jueves, 19 de diciembre de 2024

Ética y globalización

Clave de lectura: Reflexiones sobre lo que la globalización nos hace ganar y perder, en un mundo con valores humanos amenazados.
Valoración: Interesante. Exigente ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Himno de las naciones, de Giuseppe Verdi ♪♪♪
Portada del libro Ética y globalización, de Vicente Serrano (coordinador).

No significa que un Hyde interior acogote a Jekyll cuando nos ponemos a soltar palabras en según qué circunstancias (la barra del bar cubierta con más tercios que en Flandes, por ejemplo, o el enésimo partido para la náusea que vemos esta temporada de nuestro equipo favorito).

Simplemente, adaptamos el registro. El discurso de entrada en la Academia requiere de una manera de expresarse distinta a ocasiones menos formales y estas a su vez se ahorman a la medida de numerosos factores: la familiaridad con el interlocutor, el tema, el entorno…

La misma regla es válida al hacer uso del medio escrito. Tampoco quiere decir que maltratemos la lengua en ausencia de frac, que gramática, sintaxis y vocabulario deambulen a lo loco como hace nuestro equipo favorito en la cancha, me ca… Es que su riqueza nos sugiere (casi nos exige) esa ductilidad.

«Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa» versus «lo que pasa en la calle», según la célebre expresión machadiana.

Este prólogo me sirve para ilustrar que Ética y globalización, el libro de hoy, quizá se dirija más a miembros de la «nobleza filosófica» que al gran público.

Los autores disertan sobre cosmopolitismo, responsabilidad y diferencia en un mundo global de forma académica, en lugar de acogerse a un registro divulgativo. Se trata de ponencias para inaugurar el Instituto de Ética de la UEM, cuyos asistentes imagino que tendrían conocimientos avanzados.

Y menudos nombres escoge Vicente Serrano, el coordinador de la edición: Manuel Cruz, Jesús de Garay, Javier Muguerza, Fernando Vallespín y ¡Adela Cortina!

Esta ilustre pensadora titula su trabajo Una ética transnacional de la corresponsabilidad.

En él nos plantea un deseo: que la ética se introduzca en el mundo para construir un entorno basado en principios por encima del interés particular a corto plazo. Y que sean participativos.

Al reducir las distancias no hemos de buscar beneficios egoístas, un mero intercambio de contenedores de mercancías entre continentes a costa de hacerlos inhabitables para millones de personas.

[…] la noción de reconocimiento recíproco nos remite al descubrimiento que dos seres humanos hacen de que existe entre ellos una ligatio, que genera una ob-ligatio, una Bindung, que genera Ver-bindlichkeit. Y esta ligatio puede entenderse al menos en un doble sentido: 1) como vínculo entre los virtuales participantes de un diálogo, que es a lo que nos conduce la Pragmática Trascendental; 2) como vínculo entre seres humanos, que se reconocen como «carne de la misma carne» y «hueso del mismo hueso».

Por su parte, a través de Responsabilidad en tiempos de globalización, el catedrático y antiguo senador Manuel Cruz reflexiona sobre el papel que nos toca a cada uno en la preservación del barco planetario. Con citas a la obra de Hans Jonas, quien usó ese término, «responsabilidad», como llamada a la supervivencia de las generaciones presentes y futuras.

Ética de las diferencias. La afirmación de las diferencias en un mundo global. Bajo este epígrafe, Jesús de Garay explora si las reglas del mercado han conseguido homogeneizarse a costa de perder valores en todos los demás ámbitos. La diversidad habría pagado entonces un alto precio, en aras de una «libertad» impostora.

El ya fallecido Javier Muguerza profundiza en el nexo entre Cosmopolitismo y derechos humanos. ¿Es deseable una ética no universal (dado que su implantación ignoraría el recorrido histórico de las comunidades), pero sí cosmopolita, donde el acuerdo de mínimos se alcanzaría en el respeto a tales derechos?

Para finalizar, Fernando Vallespín firma El problema de la fundamentación de una Ética Global. En sus líneas describe características transversales a aspirar del concepto, habida cuenta de que las interpretaciones de lo bueno y lo malo pueden no coincidir en cada cultura.

Señalaba antes, y lo reitero, que el esfuerzo para aprovechar lo que estos señores y señora desean transmitirnos no es baladí. Al menos, por parte de quienes solo presumimos de formación filosófica básica. Si alguien se fía de mi criterio, practicará una lectura pausada, meditativa, que alargue un poco las casi ciento cincuenta páginas por delante.

En caso contrario, la impaciencia desdibujaría ensayos de mérito. Y no es plan.


lunes, 16 de diciembre de 2024

La noria

Clave de lectura: Un día en la cadena vital que une a treinta y siete personas en la Barcelona del blanco y negro.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Si tú me dices ven, de Los Panchos ♪♪♪
Portada del libro La noria, de Luis Romero.

Te despiertas un día y piensas: ¡en fin…!

Crees que no vas a vivir nada especial (como si abrir los ojos fuese a resultar eterno). Ducha, desayuno, una camisa del armario, cepillar el polvo de los zapatos, quizá un rápido vistazo al cielo por si el paraguas…

Te paras frente a los estantes del salón, porque ayer terminaste un libro y toca elegir el siguiente.

Casi al azar (recuerda que algunos libros nos eligen a nosotros y no al revés), extraes ese en cuyo lomo figura La noria. No lo has leído aún.

Y, según vas recorriendo sus líneas, satisfecha la primera curiosidad, llegas a la conclusión de que te gusta. Caray, te gusta tanto que empiezas a pensar en cuántas estrellas le vas a conceder en ese blog de andar por casa que tienes.

Un momento: ¿por qué hablo en segunda persona? ¡Qué tontería! Según voy recorriendo sus líneas, llego a la conclusión de que…

Luis Romero escribió una novela más que buena. Hasta la nota autobiográfica resulta en gran medida emocionante:

El último día de 1950 marcho a Buenos Aires. Gloria se había anticipado y me estaba esperando. Era mucho el papeleo que te exigían para viajar en aquellos tiempos. En Buenos Aires trabajé en lo que siempre fue mi oficio, los seguros. A mis horas libres escribo la que será mi primera novela, La Noria. La envío a concursar el Premio Nadal. Un cablegrama me trajo una buena noticia. He ganado el Premio la noche de Reyes de 1952.
Hay que tomar una determinación. En mi profesión se me presenta un porvenir excelente y a corto plazo; puedo compaginar seguros y literatura, vivir con desahogo, enriquecerme y cada dos años, por ejemplo, hacer un viaje a España. También puedo elegir el camino difícil: abandonarlo todo y regresar a España a dedicarme exclusivamente a escribir. El importe del Premio Nadal eran 35.000 pesetas, cifra modesta incluso para entonces. Quien recuerde lo que significaba en los años cincuenta vivir de los ingresos que producía la literatura comprenderá que el riesgo era mucho, muchísimo. Mi mujer estuvo de acuerdo. Regresamos. En Buenos Aires habíamos elegido un punto geográfico: Cadaqués.

La noria es un relato que contiene muchos relatos. Treinta y siete, por contarlos de forma exhaustiva. Treinta y siete cortometrajes en la vida de treinta y siete habitantes de Barcelona que giran, giran, giran…

A diferencia de historias corales del estilo de La colmena (inevitablemente asoma este título icónico en la memoria), en la obra de Romero los personajes solo coinciden de dos en dos: el protagonista de cada capítulo se relaciona con el del capítulo siguiente y le pasa el testigo de la acción, tras lo cual desaparece.

De la acción y del punto de vista porque, aunque exista un narrador externo, las treinta y siete figuras se mueven en circunstancias diferentes, con maneras de pensar y reaccionar del todo propias. Como en el mundo real.

Exacto, el mundo real. «Realismo» sería una denominación bajo la que clasificar el texto, en caso necesario. Esa corriente que tantas alegrías-tristezas nos transmitió en la literatura de posguerra (Cela, Aldecoa, Laforet, Fernández Santos, Sánchez Ferlosio…).

El tono se establece desde el principio, cuando Dorita y su acompañante recorren la calle de Pelayo en un taxi, aún de madrugada.

Diez horas antes no se conocían, pero Dorita es una profesional y quiere demostrarle cariño.

Además, parece un caballero. Fuerte, de Bilbao, un poco ingenuo. ¿Cuánto habrá en los billetes que deposita en su mano, junto a las flores con gotas de rocío del Prat? ¿Quinientas? No mires aún, no seas impaciente.

¿En qué se gastará el dinero? Mañana le toca salir con el tío gordo ese, estúpido pero rico. A él le saca mil, por menos que ni se le ocurra.

El taxista, Manuel, ha pasado la noche al volante. Tras dejar a la pasajera, antes de irse a casa, se detiene para tomar una barreja con anís del Mono. Entre otros motivos para el malhumor, el Barça va fatal.

Su hija Lola, dependienta en una librería. Don Álvaro, que entra para preguntarle por la nueva edición del Valbuena (¿qué será eso?). Francisco, el estudiante que contesta a las preguntas de este catedrático en el examen de bachiller…

Como nexo, una ciudad que puede haber hoy desaparecido, haberse visto transformada en infinitos aspectos, pero cuya esencia quizás alguien aún reconozca. El tiempo transcurre en sus calles, barrios altos y bajos (muy altos y muy bajos), hasta la siguiente madrugada.

La rueda de cangilones jamás se detiene. ¡En fin…!

Te despiertas un día, te paras frente a los estantes del salón y te llevas una estupenda sorpresa.


jueves, 12 de diciembre de 2024

Alétheia

Estación de metro de Sol en Madrid.

¿La verdad? ¿Qué es la verdad? Alétheia

No es que me haya despertado hoy resacoso (in vino veritas), en trance filosófico o que escuchar el interrogatorio cantado por Pilatos en Jesucristo Superstar («¿es mi verdad la misma que la tuya?») me aboque al misticismo musical.

A lo mejor hay una verdad intrínseca distinta a la percibida por los sentidos. En física, ¿no afecta la mera observación de un fenómeno a los resultados que de ella se extraen?

También una verdad inducida, por supuesto. ¿No defendemos los mayores absurdos como verdades, por presión social o cultural? Hasta morimos por ellas.

¿Aumenta la verdad ante un espejo? ¿Se divide su valor por la mitad?

Seudoverdad, posverdad… A la mejor caben muchas verdades, opuestas y complementarias, en el multiverso. El yin y el yang… O ninguna, como opinaba Nietzsche. ¿Quién nos dará luz?

Si planteo una pregunta tan abstracta es debido a ese señor que se cuela en el metro delante de mis mal rasuradas barbas, una vigilante viene a llamarle la atención de palabra y él se arroja al suelo mientras pide socorro porque «le están agrediendo».

Acuden buenas personas en su defensa y, tras disolverse el follón, aún persisten en el aire indignadas denuncias a la brutalidad del uniforme. «¡Qué vergüenza, esto hay que denunciarlo!», etc.

Un viaje suburbano gratis, una «segurata» en retirada por si las moscas y una verdad triunfante a los ojos de varios testigos, convencidos de saber quién es la mala y quién el bueno.

Y este que suscribe mudo de pasmo, por expresarlo de forma autoindulgente. Ponte tú a discursear: ¡Amigos, romanos, compatriotas, prestadme atención!

En fin, respuestas a la duda bienvenidas. No es necesario, pero puntuará un trasfondo socrático, tomista o kantiano.

Tengo verdadera curiosidad.

viernes, 6 de diciembre de 2024

Secesionismo y democracia

Clave de lectura: Argumentos y respuestas de la democracia ante tribalismos independentistas.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Concierto para una fiesta (III. Allegro moderato), de Joaquín Rodrigo ♪♪♪
Portada del libro Secesionismo y democracia, de Félix Ovejero.

Día grande de nuevo, este de la Constitución Española.

A lo largo de los años he dejado claro en el blog mi orgullo y defensa de la idea constitucional, a expensas de que una idea aún mejor viniera a renovarla. Una constructiva.

Ya que hasta ahora no la he encontrado —más bien al contrario, las piquetas de derribo suelen exhibirlas quienes quisieran algo pequeño, ajustado a su mezquina visión de la vida—, continúo celebrando lo que tenemos.

Como parte de la fiesta, traigo un libro del profesor Félix Ovejero: Secesionismo y democracia.

La emocionalidad que tanto influye a la hora de formarse criterios de cualquier cosa olvida demasiado a menudo la componente racional del binomio pensamiento-acción. En un mundo líquido, según la famosa metáfora de Bauman, parece que no hay tiempo para nada que no sea dejarse llevar por la corriente del instinto.

Aguas convenientemente dirigidas, añado yo. Sin cauces libres.

Por el contrario, este ensayo se estructura a la manera clasica: hipótesis, prueba y refutación. Es decir, recoge los planteamientos de quienes desean fragmentar España, clasifica sus razones en algún conjunto argumental reconocido y las examina. No se salvan.

La introducción aclara el marco de referencia. Por ejemplo, nos enseña a diferenciar entre democracia deliberativa y democracia de negociación o de mercado.

Continúa exponiendo la teoría plebiscitario-libertaria, basada en el principio de autonomía para decidir (suele hacerse una equivalencia con el derecho al divorcio).

La teoría adscriptiva alude a una voluntad mayoritaria dentro a su vez de una comunidad autoidentificada como «nacional» (las naciones sin Estado tendrían derecho al mismo).

También se lista la teoría de la minoría permanente, esgrimida cuando un grupo ve restringidos sus derechos al no contar con un elevado número de miembros (con posible explotación económica o desprecio cultural por parte de la mayoría abusadora).

Y no dejamos atrás a la teoría de la reparación, también denominada «de la causa justa» (ausencia de condiciones democráticas, un territorio soberano ocupado o violaciones persistentes de derechos).

Vale la pena subrayar que la teoría de la reparación no se ve afectada por las apelaciones a «voluntades democráticas», al menos mientras estas no dispongan de argumentos independientes —como la mencionada privación de derechos—. Si nos tomamos en serio que no hay un derecho incondicional a levantar fronteras, carece de relevancia moral que muchos quieran la secesión (teorías plebiscitarias), que existan comunidades culturales con voluntad de autogobierno (teorías adscriptivas) o que las minorías no consigan convertirse en mayorías (teoría de la minoría permanente). Estas circunstancias importarán solo si se acompañan de razones independientes. Lo importante aquí es la existencia de injusticias probadas y sistemáticas. Es más, sin injusticias, la apelación al número, a la identidad o a la condición minoritaria estaría en el origen de la defensa de privilegios o de limitaciones de derechos. En el caso español, tenemos las conocidas invocaciones de las comunidades más ricas a unos supuestos «derechos históricos» o a singularidades culturales para justificar un trato fiscal distinto. La secesión, sin injusticia, supondría una violación de elementales compromisos con la igualdad de los ciudadanos; de hecho, unos decidirían los derechos políticos de otros en su propio país; es más, se arrogarían la potestad de convertirlos en extranjeros. Desde esta perspectiva, no habría diferencia relevante entre la secesión y el racismo o el sexismo.

Bajo la lupa, en ningún caso pueden justificarse las reclamaciones independentistas. Ninguno. La política española adolece sin duda de defectos, inherentes por otra parte a toda la sociedad contemporánea, pero los derechos cimentan el ordenamiento jurídico. Ningún grupo, ni siquiera un gobierno —y mira que lo intentan—, puede romper el esquema básico de convivencia: que yo exista no significa que no existan los demás y viceversa.

¡Y viceversa! Lo voy a poner entre signos de exclamación. Si el respeto, el reconocimiento del «otro» como un igual y un interlocutor solo funciona en un sentido, se trata de una carretera que nos lleva directos al abismo.

En consecuencia, si estimamos la trayectoria recorrida desde que nació la noción de república (como concepto social, no necesariamente sistema de Estado), levantar una frontera interior entre «el que habla como yo quiera que hable» o «el que piensa como yo quiera que piense» a un lado, y el «extranjero usurpador» al otro, supone una amenaza ante cuyo calibre no podemos ceder ni un milímetro.

Si la democracia es nuestra virtud, por supuesto. Si acaso preferimos una fantasía solipsista…

Aunque, en cuestión de milímetros, los políticos no atiendan a intereses más allá de la distancia que les separa de sus amadas poltronas. Así nos va.

Título muy recomendado y hasta fundamental. De celebración o de indiferencia, espero que sea lo primero, ojalá paséis un buena jornada.


miércoles, 4 de diciembre de 2024

Cultura sidrera asturiana

Violinista con iluminación verde.

Me vais a perdonar pero, ya que están apareciendo por todas partes iluminaciones verdes…

Fachadas verdes, carteles verdes, portadas de prensa verdes…

Y botellas verdes, claro.

Pues en algo tendré que colaborar, modestamente: una foto alegre con fondo verde.

La cultura sidrera asturiana, declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

P. D.: Los entendidos dirán que la imagen sale desenfocada porque el tiempo de exposición es más largo que la velocidad de manos del violinista. ¡Qué va!

Es que la sidra, en determinados volúmenes… En fin, ya sabéis. Rica, rica.

lunes, 2 de diciembre de 2024

Filosofía felina

Clave de lectura: ¿Cómo enfocan la vida nuestros amigos los gatos? ¿Podemos copiarlos para ser felices?
Valoración: Se deja leer, pero va de más a menos interés. ✮✮✮✩✩
Música recomendada: La Bohème (Che gelida manina), de Giacomo Puccini ♪♪♪
Portada del libro Filosofía felina, de John Gray.

A lo largo de su Filosofía felina, subtitulada en la edición española Los gatos y el sentido de la vida, John Gray propone un tema digno de juguetear con la zarpa. ¡Miau!

Parte de una pregunta genérica: ¿por qué los humanos le damos tantas vueltas a cosas abstractas, sin respuesta clara, en busca de o huyendo de… (escríbase aquí la cuita metafísica favorita de cada uno)? ¿Por qué nos calentamos las neuronas?

Si de esa manera intentamos dar alcance a la felicidad, es obvio que jamás la disfrutaremos. Porque la autoconciencia deriva en la comprensión de una única cosa cierta: vamos a morir. Un punto que nos obsesiona más allá del instinto evolutivo de supervivencia.

Tal nube nos cubre los ojos e impide dar su verdadero valor a lo que mientras tanto tenemos: el aquí y el ahora. Desperdiciamos nuestros años obedeciendo a excesivos afectos y defectos.

Los gatos, por el contrario, no parecen sufrir. No se preocupan. Como mucho, están satisfechos en nuestra compañía de proveedores de alimento. Pero cuando faltamos se las arreglan con igual fortuna, como si nunca hubiéramos existido.

Exploran, se aparean, van a su bola cada segundo, haciendo caso omiso de tiempos venideros. «Siguen su naturaleza». ¿Y si los copiáramos?

¿Algo así como una apología de la bohemia?

Para cualquier criatura viva, una vida buena estará en función de aquello que necesite para hacer efectiva su naturaleza. La vida buena guarda relación, pues, con esa naturaleza suya, y no con ninguna opinión ni convención. Como ya señaló Pascal, los seres humanos son una excepción, pues poseen una segunda naturaleza formada por la costumbre, añadida a la naturaleza que ya tienen al nacer. Para ellos es natural también confundir la segunda por la primera, y muchos que han vivido conforme a las costumbres de sus sociedades han tenido una mala vida por ello. La de equivocar su propia naturaleza, sin embargo, no es una costumbre gatuna.

Me entran dudas, síntoma de que la complejidad humana relega a mi filia por el ronroneo y el miagar.

El texto va deslizándose de más a menos. Cierto que menciona a Aristóteles, Montaigne, Pascal, Spinoza y otros pensadores de fuste, además de referirse a conceptos como la moral. También describe la relación entre ambas especies durante siglos, y todo eso está bien. Pero...

Pierde fuelle. La tesis queda expuesta repetidas veces y Gray insiste sin profundizar, a base de historias de mininos que no pasan de lo anecdótico, con lo que la capacidad de convicción de su ovillo se deshilacha. Lo malo es que la deriva se hace patente ya a mitad del volumen.

En fin, aprobado, John. Aprobado como una raspa de sardina. Se deja leer, pero seguro que puedes conseguir más.

Que alguien me rasque ahora un poco el lomo. ¡Miau!


jueves, 28 de noviembre de 2024

Theodora

Theodora no es una ópera. Oratorio dramático, dice el programa de mano.

Entro, subo las escaleras, paseo mientras suenan las conocidas fanfarrias de inicio de la función.

Ya desde la obertura noto «algo», sensaciones como las que describen a Harry Haller en El lobo estepario: «apareció tan dichosamente abstraído y entregado a ensueños tan venturosos…».

El programa advierte de que «esta producción muestra escenas violentas y contiene temas de terrorismo, acoso y explotación sexual».

En una época donde también se advierte de que Bogart y Bacall fuman, Lo que el viento se llevó es racista y prefiero no pensar en los avisos previos para Blancanieves y los siete enanitos, pues sí, los contiene. Supongo.

Cuando escucho a Joyce diDonato cantar As with rosy steps the morn, me olvido de todo.

Cuando Julia Bullock e Iestyn Davies pronuncian To thee, thou glorious son of worth, más que un dúo, lo que mis oídos sienten es… es…

¿Por qué buscar tan tanto ahínco palabras? Las palabras son importantes, pero a veces…

Han pasado más de tres horas y desciendo de nuevo a la calle. Me espera mi pinta dorada ritual.

Según el reloj, va a comenzar un nuevo día.

Porque, en una época y un mundo donde casi todo resulta absurdo, casi invivible…

Haendel da fuerzas para continuar.


domingo, 24 de noviembre de 2024

Para amantes y ladrones

Clave de lectura: La escritura como cristal, transparente y oscuro, de la vida.
Valoración: Me gusta mucho ✮✮✮✮✩
Música recomendada: La Creación (Von deiner Güt', o Herr und Gott), de Joseph Haydn ♪♪♪
Portada del libro Para amantes y ladrones, de Pedro Zarraluki.

Me preguntaba, hace un par de entradas, si cierto título merecía la calificación de destacable. Algo mohíno, hacía alusión al predominio del interesante fondo sobre la recargada forma.

Pues bien, el de hoy, Para amantes y ladrones, sirve de contraste para ilustrar lo que a mí me gusta como «forma».

Y es que Pedro Zarraluki acaricia el lenguaje, le da fuerza, hace que el significante se eleve gozoso a los ojos. Evita, sobre todo, distractores fuegos de artificio. En cuatro palabras: escribe que da gusto.

El protagonista homónimo, Pedro, está inmerso en la mayor confusión que se puede tener a los diecisiete años: las chicas.

¿Cómo son? ¿De qué manera granjearse su favor? Ojalá, al igual que han conseguido otros del pueblo, bastante más cazurros, se echara novia.

Pero ni siquiera tiene moto, apenas una triste bicicleta. Con ella hace los repartos del colmado de su madre, al tiempo que aprende con su padre los secretos de la cocina.

Paco, editor envejecido y epicúreo, propietario de una masía, requiere su ayuda. Van a acudir invitados a pasar el fin de semana y la señora que le lleva la casa ha sufrido un accidente. No se va a ocupar el jardinero marroquí de preparar comida, cena y desayuno, ¿verdad? O de servir las bebidas.

Además, Pedro se codeará con personas de cuya creatividad puede esperar grandes descubrimientos: los invitados son escritores.

Una tempestad de época arrasa los caminos. Todos llegan empapados al refugio.

Antón Arriaga se especializa en relatos policiacos; las andanzas del detective Palomares venden mucho y bien.

Su mujer, Dolores Malnom, acaba de ganar un importante premio con una obra «nihilista y bella».

Humberto Ardenio Rosales, el más antiguo de los representados por Paco, se hace acompañar de la joven secretaria Polín.

Llevaba puesto un albornoz de color rosa. Cruzó el salón caminando muy lentamente, abrazada a sí misma, complaciéndose en los últimos goces del sueño con el impudor con que lo hacen los niños. Al verla fui víctima de un renovado ataque de veneración que me llevaría de inmediato a una situación grotesca. Polín se sentó a la mesa y y bostezó ostentosamente. Obnubilado, pensando sólo en servirla, en que me viera, en verla más de cerca, me apresuré a llevarle una taza. Cuando la puse frente a ella descubrí que llevaba en la otra mano un langostino. Solté un hipido de horror, como si lo que estuviera mostrando fuera en realidad una carta de amor a la secretaria. Todos en la mesa se inclinaron un poco hacia delante para observarlo.

Isabel Togores y Fabio Comalada aparecen discutiendo sobre la inmerecida fama de Nabokov, capaz de aburrir describiendo el revoloteo de una mosca. ¡Ah, pero Balzac es diferente!

Paco les propone entonces que cada uno imagine una historia y él imprimirá el conjunto como regalo a sus amistades. El tema será «el malentendido».

Folios vacíos. La nada. El supuesto poder de la creación y ellos en ese lugar, en ese preciso momento, entrelazados, enfrentados, abrazados por cielos e infiernos que aúllan tanto por dentro como por fuera.

Secretos. Flaquezas. Poses ensayadas para atraer al público ahora inservibles.

Y Pedro, relator y participante al tiempo, testigo y cómplice, aprende que la vida consiste en eso: una página en blanco. Donde escribimos, bien para nosotros mismos, bien para satisfacer lo que esperan de nosotros los demás.

O apenas aventuramos esbozos. O permanecemos sentados ante ella sin ser capaces de hacerlo.

¿En qué me baso para recomendar estas páginas con cierto fervor, parecido al de Antón hacia la botella de whisky? Aparte de la arquitectura formal que alababa al principio, el estilo tan fluido de Zarraluki.

Es una novela que atrae. La construcción —«o deconstrucción»— del entorno, las circunstancias y las figuras reunidas para celebrar el misterio del cordón umbilical entre los autores y sus obras no deja indiferente. Sus conclusiones, totalmente integradas en la trama, ahondan en la complejidad de personas, actos y pensamientos.

Ojalá la próxima alcance niveles parecidos. Ya os contaré.


viernes, 15 de noviembre de 2024

El camino

Perro sobre la carretera al atardecer.

Los días se hacen cada vez más cortos.

Los caminos son cada vez más largos.

Caminos veteados de penumbras.

Y de cansancio.

lunes, 11 de noviembre de 2024

La última batalla de Fernando de Abertura

Clave de lectura: Destino de unos personajes ajenos a su propia voluntad, entre 1931 y 1939.
Valoración: El fondo bien, la forma menos ✮✮✮✩✩
Música recomendada: Por quién doblan las campanas, de Victor Young ♪♪♪
Portada del libro La última batalla de Fernando de Abertura, de Emilio Durán.

¿Es La última batalla de Fernando de Abertura una obra destacable? ¿De esas que frunces los labios, elevas las cejas y sacudes de arriba abajo la cabeza en gesto de aprobación?

Premio Provincia de Guadalajara «Camilo José Cela», ostenta bajo el título. ¿Se merece una medalla literaria?

A lo primero respondería que no, aunque conviene matizar. A lo segundo, que ignoro el nivel de los demás trabajos presentados en 1994. Quizá fuera el mejor, al fin y al cabo.

Emilio Durán sabe escribir, si por tal arte entendemos colocar cada palabra en su sitio y dar al conjunto un sentido orgánico. Hasta ahí, de acuerdo. ¡Pero su expresión llega a resultar tan barroca!

Adjetivos sin medida, ornamentaciones gongorinas, manierismos tan recargados como una columna de Churriguera…

Fue de allí de donde salió el acre olor, la negra humareda que, prolongando sus ramificaciones por encaladas pilastras, anchísimas escaleras, altas ventanas, se escapó en aquella distante y fría noche de noviembre del 49 por los cristales rotos del balcón de la Plana Mayor hasta cruzar la calle solitaria, apenas iluminada por el farol agonizante de la esquina, fanal de popa del navío náufrago de la tienda de ultramarinos de Benigno Liébana. Resonaron, entonces, recios los golpes en la puerta claveteada del cuartel, repetidos y nerviosos.

Quien se aventure más allá de la portada corre el riesgo de dudar ante frases por el estilo. Debe convencerse de que, a despecho de la falta de naturalidad (para mi gusto), el argumento presenta interés.

El día en que se proclama la República, el capitán Mario de Abertura, veterano de la guerra de Marruecos, cumple servicio de guardia. Una multitud se aproxima al cuartel en demanda de armas para hacer la revolución y él, en cumplimiento del deber y a riesgo de linchamiento cuando traspasa el portón para hablarles, se las niega.

El deber: valor inculcado por su padre, don Fernando, que ha alcanzado las estrellas de coronel a pesar del origen humilde. Un militar ha de apartarse de patrioterías y actuar con patriotismo, sirviendo al orden civil y legal.

Al frente de los ansiosos por que el nuevo sistema no tenga rasgos burgueses se encuentra Benito, mozo de hotel y líder de una célula comunista, con quien Fernando suele conversar. Las profundas diferencias que los separan no impiden el respeto e incluso el mutuo aprecio.

Regla, la esposa del militar, abomina de que los vean juntos. Podrían creer que está de acuerdo con sus ideas. Los demás oficiales, apartados de la carrera si no prometen fidelidad, tampoco saben a qué carta quedarse con él. ¿Se uniría o no a una rebelión?

Desde el momento en que se cruzan, Soledad podría convertirse en su amante. Soledad, a quien Benito ama.

En un diario escrito por don Fernando se describe el pasado y el presente del mundo en que se mueve la familia. El narrador se dirige a alguien desconocido (¿un soliloquio?) que va recorriendo sus páginas.

En otra crónica escrita por alguien del pueblo, temerosamente escondida durante años, se rellenan huecos: Los noventa días. La guerra civil en las Navas de Ebora. Todos se encuentran allí aquel julio de 1936.

Porque la República está herida de muerte por todos y todos han de participar en la fiesta del horror. El bando… El bando no necesariamente se elige. ¿Amor? ¿Amistad? Odios acechantes, pelotones de fusilamiento al amanecer, toman por sí mismos la decisión.

No, el interés no es algo de que carezca esta novela. Existe detrás una historia. Ay, si a Durán le hubieran gustado más las líneas rectas que las curvas al componerla…