Recuerdo aquel verso del poeta: «Mi oficina da al mar».
La mía no.
Los contemplo a través del vidrio. O de lo que quiera que estén hechas las ventanas modernas que no se dejan abrir. Si hubiera sido escritor, serviría de testigo poco omnisciente.
Ella, sentada sobre el muro que protege la civilización de asfalto de la hierba, se balancea igual que una niña en su columpio.
Abrigo de cuadros azules y grises. Zapatos negros, creo desde esta distancia. Vaqueros que se ensanchan a la altura del tobillo. Media melena. Gafas grandes de pasta, otra vez de moda…
Sonríe, eso al menos no tengo que achinar los ojos para adivinarlo.
Él, de pie a su lado, habla sin interrupción. De vez en cuando roza con la mano una pierna de ella, con descuido, como si quisiera ayudarla en su impulso al cielo.
¿Descuido? Ya, ya… Mira que las manos luego van al pan, le advierto, igual que cuando veo fútbol por la tele e insisto al que lleva la pelota que la pase al extremo izquierdo. Y el mismo caso me hace.
¡La ropa, un momento, la ropa! Si hubiera sido escritor, los detalles ya habrían quedado claros: anorak de un tono extraño, cercano al cian (no me gusta, en un libro lo cambiaría a azul tormenta). Vaqueros de corte recto, clásico (eso sí está bien). Pelo corto, ni mucho ni poco. Rostro delgado y anguloso.
Repito, hasta donde me llega la vista en este observatorio improvisado. Que, por mucha operación de rayos láser y la madre de la guerra de las galaxias, los miopes siempre quedaremos miopes.
Me pregunto por qué remolonean a las once y media, mientras el resto de currantes ofrendamos hasta la última gota de sudor a la sacrosanta chorrada a la que quiera que cada uno nos dediquemos.
No fuman. No toman café. No se enseñan gráficos con la estimación de ventas del trimestre.
¿De qué se conocen? ¿Cuál es su relación? ¿Compañeros de trabajo, amigos, amigos-amigos, amigos de los de buenos días, tigre? ¡Aurrrrggg! Ni siquiera calando las gafas les distingo anillos.
A lo mejor acaban de cruzarse en la puerta del edificio y algo les ha empujado afuera. Puertas circulares, ya se sabe. Gira que te gira, que te gira, que te…
¿Y el tema de conversación? ¿Qué milonga le estará intentando colar el tío, que no calla? ¿Una queja, un chiste, ganó ayer el Madrid, algún descubrimiento sobre el álgebra de Boole…?
¿Que qué co… lodrillos es el álgebra de Boole? Bueno, no os preocupéis, yo también tuve que informarme alguna vez. Un objeto booleano es… es… ¡Ay! ¡Se me olvidó!
Ella sigue sonriendo, inclina la cabeza, se impulsa más arriba en el columpio de aire, más.
Ajá, ya lo tengo: agentes secretos. O dos inteligencias artificiales implantadas en cuerpos clonados. O, bajo el abrigo y el anorak, ¿no ocultarán capas templarias?
Si hubiera sido escritor continuaría apuntando ideas, memorizando rasgos, sugiriendo que los plátanos de sombra al otro lado del muro susurran para ellos una canción invernal (platanus hispanica, por supuesto, aunque los ingleses les digan London plane, menudos piratas).
En fin, no he podido ofreceros una historia con sus andamios bien puestos, lo siento. O mejor un poema. Uno sobre el mar…
Tengo que volver a mi sacrosanta chorrada tras la ventana. Cuánto me gustaría haber sido escritor.
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