que adorna a cada uno de sus habitantes. En la lengua local significa «integridad, resistencia, decisión, valor, independencia, hondo sentido de la naturaleza y del arte». Que lo sepáis también.

Árboles, árboles, árboles… Lagos, lagos, lagos…

Mosquitos, mosquitos, mosquitos…

«No existen distinciones sociales ni barreras de clase que saltar en la cuesta que lleva al éxito. Gran parte de los estadistas finlandeses proceden de familias pobres y laboriosas».

Si te pillan conduciendo con una copa de más, seas albañil o ministro, se te caen los calzoncillos largos. No te libra de la cárcel (o tres meses picando piedra para construir aeropuertos) ni saber recitar de memoria el Kalevala.

En tales ocasiones se emplea un eufemismo que explique la ausencia del penado: ha partido «tres meses a Canarias».

Ah, la sauna…

En otros países se invita al extranjero a un aperitivo o una comida en familia. Aquí, la primera pregunta es si te apetece compartir una sauna, y rehusar no es la opción educada. Aunque por desgracia ya no sean tan habituales como antes las cabinas mixtas.

«Un baño para el espíritu más que para el cuerpo».

Los lapones constituyen un enigma desde el momento en que eligen como hábitat la tundra boreal, en compañía de sus queridos renos. «Cráneo corto, cara ancha y pequeña, arcos cigomáticos salientes, nariz de dorso cóncavo…».

No han desaparecido entre ellos los brujos y chamanes, que baten panderos en pos del trance (para acompañar la entrada tengo tantas posibilidades de recomendación musical, que la cabeza me retumba en similar medida).

En el Festival del Sol de Medianoche peregrinan a Krysoten, el monasterio más septentrional del orbe. Se arrodillan ante antiquísimos iconos de plata y despluman divertidos a los alemanes y estadounidenses que acuden a comprar sus puñales con mango de hueso.

Toman el café depositando antes azúcar en la lengua. ¿Se extinguirán por culpa de los adelantos modernos?

(Continuará).


jueves, 24 de octubre de 2024

La corrupción del lenguaje

Clave de lectura: Cómo se retuerce el lenguaje para hacernos más vulnerables a la manipulación.
Valoración: Bueno, aunque no imprescindible ✮✮✮✩✩
Música recomendada: Cuarteto nº 13, de Dimitri Shostakovich ♪♪♪
Portada del libro La corrupción del lenguaje, de George Orwell.

A George Orwell hay que hacerle caso y mucho, huelga excusarse. Aunque los siguientes articulos compilados bajo su firma representen un valor apenas secundario al contrastarlos con obras mayores:

La corrupción del lenguaje. Ensayos sobre propaganda, mentira y manipulación en la política.

Politics and the English Language, reza el título original, y quizá resulte más provechoso leerlos directamente en la lengua nativa del autor. Más «amigable», si se quiere. ¿La razón?

Trasladado al español, el texto pierde fluidez discursiva. Las continuas referencias al inglés exigen compromisos de traducción (o, por el contrario, mantener las expresiones originales) que no facilitan la claridad de la tesis.

El fondo sí es diáfano: una protesta de la deriva adoptada por la escritura moderna hacia la «imprecisión». Palabras hilvanadas con bombo y platillos, pero ninguna sustancia lógica ni semántica. Pomposas cáscaras vacías.

El fenómeno sirve a un objetivo: que el ruido aturda, haga creer en la presunta relevancia de los mensajes y, de esta manera, el emisor manipule las mentes.

La mitad de las páginas se dedican a comparar lo que sería una forma de expresarse «natural» y las nuevas reglas que obedecen, sobre todo, a consignas políticas.

En lo que a insultos se refiere, el vocabulario comunista (aplicado ora a fascistas, ora a socialistas, según cuál sea la «línea» marcada en ese momento) incluye términos como hiena, cadáver, lacayo, pirata, verdugo, vampiro, perro rabioso, criminal y asesino. Todos estos términos son fruto de traducciones directas o indirectas, pues ningún inglés los usa de manera natural para expresar su desaprobación. […]
Es solo cuestión de juntar una serie de piezas prefabricadas. Solamente hay que hablar de una hidra cuyas botas militares aplastan a hienas manchadas de sangre, y listo. Para confirmarlo, basta con echar un ojo a cualquier panfleto publicado por el Partido Comunista o, de hecho, por cualquier otro partido político.

Metáforas moribundas, artificios y retorcimientos verbales, dicción pretenciosa, palabras sin sentido...

En su lugar, Orwell aconseja el uso de seis reglas (bastante radicales, si se me permite un punto escéptico):

  1. Nunca emplees una metáfora, símil u otro elemento del discurso que suelas ver impreso.
  2. Nunca uses una palabra larga si puedes usar en su lugar una corta.
  3. Si puedes suprimir una palabra, hazlo siempre.
  4. Nunca uses la voz pasiva cuando puedas emplear la activa.
  5. No uses jamás una expresión extranjera, un término científico o propio de otra jerga, si puedes encontrar un equivalente en el inglés cotidiano.
  6. Sáltate siempre cualquiera de estas reglas en lugar de decir algo disparatado.

La otra mitad imprime el anexo de la mítica 1984 acerca del origen y propósito de la neolengua. El culmen de la mentira, la propaganda y la manipulación.

En último término, repito el comentario, este libro no resta brillo a un inmenso legado (la citada 1984, Rebelión en la granja, Homenaje a Cataluña, Subir a por aire…), lo cual sería imposible, pero tampoco puedo decir que lo acreciente.


lunes, 14 de octubre de 2024

Eres una bestia, Viskovitz

Clave de lectura: Viskovitz no da abasto para resolver sus problemas multiespecie.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: La poule, de Jean-Philippe Rameau ♪♪♪
Portada del libro Eres una bestia, Viskovitz, de Alessandro Boffa.

¿Un libro ingenioso? ¿Agudo? ¿Divertido? ¿Con enseñanzas que golpean el cristal esmerilado tras el humor? Efectivamente, creo que lo puedo calificar así.

Eres una bestia, Viskovitz, de Alessandro Boffa, se une a la lista de valoraciones elevadas que han aparecido en el blog.

Viskovitz es un pinzón, alerta frente a los cucos. Y un cerdo. Y un loro caribeño. Y un escualo. Y una mantis religiosa.

Su amor apasionado, platónico, cercano, imposible (depende del momento), se llama Ljuba.

Otros amores más corrientes incluyen a Lara o a Jana. O a sí mismo: ¿no tienen los caracoles ambos sexos por naturaleza?

Incluso, en el caso de las esponjas marinas, el tema se complica. Unas veces sueltan semilla, otras veces la reciben… Y además las corrientes… Quién sabe si uno acabará convertido en suegra a la par que padre.

Zucotic, Petrovic y López suelen acompañarle en sus aventuras. Lombriz, hormiga, microbio…

Porque, en cada cuento de la veintena que componen el volumen, aunque la voz del narrador sea la misma, el animal que nos habla es de lo más variado. Cada cual con problemones existenciales propios.

Cuando nos fueron asignadas las compañeras genéticamente más cualificadas para aparearse con nosotros, enseguida estuvo claro que, en las ratas, ingenio y belleza no estaban codificados en los mismos genes. Mi pareja, Jana, era una especie de talpa desmañada y de cháchara abstrusa; en cambio, la de Zucotic, Ljuba, era, desde la superficie roedora de los molares superiores hasta las últimas escamitas de la cola, la forma más perfecta que la mente más caprichosa y singular, es decir, la mía, pudiese concebir. Así, mientras yo tenía que escuchar las pedantes disquisiciones de Jana sobre ratología, topología y otros tediosos tópicos ratoniles, en la jaula de al lado la beldad era pasto de la idiotez.

Los trabajos exigibles a un macho alfa alce para reinar sobre su harén, sin ir más lejos, agotarían al mismo Hércules.

O disfrutar del aguijón más rápido del desierto de Sonora podría alejarlo de cualquier disfrute. Es lo que dicta el instinto de los escorpiones.

También, haber nacido el zángano más hermoso de la colmena, con rasgos físicos que harían perder el sentido desde a una reina hasta la última de las obreras, ¿supondrá una ventaja o todo lo contrario?

Aunque Boffa ofrece un nivel que raya a buena altura en todos los casos, mis episodios favoritos incluyen la encarnación en escarabajo pelotero que construye un imperio de m…, el antiguo perro detective que intenta pasarse a una vida espiritual a base de mantras, el león vegetariano que suspira por la gacela de andar incitante...

Y uno muy original, el del lirón que sueña con una Ljuba imaginaria que sueña con un Viskovitz que la sueña.

Me reafirmo en la escala: ingenioso, agudo, divertido...


sábado, 12 de octubre de 2024

Un día de octubre (II)

La Patrulla Águila sobrevuela Madrid el 12 de octubre.

Hace cuatro años, para recordar la fecha puse en el blog una canción «con mensaje»: Imagine (Imagine all the people living life in peace…). Y una simbólica imagen de flores en rojo y gualdo.

Hace tres años se me ocurrió subir una foto de picas, arcabuces y alguna que otra alabarda. Con buenas intenciones, evidentemente, la acompañaba un texto lejos de alharacas militaristas.

Volví a recordar la importancia de la paz como cimiento de la vida.

Este aniversario… Hum…

Este aniversario he leído, en cierta publicación que suele resultarme interesante pese a discordar también a menudo con sus conclusiones, que el 12 de octubre es lo peor de lo peor.

¿Argumentos? Falta de significado compartido, desfile de la anacrónica Legión y su cabra, excusa para que energúmenos insulten a presidentes del gobierno «progresistas» (el entrecomillado es mío)…

Supuesto premio a un genocidio de nativos americanos, incomparable con el día grande de, por ejemplo, Francia y su toma de la Bastilla en pos de la libertad, igualdad y fraternidad universales (también mi lema favorito)…

Bien, la autocrítica en materia de opinión, es decir, encarar las visiones que cada uno tenemos del mundo ante un reflejo especular, las hace más sólidas o justo al revés, corrige su inflexibilidad. ¡Qué desastroso resulta el pensamiento único!

En este caso, el espejo me reafirma en mi aprecio por la celebración.

Que podría haber sido el 12 de octubre, con un almirante y unos marineros faltos de sueño, como cualquier otra fecha del calendario. Seguro que encontramos algo digno en cada una de las trescientas sesenta y cinco jornadas, bisiestos aparte, a lo largo de miles de años de historia.

Igual que hallaremos violencia, sumisión, injusticia, muerte cada minuto de ellas, en cada esquina de los pedazos de tierra que hoy llamamos naciones.

El recorrido de la humanidad es el que es. Quizá carguemos con una vergüenza genérica como especie, dado nuestro ánimo destructivo, pero ese sentimiento no cambia nada. No se me ocurre ningún territorio relevante —quizá un experto en San Marino o en las tribus del Amazonas me deje en mal lugar— que pueda lanzar fuegos artificiales para conmemorar su existencia sin mácula.

Francia… La Bastilla… El terror… Goya dibujando los efectos de esas pretendidas libertad, igualdad y fraternidad que flamean en banderas tricolores…

¿Debemos por tanto alejarnos de la idea de fiesta nacional? ¿Rasgar nuestros vestidos? ¿Cubrir nuestras cabezas de ceniza?

¿Excusarnos ante alguien?

No lo creo así. Conciencia de un pasado, afirmación de un presente, esperanza en un futuro que no repita los incontables errores, individuales y colectivos, que acumulamos en nuestra herencia. Eso es lo que significa para mí el 12 de octubre.

Ojalá no me equivoque.

Paz. De nuevo, paz.