miércoles, 25 de octubre de 2023

La balada del café triste

Portada del libro La balada del café triste, de Carson McCullers

Título y autor/a:La balada del café triste, de Carson McCullers.
Clave de lectura:Vida y tragedia en el viejo sur.
Valoración:✮✮✮✮✮
Comentario personal:Menos es más. Y mejor.
Música:La balada del café triste, de Richard Robbins ♪♪♪

Menos es más. Y mejor.

Siempre he tenido prevención hacia los escritores que, para decirte que sale el sol por la mañana, emplean media docena de páginas, cuarenta oraciones subordinadas y una cantidad de adjetivos de exorbitante generosidad.

De acuerdo, dominas el diccionario y quieres demostrárselo al mundo, pero… ¿sabes contar una historia?

Carson McCullers sí sabe. Ya lo creo que sabe. Y con una economía material que, lejos de convertirse en aridez, aporta una riqueza de contenido admirable.

La balada del café triste nos transporta a un villorrio del viejo sur estadounidense cuyos habitantes ven pasar la existencia a base de whisky casero.

Un lugar donde, en las horas de calor más sofocante, asoma un rostro tras la ventana de un edificio tapiado: Miss Amelia.

Edificio que alguna vez fue un local en el que los lugareños se reunían los sábados por la noche con manteles y servilletas de papel, y el «primo Lymon» los animaba con su locuacidad.

Todo parecía ir sobre ruedas de carreta hasta que alguien llegó a desencadenar los acontecimientos que terminaron en su ruina. Marvin Macy, recién salido del penal. El ex marido de Miss Amelia.

La autora nos pone en el umbral de dónde, quién y qué. Y enseguida consigue atraparnos con garra en el porqué. En la espiral de rencores, ansias y decadencia que arrastra a los personajes hasta su propia inmolación.

¡Qué pequeña gran novela!


Después de llover, el barro de la calle formaba duros surcos helados; se veía el débil resplandor de las lámparas de las casas y los melocotoneros estaban deshojados. En aquellas noches de invierno, oscuras y silenciosas, el café era el punto central y cálido del pueblo, y sus luces brillaban tanto que se veían desde un cuarto de milla.

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