Valoración: Demasiado latín ✮✮✮✩✩
Música: Espartaco (Variación de Aegina y Bacanal), de Aram Khatchaturian ♪♪♪
El estoicismo ha vuelto a salir a la palestra. Se escuchan recomendaciones aquí y allá en la línea de Epicteto o Marco Aurelio: cultivemos la serenidad, la calma interior, tomémonos las cosas «con filosofía» para que los reveses cotidianos no puedan con nuestro ánimo.
No debemos hundirnos cuando vienen mal dadas, aunque tampoco manifestarnos exultantes en los momentos de triunfo. Todo lo que nos ocurre tiene que ser así, dada la insignificancia del individuo en el gran plan del universo. Tranquilidad. Desapego. Respira…
Charles Senard quiere matizar este renacimiento del mundo antiguo. Según su tesis, Ser estoico no basta.
A cambio de los nudos del estoicismo puro y duro, él aboga por otra rama del tronco, a menudo incomprendida. Lo que nos recomienda es la sabiduría epicúrea para vivir el presente.
Adjetivo que nos hace imaginar, en términos socioculturales, un trasunto del bon vivant: ostras, champán, fiestas, entretenimiento sin fronteras. Alguien que busca los placeres de la vida, como reza el diccionario.
El autor argumenta que epicureísmo no significa hedonismo. Ni se trata de arrastrarse pasivo como un asceta ni de vivir deprisa y dejar un bonito cadáver.
De acuerdo, busquemos la felicidad en lo que haya a nuestro alcance, pero no nos metamos en bacanales, parece decir. Nada de dar rienda suelta a los instintos. Apetito sin excesos. Equilibrio.
La deriva entre el ponderado mensaje original y lo que hoy entendemos sería consecuencia de una campaña de descrédito emprendida por los padres del cristianismo —ahí anda san Agustín malmetiendo—, toda vez que, para ganar el favor del otro mundo, hay que purgarse primero en este.
Epicuro se habría convertido así en «persona non grata» de cara a la salvación. Incluso Dante lo ubica con sus seguidores en el sexto círculo del infierno, «más rojos que en la más candente forja».
Junto a los fragmentos conservados del fundador de esta escuela de pensamiento, Senard se apoya extensamente en Lucrecio, Filodemo, Virgilio u Horacio —acuñador del carpe diem— para convencernos de lo contrario. Y, por supuesto, de que lo asumamos como meta particular.
¡Ay, es en tal estrategia de comunicación donde reside mi problema de conciencia al calificar la lectura!
Es que su forma, por más que aprecie el fondo, se me hace pesada. Al tercer o cuarto poema en latín que ocupa toda la página, empiezo a aburrirme. El entusiasmo por Horacio y compañía, aun respetable, no se me pega. Quizá sea un poco estoico.
Y resulta que no son tres o cuatro esos poemas de muestra, sino una legión. Como mínimo, la mitad del contenido impreso consiste en odas, geórgicas y epístolas. Las opiniones de Senard se transforman en meros comentarios de texto.
En suma, que lo de Epicuro suena estupendo. Muy interesante, de verdad. Pero intenta desarrollar la idea un poco mejor con tus palabras, sin hacernos una edición bajo cubierta de los clásicos grecolatinos, Charles. Eso ya es otro libro.
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