Valoración: Pequeña gran novela ✮✮✮✮✮
Música: La balada del café triste, de Richard Robbins ♪♪♪
Menos es más. Y mejor.
Siempre he tenido prevención hacia los escritores que, para decirte que sale el sol por la mañana, emplean media docena de páginas, cuarenta oraciones subordinadas y una cantidad de adjetivos de exorbitante generosidad.
De acuerdo, dominas el diccionario y quieres demostrárselo al mundo, pero… ¿sabes contar una historia?
Carson McCullers sí sabe. Ya lo creo que sabe. Y con una economía material que, lejos de convertirse en aridez, aporta una riqueza de contenido admirable.
La balada del café triste pone al lector en situación desde la primera frase: «El pueblo de por sí ya es melancólico».
Palabras que nos transportan al escenario del drama, un villorrio del viejo sur estadounidense, perdido, sin presente ni futuro, cuyos habitantes ven pasar la existencia a base de whisky casero destilado en los pantanos.
Un lugar donde, en las horas de calor más sofocante, se ve asomar un rostro tras la ventana de un edificio tapiado: Miss Amelia.
Edificio que alguna vez fue un local en el que los lugareños se reunían los sábados por la noche con manteles y servilletas de papel, y el «primo Lymon», un jorobado, los animaba con su locuacidad.
Todo parecía ir sobre ruedas de carreta hasta que alguien llegó a desencadenar los acontecimientos que terminaron en su ruina. Marvin Macy, recién salido del penal. El ex marido de Miss Amelia.
Así, gracias a una escritura tan sencilla como poderosa, la autora nos pone en el umbral de dónde, quién y qué. Y enseguida consigue atraparnos con garra en el porqué. En la espiral de rencores, ansias y decadencia que arrastra a los personajes hasta su propia inmolación.
Para predicar con el ejemplo y no resultar yo pesado en el comentario, lo expresaré sin más añadidos: ¡qué pequeña gran novela!