martes, 27 de agosto de 2024

Amor y morriña

Clave de lectura: Vida y emociones de un emigrante en la Suecia de los años 60.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Jorden är ett litet rum, de Eva Dahlgren ♪♪♪
Portada del libro Amor y morriña, de Theodor Kallifatides.

Theodor Kallifatides, bienvenido al blog. Hay que ver cuánto éxito editorial has tenido últimamente.

Y qué título tan curioso para verter al español tu novela Amor y morriña. Tras desempolvar mis venerables diccionarios de sueco, todos coinciden en asignarle a la segunda palabra de Kärlek och främlingskap el significado de «alienación». ¿Amor y alienación?

Para entender a las traductoras hay que profundizar quizá en tu propia historia, la de un emigrante que dejó Grecia a los veintiséis años y recaló en Estocolmo.

En el caso del relato, el protagonista se llama Christos —o Christo, por facilitar la vida a sus interlocutores—. Allá por 1966…

Christo conoce a Rania en la residencia de estudiantes. Y eso le distrae de su tesis doctoral sobre Aristóteles y la kátharsis.

Los comienzos en la nueva tierra habían sido desesperados. Incluso llegó a acudir, con indescriptible vergüenza, a Humlegården, el parque donde señores de mediana edad bien situados alquilaban hombres jóvenes.

Ya había visto antes aquella mirada. En la policía, en la Oficina de Extranjería, en la tienda donde compraba. Era una declaración de nulidad. No vales nada. No importas nada. No eres nada.
[…]
Desde la guerra de Troya a Auschwitz. ¿Qué lleva a un ser humano a ver a su prójimo como ganado? ¿O como un simple agujero en el que meter el miembro? ¿Parezco un agujero?, se preguntó. Quizá sí.

Por fortuna, su casera, Carolina von H, viuda de un coronel de tendencias nazis —«como todos en aquella época»—, se compadeció y le devolvió la autoestima, consiguiéndole un puesto en el restaurante de unos amigos.

También le enseñó el idioma: las diferencias entre conjunción y preposición, el posesivo y el reflexivo, el valor de los verbos que solo en apariencia significan lo mismo —hablar, charlar, cascar, conversar; arder y quemar; despertar y despertarse, distinciones inexistentes en griego—.

Con los años llegó a pensar en estilo indirecto, ese que no conlleva ningún compromiso, neutro. Y alcanzó la universidad.

No obstante, cualquier avance en la integración —el arenque se come con queso curado, pan de centeno y un chupito de aguardiente, de otra manera es vomitivo—, se topaba con una alambrada invisible que le decía «no eres de los nuestros».

Hasta que Rania viene a determinar su destino. Matias, el amable marido, le invita a jugar al ajedrez en su habitación, pero, ¿tiene él derecho a interrumpir la felicidad de la pareja?

Christo se consume sin remedio. Ella incluso le pide que pose para su trabajo fotográfico sobre la desnudez. Estar desnudo no significa lo mismo que estar sin ropa…

Jean Jacques, Emelie, Thanasis, Rolf, Paola, Fredrik, las demás personas con quienes se relaciona sufren sus propias vicisitudes, sus propias luces y sombras vitales. ¿Sufren? ¿Es la expresión adecuada? «¿Cómo sabemos que mañana también saldrá el sol?».

No aconsejo leer esta obra con la expectativa de un texto de «acción», desde luego. De acontecimientos que se precipitan. Más bien nos atrapa su impronta reflexiva —como en una tragedia de Eurípides, se me ocurre, con seres humanos y no héroes ni dioses, imperfectos, inseguros, de carne y hueso—.

Con una melancolía tan indefinida como física. Con un «algo» especial entre sus líneas que… Sí, por qué no: morriña.


lunes, 19 de agosto de 2024

La mujer pintada

Clave de lectura: La mujer, protagonista en la sombra de todos los ámbitos del arte.
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: The Lady of Shalott, de Loreena McKennitt ♪♪♪
Portada del libro La mujer pintada, de Teresa Arijón.

La poeta, ensayista y traductora Teresa Arijón también ha sido modelo.

En La mujer pintada nos ofrece al menos dos contenidos: una memoria autobiográfica y una ventana al significado de lo femenino como sujeto —que no «objeto», enseguida podrá apreciarse la distinción, por encima de la semántica— de la historia del arte.

En cuanto a su propia trayectoria como musa, Teresa narra el inicio como estudiante de teatro y vendedora de libros a domicilio en Buenos Aires hasta que cierta amiga le sugiere una manera distinta de ganarse unos pesos.

Subida a una mesa, desnuda, inmóvil, los brazos cruzados tras la espalda, un hombre con barba y anteojos, otro menudo y una señora hacen deslizar por primera vez sus carbonillas.

La mirada se siente como tacto: te roza, te sacude, te pellizca.

Más tarde aparece Juan, Juan Lascano, que compartirá con ella el mayor tiempo dentro de un estudio: cada semana durante veinte años.

Hay creación. Incluso poesía en las sesiones con quienes la contratan. Plasmar el cristal es fácil, le enseñan, lo difícil es la carne. Pero también, alguna vez…

Miedo. Asco. Amenaza de que su cuerpo se convierta, precisamente, en «objeto», y la mirada en violencia por poseerlo.

En otras ocasiones no entiende el énfasis en una pose determinada, en un retrato. ¿Quién va a interesarse por comprarlo, por tener su figura o su rostro sobre una pared, admirando algo que ella no advierte en sí misma?

¿A qué llamamos belleza?, se pregunta.

Yo nunca me había pensado hermosa y ese hombre me colocaba, de manera tácita, en la situación de representar a una mujer bella.

Nos trasladamos ahora a la otra cara, un recorrido por siglos de pintura, escultura y, más recientemente, fotografía.

El mundo de las modelos, cuyos rasgos llenan los museos y galerías, no ha sido jamás el de las escenas enmarcadas. Por el contrario, la realidad ha carecido a menudo de virtud. De respeto.

El mundo de aquellas que han sostenido los pinceles, pese al talento que pudieran atesorar, recién empieza a mostrar su luz.

Algunas figuras que aquí aparecen:

Henrietta Moraes, la reina del Soho, dibujada por Lucien Freud, Francis Bacon y Maggi Hambling hasta dos días antes de fallecer.

Clara Peeters, que «se autorretrata a escala mínima en los bodegones que pinta», la primera mujer con exposición individual en El Prado.

Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo. Margherita Luti, la Fornarina, relacionada con Rafael. Sophie de Bouteiller.

Sofonisba Anguissola en la corte de Felipe II. Victorine Meurent y Manet. Carmen Gaudin y Toulouse-Lautrec. Sarah Brown. Suzanne Valadon, que da nombre a un asteroide.

Alice Prin —Kiki de Montparnasse, una placa en el parisino Hôtel Istria nos recuerda que en sus habitaciones se alojaron Man Ray, Satie, Aragon, Maiakovski, Rilke… y ella—. Apollonie Sabatier, admirada por Flaubert, a quien Baudelaire dedicó versos, esculpida en el instante del placer, la petite morte, por Clésinger.

Simonetta Cataneo, convertida por Botticelli de memoria en Venus, Atenea o La Primavera. Gala, amada por Dalí «más que el dinero». Lizzie Siddal, a quien evocamos como Ophelia en el famoso lienzo de John Everett Millais, pintado mientras ella flotaba en una bañera de agua fría. Emma Hamilton, de vida extraordinaria, ninguneada tras la muerte del gran héroe Nelson…

En fin, me detengo porque la entrada ya se alarga y no deseo aburriros. Pero a los que queráis descubrir a un conjunto distinto de personas, ya no personajes, glorias y tragedias que con gran probabilidad no os explicaron en la asignatura del colegio…

Leed este título. Os gustará.


martes, 13 de agosto de 2024

Por así decirlo

Clave de lectura: Algo sobre el nihilismo contemporáneo, el embarullamiento, la banalización...
Valoración: No lo entiendo ✮✮✩✩✩
Música recomendada: Die Harmonie der Welt (II.Musica Humana), de Paul Hindemith ♪♪♪
Portada del libro Por así decirlo, de J.Á. González Sainz.

Creo que empiezo a tener un problema. Lenta, fastidiosa, inexorablemente...

Debo de estar volviéndome viejuno.

Si hace algún tiempo, por ejemplo, me hubiera encontrado frente a un cuadro titulado «blanco sobre fondo blanco», a lo mejor la poderosa imaginación juvenil se habría puesto a trabajar, adivinando formas y texturas ocultas, hasta conseguir ver… Pues no sé, un bodegón.

Pero ya no me ocurre. Ahora, blanco sobre fondo blanco significa blanco sobre fondo blanco. Y no es una pintura que yo entienda.

Una sensación por el estilo se apodera de mí tras leer Por así decirlo, «caprichos o disparates» según la definición de J.Á. González Sainz. A pesar de la buena voluntad, me cuesta horrores conjeturar un significado.

La arquitectura de las ¿historias? que contiene resulta tan simbolista como abstracta. Con un apabullante despliegue de recursos lingüísticos que le sirve de fuste, eso sí.

En el primer relato, un concierto de la orquesta sinfónica en la plaza mayor de la ciudad se convierte en un galimatías celebrado por casi todos cuando la batuta pasa del director a una extraña figura que surge del público e imita sus gestos. Cada pieza finaliza con un remedo de tiroteo entre carcajadas y aplausos.

En el segundo, el protagonista vive una jornada kafkiana desde que entra en el ascensor por la mañana y su corpulento vecino se cuela detrás. Termina «tirando los dados» en lo que —al menos es lo que parece más claro de todo el libro— constituye una parodia del sistema de votación democrática.

A continuación, un hombre y una mujer se cruzan en el tren. El dúo de quizá madre e hija, quizá no, quizá chinas o filipinas o indonesias que los acompaña comiendo pipas de forma compulsiva, ¿qué influencia tendrá sobre el momento y el futuro de ambos?

En último lugar, otra pareja —¿o será la misma tras contraer matrimonio, a tenor de la acusada miopía de él y la hipermetropía de ella?— pasa los días fascinada por la contemplación de sus peces domésticos. Saben que no deben elevar la temperatura del acuario ni un grado, pues los ejemplares, cuyo hábitat natural es de aguas frías, se acercarían a la muerte. Pero no se resisten a introducir los dedos y transmitirles su propio calor corporal. Hasta que, efectivamente, el penoso hecho ocurre. Entonces...

Como señalaba, tengo que acudir a las interpretaciones que dan el mismo autor o sus valedores editoriales, ante mi decadencia cognitiva. Busco entrevistas, otros comentarios, le echo un vistazo a la contraportada...

Se trata de cuatro divertimentos, tan graves como humorísticos, que buscan proyectar una especie de cuadrilátero metafórico de nuestras vidas; cuatro iluminaciones sobre la condición de nuestra época y de nuestra conciencia o falta de ella, sobre el destino de los habitantes del nihilismo contemporáneo, con su sistemático embarullamiento, falsificación y banalización de todo, y sobre la naturaleza del poder y la inocencia, sobre el engaño y el vaivén de las cosas humanas.

Y concluyo con un lacónico «lo que tú digas».


martes, 6 de agosto de 2024

Las gratitudes

Clave de lectura: No dejemos pasar la oportunidad de dar las gracias antes de que sea tarde.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Les Feuilles Mortes, de Joseph Kosma ♪♪♪
Portada del libro Las gratitudes, de Delphine de Vigan.

Desearía que Las gratitudes, de Delphine de Vigan, os gustara tanto como me ha gustado a mí.

Michka no puede continuar viviendo sola. De repente se desorienta. Durante las conversaciones quiere usar una expresión y le sale otra: alma en lugar de alarma, de recuerdo por de acuerdo, un sexto sin aspersor

Está perdiendo… algo importante… No sabe qué…

Marie, una de las narradoras, que de niña fue su vecina y mantiene una relación de cercanía ininterrumpida —fundamental para ella misma, según se aclarará más tarde—, la acompaña a la entrevista para ingresar en un centro de gente mayor. O «de viejos». ¿No se dice «los jóvenes» o «la gente joven» sin remordimientos?

Jérôme, el logopeda de la residencia y segundo narrador, intenta ralentizar con sus ejercicios la afasia de la paciente, pero no hay vuelta atrás. Las palabras, esas que Michka tan bien componía hace años en una importante revista, se trastocan, juegan al escondite, cambian de lugar.

Marie la visita. Va a tener un hijo de un hombre que no por ello renuncia a sus planes de irse a trabajar al extranjero. Ella lo comprende, no es mala persona, sin rencores. Pero quiere que el niño nazca.

Jérôme la visita. Le confiesa que desde hace mucho no habla con su padre, quien jamás le mostró ningún signo de amor.

Michka desea localizar a quienes la salvaron durante la ocupación nazi, cuando tuvieron que abandonarla a toda prisa en casa de unos desconocidos de La Ferté-sous-Jouarre para evitar la deportación a los campos de exterminio. Lo ignora todo de ellos, incluso sus nombres. Quizá mediante anuncios en la prensa…

En realidad, desde el principio del relato somos conscientes de que Michka ha muerto. Marie la rememora, preguntándose si llegó a agradecerle lo suficiente haber estado ahí.

Se encuentra con Jérôme en el último capítulo, antes del funeral.

¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas veces al día dais las gracias? Gracias por la sal, por la puerta, por la información.
Gracias por el cambio, por el pan, por el paquete de tabaco.
Unas gracias de cortesía, de conveniencia, automáticas, mecánicas. Casi huecas.
[…]
¿Os habéis preguntado alguna vez cuántas veces en la vida habéis dado realmente las gracias? Unas gracias sinceras. La expresión de vuestra gratitud, de vuestro agradecimiento, de vuestra deuda.
¿A quién?

Un libro que emociona.


lunes, 29 de julio de 2024

La Guerra Civil Española (de Pierre Vilar)

Clave de lectura: Visión de nuestra tragedia bélica por parte de un reputado hispanista.
Valoración: Me esperaba más ✮✮✩✩✩
Música recomendada: Obertura Dramática, de Evaristo Fernández Blanco ♪♪♪
Portada del libro La Guerra Civil Española, de Pierre Vilar.

Dado el prestigio de Pierre Vilar, habría querido comentar su versión de La Guerra Civil Española con cierto ánimo de hallazgo.

Y no, me da la impresión de que el texto no ha tenido un digno envejecer. Me decepciona.

Vilar opta por un enfoque hiperpolítico, basado en la ortodoxia marxista. A mí me parece, por el contrario, que la práctica historiográfica «de derechas» o «de izquierdas» —autores que ponen en primer plano lo que les conviene para apoyar una tesis decidida a priori—, ha de ser sustituida por una actitud que no calificaré de «neutral» —porque los seres humanos no lo somos, no podemos interpretar sin implicarnos los hechos del nazismo, por ejemplo—, pero sí «objetiva».

Basada en la investigación, los documentos, desmadejando los mitos, calibrando y contrastando la veracidad de los testimonios. Un golpe de Estado es un golpe de Estado. Un asesinato es un asesinato. Un «es que…» puede servir para explicar, no para justificar un fin.

Quedamos entonces en que Vilar pertenece a la vieja escuela del pueblo en armas, inspirado por el noble ideal revolucionario frente al odioso círculo opresor de curas, terratenientes y camisas azules. ¿Cómo estructura a partir de esta propuesta su obra?

En un contenido demasiado parco, incluidos prólogo, notas y biografía. Dicha brevedad, que en otros estudios —verbigracia, el de Enrique Moradiellos, cuyas impresiones recogí en su momento—, constituye una característica intrínseca, transmite aquí precipitación.

En el prólogo expone una semblanza sobre la España de los años 30 (él nació en 1906 y pudo vivir los acontecimientos en propia persona).

El primer capítulo intenta abordar una complicada pregunta: ¿Por qué la Guerra Civil? Su militancia le encarrila por la vía de sentido único, sin posibles derivaciones.

A continuación describe las fuerzas en liza, ya que la heterogeneidad —a expensas de cómo se amalgamaron a lo largo del conflicto— era muy acusada en el momento del estallido. Aquí tenemos quizá la aportación más interesante.

Como contrapunto, el plano militar resulta el menos logrado. No va a servir a quienes busquen detalles bajo los grandes movimientos de tropas.

La evolución política, económica, cultural y la ideología impuesta en ambas mitades del país una vez quedaron claros los frentes ocupa los capítulos cuarto y quinto. Vuelve a elevar un tanto el listón, con las salvedades mencionadas.

Algunos problemas de debate: así se titula el número seis, dedicado a las consecuencias que perviven en la sociedad contemporánea.

Y unas reflexiones finales que tampoco escalan el Himalaya, me temo.

En suma, un exceso de cal y algo de arena.


lunes, 22 de julio de 2024

Sobre la libertad y la igualdad

Clave de lectura: Libertad versus igualdad en la obra de un influyente pensador.
Valoración: Más o menos interesante, a expensas de seguir profundizando ✮✮✮✩✩
Música recomendada: Miss Liberty (Give Me Your Tired, Your Poor), de Irving Berlin ♪♪♪
Portada del libro Sobre la libertad y la igualdad, de Isaiah Berlin.

Con todos mis respetos, Isaiah Berlin no me impresiona demasiado en estos ensayos, titulados Sobre la libertad y la igualdad. Los encuentro razonablemente interesantes, pero…

El autor los concibió como conferencias universitarias, y plasma en ellos reflexiones que lo convirtieron en un abanderado del liberalismo moderno. Según el prefacio del editor, Henry Hardy, se trata de «lo que dijo realmente».

Un resumen encaminado a facilitar la comprensión del auditorio, que posteriormente reelaboraría.

La frontera entre libertad positiva y negativa supone la piedra angular de la primera parte: la posibilidad intrínseca de hacer y las barreras externas para no hacer.

La libertad política y su desarrollo dentro de las democracias sería el tema de la breve segunda charla.

Mientras la igualdad, tratada como concepto teórico al igual que práctico (las interpretaciones interesadas que de él se han derivado), ocupa el último tercio del libro.

Adelantaba que su lectura no me ha dejado con ojos henchidos de emoción. ¡Burro de mí! ¡Capirote! Tendré que explicarme, aunque sea brevemente.

Por supuesto, me interesa la pretendida dicotomía libertad-igualdad: ¿se trata de valores que convergen o que divergen? En su caso, ¿es preferible uno al otro para aspirar a la vida buena? ¿Ese estado tiene grados? ¿Puede medirse? Para que yo alcance un nivel mayor, ¿tiene alguien que rebajar el suyo?

Como todo el mundo, deseo que los grandes pensadores me ayuden a sustentar respuestas con vigas sólidas, argumentadas, y no tanto instintivas.

Berlin opina que se puede disfrutar de libertad o de igualdad, no de ambas a la vez en la misma proporción. Por ejemplo, a mayor libertad económica habría menor igualdad y viceversa. El punto de equilibrio constituye un debate en el que estamos inmersos como sociedad.

También considera que determinados «valores» existen solo como constructo humano, la naturaleza no entiende de tales cosas. Han salido de nuestro interior, donde aún luchan por dominar cada acto, y ese «pluralismo» —con un sentido de la palabra bien diferente al estándar, desde luego— desemboca en el conflicto moral permanente. Ninguna razón prevalece como «lo mejor».

Ahora bien, para poder alcanzar un acuerdo o un desacuerdo con la propuesta del filosófo, esta se me queda un poco corta. Le doy un par de vueltas sin salir de un estado de laxitud.

A mi modo de ver, lo que Berlin «dijo realmente» requeriría de un mayor desarrollo, quizá a costa de perder en inmediatez comunicativa, que permita redondear una idea cabal. Las vigas sólidas recién mencionadas.

De momento tendré que seguir profundizando.


lunes, 15 de julio de 2024

Fábulas de robots

Clave de lectura: Aventuras de los seres más inteligentes del universo.
Valoración: Stanislaw Lem me tiene desde hace mucho a sus pies ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Robots (Overture), de John Powell ♪♪♪
Portada del libro Fábulas de robots, de Stanislaw Lem.

No entiendo muy bien el título elegido por Stanislaw Lem para este libro: Bajki Robotów. Fábulas de robots.

Desde que leí la inefable Ciberíada, tanto tiempo atrás, sé distinguir perfectamente entre robots y constructores con diploma de omnipotencia perpetua.

Seres de cuerpos metálicos como Clapaucio y Trurl, que viajan entre planetas ofreciendo ayuda y buenos consejos a civilizaciones menos agraciadas. Incluso a esos, brrrrrr, paliduchos.

¡Qué blandos, por favor! ¡Vaya obscenidad! ¿Qué tornillo se le habrá aflojado a la princesa Cristalia, cuya bellísima presencia hace saltar chispas eléctricas hasta del hierro común, para desear unirse a uno de ellos?

Aparte del detalle en la denominación, Fábulas de robots muestra a uno de mis autores favoritos en excelente forma creativa.

Se trata de relatos relacionados con el anterior título que mencionaba. No solo a través de sus personajes, sino del espíritu general que los anima.

En efecto, si en aquel los protagonistas descendían sobre el mundo dividido entre los reyes Monstrogrito y Monstropito y aplicaban la receta de Garganciano tras serles exigidas armas para aniquilar al enemigo, el comienzo de esta ocasión incluye a tres electroguerreros, Cupricio, Ferricio y Cuarciano, que intentan conquistar a los habitantes del planeta de hielo Crionia. Y otra vez la sabiduría vence al militarismo.

El universo literario de Lem se nutre de una imaginación muy perceptiva, que invita a la complicidad. Podemos adivinar las motivaciones de sus palabras tras las brillantes carcasas: son realmente profundas.

En cuanto a la forma, despliega una ironía tan elegante que las mayores tragedias existenciales se transforman en divertidas epopeyas galácticas.

Disfrutamos de esas cualidades junto al ingeniero cosmogónico que enciende las estrellas, por ejemplo. ¿Qué consecuencias tendrá en Actinuria dejar a su poco ducho aprendiz a cargo de la nebulosa de Andrómeda, mientras él va de aquí para allá con la caja de herramientas?

Conocemos cómo Erg Autoexcitador «venció» a Paliducho, Homo antropos de la clase traqueante, proteínido, fangoso, víscido, la criatura más peligrosa y dañina que existe, ladrón de la llave del entendimiento con que cada noche se daba cuerda Electrina.

Asistimos a los esfuerzos del Gran Cibernador de la Corona, el Gran Aridinámico y el Gran Abstraccionista para deshacerse con sus ingenios de cobre, mercurio y antimateria del monstruo aparecido en Argentio, hogar de los plateados. A qué precio…

La leyenda de la calculadora que luchó contra el dragón. El amigo de Automateo. El rey Globaldo y los sabios… Guardémoslos en la memoria.

Así como a las máquinas ideadas por Trurl, alguna de ellas tan rebelde como para contestarle con cabezonería que dos por dos son siete o tan literal que, al ordenarle Clapaucio que haga «nada», volatiliza grisacos, plucvas, filidrones, zamras, esas guadolizas que hasta entonces habían adornado el firmamento y de las que ya nadie se acuerda.

¡Lem, Lem, Lem, Lem!


jueves, 11 de julio de 2024

Las historias de Marta y Fernando

Clave de lectura: Dos personas se aman. ¿Es suficiente para compartir su vida?
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Unchained Melody, de The Righteous Brothers ♪♪♪
Portada del libro Las historias de Marta y Fernando, de Gustavo Martín Garzo.

Después de la grata experiencia que me proporcionó la novela Tan cerca del aire, me aproximo a Las historias de Marta y Fernando con los ojos iluminados. ¿Hallaré similar fortuna?

La respuesta es sí. Un sí agradecido. Gustavo Martín Garzo vuelve a atraparme con el mismo estilo seductor, hermoso, del que hacía gala en aquella obra.

No solo es que escriba a un nivel de «elegido» en lo técnico, sino que cada página —cada párrafo, cada frase— transmite un significado imprescindible en su propuesta global.

Lejos de autores que parecen cobrar por «cantidad» y lo que consiguen es un edificio de paredes combadas por la pesadez de lo superfluo.

Estas historias —un acierto que se refiera a ellas en plural, ahora veremos la razón— nos conducen al mundo de dos personas que se aman.

Pero amarse no significa que pasen las horas con labios de miel. Se trata de dos seres que comparten la vida, no una especie de alma platónica desdoblada que anhela refundirse. Ello significa que en sus días y sus noches hay afecto pero también equivocaciones. Comprensión pero también desacuerdo. Luz pero también sombra.

«Historias», por tanto, no «historia» de Marta y Fernando.

Ambientadas en la España recién salida de los años de plomo, donde un hombre y una mujer podían empezar a elegir sus propios roles aunque aún bajo inquisición social —esa señora que les recrimina la desvergüenza de sus abrazos, contrapunto a las colegialas que les miran con embeleso—, la prueba y el error, tanto en los aspectos más íntimos como en los más comunes, nos hacen cómplices de su viaje.

Los «¿sabes que…?», junto a los «¿recuerdas que…?» y los «nunca te conté que…» se llenan con experiencias antes y después de haberse conocido, con la desaparición prematura de sus padres, los compañeros y amigos que les rodean, los vecinos, sus sueños y pesadillas, un examen de violonchelo suspendido, un piso donde hace frío en invierno…

En una suerte de microcosmos dentro de un macrocosmos donde todo puede ocurrir y todo ocurre.

Premio Nadal de 1999 —hay galardones que todavía nos hacen concebir esperanza en la justicia literaria, o al menos solían hacerlo—, obtiene también mi más entusiasta recomendación.


lunes, 8 de julio de 2024

El bien común

Clave de lectura: Propuesta para hallar la justicia y el equilibrio social en el mundo.
Valoración: Es bonito, pero… Bueno, es bonito, dejémoslo ahí. ✮✮✮✩✩
Música recomendada: We Are The World ♪♪♪
Portada del libro El bien común, de Riccardo Petrella.

El bien común, por bien que suene, valga el juego de palabras, es un concepto de aplicación práctica controvertida.

Más o menos, como seres individuales intentamos anticipar los efectos de una acción para decidir si nos resulta beneficiosa, perjudicial o indiferente.

La posibilidad del error siempre existe. Por ejemplo, asociar el sabor amargo de una medicina al desagrado y rechazarla nos llevaría a postergar la cura de un mal. Pero en fin, si acertamos o metemos la pata, se trata de nuestra pata.

Lo que ocurre es que, al juntarse dos personas, aumenta la complicación. Ya hablamos de dos pares de patas que pueden acompasarse, caminar en sentidos opuestos, trabar sus pasos… Y la suma de tres, cuatro, un millón…

A lo largo de la historia no han faltado personas u organizaciones que creían conocer mejor que nadie la conveniencia de la comunidad. En caso necesario, enviaban al paraíso a los escépticos. Ya lo agradecerían, ya…

(Popper, sin ir más lejos, advierte de que el utopismo deriva con facilidad en dictadura).

En el ensayo con el título indicado al principio, Riccardo Petrella analiza si cualquier aspecto de la relación social ha de concederse a la pura voluntad de los participantes —típicamente expresada en las decisiones del «mercado»—, si conviene un cierto control —y quién y en qué medida ejercería tal labor—, o si «lo común» ocupa por derecho la prevalencia.

Doctor honoris causa en numerosas instituciones académicas —su currículo impresiona, sin duda— el autor parte de los «valores» impuestos por la sociedad contemporánea, que se resumen en ganar en todo y a toda costa. A continuación, los critica sin piedad.

Aboga por que abandonemos la economía globalizada, de intereses privados o corporativos, donde la competitividad que, como un mantra, se supone conduce a los mejores resultados posibles, en realidad nos aliena.

Defiende un «contrato mundial» cuyos firmantes trascenderían el juego de suma cero de ganar y perder. Sueña con darle contenido tangible a las aspiraciones de libertad, igualdad y fraternidad.

Bonito, desde luego. Tentador. Aunque, ay…

Ahí surge la cuestión, en los cimientos del discurso. En la bonhomía de las intenciones, el abrazo universalista, la historia en que la felicidad llega a la Tierra Media.

¿Lo creemos factible? ¿De verdad, en términos empíricos, ha habido algún momento en que el ser humano no haya ejercido de lobo hacia el ser humano, pudiendo elegir hacerlo?

(La de prejuicios que soporta la fama del lobo, dicho sea de paso).

El lector tiene el déjà vu de que ya ha escuchado ese mensaje antes, quizá en un sueño. Y de que el mundo es como es.

Y cada intento de poner dicho contrato en práctica se ha visto una y otra vez infiltrado por la, parece que intrínseca, capacidad para estropear, retorcer las ideas, cambiar unas cadenas por otras y presumir de los nuevos grilletes.

¿Debemos entonces perseverar? ¿Mantener la convicción de que, si no median coacciones espurias de juez y parte, el bien común sigue siendo una meta alcanzable?

Petrella insiste en que sí. Yo, la verdad, no tengo ni idea.

A ocho mil millones de conciencias dejo la respuesta. A ver si os ponéis de acuerdo y me contáis…


jueves, 4 de julio de 2024

El enemigo conoce el sistema

Clave de lectura: «Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención».
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Industrial Revolution (Overture), de Jean-Michel Jarre ♪♪♪
Portada del libro El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano.

El enemigo conoce el sistema es un libro que, sin pretender descubrir la rueda, nos explica un poco mejor sus características, usos... y peligros.

La rueda sobre la que habla Marta Peirano resulta, como mínimo, igual de determinante que aquella milenaria invención, aunque bastante más compleja de entender.

El «sistema» incluye todo aquello que utiliza internet como base o entorno de funcionamiento. ¿Qué hay fuera de la red hoy en día?

Y el «enemigo» es… Ahí empezamos a meternos en harina.

De acuerdo con la autora, el «poder», en un sentido amplio del término, nos tiene agarrados a través de imposiciones suaves. Nos manipula mentalmente.

Cualquier interacción digital puede recogerse, grabarse, convertirse en dato e interpretarse para componer un retrato de nuestro interior más ajustado que si nos hubiera llevado al lienzo Velázquez.

Móviles, redes sociales, búsquedas, lecturas, escrituras, compras… La lista no tendría fin. Nuestras motivaciones y decisiones, conscientes y subconscientes, una vez clasificadas, abren las puertas a cualquiera que sepa tocar el botón adecuado.

¿Os creéis que los vídeos que miráis como zombis son fruto de la casualidad? ¿Que los anuncios se lanzan al aire a ver dónde caen? ¿Que vuestros metadatos o vuestra localización no son interesantes para nadie? ¿Que cuando un político os sugiere temer a tal o cual cosa lo hace por afinidad empática?

¿Que la noticia que tanto os indigna no ha pasado por laboratorios antes de que ojos u oídos accedan a ella? ¿Que lo que consideráis «bueno» o «malo» se os ha ocurrido a vosotros solos?

A través de la historia de experimentos conductuales y de cómo trabaja la tecnología por dentro —muy buenas las secciones dedicadas a describir internet y la «nube» en términos físicos, de organización y de procesos— Peirano pone sobre la mesa muchas cosas. Incluso hasta hacernos dudar de nosotros mismos, de la realidad autopercibida.

Algoritmos, big data, inteligencia artificial, adicción a las pantallas, engagement… Amén.