lunes, 15 de julio de 2024

Fábulas de robots

Clave de lectura: Aventuras de los seres más inteligentes del universo.
Valoración: Stanislaw Lem me tiene desde hace mucho a sus pies ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Robots (Overture), de John Powell ♪♪♪
Portada del libro Fábulas de robots, de Stanislaw Lem.

No entiendo muy bien el título elegido por Stanislaw Lem para este libro: Bajki Robotów. Fábulas de robots.

Desde que leí la inefable Ciberíada, tanto tiempo atrás, sé distinguir perfectamente entre robots y constructores con diploma de omnipotencia perpetua.

Seres de cuerpos metálicos como Clapaucio y Trurl, que viajan entre planetas ofreciendo ayuda y buenos consejos a civilizaciones menos agraciadas. Incluso a esos, brrrrrr, paliduchos.

¡Qué blandos, por favor! ¡Vaya obscenidad! ¿Qué tornillo se le habrá aflojado a la princesa Cristalia, cuya bellísima presencia hace saltar chispas eléctricas hasta del hierro común, para desear unirse a uno de ellos?

Aparte del detalle en la denominación, Fábulas de robots muestra a uno de mis autores favoritos en excelente forma creativa.

Se trata de relatos relacionados con el anterior título que mencionaba. No solo a través de sus personajes, sino del espíritu general que los anima.

En efecto, si en aquel los protagonistas descendían sobre el mundo dividido entre los reyes Monstrogrito y Monstropito y aplicaban la receta de Garganciano tras serles exigidas armas para aniquilar al enemigo, el comienzo de esta ocasión incluye a tres electroguerreros, Cupricio, Ferricio y Cuarciano, que intentan conquistar a los habitantes del planeta de hielo Crionia. Y otra vez la sabiduría vence al militarismo.

El universo literario de Lem se nutre de una imaginación muy perceptiva, que invita a la complicidad. Podemos adivinar las motivaciones de sus palabras tras las brillantes carcasas: son realmente profundas.

En cuanto a la forma, despliega una ironía tan elegante que las mayores tragedias existenciales se transforman en divertidas epopeyas galácticas.

Disfrutamos de esas cualidades junto al ingeniero cosmogónico que enciende las estrellas, por ejemplo. ¿Qué consecuencias tendrá en Actinuria dejar a su poco ducho aprendiz a cargo de la nebulosa de Andrómeda, mientras él va de aquí para allá con la caja de herramientas?

Conocemos cómo Erg Autoexcitador «venció» a Paliducho, Homo antropos de la clase traqueante, proteínido, fangoso, víscido, la criatura más peligrosa y dañina que existe, ladrón de la llave del entendimiento con que cada noche se daba cuerda Electrina.

Asistimos a los esfuerzos del Gran Cibernador de la Corona, el Gran Aridinámico y el Gran Abstraccionista para deshacerse con sus ingenios de cobre, mercurio y antimateria del monstruo aparecido en Argentio, hogar de los plateados. A qué precio…

La leyenda de la calculadora que luchó contra el dragón. El amigo de Automateo. El rey Globaldo y los sabios… Guardémoslos en la memoria.

Así como a las máquinas ideadas por Trurl, alguna de ellas tan rebelde como para contestarle con cabezonería que dos por dos son siete o tan literal que, al ordenarle Clapaucio que haga «nada», volatiliza grisacos, plucvas, filidrones, zamras, esas guadolizas que hasta entonces habían adornado el firmamento y de las que ya nadie se acuerda.

¡Lem, Lem, Lem, Lem!


jueves, 11 de julio de 2024

Las historias de Marta y Fernando

Clave de lectura: Dos personas se aman. ¿Es suficiente para compartir su vida?
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✮
Música recomendada: Unchained Melody, de The Righteous Brothers ♪♪♪
Portada del libro Las historias de Marta y Fernando, de Gustavo Martín Garzo.

Después de la grata experiencia que me proporcionó la novela Tan cerca del aire, me aproximo a Las historias de Marta y Fernando con los ojos iluminados. ¿Hallaré similar fortuna?

La respuesta es sí. Un sí agradecido. Gustavo Martín Garzo vuelve a atraparme con el mismo estilo seductor, hermoso, del que hacía gala en aquella obra.

No solo es que escriba a un nivel de «elegido» en lo técnico, sino que cada página —cada párrafo, cada frase— transmite un significado imprescindible en su propuesta global.

Lejos de autores que parecen cobrar por «cantidad» y lo que consiguen es un edificio de paredes combadas por la pesadez de lo superfluo.

Estas historias —un acierto que se refiera a ellas en plural, ahora veremos la razón— nos conducen al mundo de dos personas que se aman.

Pero amarse no significa que pasen las horas con labios de miel. Se trata de dos seres que comparten la vida, no una especie de alma platónica desdoblada que anhela refundirse. Ello significa que en sus días y sus noches hay afecto pero también equivocaciones. Comprensión pero también desacuerdo. Luz pero también sombra.

«Historias», por tanto, no «historia» de Marta y Fernando.

Ambientadas en la España recién salida de los años de plomo, donde un hombre y una mujer podían empezar a elegir sus propios roles aunque aún bajo inquisición social —esa señora que les recrimina la desvergüenza de sus abrazos, contrapunto a las colegialas que les miran con embeleso—, la prueba y el error, tanto en los aspectos más íntimos como en los más comunes, nos hacen cómplices de su viaje.

Los «¿sabes que…?», junto a los «¿recuerdas que…?» y los «nunca te conté que…» se llenan con experiencias antes y después de haberse conocido, con la desaparición prematura de sus padres, los compañeros y amigos que les rodean, los vecinos, sus sueños y pesadillas, un examen de violonchelo suspendido, un piso donde hace frío en invierno…

En una suerte de microcosmos dentro de un macrocosmos donde todo puede ocurrir y todo ocurre.

Premio Nadal de 1999 —hay galardones que todavía nos hacen concebir esperanza en la justicia literaria, o al menos solían hacerlo—, obtiene también mi más entusiasta recomendación.


lunes, 8 de julio de 2024

El bien común

Clave de lectura: Propuesta para hallar la justicia y el equilibrio social en el mundo.
Valoración: Es bonito, pero… Bueno, es bonito, dejémoslo ahí. ✮✮✮✩✩
Música recomendada: We Are The World ♪♪♪
Portada del libro El bien común, de Riccardo Petrella.

El bien común, por bien que suene, valga el juego de palabras, es un concepto de aplicación práctica controvertida.

Más o menos, como seres individuales intentamos anticipar los efectos de una acción para decidir si nos resulta beneficiosa, perjudicial o indiferente.

La posibilidad del error siempre existe. Por ejemplo, asociar el sabor amargo de una medicina al desagrado y rechazarla nos llevaría a postergar la cura de un mal. Pero en fin, si acertamos o metemos la pata, se trata de nuestra pata.

Lo que ocurre es que, al juntarse dos personas, aumenta la complicación. Ya hablamos de dos pares de patas que pueden acompasarse, caminar en sentidos opuestos, trabar sus pasos… Y la suma de tres, cuatro, un millón…

A lo largo de la historia no han faltado personas u organizaciones que creían conocer mejor que nadie la conveniencia de la comunidad. En caso necesario, enviaban al paraíso a los escépticos. Ya lo agradecerían, ya…

(Popper, sin ir más lejos, advierte de que el utopismo deriva con facilidad en dictadura).

En el ensayo con el título indicado al principio, Riccardo Petrella analiza si cualquier aspecto de la relación social ha de concederse a la pura voluntad de los participantes —típicamente expresada en las decisiones del «mercado»—, si conviene un cierto control —y quién y en qué medida ejercería tal labor—, o si «lo común» ocupa por derecho la prevalencia.

Doctor honoris causa en numerosas instituciones académicas —su currículo impresiona, sin duda— el autor parte de los «valores» impuestos por la sociedad contemporánea, que se resumen en ganar en todo y a toda costa. A continuación, los critica sin piedad.

Aboga por que abandonemos la economía globalizada, de intereses privados o corporativos, donde la competitividad que, como un mantra, se supone conduce a los mejores resultados posibles, en realidad nos aliena.

Defiende un «contrato mundial» cuyos firmantes trascenderían el juego de suma cero de ganar y perder. Sueña con darle contenido tangible a las aspiraciones de libertad, igualdad y fraternidad.

Bonito, desde luego. Tentador. Aunque, ay…

Ahí surge la cuestión, en los cimientos del discurso. En la bonhomía de las intenciones, el abrazo universalista, la historia en que la felicidad llega a la Tierra Media.

¿Lo creemos factible? ¿De verdad, en términos empíricos, ha habido algún momento en que el ser humano no haya ejercido de lobo hacia el ser humano, pudiendo elegir hacerlo?

(La de prejuicios que soporta la fama del lobo, dicho sea de paso).

El lector tiene el déjà vu de que ya ha escuchado ese mensaje antes, quizá en un sueño. Y de que el mundo es como es.

Y cada intento de poner dicho contrato en práctica se ha visto una y otra vez infiltrado por la, parece que intrínseca, capacidad para estropear, retorcer las ideas, cambiar unas cadenas por otras y presumir de los nuevos grilletes.

¿Debemos entonces perseverar? ¿Mantener la convicción de que, si no median coacciones espurias de juez y parte, el bien común sigue siendo una meta alcanzable?

Petrella insiste en que sí. Yo, la verdad, no tengo ni idea.

A ocho mil millones de conciencias dejo la respuesta. A ver si os ponéis de acuerdo y me contáis…


jueves, 4 de julio de 2024

El enemigo conoce el sistema

Clave de lectura: «Manipulación de ideas, personas e influencias después de la economía de la atención».
Valoración: Bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: Industrial Revolution (Overture), de Jean-Michel Jarre ♪♪♪
Portada del libro El enemigo conoce el sistema, de Marta Peirano.

El enemigo conoce el sistema es un libro que, sin pretender descubrir la rueda, nos explica un poco mejor sus características, usos... y peligros.

La rueda sobre la que habla Marta Peirano resulta, como mínimo, igual de determinante que aquella milenaria invención, aunque bastante más compleja de entender.

El «sistema» incluye todo aquello que utiliza internet como base o entorno de funcionamiento. ¿Qué hay fuera de la red hoy en día?

Y el «enemigo» es… Ahí empezamos a meternos en harina.

De acuerdo con la autora, el «poder», en un sentido amplio del término, nos tiene agarrados a través de imposiciones suaves. Nos manipula mentalmente.

Cualquier interacción digital puede recogerse, grabarse, convertirse en dato e interpretarse para componer un retrato de nuestro interior más ajustado que si nos hubiera llevado al lienzo Velázquez.

Móviles, redes sociales, búsquedas, lecturas, escrituras, compras… La lista no tendría fin. Nuestras motivaciones y decisiones, conscientes y subconscientes, una vez clasificadas, abren las puertas a cualquiera que sepa tocar el botón adecuado.

¿Os creéis que los vídeos que miráis como zombis son fruto de la casualidad? ¿Que los anuncios se lanzan al aire a ver dónde caen? ¿Que vuestros metadatos o vuestra localización no son interesantes para nadie? ¿Que cuando un político os sugiere temer a tal o cual cosa lo hace por afinidad empática?

¿Que la noticia que tanto os indigna no ha pasado por laboratorios antes de que ojos u oídos accedan a ella? ¿Que lo que consideráis «bueno» o «malo» se os ha ocurrido a vosotros solos?

A través de la historia de experimentos conductuales y de cómo trabaja la tecnología por dentro —muy buenas las secciones dedicadas a describir internet y la «nube» en términos físicos, de organización y de procesos— Peirano pone sobre la mesa muchas cosas. Incluso hasta hacernos dudar de nosotros mismos, de la realidad autopercibida.

Algoritmos, big data, inteligencia artificial, adicción a las pantallas, engagement… Amén.


lunes, 1 de julio de 2024

Ahora que lo pienso

Clave de lectura: Reflexiones de un profesor de filosofía.
Valoración: Razonablemente bueno ✮✮✮✩✩
Música recomendada: Preludio a la siesta de un fauno, de Claude Debussy ♪♪♪
Portada del libro Ahora que lo pienso, de Juan Muñoz.

¿Quién es Juan Muñoz?

¿Cuáles son los méritos biográficos que podrían aconsejarnos leer sus libros? En concreto, el comentado hoy aquí: Ahora que lo pienso.

¿Un profesor jubilado que daba clases de filosofía en un instituto de bachillerato? ¿Así de «simple»?

A mí me parece suficiente.

La temática también puede ser descrita con sencillez: Muñoz escribe sobre cosas que le vienen a la cabeza. Ciento setenta artículos —muy «blogueros» en estilo, por cierto— acerca del mundo que nos rodea, nos abraza o nos deja estupefactos. Con especial énfasis en esta última sensación.

En el bloque titulado Con mucho susto aparece la pandemia que tanto nos azotó sin servirnos para aprender nada.

Ciencia y anticiencia. Desconfianza en las personas. Que papá Estado nos ordene en cualquier aspecto ante la imposibilidad de entendernos amistosamente.

O la otra cara de la moneda, el anarco-capitalismo, con un Estado limitado a la gendarmería donde casi todo se organiza por la única regla del más «listo». Y voraz.

En Algunos seres vivos nos habla sobre el tomate, el eucalipto, el petirrojo, el gato, la vaca, el pulpo…

En Cosas de la vida hace un recorrido desde los dentistas hasta los amigos de bar. Desde la pedantería hasta el maniqueísmo. Desde Fauré hasta Debussy.

Cosas de la muerte trae a la memoria a las personas —el padre, el abuelo a cuyo entierro nadie pudo acudir—, pero también a los objetos. Y a uno mismo.

Filosofía mundana: Tales, Aristóteles, Gracián, Hume, Kant, Arendt, Camus, Russell… Frases o notas que dejaron se transforman en asideros.

Personas y personajes son los antiguos maestros: el de física, el de matemáticas, el de historia, la de dibujo. Y, de su mano, Montaigne, Rousseau, Ortega, Newton, Zweig…

Ética y política se ocupa, por ejemplo, del muro berlinés entre gobernantes y gobernados, la búsqueda de poder, los sistemas electorales, el populismo, la democracia, el platónico mito de Giges…

Y, como postre, De todo un poco. Entre Ribadesella y Gijón, con parada en varios miradores durante el camino.

Si el resultado no es ninguna genialidad —porque no lo es—, que dicha valoración tampoco nos confunda: alcanzar la riqueza interior que denotan sus líneas debería ser parte importante de nuestro pacto con el tiempo, antes de que nos volatilice.

Como decía al principio, para mí más que suficiente.


jueves, 27 de junio de 2024

Gorriones

Guacamayos en Copán.

Le observo agazapado tras los visillos, con ojos y paciencia gatunos, como si tuviera que decidir entre zampármelo o juguetear antes un rato con él.

O desahuciarlo al fin de su nidito. Ya puede piar milongas, ya, soy un arrendador a la vieja usanza, al estilo del que amenaza a la viuda en la segunda parte de El Padrino, ja, ja, ja… (si tuviera bigotes me los atusaría, satisfecho de mi maleficencia).

El gorrión no cesa en sus llamadas desde el alféizar. Imagino lo que andará anunciando desvergonzadamente: «Chicaaaaas, estoy libre y tengo casaaaaa, ¿quién quiere venirse a vivir la vida conmigooooo?».

Solo que «su» casa es en realidad «mi» casa. Mi aparato de aire acondicionado, por más señas. El muy cuco ha metido cuatro ramas en un hueco ya bastante lleno de cables y lanza el reclamo de amor con desprecio por la propiedad y las leyes del inquilinato.

Así como se aparta de cualquier admonición en pro de la castidad franciscana. Un pisito así hay que aprovecharlo, parece difundir su pío pío al viento.

Varios días más tarde, el constante batir de alas junto a la ventana atrae de nuevo mis sospechas. Gorrión y gorriona, gorriona y gorrión, van y vienen del hogar al Ikea más próximo (el jardincillo de abajo). Las cuatro ramas se han convertido en un sofá Eskilstuna y un somier Lingör por lo menos.

De acuerdo, me confieso vencido. Quería ser el casero malvado, pero me falta carácter. El amor prevalece y el hueco del aire acondicionado verá abrir cascarones a una nueva generación. Voy a ponerles alpiste y una piscina para el verano, ya que estamos.

P. D.: Foto de guacamayos, foto de cuervos, de pigargo, de gaviota, de pollo de corral, de pelícano, de colibrí… ¿Dónde habré guardado yo una foto de gorriones? Bueno, no le demos más vueltas: que sea de guacamayos, nadie lo va a notar. ¡Amor, amor!

lunes, 24 de junio de 2024

El príncipe destronado

Clave de lectura: Quico nos narra un nuevo día en su vida. Y en la de Cris, la nueva reina de la casa.
Valoración: Muy bueno ✮✮✮✮✩
Música recomendada: El reloj, de Lucho Gatica ♪♪♪
Portada del libro El príncipe destronado, de Miguel Delibes.

Las obras de Miguel Delibes, aparte de otras virtudes como habilidad temática y compositiva, nos permiten beber en un verdadero manantial del idioma. Vaya secreto vengo a desvelar, ¿verdad?

Por ejemplo, gracias al título de hoy quizá descubramos que una mano gafa es aquella que tiene encorvados y sin movimiento los dedos. Personalmente tomo buena nota.

Quico, con casi cuatro años, ya no es el centro de la familia desde que llegó su hermanita Cris. Narrado en primera persona, asistimos a través de sus ojos a un escenario de soterrada competencia.

Si hace trastadas va a venir a buscarlo el diablo. El fuego será su nuevo hogar, como el que expulsa rescoldos dentro de la estufa de carbón.

El Moro, el gato de la vecina, acaba de morir. ¿Los gatos también van al infierno o a la basura?

Juan, otro hermano, le utiliza cuando conviene para juegos. Cuando no, le aparta de su lado o le hace rabiar.

La Vítora, empleada de la casa, se resiente de que a su novio, el Femio, le haya tocado la mili en África. Seguro que va detrás de las negras para lo que los hombres andan buscando… Quico le chilla que «deje de morderla».

La Domi, su niñera, también prefiere a la niña, «a-ta-ta», y amenaza con cortarle el pito si se vuelve a repasar en la cama.

(Repasar, décima acepción: dejar pasar gotas de algún líquido).

Por cierto, «eso» no se toca. Ni siquiera se mira. Es pecado. El diablo…

Papá y mamá se pelean. Mamá parece siempre muy nerviosa. Papá opina que solo lo que él piense es lo correcto y que las mujeres no deberían salir de la cocina.

En la «guerra de papá» mató a más de cien malos. La suya era una causa sagrada.

Así, desde la mañana hasta la hora de acostarse del 3 de diciembre de 1963, tras el sobresalto de la punta que supuestamente se ha tragado, una nueva fecha transcurre para todos.

La tía Cuqui y Emilio, el médico que le mira y que tanta familiaridad muestra con mamá —«ten serenidad, bobita», «también yo tengo ganas», «no puedo ahora», «eres tonto»…—, opinan que Quico es El príncipe destronado y por ello se porta como se porta.

Riqueza de tema, de composición, lingüística... Originalidad, penetración psicológica, un trasfondo susurrante de tinieblas personales...

Yo solo puedo opinar cosas positivas de este libro.


jueves, 20 de junio de 2024

Retrato sobre fondo azul

Trabajador en una salina de Bali.

A veces, cuando publico una entrada donde la imagen resulta protagonista, utilizo la expresión «historia fotográfica» para describir el contenido.

De vez en cuando la historia se cuenta por sí sola. No necesita apenas texto. Lo que se ve es lo que hay.

En otras ocasiones, sin embargo, una fotografía, no importa lo simple que parezca, puede llevar en su interior varios mundos.

Mundos que nacen, se transforman, desaparecen o viven en un parpadeo.

Este señor, por ejemplo, acarreaba bolsas de agua cuando pasé a su lado. «Vaciaba» el mar para obtener sal. La especie de balanza atravesada sobre los hombros, a modo de yugo, convertía cada paso en un esfuerzo encorvado.

No sabía si iba a molestarse por la cámara. De manera tan instintiva como el ojo se acercó al visor, una disculpa asomó en mis labios. Aunque quizá tampoco entendiera inglés…

Pero, nada más descargar el líquido sobre la artesa, al percatarse de mi presencia, tuvo una reacción algo inesperada. Ni de indiferencia, ni de alejamiento, ni de fastidio.

Se le iluminó la expresión. Se irguió para posar, con sus dientes cubriendo una anchísima sonrisa.

Un turista, cuya motivación debían de ser los amaneceres balineses, los paisajes, la música eterna de las olas, se había detenido ante lo que estaba haciendo.

Le había «retratado».

La sonrisa tan franca y su inmediato gesto de saludo me traen ahora a la cabeza pensamientos de sencillez, de afabilidad, de alegría incluso ante los pequeños acontecimientos cotidianos.

La historia del trabajo esclavo, sin reconocimiento ni redención durante siglos, que quise componer en un primer momento, quedó de alguna forma velada.

¿Y él? ¿Cuáles serían las palabras que elegiría si pudiese contemplar aquí su rostro? ¿Cuál sería su propio relato del fugaz encuentro?

Nunca podré saberlo.

lunes, 17 de junio de 2024

Hormigón

Clave de lectura: La vida de Rudolf es un cúmulo de sensaciones de disgusto.
Valoración: Sí que es un disgusto, sí ✮✮✩✩✩
Música: El sueño de una noche de verano (Obertura), de Felix Mendelssohn ♪♪♪
Portada del libro Hormigón, de Thomas Bernhard.

Hormigón, de Thomas Bernhard, es una novela con cierto prestigio crítico. A pie de página os dejo un par de enlaces favorables a su causa en blogs que sigo1.

Además, me la recomendó personalmente alguien que aspira a ser escritor. Se trataría de un modelo a imitar, según me dijo. La puso por las nubes.

A pesar de padrinazgos tan prometedores, tras leerla me temo que despierta en mí impresiones opuestas. Consigue pulsar el botón del «modo cascarrabias».

Su horripilante pesadez casi me vence los párpados.

El protagonista, Rudolf, desgrana en un soliloquio la infelicidad que le aqueja. Intenta redactar la biografía de Mendelssohn, el gran compositor romántico, pero por unas razones u otras se encuentra encallado.

Dichas razones podrían resumirse en su carácter misántropo: no está cómodo en compañía de nadie ni le gusta hacer nada.

Sobre todo, le irrita que su hermana Elisabeth no pare de entrometerse. Ella debe de ser la causa que le impide avanzar, con su carácter tan contrario al arte. Aunque tampoco se vea capaz de cortar lazos.

Y el desagrado existencial termina encauzándose en un escaso aprecio hacia su misma persona. La neurosis es la dueña de cada día. La obsesión. El amor-odio imposible de resolver.

Por otro lado, gracias a la herencia de sus padres no sufre de problemas materiales. Decide entonces viajar desde su residencia austriaca de Peiskam a Palma de Mallorca, lugar que conoce bien.

Pero es que —con vuestro permiso, interrumpo aquí la sinopsis, me da lo mismo que el argumento continúe si lo hace hacia la nada— tantas angustias lo único que me transmiten es incredulidad. No consigo descifrar el derrotero de esta historia. Cualquier sentido, ni lógico ni empático.

Deduzco que el autor quiso escribir la proverbial «gran obra» sobre la tragedia de la vida, llena de reflexiones trascendentales en cada coma y, de tan «profunda», se convirtió en insondable.

Ayuda al fastidio el conglomerado estructural, de párrafos eternos, repetitivos, deslavazados, rebeldes a la ortografía —¿rebeldes sin causa?— que exhibe como marca personal. Con fuerza de voluntad alcanzo la última página, pero… ¡¿Modelo a imitar?! Modo cascarrabias con las luces rojas intermitentes.

En definitiva, héroe o villano, vistas las discrepancias de criterio, solo a cada uno de vosotros, si os acercáis al texto de Bernhard, compete la última palabra. Todos hallaréis vuestra verdad.


1 Reseña en Desde la ciudad sin cines. También en Un libro al día.


jueves, 13 de junio de 2024

Nuestro mundo (XIX)

Museo Memorial de la Guerra en Lofoten.

En cierta ocasión comenté un libro titulado ¿Quién soy yo… y cuántos?, del filósofo alemán Richard David Precht.

Al comienzo de aquella entrada me preguntaba si la persona que hoy lleva mi nombre es la misma de hace veinte o veinticinco años, ya que el transcurso del tiempo nos modela no solo en un evidente sentido físico, sino creando, matizando o haciendo desaparecer múltiples capas de pensamiento.

¿Podría alguien que volviese a encontrarme tras un intermedio de lustros creer que no he cambiado? O al contrario, manifestar que yo ya no soy yo, sino «otro»… ¿Para mejor? ¿Para peor?

¿Quizá debería aplicar el aforismo de Goethe según el cual si me conociera a mí mismo saldría corriendo?

Con motivo del aniversario del desembarco en Normandía celebrado hace una semana, han proliferado los documentales televisivos que analizan la histórica jornada.

En uno de los que he visto, diversos supervivientes comparten sus recuerdos: las horas previas al «Día D», las impresiones nada más caer el portón de las lanchas —desde su interior y desde la orilla—, si consideran que el objetivo valía de verdad la pena habida cuenta del riesgo personal, si volverían a participar…

Y las palabras de un entrevistado, el tercer señor tudesco que aparece en estas líneas, me llaman tanto la atención como para buscar bolígrafo y dejarlas anotadas:

Si hubiéramos llegado con suficiente rapidez habríamos evitado la invasión […]. No éramos fanáticos, teníamos valor para combatir. Era nuestro deber. Habíamos aprendido a morir por la patria […]. Lo digo sin reservas: sigo estando muy orgulloso de haber pertenecido a las Waffen SS.

Es decir, a alguien que vive en un continente con reglas democráticas de las que imagino se habrá beneficiado desde 1945, le pones delante todo el conocimiento acumulado sobre los «valores» por los que luchó, se los sacude de la conciencia igual que una mota de polvo en la guerrera y responde que fuera arrepentimientos, que sus camaradas y él eran la élite de la humanidad y solo por la insuficiente punta de velocidad de sus Panzer no vivimos aún bajo el felicísimo Reich.

Podría buscar excusas por haber estado sometido a un condicionamiento psicológico que anuló su capacidad de distinguir entre lo moralmente justo y lo abyecto, pedir perdón por el error de juventud, por los millones de víctimas, y dedicarse a trabajar para compensarlo.

Y no. Sus múltiples capas de pensamiento, amalgamadas en una sola, no han olvidado nada ni han aprendido nada.

Esa democracia plural que le ampara, al compararla con los infames «honor» y «fidelidad» grabados en letra gótica sobre la hoja de su antigua daga, no le merece el mismo aprecio.

Tiene albedrío pero no lo quiere. Añora estar bajo las órdenes de un solo hombre, un solo caudillo, y su «visión».

Así siente aún una parte de nuestro mundo en este calendario de 2024.

Qué curioso…

Qué triste…

Qué desalentador.

P. D.: Si alguien tiene curiosidad, saqué la foto en un pequeño museo de la localidad noruega de Svolvær, el Lofoten Krigsminnemuseum, dedicado a la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial.